viernes, 11 de abril de 2025

LA CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO (2014), de Giulio Ricciarelli

 

Con este artículo, despedimos el blog ya hasta el martes día 22 de abril. No dejéis de ir al cine. Felices Pascuas.

La juventud es el escaparate perfecto para la osadía. Por eso, cuando un joven recién licenciado en Derecho entra en la Fiscalía General del Estado como ayudante, lleva en la cabeza un buen puñado de reglas que no se deben saltar y hacia las cuales no se puede hacer ninguna excepción. Si una persona infringe el código de circulación, la multa está fijada por la ley, no se pueden hacer apaños de pagar menos porque la acusada en cuestión sea bonita, tenga carácter y caiga bien. Aunque luego parte de la sanción la tenga que pagar el propio fiscal. Eso es lo de menos. Lo importante es que se cumpla la ley.

En la Alemania federal de los años cincuenta existen demasiadas personas que se han saltado la ley. Fueron nazis colaboradores del aparato del Estado que llevan vidas respetables. Ese fiscal de entusiasmo juvenil va a tratar de destapar a todos cuantos pueda de los que trabajaron por el horror en el campo de concentración de Auschwitz. Sí, eran ocho mil personas las que pasaron por allí siguiendo órdenes. Fueron las responsables del exterminio en masa del campo más brutal levantado por los nazis. Tendrá que leer miles de expedientes, escuchar cientos de testimonios escalofriantes, bucear en océanos de papeles perdidos en el marasmo burocrático teutón. Nada le arredra. Sólo la decepción le asola cuando se da cuenta de que nadie estuvo libre de culpa en aquellos años en los que la nación entera se condujo hacia la locura. Y cuando es nadie, quiere decir nadie.

Excelente película sobre los juicios promovidos por la siguiente generación alemana contra la de sus propios padres para establecer verdades como que no todos seguían órdenes, sino que muchos de ellos dieron rienda suelta a sus instintos más asesinos para sentirse superiores y poderosos. Esto parece una frase cualquiera, pero no lo es. Es una auténtica droga para cualquiera porque sentirse superior a los demás es toda una tentación cuando se tiene el poder de arrebatar vida y regalar muerte. Y muchos se adhirieron a la causa por todos los fines patrióticos que se quiera, pero, en cualquier caso, eran fines abyectos, que trataban de imponer conceptos sobre las personas a través del empleo de la fuerza más cruel que se pueda imaginar. Ese fiscal joven, atractivo, inteligente y algo ingenuo representa la esperanza de un futuro mejor en una Europa que necesita la unión para dejar atrás heridas supurantes y abismales de disputas y expansionismo. Todo ello bajo la mirada severa y exigente de un Fiscal General que no sonreirá nunca, pero que aprueba todo aquello que este joven abogado está haciendo. Es necesario para poder mirar hacia delante. Es preceptivo para que, de algún modo, se note que Alemania se ha preocupado de mirarse en lo más repugnante que lleva dentro, aunque algunos defectos básicos de carácter queden temerosamente de forma indeleble.

Y lo peor no es la culpabilidad de los que intervinieron en todo aquello sino el silencio de los que los conocieron y ni siquiera se atrevieron a exhalar un reproche. La muerte también llega cuando nadie habla. Y eso es algo que todos deberíamos saber.

jueves, 10 de abril de 2025

LA HUELLA DEL MAL (2025), de Manuel Ríos San Martín

 

En algún lugar de la naturaleza humana, la empatía y la violencia residen de forma permanente. Los estímulos exteriores son los encargados de que ambos sentimientos se manifiesten de una u otra manera. Y eso es algo que acompaña al hombre desde tiempos inmemoriales, cuando la caza era el único medio de subsistencia y la vida en sociedad estaba en sus inicios más primitivos. Hoy en día, esa huella de bien y mal anida en todos. En algunos, se halla dormida y latente. En otros, está dispuesta a salir, gritar, devorar y actuar sin contemplaciones. Un crimen en Atapuerca, repetición de otro que ocurrió años atrás, es el mejor caldo de cultivo para que los instintos más primarios reluzcan bajo la noche, llena de pasiones y reacciones.

