Todo por las
apariencias. Si lo pensamos bien, las apariencias es algo que se inventó para
complicarnos aún más la vida. Si se prescindiera de ellas, indudablemente,
seríamos mucho más felices, mucho más libres y mucho más humanos. Es como si tu
hijo te dijera que tienes que fingir tu condición sexual y dar la apariencia
(maldita palabreja) de respetable familia temerosa de Dios cuando hace mucho
que decidiste y sentiste la necesidad de ser homosexual y enamorarte de un
hombre que, por lo demás, es absolutamente adorable. Ridículo.
Y puede que,
moviéndonos en esos códigos, esa ridiculez que lo es en sociedad, sea ridícula
para los afectados y el tener que fingir austeridad, adustez, seriedad y la
permanencia de unos valores que, incluso en familias heterosexuales, están ya
caducos, sea la auténtica ridiculez. Es como intentar andar como si fueras un
John Wayne con pluma. Será perfecto pero será grotescamente falso.
Lo peor de todo es que
para aparentar esa formalidad inexistente, habrá que sacrificar a uno de los
miembros de la pareja y apartarlo de la farsa porque vienen los padres de la
novia del chico a conocer a su futura familia política. La ofensa es enorme
porque ese hombre delicado, lleno de corazón y de ternura, aunque orgullosamente
loco, es la madre que ha criado al chico y no soporta que se le diga que no
sirve, que su pluma es demasiado grande, que no tiene lugar en uno de los
acontecimientos más importantes del que, realmente, ha sido su hijo.
Todo se complica según
avanza la historia porque, para hacerlo infernal, hay un criado de nombre
imposible que no sabe andar con zapatos masculinos, con menos capacidad de
improvisación que un tapetí y que es incapaz de hablar como un hombre…pero
alguien tiene que servir la cena, las apariencias ante todo, no lo olvidemos.
¿Cómo va a venir todo un senador de los Estados Unidos y no va a haber un
mayordomo para que todo esté en un completo orden? Por favor…Aunque sea un
desorden.
El caso es que la risa
está asegurada con unos enormes Robin Williams y Nathan Lane, dirigidos por un
espléndido Mike Nichols y revisando aquella película francesa con Ugo Tognazzi
y Michel Serrault llamada Vicios pequeños
y con la tremenda osadía de salir airosos vistiendo nada menos que a Gene
Hackman de mujer, cosa nada fácil, por cierto. Los equívocos saltan, las
escenas se suceden, la sopa que acaba y la desnudez que triunfa para darnos a
entender bien a las claras que las apariencias son estiércol y que lo que nos
hace realmente grandes, dignos de admiración y respetables es la coherencia con
nuestras elecciones vitales, sean éstas cuales sean. Y, por supuesto, la
certeza de que esa opción de vida es tan buena como cualquier otra, ni mejor,
ni peor. Lo importante, al fin y al cabo, es vivir la mayor cantidad posible de
momentos felices. Y al que no le guste, que no mire.