viernes, 29 de septiembre de 2023

PASEO POR EL AMOR Y LA MUERTE (1969), de John Huston

 

El poema es el amor. Por él, si hay alguna posibilidad de seguir viviendo, sigue mereciendo la pena vivir en esta tierra pisoteada de sangre e intolerancia. Por eso, para un estudiante de París, ya no tiene sentido acumular conocimiento cuando la ignorancia de una guerra interminable que ni ha visto comenzar, ni verá terminar, se impone en todos los rincones de una Europa desolada. Los campos de Francia parecen tener otro color con tanta carne corroída y espantada en una época sin piedad. Sí, el poema es el amor, porque parece imposible que la pasión pueda existir entre lo moribundo, entre la dureza extrema del hambre, entre la fiereza de los hombres que se comportan más como animales que como personas.

El poema también es la muerte. Está sembrada en todos los surcos abiertos de Francia. En el fondo, es una meta que no es difícil de alcanzar si se está dispuesto a sufrir porque casi merece más la pena estar muerto que vivo en un continente enfermo y arrasado.  Toda búsqueda es absurda porque no lleva a ninguna parte más que a la muerte y sólo se trata de evitar el dolor. Aún puede que haya alguien que crea en una sociedad que está en plena descomposición en medio de la guerra de los treinta años, pero será una isla en un mar de vísceras. Por supuesto, la presencia de la religión se hace notar. Con la cruz hacia abajo. Con el fanatismo como insignia. Con la represión como casulla. Tal vez por eso las mentes y las almas se hallan tan rechazablemente corrompidas. Y no hay remedios a corto plazo. La tierra grita. Y la Humanidad está sorda como los muros de una iglesia.

John Huston dirigió esta atípica película con su hija Anjelica como protagonista y, sin duda, es un título aislado en su filmografía. Su visita al mundo medieval está llena de una imposible mezcla de esperanza y pesimismo. Puede que todo se esté derrumbando y que no haya sitio para unos jóvenes puedan vivir su amor y, no obstante, hay una especie de deseo secreto en el director que deposita su mirada en algún mañana de conocimiento y razón, como si la Historia fuera algo cíclico que adormece y despierta sucesivamente las conciencias de los hombres, como si la Humanidad estuviera condenada y salvada por los avatares de su propio devenir, una y otra vez, tropezando mil veces en la misma piedra y saltando por encima de ella. Por eso, propone un paseo por el amor y la muerte, por las dos caras de la existencia humana en una época terrible, de necesidad y agonía. Sin duda, el resultado es irregular porque pertenece a esa serie de películas que realizó en las que pareció que le importaba realmente poco el acabado formal de sus historias y se centrara sólo en argumentos que le interesaban por encima de todo lo demás, pero no deja de ser interesante adentrarse en la mirada de Huston en plena Edad Media.

Así pues, agua, acero, sangre y deseo. Huston. Huston. Francia. Amor. Muerte. Un viaje de ida que, tal vez, no tenga ninguna vuelta.

jueves, 28 de septiembre de 2023

EL SUPERVIVIENTE DE AUSCHWITZ (2023), de Barry Levinson

 

Todo judío que vivió en un campo de concentración lleva en su conciencia el pecado de la supervivencia. Harry Haft, además de eso, sabe también que su vida se debe a que sirvió de entretenimiento a la oficialidad mientras tumbaba en la lona con sus puños a otros judíos que acababan muertos por el imperdonable error de la derrota. Ahí curtió su carne y la dejó tan entumecida que llegó a no sentir nada. Y no sólo por los golpes brutales que recibía o por la sangre que derramaba. Su personalidad quedó marcada por el vacío, por la justificación de que todo era necesario si quería seguir respirando.

Los años pasan y Haft debe seguir luchando encima del cuadrilátero porque no se le da mal y porque así es posible que su nombre llegue a los ojos y oídos de aquella que se llevó su corazón. Siente que está viva y pelea por ella. Es lo que le mantiene en pie cuando los martillos contrarios machacan sus cejas y sus pómulos. Sólo cuando el tiempo pasa y consigue rehacer su vida en algo lejanamente parecido a la felicidad es cuando comienzan las pesadillas sobre lo que tuvo que hacer, sobre las existencias que aplastó y sobre unas heridas que nunca llegaron a cerrarse del todo.

Barry Levinson, director mítico de películas como Rain man o La cortina de humo, ha querido volver con fuerza después de un largo paréntesis de oscuridad repleto de mediocridades. Se aprecia lo buen director que llegó a ser durante la primera mitad de la película, con momentos realmente brillantes, bien llevados y llenos de interés, pero en el mismo instante en el que el protagonista cuelga los guantes y trata de encontrar un sendero normalizado a su devenir, la historia cae en picado porque se agarra a un melodrama algo fácil, sin demasiado gancho, con los puños caídos y con ideas mil veces vistas y reconocibles. Sin embargo, hay un activo que consigue elevar toda la trama y es el impecable trabajo que realiza Ben Foster en el papel protagonista. Con una entrega muy destacable, Foster se presta a una transformación física impresionante, que requiere algo más que el evidente maquillaje para esconder su rostro. Entiende al personaje y lo dota de pausa, de sinrazón y de virtud, de bondad y autocompasión. Él es la mejor razón para acudir al cine y dejarse invadir por las inquietudes de este hombre que sobrevivió a base de pelear, sabiendo que la rendición significaba algo más que una simple derrota.

Y es que no es fácil hacer elecciones todos los días cuando la propia vida está en juego. Harry Haft fue mirado y admirado, y también despreciado por acceder a pelear para  solazar a unos cuantos portadores de la muerte. Él moría en cada combate porque sabía que, si vencía, otro perdería el derecho a vivir. Y peleó hasta más allá de sus propias fuerzas. Y, en libertad, lo volvió a hacer para que alguien, en algún lugar, supiera que él seguía en pie por mucho que estuviera deseando llegar al final de la cuenta de diez. Y Ben Foster cuenta con el respaldo de unos cuantos secundarios de cierta categoría como Danny de Vito, o los personajes bien acogidos y poco desarrollados de Peter Sarsgard, que cada vez se parece más a Jack Lemmon, y John Leguizamo. Los nudillos comienzan a pelarse de dolor en las manos del personaje de Foster y nosotros, simples mortales que asistimos a la tortura de sobrevivir, tenemos la impresión de que la cobardía es patrimonio exclusivo de los que tuvieron el rumbo ya marcado y el plato en la mesa. Un combate con Rocky Marciano no lo aguanta cualquiera. Quizá hubiera sido mejor tirar la toalla si no se tiene la seguridad de que todas las almas que han sufrido pueden llegar a la orilla de la última playa.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

EL HUEVO DE LA SERPIENTE (1977), de Ingmar Bergman

 

“Los motivos de queja que tenemos contra él no justifican ninguna hostilidad. Démosles esta forma, diciendo que, si se aumenta lo que es, surgirán estas y aquellas desgracias y, por lo tanto, debe considerársele como el huevo de la serpiente que, incubado, llegaría a ser dañino, como todos los de su especie, por lo que es fuerza matarlo en el cascarón”                                    William Shakespeare. Julio César.

