Mañana, festividad de Todos los Santos, no habrá artículo. Volveremos el viernes con el ritmo habitual. Mientras tanto, id al cine. No tiene contraindicaciones.
Es
muy, muy difícil tratar de ser Ingmar Bergman a través de una obra tan compleja
como Persona y salir airoso del
envite. Más que nada porque, con un
viaje tan peligroso, puede surgir la pretenciosidad y una cierta sensación de
profundidad cuando, realmente, sólo hay vacío con toques de arrogancia. Y eso
es lo que le ocurre al director Carlos Vermut cuando trata de sumergirse en un
universo de mujeres perdidas, de razones errantes y de fantasías acusadoras. A
veces, detrás del silencio, no hay nada.
Y aquí tenemos esta
unión de personalidades tratando de encontrar un destino tan esquivo como una
canción nunca cantada. No cabe duda ninguna de que es meritorio el trabajo de
Najwa Nimri y de Eva Llorach, especialmente de ésta última, pero no es
suficiente como para que la película dé vueltas en la cabeza cuando todo
termina. El sentimiento general es de morosidad, de no explicar demasiado bien
las cosas que ocurren, de refugios fáciles en reacciones airadas y centrarse
únicamente en la transferencia de personalidades prescindibles, que no
interesan mucho, en simbolismos que, en algunos casos, llegan a ser infantiles
e, incluso, repetitivos. Puede que, en el fondo, todos tengamos la voz seca por
el miedo que produce la mediocridad, el temor encendido por el pánico a no ser
originales y únicos y el rechazo dispuesto por la misma dictadura del cariño,
pero no se puede introducir personajes descritos de determinada manera y, al
plano siguiente, sugerir un cambio repentino. La ambición es caprichosa, pero
no tanto. Suele ser fría y despiadada, sí, pero no veleidosa.
Dar una buena parte de
uno mismo para que otra persona se encuentre, es un ejercicio complicado y
penoso. No deja de ser curioso que la afortunada que imita a la perfección al
modelo viva en la misma ciudad. La metáfora de ponerse en los zapatos de otro
resulta algo evidente. La preocupación por una planificación visual atractiva
suele ser importante, pero siempre debe estar al servicio de la historia y no
de los silencios que uno se atreva a guardar. La claridad y la fotografía son
destacables y el blanco domina sobre la oscuridad de los personajes en una
tragedia de caracteres enfrentados a una realidad que nunca acaba de mostrarse
porque, cuando lo hace con toda su crudeza, la evasión es la contraseña y sabes
que la muerte está intrínsecamente ligada a la vida hasta tal punto que se
confunden, de la misma manera en que esta cantante amnésica se mezcla con otra
mujer que, sencillamente, no ha sabido vivir. Y el sufrimiento está servido
porque, posiblemente, no sabemos construir el amor. Lo hacemos con torpeza,
cediendo, dando lo mejor de nosotros mismos cuando no siempre es lo más
aconsejable. Y ninguno lo ve. Sólo son conscientes del pozo en el que se hunden
y la vida no merece la pena sólo porque haces renacer una estrella, sino
también porque intuyes que tu misión en ella se ha cumplido.
La necesidad procurada
puede redimirnos parcialmente y, pasando de un punto de vista a otro, podemos
darnos cuenta de cuán inútiles son las cosas a las que nos agarramos mientras
las verdaderamente importantes se escapan entre los dedos y somos incapaces de
conservarlas. Y estas dos mujeres tratan de necesitarse sin llegar a
conseguirse aunque sí se produzca un extraño fenómeno de fusión que acaba por
convertirse en una absorción del alma. Y detrás del silencio de la
admiración…no, tampoco hay nada.