Debido al puente de mayo originado por la fiesta del trabajo y de la Comunidad de Madrid, vamos a dejar descansar el blog durante unos días. Retomaremos el ritmo habitual el martes 7 de mayo. Hasta entonces, id al cine, hablad con los amigos, dad un beso y vivid. No nos queda mucho más. Abrazos a ellos, ósculos a ellas.
En medio de toda esta ola de adaptaciones de los cómics de Marvel, siempre he pensado que las películas que hablan de esos héroes imposibles, de altísimo código ético, preocupados por la salvación de la humanidad, son mucho más divertidas para aquellos que hemos crecido con ellos desde algún lugar de nuestra estantería. No es fácil adentrarse en las obsesiones permanentes de esos tipos que, por una razón u otra, fueron bendecidos con algún don que les hacía diferentes, seres marginales que aprovechaban esa diferencia para demostrar que cualquiera podía ser capaz de realizar la hazaña de destruir a los más malvados enemigos que en el mundo han sido.
Ahora nos llega la última parte de este hombre de hierro que sigue con algunas de las constantes de la serie pero que, también, peca de sus defectos. Entre los aciertos, no me cansaré de destacar la perfecta adecuación de Robert Downey Jr. a su personaje, la poderosísima banda sonora de Brian Tyler, la atracción que ejerce el super-héroe por sí mismo y la imaginación desbordante derivada de la creación que se supone a un genio tecnológico del calibre del multimillonario y agente del bien Tony Stark. Por otro lado, hay giros ingenuos, que merecerían un calificativo más fuerte aunque son fácilmente disculpables; la actuación de Guy Pearce, histriónica y delirante, es para darle un suspenso cum laude; existe una cierta tendencia a que todo sea demasiado previsible a pesar de la originalidad que se ha impuesto a través de la inventiva del protagonista; y también, tal vez, hay un cierto aire de despedida por parte de Downey que llega a ser preocupante para los que deseamos verle otra vez en acción metido entre hierros inoxidables.
Así, tenemos una espectacularidad en la película que no se puede negar en ningún momento, unos diálogos chispeantes que llegan a arrancar carcajadas de estilo pero también un dibujo plano y sin gracia del malvado de turno que decae por momentos porque por ahí anda Ben Kingsley dando un par de lecciones de drama y comedia que hacen que él sea el auténtico villano. Por otra parte, Shane Black, competente guionista de películas de acción de las cuales podemos recordar El último boy scout o Arma letal, dirige con oficio, con seguridad en las escenas trepidantes en las que se ve envuelto el hombre de hierro, sabiendo lo que se hace y equivocándose solo en uno de los enfrentamientos, tal vez movido por el deseo de ofrecer algo diferente a lo que había hecho hasta el momento a lo largo de la película.
Por lo demás, entretenimiento de buen nivel aunque, sin duda, la mejor de la serie sigue siendo la primera y teniendo en el recuerdo la estupenda experiencia de Los vengadores, citada varias veces y vital para entender esa última sorpresa que se guarda Black en la manga después de los títulos de crédito finales. La gente sale satisfecha pero mucho más si se ha sido espectador de las dos primeras o lector asiduo de los avatares del hombre de hierro, un hombre que, más allá de tener el corazón roto, se dejó rodear de sus propios demonios para renacer, para darse cuenta de que la vida era mucho más que luchar por ella porque, a cada minuto, nos pide que la vivamos. Hay un estupendo sentido del humor que planea sobre todas las situaciones que no hacen más que beneficiar la narración. Más que nada porque el hombre de hierro (como así se llamaba originalmente en los cómics) es imprevisible en sus ataques pero aún lo es más en sus salidas de tono y en sus ironías medidas. Yo, la verdad, me siento mucho más seguro desde que han decidido llevarlo al cine. Tenía miedo de que, algún día, pudiera despertar para darme cuenta de que él, el gran tecnólogo, el tipo valiente y descreído, no era real. Durante algo más de dos horas, lo ha sido y eso me basta.