 

Abel Rosenberg trata de encontrar un sentido a su existencia. Durante años, ha formado parte de un trío de trapecistas con el que ha recorrido media Europa. Finalmente, su hermano tuvo un accidente y no hubo más remedio que establecerse en Berlín. Sin embargo, su hermano se ha suicidado y el Inspector Bauer, de la policía berlinesa, cree que hay relación entre esta muerte y los asesinatos que, últimamente, están teniendo lugar en diversos barrios de la ciudad. Abel, a pesar de ser judío en la Alemania de los años veinte, no quiere irse. Él no ha hecho nada malo y lleva la inocencia por bandera. Pero es judío. Es judío. Y eso hace que, por naturaleza, se convierta en el sospechoso número uno para la policía. Sólo porque es judío. Y los judíos, por naturaleza, están inclinados a cometer asesinatos. No hay ninguna ley que lo diga. Y en el horizonte ya empieza a asomar la cabeza un individuo ridículo con un gracioso bigotito que ha intentado perpetrar un golpe de estado en una cervecería alemana. Sin embargo, es posible que los ánimos para que ese hombrecillo con pinta de estúpido se establezca en una posición de tanto privilegio como para promulgar delitos de raza, estén ya ahí. A la gente no le han dicho todavía lo que tienen que creer, pero quieren creerlo. Y Berlín se convierte en una ciudad de sombras y conspiraciones, de asesinatos oscuros y de violencias claras. Abel debe realizar una última pirueta para sobrevivir, pero tiene pocas posibilidades, casi ninguna.

Ingmar Bergman realizó esta película en Alemania para evadir la deuda que había contraído con el fisco sueco. Se aventuró por los terrenos del cine negro con la historia de este trapecista que deambula por las calles de Berlín intentando encontrar razones para no sentirse perseguido cuando, en realidad, se está incubando el huevo de la serpiente que llevaría a toda una nación a la locura. En el papel protagonista, David Carradine, que trata de llevar todo el peso de una época que su personaje no acaba de comprender. A su lado, la siempre eficaz y contenida Liv Ullman en la piel de su cuñada, esposa de su malogrado hermano. Detrás de ellos, el Inspector Bauer interpretado con su habitual eficacia por Gert Fröbe. La película, a pesar de ser un intento de salirse del ambiente acostumbrado de Bergman, no deja de poner sobre el tapete todas sus obsesiones sobre la ausencia de Dios, sobre la culpabilidad, sobre la responsabilidad, mientras se desarrolla una trama más o menos detectivesca por las calles de un Berlín algo degenerado y aún más vetusto. El resultado es pesado, algo inerte, sin llegar a sus objetivos porque el propio Bergman llegó a confesar que “mientras rodaba El huevo de la serpiente estaba plenamente convencido de que estaba haciendo una obra maestra. No fue así”. Quizá porque no es fácil adentrarse en los terrenos de una sociedad corrompida moralmente a través de un género que habla sobre eso mismo. Bergman en las calles. Los chicos de la cruz gamada esperan en la siguiente esquina.

martes, 26 de septiembre de 2023

DODES´KA-DEN (1970), de Akira Kurosawa

 

Cuando no hay nada siempre hay que inventarse algo. En los barrios más miserables de un Tokyo que intenta emerger de sus cenizas, unos cuantos personajes tratan de olvidar la miseria en la que viven y, a través de la imaginación, intentan superar su desgracia. No es fácil cuando el estómago ruge y el paisaje te remite a la ruina y a la marginalidad. Sin embargo, algo hay en ese chico medio loco que sueña con conducir un tranvía. Ese tranvía, naturalmente, cuando se mueve, suena Dodes´ka-den, Dodes´ka-den, Dodes´ka-den y él disfruta imaginando que algún día, en otro mundo, con otro equilibrio, podrá conducir ese vehículo por las calles de Tokyo. Ese Tokyo que agobia y aisla. Ese Tokyo que aplasta y arrasa. Ese Tokyo que no vive.

No es el único. Más almas imaginan otra vida entre los escombros. Otro chico trabaja confeccionando paupérrimas flores de papel mientras su tío, un inútil, le controla dictatorialmente sólo para esconder sus propias carencias. A veces, las personas, somos como los escombros. Llenamos la calle para ocultar todo lo que hay debajo porque nos avergüenza. La verdad tiene esas cosas. En ocasiones, es hiriente, implacable. Es como un espejo que nos dice a la cara que no valemos para nada. Y entonces descolgamos el espejo, lo cubrimos de ladrillos, echamos cemento y cal y miramos desafiantes al resto del mundo para que, con un rugido de inferioridad, traslademos la idea de que somos inteligentes, válidos y poderosos.

Por allí, en la otra esquina, el silencio se ha adueñado de un hombre que no quiere hablar más porque el amor le ha dicho que no. Le ha cerrado con la puerta en las narices y cree que nadie quiere escuchar lo que él tiene que decir porque, en el fondo, él ya se lo dijo a la persona que más amaba y lo que recibió fue indiferencia y rechazo. Para eso, mejor callar. No emitir ni un sonido. Pasar de largo por ese mundo destruido con tal de que nadie repare en su presencia. El silencio es cómodo. Amar no lo es.

Dos amigos borrachos, cubiertos de alcohol hasta las cejas porque no pueden aguantar más lo que les rodea, deciden echar algo de sal en sus vidas realizando un intercambio de parejas. Todo empieza como una broma, como una risotada de mal gusto y acaba por ser una decisión firme para que, al día siguiente, la botella haya elevado su fondo y puedan beber algo menos porque la vida les parezca sólo ligeramente mejor. Una copa más. Una barrabasada más. Todo importa poco. Y menos aún, el instante siguiente.

Por último, la fantasía de un mendigo que vive con su hijo en un coche abandonado mientras sueña en la fastuosa mansión que ambos tendrán algún día es lo suficientemente fuerte como para hacer que ambos se mantengan vivos. Nuevamente, la imaginación. Una especie de meta para alcanzar el día siguiente. Un intento de que ese coche se mueva, igual que se mueve el tranvía para el loco. Aire entre ese olor a cemento partido que parece dominar todas las esquinas.

Akira Kurosawa pintó un cuadro y lo llamó con un sonido. Y eso está al alcance de muy pocos.

viernes, 22 de septiembre de 2023

UNA HISTORIA INMORTAL (1969), de Orson Welles

 

El señor Clay quiere recrear una historia para espantar la soledad. Es un cuento que escuchó en sus años de marinería perdida en el desierto de océano. En su enorme voluminosidad, el señor Clay lleva impregnada la sal de muchas olas estampadas en el rostro, de muchas horas horadando la piel, de mucha nada después de tanto esfuerzo. Ya es un hombre rico y desea terminar una historia que escuchó en muchos puertos, aquí y allá, a lo largo y ancho del mundo, pero de la que nunca supo el desenlace. Recluta a un marinero que está de paso en esa villa de falsa blancura y quiere que esa historia se termine por la misma inercia de sus personalidades. Al fondo, Karen Blixen-Isak Dinesen. En primer plano, Orson Welles.

Con apenas medios, Welles se aventuró a hacer de Chinchón un pueblo pesquero, al borde del mar mientras se enfundaba en el personaje de Charles Clay, un hombre rico y abrumadoramente solo. El señor Clay ignora que la única historia inmortal es aquella que no se cuenta, sólo se vive. Y él lo intuye, pero no lo sabe. No puede saber que esa historia inmortal que él desea terminar no se podrá contar porque es inmortal. La ha escuchado durante toda su vida y seguirá escuchando en los muelles de miles de puertos de todo el mundo mientras el agua golpea mansamente contra el malecón de sus recuerdos. Esa historia es todos los recuerdos que se han agrupado alrededor de esa isla que es su cuerpo. Y apenas puede entrever que no hay solución. Ni siquiera el dinero podrá arreglar esa angustia que él disfraza de despotismo. El pueblo es suyo. El tiempo es suyo. Y la soledad no se irá. Todo lo contrario. Se quedará para siempre en su rostro decepcionado, iluso, terco y amargado. Ella también formará parte de esa historia inmortal.