Una inspectora de policía debe volver al lugar del crimen para empezar otra vez la investigación desde el principio. En ese reinicio, saldrán a relucir antiguos sentimientos, culpables de su zozobra anímica, incapaz de olvidar que un día fue abandonada cuando más lo necesitaba y de poner en orden una vida que quedó irremediablemente descolocada. Los muertos vuelven y los vivos regresan para reavivar todo aquello que nunca quedó definitivamente atrás. La investigación ofrece nuevas facetas, aspectos que no se habían tenido en cuenta en su momento. Él aparece de nuevo y las caricias parece que son reales en la soledad de su habitación. Mientras tanto, el asesino sigue suelto y la implicación personal de la inspectora vuelve a poner en jaque su estado de ánimo, su profesionalidad, su intento continuo de superar algo que se quedó para siempre. Igual que las costumbres de un grupo de homínidos que algunos estudiantes se empeñan en reproducir. Huellas del mal. Huellas del bien. El equilibrio humano. La muerte y la vida. La nada y el todo.

Manuel Ríos San Martín dirige con sobriedad la adaptación de su propia novela y consigue un misterio que destaca por su originalidad, con un dominio evidente de las acciones paralelas y alguna que otra escena que, de alguna manera, parece un tanto ingenua aunque no empaña en absoluto el balance final de una película que, de nuevo, se adscribe al cine de género y salda su examen con un notable. Para ello, no cabe duda de que Ríos mima con especial cuidado la brillante interpretación de Blanca Suárez en el papel protagonista, oscilando entre el brillo de su mirada y la permanente fragilidad de su ánimo, con la indecisión como guía de su estado vital. A su lado, un escalón más abajo, pero con admirable efectividad, Daniel Grao compone un personaje lleno de aristas, caprichoso y, a la vez, muy preciso. Y sería injusto no nombrar el punto invasivo que destila el trabajo de Aria Bedmar, siempre dominadora y muy sujetada en sus momentos más delicados. Mirada en conjunto, La huella del mal es una buena película, con instantes de tensión admirables, con un misterio absorbente y con una interesante reflexión sobre el monstruo que habita en cada ser humano sin olvidar la premisa de que todos nacemos con la bondad a cuestas. Lo salvaje, viene después.

Así que sumerjámonos en los misterios de Atapuerca y en los enormes descubrimientos que se han hecho allí mientras se nos explica una historia de policías y asesinos, de reencuentros, de ajuste de cuentas, de segundas oportunidades, de empatías que no nos cuestan, de violencias que nos descienden hasta nuestro lado más animal. No está mal para una visita a un yacimiento arqueológico que se erige como un escenario ideal para seguir la pista de nuestro propio interior. 

miércoles, 9 de abril de 2025

SALA DE PROFESORES (2023), de Ilker Çatak

 

Muchos docentes con vocación se desviven por transmitir no sólo conocimientos, sino también actitudes. Al fin y al cabo, es función de la escuela aprender a convivir en sociedad, respetando ciertas reglas que siempre salvaguarden la dignidad de todos. Hasta ahí, todo va bien. Sin embargo, se ha instalado en el sistema de enseñanza una especie de virus que impone todo lo políticamente correcto y que, en uno de sus daños colaterales más evidentes, maniata a los profesores cuando deben resolver esos problemas de convivencia.

Carla Nowak es una profesora que trabaja con entusiasmo. Cree que la gente debe ser predominantemente buena en un colegio. Ella imparte matemáticas y educación física y trabaja el ritmo y el razonamiento lógico en sus clases, así como el ejercicio deportivo siempre dentro de las normas del respeto. Se han cometido varios robos dentro del recinto escolar y se trata de hallar al culpable y se ha acusado al alumno equivocado. Quizás porque el racismo aún impera en la educación básica de muchos hogares. Carla no se rinde y decide investigar quién roba el dinero. Lo descubre. Y a partir de ahí se desatan una serie de acontecimientos encaminados exclusivamente a desacreditar a la profesora, a poner en duda su competencia profesional, a colocar en entredicho su moralidad, a arrastrar su prestigio por los suelos cuando ella ha demostrado sobradamente que sólo quiere dar clase, transmitir, enseñar, dar…

