viernes, 14 de julio de 2023

LA MUERTE EN VACACIONES (1936), de Mitchell Leisen

 

El calor aprieta y ya es hora de ir cerrando el blog y tomarse un buen descanso. El número de visitas ya ha caído durante este mes porque es mejor mirar al agua del mar, o de la piscina, o del río, que estar buscando artículos de cine, así que, tomemos unas buenas vacaciones. Eso sí, sin dejar de ver cine. Nos recuerda que la vida, a ratos, merece la pena. Un abrazo para todos. Estaremos de vuelta el martes 5 de septiembre.

La muerte realiza su trabajo impecable a lo largo y ancho del mundo durante tantos siglos como años tiene el ser humano. Es eficiente con su obligación. No deja a nadie fuera y ejerce su poder sin demasiadas consideraciones. Es una funcionaria de la vida y debe ejecutar todos los encargos sin hacerse demasiadas preguntas. Sin embargo, son tantos siglos de soledad, de repetición monótona del arrebato de la existencia, de llevarse almas sin hacer preguntas, que empieza a desear un cambio. No hay nada mejor, ni siquiera para ella, que cogerse unas vacaciones para intentar comprender, de alguna manera que aún no acaba de saber, a ese ser humano tan contradictorio, tan pasional, tan errático, tan despreciable al que debe quitarle la vida para llevar a todos al reino de las tinieblas. Y además, la curiosidad manda, la muerte también quiere saber qué se siente con el amor. Es ese sentimiento que encuentra tan a menudo mientras trabaja y que no termina muy bien de encajar dentro de sus víctimas.

Para ello, nada mejor que meterse en el cuerpo de un príncipe y asistir como invitado a un largo fin de semana en una residencia aristocrática donde podrá encontrar, sin esforzarse demasiado, todas las frivolidades que cercan al alma humana. Sí, pero también todo aquello que merece la pena dentro de ella. Ha venido para llevarse al dueño de la casa, pero como hay cierta corriente de simpatía entre ellos, decide quedarse y, si hay una catástrofe en algún sitio, se salvarán todos milagrosamente. Está de vacaciones y durante unos pocos días, no habrá muertes. Todas las citas quedan aplazadas, que no suspendidas. Mientras tanto, una mujer inigualable se cruza en su camino y prueba el sabor de la pasión. Tanto es así que está dispuesta a pasar enamorada durante el resto de la eternidad. Unos días libres. Un infinito ocupado.

A pesar de los años transcurridos, esta es una película llena de detalles que la siguen manteniendo vigente y, sin duda, está varios escalones por encima de aquella otra versión moderna de la misma historia que se tituló ¿Conoces a Joe Black? y que interpretaron Anthony Hopkins y un incomprensiblemente aniñado Brad Pitt. La muerte puede ser novata, pero está muy lejos de ser ingenua. Y aquí, Fredric March da toda una lección de encanto, de saber moverse y de guardar un rincón reservado al lado más oscuro de la dama de la guadaña, sumida en las sombras, con su rostro escondido y su anhelo mostrado. Hay momentos de alta comedia combinados con otros reservados a lo sobrenatural y el resultado es casi mágico. Sin salir del frac y de las copas de champán. Sin abandonar el tono de que, al fin y al cabo, es una buena noticia que la muerte se tome unos días para reflexionar sobre su trabajo y sus clientes. Al fin y al cabo, puede que sea el mejor negocio jamás puesto en marcha porque todos, sin excepción, necesitaremos sus servicios, al menos, una vez en la vida. Salvo que ella esté de vacaciones y consigamos un ligero, tenue y gratificante aplazamiento.

jueves, 13 de julio de 2023

EL ORIGEN DEL MAL (2023), de Sebastien Marnier

 

Cuando alguien se halla en un callejón sin salida, cualquier asidero es bueno. Puede que alguien que nunca ha sido reconocido acabe en la cárcel y crea que otra persona puede darle una razón para seguir a través del sexo descarado. Quizá haya alguna confidencia de más y alguna escucha indiscreta y entonces es cuando la vida acaba por salir a la venta y de ocasión. Hay que tener mucho cuidado con las explicaciones excesivas porque pueden ser utilizadas para los fines más peregrinos, especialmente si el oído pertenece a una persona que se ha sentido desamparada durante toda su existencia y ha desarrollado tantas ansias de compañía como esquizofrenias de socialización.