A pesar de ser concebida para la televisión, Una historia inmortal llegó a estrenarse en salas comerciales y se organizó una premiere mundial en el Festival de Berlín. Su duración, de apenas una hora, perjudicó su aprecio en taquilla puesto que el público llegó a considerarla una “rareza” de un autor que apenas tenía ya algo que decir. Sin embargo, la crítica sí que supo entrever sus valores porque esta película, más allá de su evidente falta de medios y de su vocación irremediablemente reflexiva, es un poema puesto en imágenes en donde se pone de manifiesto el miedo del retiro, la desolación de  un amor que ya no se puede vivir igual, la seguridad de que las mejores historias que se hayan podido narrar nunca, jamás han sido contadas. Cada hombre es una historia apasionante, llena de avatares y de pasiones, de frustraciones y de momentos álgidos. La inmortalidad, de alguna manera, habita dentro de todos nosotros porque rara vez hemos contado nuestra historia. Así, el tiempo comienza a perder su importancia. La belleza debe subsistir en todos nuestros recuerdos. Y los deseos no cumplidos pueden poseer tanta fuerza, precisamente, porque nunca se han hecho realidad.

jueves, 21 de septiembre de 2023

MISTERIO EN VENECIA (2023), de Kenneth Branagh

 

Poirot ya no posee ningún interés en resolver ningún asesinato. Está disfrutando de una placentera jubilación en una ciudad de ensueño y ha visto demasiada muerte y mezquindad como para seguir desentrañando los misterios del alma humana. Sin embargo, es un hombre al que le apasionan los retos y, tal vez, el elemento sobrenatural sea lo suficientemente atractivo como para que descuelgue las células grises y vuelva al arte de la deducción con su particular método de observación y sorpresa. En un palacio cualquiera, en una larga noche, tratará de resolver una muerte pasada y dos más de propina.

El detective belga ya tiene más arrugas de las debidas y le cuesta menos abandonar su conciencia. Es el inconveniente de la edad. Quizá la inteligencia sigue intacta, pero la voluntad es más difícil de dominar cuando se creen ver cosas inexplicables, con el agua como testigo, con la determinación como motor. Lo que parece, es, pero todo tiene una explicación y tratará de encontrarla en las intrincadas motivaciones humanas que todo lo ensucian, al igual que se enturbian peligrosamente las aguas de los canales venecianos. Una tormenta lo propicia todo. Y su escepticismo en una vida mejor mueve la resolución. Cuidado, los secretos no viajan en góndola y habrá que descubrirlos con suma delicadeza. Nadie es débil por elección. Nadie mata para olvidar.

No cabe duda de que Kenneth Branagh ha apostado por una historia nueva, basada en una de las novelas menos conocidas de Agatha Christie como es Las manzanas, en la que la insigne y maravillosa escritora ni siquiera situó a Hércules Poirot como protagonista. La adaptación tiene una cierta listeza y estamos ante un misterio que necesita mucho diálogo para explicarse. Aún así, el actor y director irlandés pone en juego una serie de interesantes recursos visuales en el marco de una ciudad a la que retrata con pasión y optimismo durante el día para ofrecer su lado más tenebroso en las horas en las que el sol se esconde. El resultado es una película pausada, con una interpretación más comedida por su parte aunque también se tome alguna que otra libertad que no se ajusta demasiado al detective ideado por la escritora. Y, como es inevitable, hay que señalar que es infinitamente mejor que Asesinato en el Orient Express y ligeramente más acertada que Muerte en el Nilo. No obstante, gustará menos porque no contiene tanta acción al coquetear con lo sobrenatural y con una serie de indicios que necesitan de la siempre costosa aclaración.

Así que ahí tenemos a Poirot, en el borde mismo de la jubilación, necesitado de guardaespaldas para mantener a raya a las hordas de incombustibles clientes pidiendo una solución para sus misterios particulares, presumiendo de amistad con una escritora que no deja de ser la propia Agatha Christie y que se adentra en el territorio de lo desconocido para destapar fraudes y comprobar, una vez más, que el amor es el móvil más poderoso para el asesinato. No hay tantísima premeditación en el personaje porque es más descuidado, algo que, llevado en la dirección correcta, no es propio de ese hombre que un día amó y perdió, que ha resuelto cientos de casos imposibles y que trata de llevar algo de tranquilidad a un interior que hace tiempo que dejó de estar en paz. Venecia, sin duda, es una excelente medicina para curar esos males invisibles y torturantes, pero Hércules Poirot necesita algo más. Necesita mirar con la pregunta en los ojos y la curiosidad en los labios. Y, desde luego, para quien vio la versión de Asesinato en el Orient Express de Sidney Lumet, uno no deja de preguntarse si Albert Finney hubiera compuesto igual este personaje que parece al filo de la derrota y que está en la última estación para el olvido. 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

NIEBLA EN EL ALMA (1952), de Roy Ward Baker

 

Todo ocurre en la mente de una desequilibrada. Ahí mismo, en la sede del pensamiento, es donde nace un pasado que nunca existió, un presente falso y un futuro tan incierto como la capacidad para aguantar toda una psicopatía. Ella es preciosa, cualquier hombre se fijaría en ella. Y más alguien que tiene un par de días libres y que no lleva demasiado bien su actual relación. Sin embargo, mirando en sus ojos, en el fondo de esas ventanas que permiten asomarse al alma, ella está totalmente nublada, porque cree cosas que no son, se imagina situaciones que nunca han tenido lugar, cabalga rápido hacia la locura e, incluso, puede que el crimen sea una idea que pase de vez en cuando por su cabeza. Esa misma que no funciona demasiado bien.

No cabe duda de que ella haría dudar a cualquiera. Es mirarla y el cielo se abre. Es niñera, así que no debe tener demasiados malos sentimientos. El día parece tener envidia de ella. El piloto de aerolínea Jed Towers se lanza  y, no obstante, puede que intuya de alguna manera que ella no es trigo limpio. Algo peligroso se alza detrás de la belleza. Algo que no se puede describir y que, sin embargo, está ahí, latente, mostrándose en las sombras. El lado más oscuro de un ángel está a punto de salir a la luz. Y a nadie va a gustar.

Marilyn Monroe demuestra, una vez más, que era mejor actriz de lo que la historia, la prensa y la fama, han tenido a bien darle. Tanto es así que rara vez se cita esta película como una de las mejores interpretaciones de su carrera, señal inequívoca de que realiza uno de sus más atinados trabajos. Ella es esa niñera que parece guardar la maldad sugerentemente en algún lugar de sus ojos. Y llega a sobrecoger en algún momento. A su lado, un asustado Richard Widmark, que trata de arreglar por todos los medios su relación con Anne Bancroft porque lo de esta chica que ha visto por casualidad es una trampa psicológica de cierta intensidad. Detrás de las cámaras, Roy Ward Baker que, tras hacerse un nombre dirigiendo la mayoría de las películas de la saga de Sherlock Holmes protagonizadas por Basil Rathbone, años después, se hará un nombre entre la nómina de directores de la Hammer y que, si bien peca de una ligera precipitación en algún pasaje, lleva con rienda firme este drama o equilibrio psicológico en el que juega con inusual precisión entre el encanto y la oscuridad, entre lo inocente y la evidencia de la culpabilidad, entre la ingenuidad del hombre y el descarado dominio de la mujer que asume la máscara que le conviene a cada momento. Una interesante historia sobre la perturbación mental que puede crear mundos enteros con tal de satisfacer los más escondidos traumas. Atentos a cada detalle. Puede ser fundamental para prever los movimientos de esa niñera que, tal vez, haya tomado el camino de la locura para curarse de la soledad. Sólo que, en esta ocasión, el miedo va a estar a su alrededor. Sin paliativos. Sin buenas palabras. Sin rostros angelicales dejándose querer. Sin más día que la niebla en el alma.