Resulta interesante esta película alemana que nos relata una espiral de hechos que es muy difícil parar y que, sin duda, deja en suspenso su resolución. Tal vez porque la narración nos está diciendo que vamos hacia una transmisión de valores totalmente errada, o porque no tenemos salvación alguna, o porque deja al libre albedrío del espectador cómo quiere terminar la historia. En cualquier caso, es muy descriptiva en los apuros que se pasan como profesor, a la par que realista aunque haya que saltar la diferencia entre los sistemas educativos alemanes y españoles. Pone el acento en lo poco que nos importa el colectivo y en lo mucho que nos desvivimos por la individualidad con la excusa miserable de nuestros hijos. También incide en la escasa competencia de algunas personas para dirigir una institución educativa, no resolviendo el problema sino enfocando permanentemente el problema desde una perspectiva políticamente correcta. Otra vez los dichosos términos. Denuncia con claridad la parálisis a la que se está condenando al colectivo docente, atado de pies y manos, ante cualquier conflicto y eso, a pesar de que la película no ofrece ningún desenlace, debería preocuparnos mucho.

No deja de ser apasionante, por otro lado, que esa parábola sobre la conspiración que se urde alrededor de la profesora es una nítida parábola del nazismo, de cómo se crea y de cómo se construye, de cómo asfixia y de cómo anula. La colectividad mal entendida, haciendo que, en aras de una supuesta dignidad, todos creamos que somos piezas fundamentales de un engranaje de vanguardia por los derechos asimilados de forma bastante torticera, es un germen del fascismo, cualquiera que sea su nombre. Y lo peor es que se practica sin tener ni idea de que se está haciendo. Y ahí es donde radica la parte más atractiva de la historia. Desde los niños hasta los padres, desde los profesores hasta la directiva, todos van cayendo en la misma trampa. Incluso el periódico editado y publicado por los alumnos parece una versión inocente de Der Sturm. Miremos hacia nosotros. No dejemos de mirar a los que tenemos a nuestro lado. Y permanezcamos siempre en la óptica de una profesión tan miserablemente sufrida como la del docente.

martes, 8 de abril de 2025

EL TERCER ASESINATO (2017), de Hirokazu Koreeda

Un hombre mata a otro de un golpe en la cabeza y, después, lo rocía con gasolina y lo quema. Un asesinato brutal, innombrable, realizado con saña y alevosía. No cabe duda de que el hombre es culpable. Sólo hay que buscar los motivos de ese asesinato. El abogado defensor hará lo imposible por encontrar algún atenuante, pero es difícil porque el asesino es reincidente. Treinta años atrás también mató a dos prestamistas por una cuestión de dinero. Al principio, la versión del procesado incluye el motivo del robo, pero va cambiando. Un detalle allí, otro allá. Las cosas se van descuadrando. No hay atenuantes. Incluso llega a deslizar la idea de que el crimen fue idea de la mujer de la víctima y que le pidió que acabara con la vida de su marido a través de un correo electrónico. No es concluyente. Las vías se acaban y sólo se puede pedir la pena de muerte para él porque es su tercera incursión en las oscuras aguas del crimen.

Sin embargo, el abogado no termina de convencerse. Él quiere investigar, quiere encontrar un sentido a todo. Más que nada porque su vida está en una de esas encrucijadas en las que todo comienza a perder sentido. Necesita que ese asesinato, realizado por un hombre que no externaliza ningún comportamiento violento, tenga una justificación. Y el abogado la va a encontrar, aunque sólo le servirá a él. Como si la sala de justicia estuviera en su corazón y el latido que asemeja el mazo de un juez absolviera sinceramente a ese hombre que hizo algo terrible a consecuencia de algo aún más terrible.

Hirokazu Koreeda no dejó de hacer una aproximación a los interiores familiares con esta película que se adentra más en los vericuetos del cine negro que en los del melodrama que, en realidad, ha sido siempre su especialidad. En esta ocasión, Koreeda vuelve a hurgar en la moral, en el concepto básico de lo que está bien y de lo que está mal y en que no siempre es fácil distinguir lo uno de lo otro. Con un ritmo irremediablemente lento, vamos descubriendo los motivos de ese asesinato execrable que, de alguna manera, también recuerda El crimen de Monsieur Lange, de Jean Renoir en sus exposiciones éticas. El resultado es una película en la que, a pesar de su corte marcadamente pesimista, se termina con la sensación de que aún hay gente que merece la pena en este mundo, gente que no ha tenido demasiadas oportunidades y que ha sido condenada de antemano a vagar por la cadena perpetua que es vivir. Koreeda se mueve como pez en el agua para ofrecernos un retrato de familia perdida que, a su vez, lleva a otra familia extraviada que, en última instancia, también conduce a otra familia sin rumbo. Todo por culpa de un asesinato que no es que sea disculpable. Es que es justificable e, incluso, comprensible.