Y es que la cosa va bien, a pesar de que se complica. Todo el mundo calla porque el silencio es muy conveniente cuando ceros de por medio. No hay piedad cuando se trata de llegar a la cima y hay que mantener la sangre fría cuando se presenta algún cruce delicado de información. Sin embargo, la familia, cualquier familia, ya se sabe. Tiene más secretos que pasadizos y comienzan a salir miserias que, utilizadas con sabiduría, pueden servir para degustar un buen vino y disfrutar de una isla.

Sólo las casualidades y los despistes circunstanciales pueden dar al traste con toda la conspiración. Sí, porque, en realidad, todo es un plan cuidadosamente urdido desde el principio. La víctima propiciatoria, los corderos esperando el degüello, el lobo escondido tras las matas, giro, giro y sorpresa final. No está mal para una chica que empezó siendo una envasadora de pescado en conserva.

El director Sebastien Marnier ha articulado esta telaraña con la familia en el centro que se va desentrañando poco a poco, en pequeñas gotas, con informaciones que siempre añaden un punto de interés al desarrollo de la trama porque, sencillamente, es complicación tras complicación, pero lo mejor es que todas esas nuevas píldoras de conocimiento son bastante creíbles. Más que nada porque hay un trabajo extraordinario de Laure Calamy como la mujer de tintes sociopáticos que desea algo tan simple que deja al dinero en mantillas y que se apaña como pocas para buscar un nuevo escondrijo a su particular complot. El resultado es una película eficaz, con énfasis ausentes, contada con bastante normalidad, apelando a lo natural dentro de un entorno que destaca por su toxicidad. El mal se puede presentar bajo cualquier carcasa. Incluso puede ser en el de una mujer de mirada serena que pasa, paulatinamente, de la inocencia a la más abrumadora culpabilidad pasando por el engaño y el asesinato.

Así que siéntense como si fueran miembros de una cadena de envasado de pescado en aceite y esperen a que les lleguen las latas. Revísenlas, cuenten las unidades y, posteriormente, inunden todo de falsedad y mentira. Puede que pasen la prueba a base de práctica. Al fin y al cabo, los pobres peces ya han sido desahuciados y han sido arrojados fuera de su casa para acabar en cualquier estómago agradecido. No es para todos los paladares, pero si se sabe separar la carne de la espina, habrá momentos de cierta inteligencia en la degustación. Todo por unas cuantas latas bien empaquetadas y servidas, que ya es hora de que sean otros los que se encarguen de la faena. Y si tienen que mentir un poco para mantenerse en lo más alto, ya saben. Digan lo más próximo a la verdad. Es lo que más credibilidad tiene. Mientras tanto, vigilen con el rabillo del ojo a ver si quien está a su lado es quien realmente dice ser. 

miércoles, 12 de julio de 2023

ALAN ARKIN: ALGO MÁS QUE UN VIEJO

 

Una de las características que más ha perseguido a Alan Arkin en el final de su carrera es que alcanzó cierta fama como el abuelo de las películas, el tipo que tenía siempre un papel secundario, habitualmente bastante cortante y gracioso, olvidando que, tras de sí, tenía una carrera muy destacada como primer actor en películas de todo corte y condición. Se ha ido un gran actor. Versátil, serio, quizás no muy ambicioso, pero muy seguro, con varias nominaciones a sus espaldas, con mucho sentido del humor y altísimo nivel artístico. No ha habido muchos actores como Alan Arkin.