martes, 19 de septiembre de 2023

DECISIÓN A MEDIANOCHE (1954), de Nunnally Johnson

 

Berlín es un hervidero de chantajes. Basta con secuestrar a un soldado para exigir un intercambio a los americanos. La cuestión se complica cuando interviene el padre del muchacho. No es un cualquiera. Es un tipo influyente que tiene amistades con varias personalidades de la alta política estadounidense y exige, sin demasiadas buenas maneras, que el gobierno y el ejército se mueva y liberen a su hijo. El Coronel Steve Van Dyke, jefe del servicio de información del ejército en Berlín Oeste va a montar toda una obra de teatro para contentar a los rusos, acallar la voz siempre molesta del padre beligerante, demostrar su valía y, de paso, encarcelar la traición. Va a ser un circo de cuatro pistas, con jugadas inteligentes, fingimientos imposibles, ingestas de veneno y engaños a cuatro manos. Al fin y al cabo, el Coronel Van Dyke no está sólo. A su lado están dos de los mejores. Y eso, ya de entrada, da una idea de lo que vale.

El padre, atónito, asiste a todas las maniobras del Coronel Van Dyke. No podía imaginar, desde su atalaya empresarial de fábricas de válvulas, que Berlín fuera una ciudad donde la conspiración fuera algo normal, donde se pusieran en pie los entramados de intereses del espionaje como instrumento de chantaje. Cada palmo ganado, en una dirección o en otra, es todo un triunfo y ese tal señor Leatherby, que acompaña todos y cada uno de los pasos del Coronel Van Dyke, se siente avergonzado. No sabía que todo aquello era así. No tenía ni idea. No podía sospechar siquiera la labor silenciosa de unos hombres y mujeres que viven en estado de permanente tensión porque cualquier error puede ser fatal. Los inocentes también pagan. Incluso aquellos que trabajaron para el horror unos años atrás. Todo por el simple secuestro de un soldado. No se abandona a los amigos. No se presiona a los que trabajan por lo mejor.

A pesar de ser un hombre declaradamente de izquierdas, el guionista Nunnally Johnson, autor de la adaptación de Las uvas de la ira, debutó en la dirección con esta ingeniosa trama de espionaje, intercambios y presiones que no se basa, en absoluto, en la acción, sino en el diálogo. Todo es un ir y venir entre tres o cuatro escenarios, con la lengua bien afilada y descubriendo el ambiente de insoportable tirantez en las mismas puertas del Telón de Acero apenas unos años antes de la construcción del muro. Johnson, que también escribe el guión, no duda en destapar los métodos reprochables de los rusos, los giros de una soga que siempre anda colgando alrededor de un cuello y el equilibrio funambulista de los que deben bregar con la situación de una ciudad dividida que ya reclama con ansia su libertad. Gregory Peck, en la piel del Coronel Van Dyke, resulta ideal en su guardia permanente para resolver el asunto. Broderick Crawford, como el taimado hombre de negocios que mueve cielo y tierra para recuperar a su hijo, como siempre, resulta eficaz y ambivalente. Un espléndido reparto de secundarios ayudan a tejer las hebras de la jugada a cuatro bandas, con especial mención a Walter Abel, a Buddy Ebsen y a una bellísima Rita Gam. Sólo desentona un tanto el trabajo de Anita Bjork como el antiguo amor del Coronel Van Dyke, pero se le perdona. La decisión a medianoche va a ser contrarreloj y manteniendo mucho la calma. Es necesario dejar correr toda la sangre fría que sea posible. Y no mover ni un músculo cuando todo se ponga en contra.

viernes, 15 de septiembre de 2023

UNO ROJO: DIVISIÓN DE CHOQUE (1980), de Samuel Fuller

 

Probar las distintas arenas de varias playas en la guerra puede curtir bastante. Al fin y al cabo, es una fuente de historias inagotables. Algunas crueles, otras curiosas, otras terribles, otras gloriosas. El valor y la cobardía de los hombres se pone a prueba entre las balas del enemigo. Ahí está el Norte de África, Sicilia, Normandía y el frente belga para atestiguarlo. Por el camino, se quedarán muchos amigos, habrá momentos de auténtico recreo, otros en el que el miedo será la grasa necesaria para que las armas funcionen, e, incluso, aún otros serán inolvidables instantes de reencuentro con personas a las que se han querido como si fueran hermanos. La miseria, el hambre, el desamparo de la niñez, la desesperación de los adultos…todo será necesario para conformar el corazón de un tipo que quiso contar las historias como las sentía, siendo un rebelde que siempre estaba en contra de todo y que, sin embargo, ayudó a que el mundo fuera un poco mejor. Con su melena blanca, su sempiterno puro y ese rostro que parecía esculpido en las playas en las que había estado dejando su sangre y su cariño por aquellos que le rodeaban.

Con Uno rojo, división de choque, Samuel Fuller rinde cuentas con sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, siempre en primera línea, con la valentía a cuestas y la capacidad de aguantar como única arma frente a los horrores del fuego y el grito. Se tomarán pueblos, villas, aldeas, playas…cada palmo será un triunfo en un avance que parece no acabar nunca, como una angustiosa huida hacia adelante que siempre llevará a una nueva fuga. Incluso se liberará un campo de exterminio y la experiencia será de auténtico dolor, de incomprensión racional hacia los descensos del ser humano en dirección a la bestialidad. Todo quedará impreso en la memoria de Fuller para que, ya muy avanzado en rebeldía y en edad, realice una película en la que interviene él mismo en la piel del actor Robert Carradine, siempre con el habano en la boca, hasta cuando la marea está alta en un mar que se tiñe de rojo.

Lee Marvin, como siempre creíble cada vez que se enfunda el uniforme, lleva adelante una espléndida encarnación como el sargento que se ocupa de cuidar a esos hombres que se ven por primera vez con la muerte cara a cara. Mark Hamill será el sensible de la patrulla, el dibujante y caricaturista que, tal vez, termine sin humor aunque haya un destello de esperanza en su mirada. Las cosas imposibles, al borde de la perplejidad, sólo pueden ocurrir en la guerra y estos hombres de la División Uno Rojo tendrán ocasión de comprobarlo. Con sus latas de comida, con su cariño mendigado, con sus favores pagados porque es de bien nacidos ser agradecidos y siempre, en todo momento, guardando un pedazo de humanidad en el fondo de ese corazón que tanto ha sufrido por las playas de medio mundo, en busca de la libertad y de algo que resulta tan sencillo como la certeza de que la mayor gloria es la supervivencia.

jueves, 14 de septiembre de 2023

VERANO EN ROJO (2023), de Belén Macías

 

Si existe otra vida, la Iglesia Católica tendrá que responder ante Dios de los pecados innombrables que ha permitido en su seno. La obsesión por mirar hacia adentro sus propios problemas y esconderlos les ha hecho más daño que siglos de Inquisición y barbarie en el nombre de Dios. Y la justicia humana debería haber actuado hace ya tiempo, implacable y definitiva, poniendo fin a todos esos años de abusos e impunidad, favorecidos por el característico aislamiento de las instituciones religiosas. Y ellos mismos tendrían que haberse intervenido a sí mismos, extirpando todas esas señales que apuntaban al sentido contrario del amor para convertirse en la maldad más dura.