Anchos son los pasillos de la moral cuando lo horrible se abre paso a través de la inocencia. Todo porque los sueños, a veces, quedan inscritos en una nieve que, inevitablemente, acabará derritiéndose.

 

viernes, 4 de abril de 2025

SIROCO (1951), de Curtis Bernhardt

 

Ser un cínico en tiempos turbulentos no es nada fácil. Se trata de mantener una postura alejada de los conflictos a pesar de que no se conserva ningún escrúpulo para permitirse vender armas a uno de los bandos. Siria es un hervidero de buscavidas que tratan de hacer negocio con la venta de armas y Harry Smith ha encontrado a unos compradores habituales que le reportan pingües beneficios. Los franceses, al mando del país, no le pierden de vista. Se dan cuenta de que es un tipo que no se quiere implicar en lo que es estrictamente una lucha política con sangre en los campos de batalla, por mucho que venda armas a los rebeldes. El Coronel Feraud, un idealista de Marsellesa y gloria de Francia, trata de mantener un encuentro con el líder rebelde y cree que Smith puede ser el enlace ideal para arreglar la cita. Sin embargo, hay muchos intereses entre medias y, por supuesto, como no podía ser menos, también hay una chica. Así que tenemos a un cínico, a un coronel francés, contrabando de armas, ganas de paz y voluntades locas de guerra y una mirada irresistible. No está mal para un país asiático asediado por la pobreza y el hambre.

Aparte de revolucionarios y soldados, Smith desprecia a los terroristas, que atacan por la espalda sin importarles qué matan y cuántos mueren. En realidad, Siria en 1925 es moverse por una selva que guarda el siguiente peligro al doblar la esquina. Y todo ello, dentro de un laberinto de calles del que no es nada sencillo salir. Harry Smith va a tener que sacrificarse para que haya algo de justicia en esas calzadas empedradas, sin destino, ni final, que tratan de encontrar un camino para que algo bueno siga respirando entre tanta conspiración.

No cabe duda de que la sombra de Casablanca planea sobre esta película, con Damasco al fondo. Un Damasco tan falso como Casablanca en su legendaria aventura. No cabe duda de que Bogart vuelve a encarnar a un cínico con su habitual solvencia. Un cínico que tomará partido porque, en el fondo, guarda una cierta ética en algún lugar de su gabardina. Muchos elementos se repiten, a pesar de que, quizá, ésta es una película más implacable, más dura y hace menos concesiones hacia el sentimentalismo. Y, por último, volvemos a tragar, quizá con menos aura legendaria, con menos romanticismo y con los pies un poco más asentados en la tierra, esta historia de algún lugar exótico, perdido de la mano de Dios, que pone en juego una serie de pasiones que descubren que hay hombres que merecen la pena.

Al lado de Bogart, en la piel del Coronel Feraud, un comedido Lee J. Cobb, un actor que saltaba por encima del notable cuando sabía sujetarse y que el toque sueco, en lugar de Ingrid Bergman, lo pone una algo inexpresiva Marta Toren. El resultado es una buena película que, en ningún caso, hace sombra al mito, pero que contiene buenos momentos hasta ese final en el que también hay niebla y nobleza. Siria engulló a un héroe que siempre nos gustaba. Hiciera lo que hiciera. Incluso aunque fuera un contrabandista de armas en una tierra sin futuro.

jueves, 3 de abril de 2025

TIERRA DE NADIE (2025), de Albert Pintó

 

La amistad no es sólo un sentimiento, también suele ser un recuerdo. Esos momentos en los que parece que se ha tocado el cielo, por pequeños que sean, siempre van asociados a la compañía de amigos. Y esa amistad permanece a través de los años por mucho que los protagonistas hayan cogido caminos diferentes, o hayan realizado elecciones contrarias. Puede que, en todo caso, allí donde parece que se hace evidente que la tierra no es de nadie, sea lo único que queda guardado en el reducido armario de una memoria que, en sí misma, se va descomponiendo a base de realidades feas, crueles e, incluso, sangrientas. El destino es muy caprichoso y a más de uno nos ha pasado que hemos sido capaces de hacer un último gesto de amistad porque aquellos recuerdos imborrables y únicos aún permanecen anclados en nuestro interior.