Ya, de momento, después de una corta experiencia en televisión, aparece en uno de los papeles protagonistas de esa locura ante la amenaza roja que Norman Jewison rodó con el título de ¡Que vienen los rusos!, en el papel del primer oficial del submarino soviético que, de forma algo accidentada, aparece en las costas estadounidenses.

Consigue arrancar un escalofrío en la piel del hombre silencioso, impasible, inteligente y diabólicamente malvado que acosa a una ciega en Sola en la oscuridad. Y casi nadie se acuerda de que ha sido el otro actor que llegó a interpretar al mítico Inspector Clouseau en la única ocasión al margen de su rostro habitual bajo los rasgos de Peter Sellers en El rey del peligro, mucho más rebajada en lo grotesco, pero valorable en sus momentos cómicos.

Consigue una nominación al Oscar con El corazón es un cazador solitario y hace frente a las dificultades de la inmigración hispana en Nueva York con una película tan triste como cómica en Papi. También se hace con el deseado papel del Teniente Yosarian de Trampa 22, un hombre que no puede más y que, además, es consciente de que no puede más con el horror de la guerra dentro de un entorno casi caricaturesco de mandos que sólo pueden dar órdenes absurdas en un entorno de muerte.

En los setenta consigue un éxito bastante olvidado hoy en día con Una extraña pareja de polis e interpreta al Doctor Sigmund Freud asumiendo la ayudantía del propio Sherlock Holmes en la estupenda Elemental, Doctor Freud. Extraña y fascinante resulta su emparejamiento con Valerie Perrine en El mago de Lublin y, a principios de los ochenta, renuncia ya al protagonismo en los diferentes proyectos en los que interviene aunque eso no implica que rebajase la calidad de sus interpretaciones. Se refugia en varias intervenciones televisivas y aparece en papeles secundarios pero enormemente atractivos como Eduardo Manostijeras, de Tim Burton; Habana, de Sidney Pollack y, sobre todo, es un miembro más del excepcional reparto que se junta para Glengarry Glen Ross. Vuelve a caer en unos cuantos títulos grisáceos, pero sorprende en la fábula futurista de Andrew Niccol Gattaca, componiendo un detective clásico en un entorno de limitaciones genéticas. También está al lado de John Cusack, Julia Roberts y Catherine Zeta Jones en La pareja del año y consigue el Oscar al mejor actor secundario con su aparición de abuelo sabio y algo cascarrabias de la estupenda Pequeña Miss Sunshine.

En los últimos años, ofrece estupendos trabajos como el productor que se las sabe todas y que resulta la coartada perfecta para la operación de rescate de Argo, y es la tercera pata para el banco que completan Al Pacino y Christopher Walken en la aceptable Tipos legales resultando irremediablemente divertido en la unión de Sylvester Stallone y Robert de Niro en La gran revancha. Su última aparición, prometedora pero aún no estrenada, es en The Smack, al lado de Kathy Bates, Casey Affleck y Marisa Tomei en la piel de un ex convicto que está preparando un nuevo golpe que le permita una reinserción cómoda en la sociedad.

Su rostro, siempre interesante, reflejó muchas de las inquietudes del hombre moderno y se movió con igual soltura en la comedia, en el drama, en lo perplejo y en lo duradero. Muy cercano a la docencia actoral, sus alumnos le describían como cálido, implicado y muy simpático. Era lo que siempre sabía trascender detrás de una expresión que parecía anclada en lo interesante.

martes, 11 de julio de 2023

IN DREAMS (1999), de Neil Jordan

 