La ficción, esta vez, ilustra una realidad que no se puede olvidar y es la connivencia con todas esas barbaridades execrables cometidas con la superioridad del alzacuellos. Un caso policíaco, atractivamente presentado, con el asesinato de dos jóvenes, uno en Madrid y otro en Pamplona, da pie a descubrir que nada ha acabado, que, a través de los años, ha habido muchos hombres a los que se debería haber cortado la sotana, si está permitida la metáfora. El cine también sirve para esto. Lo único que hay que hacer es decidir si la película es buena o no.

En esta ocasión, se aprueba por los pelos y sin capón. La directora Belén Macías exhibe algunas ideas visuales interesantes y peca de una cierta descompensación en el apartado interpretativo de sus actores, lo que, por un lado, también se convierte en la mayor virtud de la película. Sus protagonistas, Marta Nieto y José Coronado, resultan flojos, sin fuerza. Ella, porque no acaba de darle profundidad dramática a su personaje, a pesar de que tiene cancha para hacerlo. Él, porque resulta fingido e intrascendente, haciendo de su caracterización algo totalmente prescindible. Por otro lado, el plantel de secundarios que maneja Macías es lo que más merece la pena de su película. La naturalidad de Luis Callejo, la impresionante y breve aparición de Javier Godino, la adecuada contención y acertadísima inclusión de Tomás del Estal y, por último, la extraordinaria caracterización de Richard Sahagún componiendo el monstruo detrás de la normalidad haciendo que también sintamos algo parecido a la compasión. Todo ello es lo que salva una película que transmite cierto oficio y que tiene algún que otro defecto que resulta difícil de olvidar.

Sin embargo, sí que es casi efectiva su denuncia, su malestar dentro de un asunto que se ha intentado tapar con desprestigio hacia las víctimas, con silencios mediáticos e, incluso, con la colaboración de algunos altos mandos policiales, algo que, por otra parte, lleva a la película a un callejón sin salida. Es válida porque se esfuerza en recordar que no debemos olvidar y que esto no debería repetirse nunca más y que los culpables deberían haber sido castigados con toda la fuerza de la ley y con toda la ira de Dios. Desde el momento en que la Iglesia ha querido arreglar sus problemas con retiros, destierros en destinos ignotos, callando bocas y dedos acusadores, con lo que les ha gustado siempre acusar, dejaron de actuar en el nombre de Dios y, por tanto, no tienen legitimidad como institución. Menos mal que, dentro de ella, también ha habido hombres de verdad, que no han tenido miedo a decir cosas que, a buen seguro, les ha costado más de una reprimenda. Hombres y mujeres que decidieron coger los hábitos porque entendían cuál era el compromiso que les exigía la vida monacal. Y así, su pensamiento no se desvió nunca de la palabra que debería presidir todos sus actos y no es otra que el amor.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

WILLIAM FRIEDKIN: LA COMPLEJIDAD HUMANA

 

William Friedkin era un individualista que ni siquiera se reconocía dentro de la corriente a la que pertenecía por edad, afinidad y temática. Renegaba de su responsabilidad dentro de la “Nueva generación” del cine americano, aunque, por supuesto, era amigo de todo el resto de integrantes. Llegó incluso a ser socio de Peter Bogdanovich y de Francis Ford Coppola. “Eran una panda de niños pijos que tenían suficiente dinero de sus padres para estudiar cine en la Universidad. Yo no fui porque no tenía medios”. Sin embargo, su irrupción en el mundo del cine fue rompedora, deseosa de hacer cine independiente con producciones de presupuesto muy bajo y limitada distribución.

Después de un corto periplo televisivo, Friedkin se lanza a la dirección cinematográfica con Buenos tiempos, un vehículo a la medida de Cher y de Sonny Bono en el que, simplemente, Friedkin coloca la cámara enfrente de ellos mientras los dos cantantes se afanan en parodiar diálogos de clásicos del cine. En su prolongado período de experimentación, se lanza a adaptar a Harold Pinter en The birthday party, apenas una pieza teatral filmada en la que se nota que Friedkin quiere estar muy cerca de los actores para ofrecer una panorámica de un juego psicológico destructivo con Robert Shaw en el centro y que llama ciertamente la atención. Eso le proporciona la oportunidad de cambiar diametralmente de registro y adentrarse dentro de una comedia grotesca con tintes de realismo en La noche del escándalo Minsky, con Jason Robards y Britt Ekland. Algo pasada de rosca y también cansina, Friedkin no da con el tono de una historia que, en el fondo, pretende ser una reflexión sobre el éxito. Su nombre comienza a sonar definitivamente con Los chicos de la banda, una película totalmente independiente sobre una fiesta de gays para celebrar el cumpleaños de uno de ellos.

El tono rompedor de esta última película es lo que hace que sea el candidato preferido para dirigir el título que revolucionó el género policiaco con una mirada realista, sucia, violenta y sin concesiones como French Connection. Dirigida con pulso firme, absolutamente vigorosa y con una puesta en escena brillante, con una de las persecuciones en coche más trepidantes de la historia del cine, Friedkin consigue el Oscar a la mejor dirección del año 1971 y arranca interpretaciones míticas al gran Gene Hackman, a Roy Scheider o a nuestro Fernando Rey como uno de los traficantes de drogas más refinados y escurridizos que han pasado por una pantalla.

El tremendo éxito de esta película le proporciona la oportunidad de revolucionar otro género como el de terror con la adaptación de la novela de William Peter Blatty El exorcista, con imágenes ciertamente inquietantes, que inciden más en la tensión de insoportables momentos que en el susto. La película vuelve a ser otro éxito sin precedentes y Friedkin decide jugarse el todo por el todo en la siguiente película.

Con todos los medios a su alcance, el director comienza a padecer ese síndrome tan común en algunos realizadores de los años setenta que consistía en hacer cada vez más grande una película que no necesitaba tanta dimensión. Adaptación del clásico imperecedero de Henri Georges Clouzot El salario del miedo, Friedkin rueda en color y con todo a su alcance Carga maldita, en escenarios naturales, poniendo en riesgo la vida de los propios actores y llegando a querer rodar el inserto de un salpicadero de camión trasladando a todo el equipo a la jungla de nuevo una vez acabado el rodaje. El resultado es una película muy apreciable, pero sin el suspense que caracterizó a la primera versión. En taquilla, naufraga estrepitosamente, con un coste aproximado de veintidós millones de dólares y recaudando tan sólo seis en todo el mundo. Cincuenta integrantes del equipo técnico tuvieron que ser hospitalizados por gangrena o disentería, el propio Friedkin adelgazó veintitrés kilos, rodó suficientes metros de película como para montar tres…Friedkin comienza sonar como cineasta maldito.

Hasta aquí, sin embargo, sí que se puede apreciar en su obra una preocupación por los complejos comportamientos humanos que pueblan sus películas. Los dos detectives que tienen que saltarse algunos procedimientos para agarrar el alijo y al traficante, la desbocada posesión de una inocente niña a la que no se sabe cómo curar, la unión de cuatro individuos que se odian mutuamente y que se ven obligados a trabajar juntos en una condiciones francamente hostiles…todo ello va conformando una cierta obsesión por ese tira y afloja que se produce entre sus protagonistas, algo que, en el fondo, él también sentía en su conflictivo interior.

Con mucha menos confianza, rueda El mayor robo del siglo, una historia de granujas y vividores que también se unen para perpetrar un robo imposible, con un reparto solvente, pero sin estrellas, que incluye nombres como Peter Falk, Allen Garfield, Peter Boyle, Warren Oates, Gena Rowlands y Paul Sorvino. Nuevamente, es otro fracaso.