Mientras tanto, el mundo parece ensanchar ese pedazo de tierra y agua en el que se está librando una batalla en la que los buenos van perdiendo. La degeneración se impone y el que trapicheó con droga va extraviando sus dominios porque unos colombianos quieren hacerse con la totalidad del negocio. Otro decidió ir por los caminos de la justicia y está llegando a un límite en el que sabe que cada vez está más solo y en el que se encuentra cada vez más traicionado. El tercero trató de estar al margen, de ganarse la vida honradamente y lo único que ha podido extraer de la vida es un trabajo miserable y la certeza de que la soledad es lo que le espera. Por aquellos vaivenes de drogas, impotencias, abandonos, planes de futuro recubiertos de incertidumbre, los tres volverán a encontrarse para dirimir un último combate en el que harán lo que sea para no perder ese pedazo de honestidad que aún les queda porque está sustentado en aquellos partidos que jugaron juntos, en aquella copa que ganaron, en aquellas risas que se echaron, en aquellos instantes de lo que ellos creyeron que era la auténtica felicidad.

Albert Pintó dirige con muy buen pulso esta historia que se sitúa en los terrenos movedizos de las marismas de la emoción, donde hay pasillos de tierra en superficie y aguas pantanosas en las profundidades. Tres actores muy competentes y muy creíbles en sus respectivos papeles otorgan intensidad a una historia bien contada, en la que la corrupción es la cuarta protagonista. Luis Zahera, Karra Elejalde y Jesús Carroza componen sus caracteres siempre con la impresión de que van a perder pie y se van a precipitar en el abismo porque, al fin y al cabo, nadie puede asegurar hasta dónde puede llegar la amistad. Y, a veces, es lo único que nos queda. Incluso habría que meter en la terna el excelente trabajo que también realiza Vicente Romero en la piel de ese guardia civil que está llegando a la frontera de su resistencia y, sin ser una mala persona, se agarra al único asidero en el que se siente seguro con forma de fajo de billetes.

Así que hay que andar con mucho cuidado cuando se pisa tierra de nadie porque la ley es frágil y apenas tiene medios. Eso es algo que se hace evidente y es la principal razón de que esa guerra contra el narcotráfico tome los rasgos de una derrota que va camino de la humillación. La desesperación va haciendo mella en los encargados de la seguridad y, si se alcanza ese estado de ánimo, todos los que se hallan cerca acabarán resentidos y ciertamente perderán algo, poco o mucho, grande o pequeño, mientras llegan las embarcaciones, se distribuyen las bolsas y el dinero corre en dirección contraria. Mientras tanto, quizá haya que agarrarse a las razones personales para convencerse de que la lucha merece la pena, aunque sólo sea para hacer realidad los sueños más pequeños mientras se sigue tragando toda la ceniza y mucho salitre.

miércoles, 2 de abril de 2025

TABÚ (1931), de Friedrich Wilhelm Murnau

 

Un amor también puede ser imposible aunque ocurra en civilizaciones primitivas de nombres casi impronunciables. Se trata de respetar las costumbres tribales y, si una mujer es declarada virgen sagrada para los dioses de la aldea, no hay más que hablar. Sin embargo, ella siente un amor desmesurado por un joven pescador de perlas y él la mira con verdadera ternura. No habrá más solución que la fuga, pero están en una isla de la Polinesia y el mar no es amable. Les devolverá una y otra vez para que cumplan ese supuesto destino que les tienen reservado los dioses. Ese ritual estúpido que ni siquiera permite a los hombres mirar a las vírgenes reservadas a la divinidad hace que sueñen con llegar, quizá, a otra isla y acogerse a los brazos de la civilización, de la modernidad occidental. Sí, esa a la que algunos tienen tanto miedo y hacen otros tantos rituales para que nunca llegue a tocarles porque, claro, tal vez los dioses se quedarían sin sus ofrendas.