Agarremos la idea de Ojos, de Irvin Kershner, y convirtamos la demasiada obvia metáfora de la fotógrafa que está psíquicamente conectada con un psicópata por la más pedestre de una ama de casa, mujer de un piloto, que cuida de su familia y de su hogar. Quizá se convierta en algo más cercano, más alejado del glamour habitual y más propio de fogón de cocina que de portada de revista. Todo eso, al ser más corriente, puede que tenga una gran virtud y es que el miedo se antoje mucho más efectivo. Es verdad que lo que realmente merece la pena en esta película es la maravillosa interpretación de Annette Bening y que, tal vez, el psicópata encarnado por Robert Downey tuviese que haber sido mejor trabajado. Sin embargo, la película fue masacrada por la crítica y por el público y no está nada mal. Tiene momentos realmente interesantes, casi siempre de la mano de ella, con una intrincada trama psicológica que, en algunos instantes, llega a ser realmente inquietante. Es como si, en esta ocasión, los pelos no se ponen como escarpias, pero sí que parece que se levantan con pereza.

Viniendo de la dirección de Neil Jordan, no cabe duda de que, en cualquier caso, estaremos ante una película extraña, muy poco usual, narrada sin convencionalismos y con algún que otro despiste buscando la genialidad. También es cierto que busca un terror adulto, más dirigido al público maduro que al juvenil y eso lastró sus posibilidades comerciales y puede que su último acto sea ligeramente más débil que el resto, pero aún así, fue una película que mereció mejor suerte. Casi se podría decir, en aras de la osadía y el desafío, que es uno de los mejores títulos de Jordan, por encima de sus sobrevalorados En compañía de lobos y Juego de lágrimas y casi al mismo nivel que su excelente El buen ladrón.

Así que no cierren los ojos o verán lo que no están preparados para asimilar. Las pesadillas pueden ser visiones de un asesino y, lamentablemente, también han estado muy cerca del corazón. Es hora de detenerle a pesar de que nadie cree en esa pobre ama de casa que lucha con denuedo para que nadie sufra lo que ha le ha pasado a su propia hija. La vida puede colocarse boca abajo cuando se tiene la certeza de que se acompañan las sensaciones de un tipo que, en realidad, siente muy poco. Aún así, el miedo está ahí porque ver lo que ve otro no deja de ser un ejercicio muy peligroso para asomarse al abismo. El rojo, como le ocurría a cierta ladrona de hace unos cuantos años, también es un color prohibido porque sólo trae angustia y tensión. Habrá que vigilar las manzanas, los vestidos y la visión de la sangre. El rojo es el mismo miedo. Y el suspense será algo que haya que digerir poco a poco, como si fuera la visión de una muerte. Terrible, impactante. Al fin y al cabo, en muchas ocasiones, en nuestra vida diaria, si quieres salvar lo que más quieres tienes que internarte en los rincones del mismo infierno. Uno de ellos puede ser la mente del asesino.

viernes, 7 de julio de 2023

EL SEÑOR DE LAS MOSCAS (1961), de Peter Brook

 

Primero, fue la educación. Aquellas rígidas clases de pupitres tiesos, con el latín como bandera y las matemáticas como insignia. Eso formó una serie de mentes que, más tarde, tuvieron que demostrar lo que valían en la soledad de una isla desierta. Niños perdidos en las arenas de una playa, con la jungla besando sus límites, allí, en ninguna parte, sin pensar demasiado en la esperanza, sólo jugando con algo tan peligroso como es el poder. Y una caracola no va a bastar para simbolizar la palabra y la democracia. La tentación es demasiado grande para mentes que aún no están hechas y la sangre correrá en pos de la posición de privilegio. Ellos ya eran niños privilegiados que asistían a un colegio de élite en la rígida Inglaterra, pero quieren más porque nunca es suficiente. Siempre tiene que subirse un escalón más en el ascenso hacia el poder más absoluto. Y es evidente que, quien tiene la fuerza, en una sociedad pequeña, cerrada y sin influencias de ningún tipo, tendrá la razón.