Dispuesto a sacudir conciencias, dirige otro policíaco fuera de toda clasificación como A la caza, con Al Pacino en la piel de un agente obligado a mimetizarse en entornos gays para cazar a un asesino en serie. La película fue un sonado escándalo en su época, por la inclusión de escenas subidas de tono en fiestas de discotecas de temática gay o, en opinión de algunos críticos, la inclusión de un cierto mensaje de ultraderecha. Friedkin demostró que no tenía miedo a nada y que, de nuevo, le daba un aire de atornillamiento al comportamiento humano a través de la figura de ese policía heterosexual que se interna en ambientes que le resultan totalmente ajenos para acabar, finalmente, adaptándose.

Intenta probar de nuevo suerte en la alta comedia con El contrato del siglo, asegurándose la taquilla con una cabecera de cartel compuesta por Chevy Chase, por entonces muy de moda, Gregory Hines y Sigourney Weaver. La película es sosa, sin gracia, sin pulso, sin firmeza, sin risa y sin sentido. Friedkin vuelve a estrellarse y comienza a ser un nombre maldito para los productores. Se refugia durante unos años en la televisión, pero cuando vuelve, lo hace con fuerza con un título ciertamente espectacular que demostraba que seguía en plena forma. Vivir y morir en Los Ángeles se halla en la estela de French Connection con una serie de personajes que tienen una imagen buena y un doblez no tan recomendable. La corrupción planea sobre la ciudad y, además, cualquier día un disparo puede acabar con todo. Friedkin nos descubre actores de nueva hornada como William Petersen y, sobre todo, ese antológico malvado que crea Willem Dafoe en su primer papel importante.

A continuación, realiza una película que fue masacrada por la crítica y que, sin embargo, si la situamos convenientemente dentro de la estética trasnochada de los ochenta, no resulta tan deleznable. Desbocado trata sobre un fiscal que se emplea a fondo para conseguir la pena de muerte para un asesino sin escrúpulos y éste se fuga de la prisión. Con Michael Biehn como protagonista antes de de dar el salto con Terminator, la película es mejor de lo que parece y también plantea serios conflictos morales y éticos de difícil resolución en ese bosque de sentimientos contradictorios que es cualquier hombre.

Vuelve al género de terror con La tutora, que resulta casi un islote en su filmografía porque, a pesar de ser un director que ha prestado especial cuidado a sus acabados formales, es tan plana que parece más un telefilm que una película. Necesitado de dinero porque hace tiempo que no consigue un éxito, acepta dirigir un título de encargo como Ganar de cualquier manera, introducción en el cine del jugador de baloncesto Shaquille O´Neal con Nick Nolte y Mary McDonnell llevando la parte dramática. Aún así, no deja de plantear alguna reflexión sobre la ética en el deporte y sobre el límite de algunas reglas.

El thriller erótico también pasa por sus manos con una película que tuvo cierto éxito aunque también malas críticas como Jade, aupada por el éxito sensual que tenía en aquella época su protagonista Linda Fiorentino y la garantía interpretativa que suponía Chazz Palmintieri. Es una película aceptable de la que se recuerda, sobre todo, el enfado de Friedkin hacia la crítica en general, a la que no conseguía ganarse con ninguna de sus películas recientes.

Algo mejor anduvo Las reglas de compromiso, con Samuel L. Jackson, Guy Pearce, Tommy Lee Jones y Ben Kingsley, una excelente película que también habla sobre los límites y las creencias, sobre la conveniencia de actuar o de esperar y sobre la delgada línea que separa la honestidad de la más absoluta de las maldades. Una buena película, del género procesal, en la que Friedkin vuelve a demostrar el mimo que pone en los intérpretes.

Repite con Tommy Lee Jones añadiendo al reparto a Benicio del Toro con la apreciable The hunted (La presa), sobre la inversión de papeles de cazador y objetivo y, también, sobre los límites mentales en un monstruoso entrenamiento militar. Se interna en terrenos de psicología con la extraña Insectos tratando de dar un papel a Ashley Judd que le permita ganar prestigio. Y su penúltima película resulta ser una bofetada desagradable de cierta calidad con Killer Joe, con un excelente Matthew McConaughey tratando de acabar con su familia en un juego dual de consecuencias imprevisibles.

Su último intento tras las cámaras, subida en la aureola de haber sido el director que dirigió El exorcista, fue un documental con el nombre The devil and father Amorth, siguiendo rituales y vida de un auténtico exorcista reconocido por la iglesia católica. Una película minoritaria y con escasa repercusión que no ha sido estrenada en muchos países.

Conquistador por naturaleza y casándose con bellezas como Jeanne Moreau, Lesley Ann Down o Sherry Lansing, Friedkin destacó por su vehemencia en algunas de sus afirmaciones. Es famosa aquella entrevista que le hace el realizador Nicolas Winding Refn en la que éste defiende su película Sólo Dios perdona mientras Friedkin pide un ambulancia para su interlocutor. No se puede negar que, a pesar de sus vaivenes, sus arribas y sus abajos, Friedkin fue un realizador coherente, un profundo investigador de la complejidad de los actos y reacciones humanos, a menudo tan incomprensibles. Mientras tanto, en nuestra memoria, se quedarán siempre escenas como la de aquel francés que no dudó en subir y bajar de un metro mientras jugaba con las puertas para despistar al terco policía que no dudaba en pasar por encima del cadáver de cualquiera con tal de llegar a detener a los que ensuciaban una ciudad condenada a colocarse con las drogas.

martes, 12 de septiembre de 2023

MI NOMBRE ES ALFRED HITCHCOCK (2023), de Mark Cousins

 

Gracias a la magia de la imaginación y de la extraña conjunción entre realidad y sueño, algunos artistas regresan para contarnos de primera mano algunos misterios de su propia obra. En esta ocasión, Alfred Hitchcock nos cuenta, con todo detalle, y con su propia voz, algunos de los recovecos de su obra, esa misma que se ha movido durante tantos años en las bocas de cinéfilos, críticos y espectadores de todo el mundo y que él se encarga, desde más allá de la vida, de mantener viva.

Hitch nos pasea por los rincones de una obra que se movió en el deseo, avistó entre las alturas, nos puso en fuga y no dejó de sorprendernos a cada nuevo título. Por esta vez, veremos algunos aspectos ignotos de sus constantes vitales. Puede que en su magnífica filmografía hubiera besos que nunca volvimos a ver, puede que el temor a despeñarse desde algún lugar empinado fuera el colmo del suspense para él, puede que, en un preclaro homenaje a Orson Welles, también quiera engañarnos un poquito. Él habla y muestra, ejemplifica, describe y hasta nos hace ver cosas que, en repetidos visionados, se nos habían pasado por alto. ¿O ustedes sabían que en La soga hay un corte?

En cualquier caso, Hitch hace gala de un humor muy inglés, muy particular, entre otras cosas porque todo se reduce a la observación de un cineasta que ha escrito y dirigido esta especie de documental y ha querido hacerlo bajo la voz del propio Hitchcock. ¿O no? Ustedes sabrán. Tendrán que mirar de nuevo por la ventana indiscreta para que obtengan una información veraz o, al menos, levemente embustera. Al maestro inglés le encantaban estas cosas, porque, al fin y al cabo, él no era Ingmar Bergman, ni tampoco Michelangelo Antonioni. Él iba de frente y con el objetivo claro de entretener, por muy poca lógica que tuviera el asunto. El resultado es que, cada nuevo acercamiento a su obra, resulta aún más fascinante, por mucho que Mark Cousins, autor de esta película, se empeñe en repetir fotografías para acentuar el lado más misterioso e inteligente de un hombre que dominó todos los resortes de la angustia.