Por otro lado, las perlas que pesca el chico son muy demandadas y es posible que él tenga que jugárselas en unas aguas infectadas de escualos. Él es muy audaz, muy escurridizo en el líquido elemento y sabe cómo vérselas con esos animales de mirada fría y colmillo asesino. Intentará comprar a la virgen reservada a los seres superiores con perlas y entonces comienza un entramado de ambición y engaño que acabará por desafiar al tabú de una sociedad atrasada que vive en un lugar paradisíaco. El mar rugirá. El amor luchará hasta el final. Y en muy pocas ocasiones se querrá tanto que los dos amantes acaben juntos en contra del terco destino que, por infaustas reglas impuestas por los hombres, se empeñan en separar dos corazones nacidos para entenderse.

Última película del gran Friedrich Wilhelm Murnau, planteada como un cuento exótico de profundas raíces dramáticas, con guión de Robert Flaherty, conocido documentalista que conocía a la perfección las tierras polinesias, y de Edgar Ulmer, afamado y últimamente muy reivindicado director de serie C. Murnau no pudo ver la película estrenada al fallecer a causa de un accidente de coche, pero no cabe duda de que quiso ir un poco más allá en el avance de la narración cinematográfica, adentrándose por lugares en los que nadie puso el pie jamás con una cámara y ofreciendo un retrato demoledor de supuestas sociedades edénicas que mantenían la crueldad en sus costumbres. El resultado es una película que acaba por ser fascinante, aunque quizá no tanto como su anterior título, Amanecer, con el director jugando con la Naturaleza y los sentimientos, con las prohibiciones y las libertades, con la limitada estrechez humana y la grandeza del arrojo cuando se trata de salvar cualquier obstáculo para que el amor perviva. Una obra maestra que, curiosamente, no ha tenido tanta repercusión como otros títulos del mismo autor y que merece estar entre las más nombradas.

Sumérgete, amor, y procura no salir. Nadie te quiere. Nadie te espera. Sólo la vida.

martes, 1 de abril de 2025

DRIVER (1978), de Walter Hill

 

El Cowboy es el maestro de la fuga sobre cuatro ruedas. Su trabajo es sencillo. Es el tipo que conduce los coches de huida después de perpetrar un atraco. Tiene condiciones muy simples para aceptar el trabajo: No llegar tarde. Sin víctimas. Pago de diez mil dólares por adelantado que se descontará del quince por ciento del botín cuando llegue el momento. Garantiza resultados porque nadie es tan seguro como él al volante de un coche en ciudad. Se sabe todas las calles, todas las estrecheces, todos los atajos. En su mirada, hay una intensidad inusual. Lo malo es que es tan bueno y es capaz de escapar con éxito de todas las persecuciones que la policía le tiene echado el ojo. Quieren atraparlo a cualquier precio. Incluso recurriendo a las trampas más bajas del oficio como ponerse de acuerdo con unos ladrones de muy baja estofa para ofrecerle un trabajo. Ojo con el Cowboy. Cuando cabalga, lo hace realmente en serio. No hay quien le pare porque no le gusta pisar el freno. Y si tiene que jugársela, lo hace.

Y es que la noche es la pista de carreras ideal porque hace que la luz de las calles sea también un escondite. Ese Cowboy que maneja ciento ochenta caballos es un tipo que no puede pasar desapercibido y hay alguna que otra mujer que ha sabido verle el atractivo desde el principio. Por eso, se miente, o se acepta alguna propina para no reconocerle. El poli flaco lo va a pasar mal, porque va a tener que luchar contra la consideración de sus propios compañeros. Quizá su reputación acabe más machacada que los coches que abandona el Cowboy en los desguaces. Habrá que verlo.

Excelente película que preludia en varios aspectos aquella Drive, de Nicolas Winding Refn, con Ryan Gosling de protagonista y que aquí tiene a un excelente Ryan O´Neal, imprimiendo un penetrante misterio y cierta aura de fascinación a ese conductor de pocas palabras y oficio comprobado que sólo trabaja con los mejores porque sabe que él también lo es. En el lado contrario, ese policía que es capaz de hacer lo que sea para atraparle y que encarna con buena solvencia Bruce Dern. Y detrás de las cámaras, Walter Hill, que no quiso repetir con Steve McQueen después del tremendo éxito que supuso su guión de La huida y que dirigió con maestría Sam Peckinpah. El resultado, con un solo fleco suelto, es una excelente película de acción, muy bien dirigida, con notables persecuciones por las calles de Los Ángeles, con un personaje extraordinariamente bien trazado a pesar de sus pocas líneas de diálogo, que habla con la mirada, trabaja con la habilidad y guarda su particular sentido de la ética.

