El calor aprieta y ya es hora de ir cerrando el blog y tomarse un buen descanso. El número de visitas ya ha caído durante este mes porque es mejor mirar al agua del mar, o de la piscina, o del río, que estar buscando artículos de cine, así que, tomemos unas buenas vacaciones. Eso sí, sin dejar de ver cine. Nos recuerda que la vida, a ratos, merece la pena. Un abrazo para todos. Estaremos de vuelta el martes 5 de septiembre.
La muerte realiza su
trabajo impecable a lo largo y ancho del mundo durante tantos siglos como años
tiene el ser humano. Es eficiente con su obligación. No deja a nadie fuera y
ejerce su poder sin demasiadas consideraciones. Es una funcionaria de la vida y
debe ejecutar todos los encargos sin hacerse demasiadas preguntas. Sin embargo,
son tantos siglos de soledad, de repetición monótona del arrebato de la
existencia, de llevarse almas sin hacer preguntas, que empieza a desear un cambio.
No hay nada mejor, ni siquiera para ella, que cogerse unas vacaciones para
intentar comprender, de alguna manera que aún no acaba de saber, a ese ser
humano tan contradictorio, tan pasional, tan errático, tan despreciable al que
debe quitarle la vida para llevar a todos al reino de las tinieblas. Y además,
la curiosidad manda, la muerte también quiere saber qué se siente con el amor.
Es ese sentimiento que encuentra tan a menudo mientras trabaja y que no termina
muy bien de encajar dentro de sus víctimas.
Para ello, nada mejor
que meterse en el cuerpo de un príncipe y asistir como invitado a un largo fin
de semana en una residencia aristocrática donde podrá encontrar, sin esforzarse
demasiado, todas las frivolidades que cercan al alma humana. Sí, pero también
todo aquello que merece la pena dentro de ella. Ha venido para llevarse al
dueño de la casa, pero como hay cierta corriente de simpatía entre ellos,
decide quedarse y, si hay una catástrofe en algún sitio, se salvarán todos
milagrosamente. Está de vacaciones y durante unos pocos días, no habrá muertes.
Todas las citas quedan aplazadas, que no suspendidas. Mientras tanto, una mujer
inigualable se cruza en su camino y prueba el sabor de la pasión. Tanto es así
que está dispuesta a pasar enamorada durante el resto de la eternidad. Unos
días libres. Un infinito ocupado.
A pesar de los años transcurridos, esta es una película llena de detalles que la siguen manteniendo vigente y, sin duda, está varios escalones por encima de aquella otra versión moderna de la misma historia que se tituló ¿Conoces a Joe Black? y que interpretaron Anthony Hopkins y un incomprensiblemente aniñado Brad Pitt. La muerte puede ser novata, pero está muy lejos de ser ingenua. Y aquí, Fredric March da toda una lección de encanto, de saber moverse y de guardar un rincón reservado al lado más oscuro de la dama de la guadaña, sumida en las sombras, con su rostro escondido y su anhelo mostrado. Hay momentos de alta comedia combinados con otros reservados a lo sobrenatural y el resultado es casi mágico. Sin salir del frac y de las copas de champán. Sin abandonar el tono de que, al fin y al cabo, es una buena noticia que la muerte se tome unos días para reflexionar sobre su trabajo y sus clientes. Al fin y al cabo, puede que sea el mejor negocio jamás puesto en marcha porque todos, sin excepción, necesitaremos sus servicios, al menos, una vez en la vida. Salvo que ella esté de vacaciones y consigamos un ligero, tenue y gratificante aplazamiento.