Mi nombre, naturalmente, no es Alfred Hitchcock, pero durante todo el metraje, me he sumergido y he creído que, realmente, era el propio genio quien me hablaba a pesar de que llega a mencionar los móviles y las modernas tecnologías. Descubrimientos que, por otra parte, hubieran llevado al traste casi todas sus tramas. Todo se reduce a un guiño de complicidad con todos aquellos que disfrutamos con su trabajo, que descubrimos algo nuevo cada vez que nos acercamos a él, que reconocemos su enorme vocación innovadora situándole en lo más alto del cine vanguardista, con hallazgos, situaciones, resoluciones de escenas que hemos llegado a aceptar como normales cuando no lo eran en absoluto. Visualmente, Hitch nos dio un par de lecciones porque, como bien saben ustedes, los diálogos no le gustaban demasiado. Tal vez pensaba que todo se podía explicar con un movimiento de cámara, con un montaje extraordinariamente bien medido y con un desarrollo de complicidad con el público que ningún otro cineasta ha sido capaz de establecer con tanto acierto. Hitchcock sigue.

viernes, 8 de septiembre de 2023

OPPENHEIMER (2023), de Christopher Nolan

 

La conciencia del descubrimiento más mortífero hizo que Robert Oppenheimer fuera, a la vez, villano y héroe. Descubrió el poder del arma más devastadora que había conocido la Humanidad y, al mismo tiempo, se sintió culpable porque su invento había causado demasiadas muertes. Por eso, aceptó algo mansamente su castigo, con acusaciones de simpatías con el comunismo en plena época de McCarthy, como víctima de alguna que otra venganza personal, con el convencimiento de que había destapado la caja de Pandora y de que la Historia había cambiado con su trabajo.

Ya se sabe que los Estados Unidos no suele premiar a aquellos que se han esforzado por su país. Es un país tan lleno de contrastes que convierte a sus héroes en asesinos con la facilidad con la que se sientan a comer un perrito caliente. Robert Oppenheimer sabía que Dios no jugaba a los dados y que todo se correspondía a un orden previamente establecido dentro del inmenso juego de la física en un universo milimétricamente estudiado. Como Prometeo, le quitó el fuego a la divinidad y lo entregó a los hombres. Cuando eso ocurre, el destino de su trabajo fue el que quisieron, a partes iguales, los políticos, los militares, los envidiosos de su esfuerzo y todos aquellos que creen que la verdad es única e indivisible.

Christopher Nolan ha vuelto a hacer una película que no deja indiferente. Más allá de contar con un reparto espectacular que incluye al protagonista Cillian Murphy, que hace un buen trabajo en la piel del científico más discutido de la Historia, a Emily Blunt, a Matt Damon, a Casey Affleck, a Josh Hartnett, a un excelente Robert Downey Jr, a Alden Ehrenreich, a Florence Pugh,a Kenneth Branagh, a Gary Oldman y a un casi irreconocible Tom Conti, también conduce toda la trama a través de un rompecabezas que se coloca casi sin esfuerzo y que proporciona una visión de pájaro sobre la trayectoria vital de un hombre que vivió con la tortura de la posibilidad de ser un asesino de masas. Con recursos de todo tipo y especie, Nolan salta de atrás hacia adelante, para situarse en el medio, con un uso narrativo muy inteligente del sonido, algo que ya es marca de la casa, y que se coloca más en el lado del científico, obligado a colaborar y a demostrar de lo que era capaz, que del ansia por ganar una guerra que, muy posiblemente, ya estaba en el saco.

El resultado es una película algo prolija en sus explicaciones físicas y atómicas, pero en la que cuentan mucho más las reacciones, siempre desembocadas en una conclusión inteligible. Algo machacante con la música, Christopher Nolan pone en el disparadero todas las ambiciones de un país que quiere situarse en plena línea y que busca enemigos porque, si no es así, es muy difícil sobrevivir. Y es que Dios no juega nunca a los dados, pero hay que reconocer que, con el proyecto Manhattan, sí que los tiró para probar y sacó un doble seis.

Así que es la hora de extraer todo el dolor de un tiempo de fuego e ira y sacar todas las lecturas posibles sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial y del inicio de la Guerra Fría. Quizá hubiera que asegurar el establecimiento de un equilibrio bastante precario basándose en la inevitable igualdad de fuerzas. Quizá fue la última oportunidad para que los científicos marcaran las fronteras de lo que era moralmente permisible. Quizá la Humanidad, en esa ocasión, estuvo muy cerca de escribir su punto final. Los malvados no dependían del uniforme, sino de sus propios objetivos. Robert Oppenheimer no fue un héroe, ni tampoco un villano. Fue alguien que quiso llegar a nuevas fronteras y su mediocridad como hombre le hizo coger el atajo hacia el infierno.

jueves, 7 de septiembre de 2023

THE EQUALIZER 3 (2023), de Antoine Fuqua

 

Robert McCall es como esa servilleta que se despliega debajo de una taza de té para evitar que la noble madera de una mesa quede manchada por el agua tiznada. Él recoge las gotas que caen por cualquier medio disponible y elude que nadie hiera a quien no lo merece. Lo hace metódicamente, sin aspavientos, después de pensarse mucho el desdoblamiento del papel salvador. Por aquellas circunstancias de la vida, encuentra un lugar en algún paraje perdido de Sicilia y cree que, al fin y al cabo, es lo más cerca que va a estar del paraíso. Se lo debe a aquella que le regaló su anillo. Se lo debe a sí mismo.

Sólo un hombre bueno puede contestar que no sabe si lo es. En su particular cruzada para favorecer sólo a aquellos que realmente lo merecen, McCall es un pensador que siempre tiene las cosas muy claras, que no le gustan muchas de las maldades que ve y que pone su granito de arena, aunque sea a través de la violencia, para que el mundo sea un lugar algo mejor. Y muchos deberíamos aprender de este héroe sin capa, perfecto en un mundo de imperfecciones, que cree que el bien justifica todos los medios. ¿Quién sabe? Puede que hayamos conocido en algún momento a alguien que no se llame así, pero que se le parezca bastante.

El director Antoine Fuqua aborda esta última entrega del personaje poniendo más acento en la violencia para que, en todo momento, sobrevuele la impresión de que, esta vez, puede que no todo salga tan bien. En cualquier caso, un hombre con una bala en la espalda no puede llegar muy lejos. Sin embargo, más allá de las espléndidas escenas de acción, de la seca brutalidad que se expone, del crudo desempeño de una misión noble, la principal razón para ver esta película se halla en Denzel Washington. Pocos actores pueden llegar a dominar su presencia en la escena del modo en el que él lo hace. Sólo una mirada, un leve gesto, esa particular caída de la comisura de sus labios y, sin duda, su amplia y sincera sonrisa ya contienen más cine que muchas otras películas enteras con su metraje excesivo y sus pretendidas trascendencias aventureras. Ese personaje es él y Washington es uno de esos actores capaces de saltar de Shakespeare a la acción sin pestañear, ofreciendo un recital en cada plano, clavando el sentido de sus ojos con el significado implícito de su interpretación. Yo no he conocido nunca a Denzel Washington, pero es posible que sí haya conocido a Robert McCall.