Por supuesto, en ese sangriento juego crecido en el fértil campo de tabla rasa que es la mente infantil, no falta la inocencia, las salidas ingenuas, las afirmaciones dichas desde la más pura bisoñez. Eso hace que esos niños tengan algo de entrañable, pero el juego se confunde con la posición de superioridad. Tendrá que haber dominantes y dominados y si hay que acabar con alguno… ¿qué más da? No existe esperanza porque nadie se hace cargo del fuego que puede avisar de que en esa isla, en medio de ninguna parte, hay un puñado de niños tratando de sobrevivir.

Peter Brook, gran genio de las tablas, se atrevió a adaptar el clásico literario de William Golding con un estilo seco y austero, sin demasiadas concesiones, con la contención como sugerencia, pero sin pasar de largo por las afiladas aristas morales de los personajes. Esos niños que juegan al poder, acaban por convertirse en bestias salvajes, adoradores del asesinato y de la carencia de reflexión sobre lo que están haciendo. Puede que, en el fondo, sea una forma de rebeldía hacia el estremecedor e inhóspito mundo de los adultos que, también, es una jungla de intereses y de insuficiencias morales, pero lo pagan entre ellos. Con falsos ídolos. De carne y de pensamiento. Probablemente, al final, sólo haya lágrimas. Y las culpas tendrán que ser repartidas. O mentidas. O ignoradas.

En su contra, también habría que decir que la dirección de actores por parte de Brook no es muy destacable. Se nota que los niños sin experiencia vacilan, esperando las órdenes, sin tener muy claro qué expresar en muchos momentos debido a la complejidad, no de la trama, sino de su mismo significado. En cualquier caso, Brook consigue un escalofrío por los límites que esos niños traspasan en su aprendizaje brutal. Y no cabe duda de que, a pesar de que se nos antoja más cercana, es una versión muy superior a la que realiza Harry Hook en 1990, con una mejor dirección de actores infantiles, pero suavizando ciertos extremos que arrebatan la tremenda fuerza de un relato que se antoja inolvidable, asombroso y que llega a sobrecoger.

jueves, 6 de julio de 2023

INDIANA JONES Y EL DIAL DEL DESTINO (2023), de James Mangold

 

El doctor Henry Jones Jr. vuelve a dar la cara. Y nosotros, con los ojos ya adultos, regresamos a aquellos tiernos días de juventud rancia para vivir una aventura, quizá la última, con él. Nuestra sensación siempre es de nostalgia, pero, por ventura, nos dejamos arrastrar en sus idas y venidas, con el inolvidable chasquido del látigo resonando en nuestros oídos, con la seguridad de que su próximo derechazo aún sigue siendo demoledor, con la media sonrisa de quien sabe que un amigo viene hacer una visita, no se va a quedar a cenar, pero nos dará un par de lecciones de Historia y, a la vez, nos va a hacer disfrutar porque, de alguna manera, por ahí, alrededor de la butaca, también nos sonríe nuestro espíritu joven.

Sin duda, la película es más afortunada que Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, tiene una mayor compensación entre sus distintos episodios, el inicio es más trepidante e, incluso, sorprendente, tiene un villano que, a excepción del final, se eleva por encima de otros de la serie y, por si fuera poco, no faltan los ejercicios de sensaciones redivivas, volviendo a coger el sombrero porque Indy está ahí, con su peculiar sentido del humor ante situaciones chocantes, con viejos amigos dispuestos a echar una mano y con la edad a cuestas.

La partitura de John Williams, mucho más allá de la repetición de la legendaria marcha de En busca del arca perdida, resulta de alto nivel, demostrando que el maestro sigue en plena forma, al igual que el héroe. La dirección es más que aceptable aunque, en algún momento y quién sabe si por la mirada atenta de Steven Spielberg como productor ejecutivo, remite un poco a El secreto del unicornio. Harrison Ford parece que vuelve a disfrutar calándose el sombrero, ese mismo que parece que quedará ya para siempre en la cuerda, aunque con el profesor Jones nunca se sabe. Y, aunque en algún momento parece que queda algún fleco por atar y que la historia decae ligeramente, en el fondo, cualquiera de nosotros, adolescentes que abrimos el Arca de la Alianza, que hicimos arder las piedras de Shankara y que perdimos el Santo Grial según nos íbamos haciendo mayores, no queremos que nuestro héroe se vaya. Tal vez porque, con él, también se va una buena parte de todos aquellos sueños que nunca pudimos cumplir y que él azuzaba con su empuje.