Mientras tanto, el asfalto de la ciudad ruge al amarillo vivo de sus líneas con los chirridos de las ruedas forzadas, con los ruidos repentinos de la caja de cambios, con las chispas de los bajos rozando su cara. Miren por el retrovisor. Lo mismo tienen la suerte de avistar a este especialista en fugas que sabe muy bien lo que se hace.

viernes, 28 de marzo de 2025

MAIGRET (2022), de Patrice Leconte

 

Hace ya unos cuantos años, al director Patrice Leconte se le reconoció un estilo ciertamente original con ese cuento de amor y sexo que fue El marido de la peluquera, con un Jean Rochefort obsesionado con su mujer y descubriendo a Anna Galiena para deleite de un público que se quedaba boquiabierto con su arte y su belleza. Ahora se ha lanzado a adaptar de nuevo a Georges Simenon, después de la inquietante Monsieur Hire, con Gerard Depardieu en la piel del famoso inspector de policía. En esta ocasión, Maigret es un hombre cansado, que ha perdido parte del gusto por la vida porque el médico le ha recomendado dejar de fumar sus maravillosas pipas, no comer dulce y tratar de cuidarse para la vejez que ya ha atravesado el umbral de su edad. Maigret parece decepcionado y triste, aunque es igualmente competente en su trabajo. Una chica elegantemente vestida aparece muerta en una céntrica plaza de París y el afamado inspector de policía tratará de encontrar al culpable, pero también de conocer algo más de la historia de esta chica que iba con un vestido fuera de sus posibilidades. Su belleza y su juventud le conmueven y cree que le debe algo más que encontrar al tipo que la mató. Maigret deambula por las calles de París tratando de recoger pistas y unir las piezas, pero también resulta un itinerario hacia el retiro. Quizá haya visto ya demasiados cadáveres y no merezca la pena seguir intentando hacer que el mundo sea un poco más justo. Y con más razón en ese ambiente en el que sólo está siendo el espectador de un buen puñado de vidas mediocres y vacías, encerradas en edificios sin personalidad y sin más futuro que el del día siguiente.

Patrice Leconte, más allá del lujo de contar con un Depardieu pasado de peso, envejecido y algo hierático, parece optar por un estilo algo desvaído para narrar las idas y venidas de un policía que no quiere renunciar a su honestidad, pero que la vida le va obligando a dejar muchas cosas por el camino. Maigret, en la piel del actor, se muestra cariacontecido, sin demasiadas ganas de seguir deduciendo comportamientos que rechaza y que, además, cree contrarios a la naturaleza humana. Ser una persona no es difícil. Emocionarse por la visión de una mujer es normal. Lo que no es normal es dejarse llevar por los instintos hasta tal punto de querer arrebatarle la vida. Maigret es un hombre de otro tiempo y de otro lugar. Es casi ridículo, si no fuera por su innegable inteligencia. Es una especie de conciencia andante que arrastra su tristeza por las empedradas calles de París.

Así que Leconte nos sitúa en unas calles oscuras, en las que siempre parece estar luciendo el primer rayo de sol nublado de la mañana o el deprimente ocaso de las tardes. Descubre el estilo de vida de esta chica y su rostro se va ensombreciendo según avanza en la investigación. Tal vez sepa que, aunque dé con la solución, no le gustará en absoluto. Y, después de todo, tendrá que seguir absteniéndose de fumar en pipa y de comer los deliciosos pasteles de manzana de su restaurante favorito.

jueves, 27 de marzo de 2025

THE ALTO KNIGHTS (2024), de Barry Levinson

 

Uno de los mayores problemas de esta película es que existe un director llamado Martin Scorsese. Su historia pide a gritos su estilo agresivo, su siempre acertada utilización de la banda sonora, su impía consideración con sus personajes. El director Barry Levinson no lo hace mal, pero no llega a ese disparo a bocajarro que siempre se siente bajo la realización de Scorsese. Además, incide en muchos de sus temas como es la amistad, la traición, la ambición desmedida, el cinismo del enrarecido entorno de la Mafia y, por supuesto, la inclusión de Robert de Niro por partida doble.