Y es que deberíamos de ser muy conscientes de que apenas hay nada que traiga a la felicidad como lo hace el hacer algo por los demás para tratar de que sean más felices. Puede que algún Robert McCall esté ahí, a tu lado, gritando los goles de tu equipo en la grada de un estadio, o tomando un té tranquilamente en una típica plaza de pueblo con adoquines y niños. Ten por seguro que, a pesar de todo, él tendrá tranquila su alma y su ánimo estará descansado, porque se ha dedicado a fabricar grandes momentos para los demás. Tal vez Denzel Washington esté pensando algo parecido cuando eche la vista atrás y repase su trabajo en el cine y en el teatro. Ha fabricado grandes momentos para los demás. Y el resto, mal que les pese a los destructores de pensamiento, a los aniquiladores de la libertad, es silencio. Me lo ha dicho un héroe igualador, al que le llegan problemas cogidos al azar en el aire y los hace suyos, porque puede hacerlo, porque sabe hacerlo y porque, para él, ser feliz consiste en confundirse entre la multitud y participar de una celebración cualquiera, agitando pañuelos o servilletas, cantando melodías tontas de campeones o de milagros, siendo un ser humano que sabe apreciar los pequeños detalles que, de vez en cuando, ofrece la vida.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

MISIÓN IMPOSIBLE 7: SENTENCIA MORTAL (Parte Uno) (2023), de Christopher McQuarrie

 

La vida de todos aquellos que se dedican a salvar el mundo suele oscilar entre el todo y la nada en las sombras. Después, sus existencias se diluyen como el humo en un huracán y no queda ni rastro de sus sentimientos, de sus verdaderas inquietudes, de sus elecciones pasadas. El tiempo, al fin y al cabo, siempre sale al encuentro y no siempre de manera feliz. En esta ocasión, Ethan Hunt tendrá que correr mucho y dar una vuelta por el paraje más largo para encontrar la llave que asegure la permanencia de la Humanidad.

Por supuesto, contará con sus compinches habituales porque, entre ellos, hay unos fuertes lazos de lealtad, algo no muy corriente en el desagradecido mundo de los espías. Las ciudades y los paisajes de los Alpes austríacos servirán de abrupto escenario hacia esa búsqueda imposible de esa unidad que, ya saben, si alguno de sus miembros es apresado o muerto, se negará toda posible implicación. Por el camino, también habrá una chica muy especial, una de esas que, cuando sonríe, hace que el mundo sea un poco mejor. También alguna despedida inmerecida. Y persecuciones trepidantes para encontrar la segunda parte de una llave que puede desconectar la primitiva conciencia de un artefacto artificial.

Sin duda, esta falsa séptima parte de la fuerza misión imposible da lo que se espera de ella. Muchas explicaciones, alguna de ellas colada de canto aprovechando que el ritmo es alto, coches destrozados, viajes en tren de fantasía, Venecia contigo…y el héroe, siempre adrenalítico y animoso, que, una vez más, trata de estar de su propio lado porque, en esta ocasión, todo gobierno que se precie quiere tener el control sobre esa inteligencia artificial que está empezando a pensar por sí misma. No es extraño en un mundo en el que el pensamiento está siendo un valor muy cotizado por su escasez. Tom Cruise vuelve a apostar por el formato cinematográfico para apreciar en toda su extensión la grandeza de los escenarios elegidos. Sin embargo, hay diversos puntos que rebajan un poco el tono, sobre todo, si lo comparamos con lo excepcional que fue Fallout.

El primer inconveniente se halla en un argumento que, en algunos momentos, apuesta por lo casual y eso no es habitual en las aventuras de esta saga. El segundo se encuentra en la apreciación de algunas interpretaciones que parecen incómodas, como forzadas. Probablemente, la razón de todo esto es que el rodaje tuvo que interrumpirse en pleno confinamiento y, cuando se reanudó, se hizo entre fuertes medidas de seguridad en la salud. Por otro lado, y en su favor, hay que destacar la interpretación de Hayley Atwell en la piel de esa heroína válida y esforzada, pero tremendamente temerosa, que hace que abandone a Hunt en las circunstancias más diversas con el único aval del miedo. Y, desde luego, hay que destacar la introducción del humor en una de las persecuciones, que destaca por su originalidad y su espléndida manera de rodarse. El resultado es bueno, sin llegar a alguna de sus predecesoras, pero todo es entretenimiento y no cabe duda de que el espectador se queda con las ganas de saber qué es lo que ocurre a continuación porque la historia acaba suspendida como los vagones de un puente volado con dinamita.

Siempre volvemos a los héroes que nos hacen sentir bien. Siempre es una oportunidad para pensar que, de alguna manera, nosotros también podemos hacer misiones imposibles todos los días y que los malos nos acechan implacablemente en medio de nuestra rutina diaria. Eso también es vivir en las sombras. Y, a veces, es morir en la penumbra.

martes, 5 de septiembre de 2023

ELEMENTAL (2023), de Peter Sohn

 

¿Podría el agua enamorarse del fuego? Tal vez, si viviéramos en un mundo habitado únicamente por los cuatro elementos básicos de la Naturaleza, no estaría bien visto que dos de ellos se mezclasen. Cada elemento a lo suyo. Cada destino en su elemento. No se puede alterar lo que está escrito desde el origen. Sin embargo, el pensamiento, ese gran enemigo, suele ser el acicate de la rebeldía y es posible que no se acate ese destino que parece estar ineluctablemente unido a la vida. Y dos elementos contrapuestos obran el milagro. No es porque el amor lo pueda todo. Es porque las lágrimas son el mejor soldador para las fugas de sentimiento.

Bien es verdad que los sueños que nos atenazan, a menudo, se convierten en metas que hay que alcanzar por encima de cualquier otra dificultad, cegando otras posibilidades. Demasiado a menudo olvidamos que los sueños no son lo importante. Son las personas que están a nuestro cargo, que tienen sus propios sueños, o, más bien, sus propios anhelos. Hoy en día, la palabra que designa lo onírico no deja de ser peligrosa y puede abrir grietas entre los sacos de arena de contención. Y, sin embargo, el fuego ve algo en el agua. Un atisbo de ingenuidad. Un retazo de bondad. Un algo que se escurre entre los dedos, como debe ser en el líquido elemento. Y el agua ve en el fuego una fuente inagotable de recursos. Un paso más en la evolución que puede beneficiar a todos. Una dulzura que, si se sabe tratar, será el ingrediente fundamental para domar su carácter voluble.

Con esta fábula, que más parece de amor que de aventura, la Pixar Animation Studios vuelve a emocionar deslizando el mensaje de que es bueno llorar de vez en cuando y de que no deberíamos aceptar un no por respuesta puesto que la perseverancia es una de las mayores virtudes que nos adornan. Dentro de todos nosotros, yace un artista dormido y sólo hay que rodearse de los elementos adecuados para hacer que despierte. Y es posible que el rechazo exista, y que se presente presionado por las circunstancias, pero cuando el amor llama con fuerza, es imposible olvidar. Tal vez se pueden quemar las aristas que son su punta de lanza. O, incluso, se puede ahogar el impulso de demostración del amor, pero, si es verdadero, si es único, si es posible, siempre se quedará ahí, esperando una oportunidad que no siempre llega.

En esta ocasión, la Píxar ha querido hacer una película para niños que gusta a los mayores, a pesar de que, por supuesto, tiene momentos puntuales que hacen que estalle la tan deseada y vivificante carcajada infantil. Sin embargo, la película tiene una virtud que la eleva y es la extraordinaria banda sonora de Thomas Newman, que últimamente se está convirtiendo en uno de los más grandes compositores para el cine, y que, en esta ocasión juega con multitud de registros, con los más variados recursos, haciendo que la película se acelere o se ralentice de acuerdo con los deseos de las excepcionales corcheas de su ingenio. Más allá de eso, hay instantes de humor, gotas de aventura, chispas de drama y la certeza de que el amor es lo que verdaderamente es elemental en cualquier forma de existencia.

Así que, por favor, no dejen que esto quede en agua de borrajas, ni permitan que la quemazón de la rutina arruine su disfrute. Puede que, sin duda, no sea el torrente de emociones que nos tiene reservado Píxar como algo habitual, aunque posee sus dosis de escalofrío. En esta ocasión, ahoguen su escepticismo y denle mecha al fuego de su interior.