Así que, buena suerte, doctor Jones. Gracias por todo. Volveremos a usted inevitablemente en largas tardes de aburrimiento dinamitado con sus aventuras. Le acompañaremos en las cuevas más recónditas, con telarañas de algodón hilado y enigmas indescifrables sólo para darnos cuenta de que no somos tan listos. Recogeremos el sombrero con ávida rapidez cuando se le caiga y regresaremos al hechizo de esa mirada que siempre destila un punto de vulnerabilidad. Es lo menos que podríamos hacer por un hombre que nos dio unas clases tan maravillosas, esas mismas en las que decía que nunca hay una equis en el lugar donde está el tesoro. Buscaremos de nuevo reflejos de sol, o minas vertiginosas, o libros firmados por Hitler. Aceptaremos resbalones eternos por las bibliotecas o imposibles relojes que marcan grietas en el tiempo. Sólo para volver a sentirnos llenos de júbilo, sólo para volver a derrotar, una vez más, a los nazis o a los miembros de cualquier secta secreta caminando por el borde de la traición a Shiva. Ni la Arqueología, ni la Historia, ni la Aventura, ni el Cine han sido iguales gracias a usted. Esta vez es el profesor es el que se merece un diez. 

miércoles, 5 de julio de 2023

DOS EN EL CIELO (1943), de Victor Fleming

A veces, la muerte se equivoca y se lleva a alguien que podría haber sido más útil estando vivo. Eso, el general en jefe de las nubes, lo sabe, así que es mejor prolongar un poco las oportunidades enviando de nuevo al error para que deje las cosas bien hechas tras de sí. Más aún si se trata de un aviador que era un auténtico maestro y tiene que adiestrar a otro que, por aquellas casualidades que ocurren entre ala y ala, también se enamora de la que era novia del muerto. Sin embargo, teniendo en cuenta quién le envía, y un poco a regañadientes, el tipo tendrá que resolver ese problema también. No se puede condenar la felicidad de una chica sólo porque uno no esté. Ella tiene derecho a rehacer su vida, por mucho que ya no formes parte de su visión. Eso es duro. La muerte es dura, sí, pero lo es aún más tener que asumir que ya has pasado, que eres carne de recuerdo, que ella tendrá que buscar nuevos horizontes y que, además, serán los de otro fulano que tampoco es mal tío y que, hay que reconocerlo, ha aprendido a pilotar con los modos y maneras de su maestro invisible. Las nubes son reconfortantes. Lo mejor es esperar ahí arriba. En el fondo, es lo que los pilotos hacen. Esperar ahí arriba.

La naturaleza del amor no suele ser eterna. Es perdurable, pero no eterna. Permanece, como la bruma, durante algún tiempo cuando termina, pero acaba disipándose porque es como una niebla en la que merece la pena adentrarse, aunque no se pueda asir, sólo se puede sentir. Y los días y las noches van haciendo su labor de tiempo y esa neblina se esfuma, se deshace, es nada. Incluso siendo un ángel de la guarda llegará un momento en el que habrá que instalarse definitivamente en algún lugar del cielo. Y no será amargo. Será difícil, pero no amargo. Al fin y al cabo, puede que no haya mejor recompensa que hacer feliz a la mujer a la que más se ha amado en vida.

Versión auténtica y original del Always, de Steven Spielberg, Dos en el cielo guarda una virtud por encima de aquélla y es que no se detiene en la sensiblería, no trata de emocionar. En su narración, hay momentos de cierta emoción, muy contenida, pero, ante todo, está la pasión de contar una historia sobre aquellas cosas que, de vez en cuando, pasan y no nos explicamos muy bien el por qué. Puede que, en el fondo, todos tengamos a un Spencer Tracy cuidándonos desde algún lugar más allá de las nubes, tratando de mejorarnos aunque no siempre lo consiga. O que sus esfuerzos también vayan dirigidos a ordenar nuestra vida y dejarla en buenas manos. Esos tipos existen. Esos ángeles, también. Y esas chicas, por supuesto. Todo es una cuestión de corazón, de intentar hacer el bien incluso cuando no estamos. Ahí están Tracy, Irene Dunne, Van Johnson, Ward Bond, Lionel Barrymore o Esther Williams para demostrarlo bajo la batuta de Victor Fleming. Cuando lleguen allá arriba, vean si el general en jefe les encomienda una nueva misión. No duden en aceptarla.

martes, 4 de julio de 2023

AGENTE CONFIDENCIAL (1945), de Herman Shumlin

 

Un agente secreto de la República española debe viajar a Londres para acaparar un suministro de carbón que, con toda seguridad, proporcionaría una clara ventaja logística a los fascistas. Por el camino, deberá enfrentarse a su némesis y convencer a todos que está en el lado correcto. Él no habla sobre el comunismo o sobre la lucha de clases. Él sólo habla de la libertad. Entre otras cosas porque tiene la certeza de que España está siendo un campo de pruebas para Alemania e Italia y lo grande, lo verdaderamente peligroso, vendrá después. Desde el momento en que está a bordo de un barco en el Canal de la Mancha se intentará pararle y no podrá confiar en nadie porque, evidentemente, los amigos no lo son tanto y los enemigos crecen en Gran Bretaña, que no ve con tan malos ojos el triunfo de los rebeldes. En eso, los ingleses siempre han sido unos maestros. Contemporizan con todos hasta que llaman a su puerta. A partir de ese momento, toman partido y no dudan en echar la culpa a los demás. Luis Denard, que así se llama este agente confidencial, se encontrará con una mujer de redaños, una de esas que no se detiene ante nada y que le apoyará contra todo y contra todos. Y preferirá irse a combatir al país de Denard antes que quedarse en esa isla llena de intereses creados, de negocios con la desgracia y de ventajas sobre los perdedores.

El camino no es fácil. Denard no tiene mucha capacidad para ejercer como espía. No tiene un transporte concertado, no posee muchos amigos en Londres. Sólo una pensión donde dormir y mucho valor del que tirar. En callejones y caminos polvorientos, recibirá una paliza tras otra. Y su victoria no será llegar a un trato. Será mantener su integridad contra viento y marea.

Charles Boyer se encontró con Lauren Bacall en esta película que no se estrenó en España hasta 1987. Rodada en 1945, seis años después de la derrota de la República, llama la atención por ese retrato del artista reciclado en espía nacido bajo la pluma de Graham Greene que no dudó en asegurar que “esta es la mejor película que se ha hecho basada en uno de mis relatos realizada por un director americano”. Ése no era otro que Herman Shumlin, un reputado director teatral que ya había obtenido un gran éxito con una historia que también llamaba contra el fascismo en la estupenda Vigilancia en el Rhin, que significó el Oscar al mejor actor para Paul Lukas. Es cierto que la película parece avanzar a tirones, con secuencias trepidantes, propias de un cine ágil y entretenido, mientras que, en otras, se enzarza en larguísimos diálogos sobre la libertad y sobre los hombres que hacen grandes negocios con la guerra. El resultado, aún así, es una película valiosa, jalonada de traiciones, de dobles juegos, de triples bandas y cuádruples huidas. Incluso alguna que otra sorpresa inteligente hace que, en el fondo, sea un viaje de victoria y de honestidad frente a lo que, en otras circunstancias, sería una derrota con todas sus consecuencias. No pierdan las credenciales. Es una buena película.