Y es que, aunque al principio se hace algo raro, de Niro sabe imprimir a los dos personajes que interpreta su toque particular. En los pasajes en los que encarna al capo di tutti capi Frank Costello vemos al hombre que, prácticamente, ya es un negociante, que sabe esconder sus sentimientos allí donde nadie los va a encontrar, que planea fríamente todos sus movimientos y que no quiere dar explicaciones a nadie. Cuando incorpora a Vito Genovese, juega muchísimo con la mirada, endurecida por un maquillaje que embrutece su físico natural, que le coloca más en los arrabales creando a un mafioso de más baja estofa aunque igualmente temible. Es más transparente. Es más temible a primera vista, pero, al ser más impulsivo, lleva muchas cartas perdedoras en la baraja.

La dirección de Levinson es sobria, jugando sin abusar de los encuentros entre los dos de Niro, renunciando a introducir canciones de la época como estiletes de degüello aunque dos o tres sí que se llegan a escuchar y con un montaje que, si bien al principio parece despistar un poco, sí que va creciendo en intensidad y en intenciones hasta el plan final en el que confluyen tantas cosas que la Historia nos ha contado de refilón como la persecución de los clanes mafiosos comenzada por el Fiscal General de los Estados Unidos Bobby Kennedy, o la confesión de Joe Valachi que enmarañó todo aún más y que está contada con el rostro de Charles Bronson en Los secretos de la Cosa Nostra, o la connivencia en determinados planes de las cinco familias de Nueva York, epicentro de la Mafia en los años cincuenta rellenando el vacío que dejó Charlie “Lucky” Luciano al abandonarlo todo. El resultado es una película que aprueba muy justito, a pesar de ese de Niro por partida doble, entre otras cosas porque todos los secundarios que le arropan tampoco son nada del otro jueves y, en algún momento, sí que se deja sentir algo de falta de fuelle, de pegada en el mentón…de eso mismo que Martin Scorsese te arrea sin previo aviso.

Así que mucho cuidado con las amistades de toda la vida porque pueden ser las enemistades de toda la muerte. Más aún en un ambiente en que todos se saludan con una inusitada amabilidad, pero tienen el cargador lleno de balas con el nombre grabado. La traición está ahí mismo, a la vuelta del siguiente garito, y los negocios sucios se emponzoñan un poco más porque no se puede confiar en nadie. Ni siquiera en aquellos que han compartido infancia, correrías, las primeras detenciones e, incluso, las mismas calles. Cuando llega el momento, ya se sabe, no hay nada personal, son sólo negocios. Y entre ellos está el llegar a la cúspide barriendo toda la tralla que puede haber alrededor. A veces, llegar tarde puede ser la respuesta a todos los problemas. De ese modo, se puede quedar como un jefe comprensivo que no cedió el mando porque alguien salió corriendo cuando debería haber disfrutado de un tranquilo día de barbacoa.



miércoles, 26 de marzo de 2025

TWISTER (1996), de Jan de Bont

 

Una relación sentimental es como un tornado. Nace con fuerza, arrasándolo todo y, luego, sin previo aviso, cambia de dirección. No se posee demasiada información científica sobre ello, así que lo mejor es poner en funcionamiento una serie de chivatos sentimentales que transmitan la información al centro neurálgico del corazón. Mientras tanto, puede que el amor se haya desarrollado en un entorno en donde los tornados se originen como hongos y haya que ir tras ellos para admirarlos y estudiarlos. Casi, casi como un relación personal. Es tan sencillo como eso. Los tornados surgen, destruyen y, de repente, desaparecen. Ganará el más rápido. Ganará el que tenga más intuición. Por el camino, habrá paradas en sitios comunes, camaradería a raudales, coches al límite, competidores arrogantes dispuestos a interferir en el estudio científico y a tirar alguna pulla para ver si se liga algo más que un tornado tras otro. Habrá espectadores casuales, traumas infantiles, seguimientos informatizados con una tecnología que, ahora mismo, nos puede parecer propia de los trogloditas. Retorcer la naturaleza. La de verdad. La del corazón…también.

Así pues tenemos a un puñado de aventureros y, probablemente, adictos a la adrenalina, que les gusta acercarse tanto a la catástrofe que casi pueden tocar con los dedos a esa aberración natural que hace que vacas, coches y casas salten por los aires con la fuerza incontrolable de los elementos. Les gustan más los tornados que comer unos buenos filetes en casa de una vieja amiga. Van tras ellos como si fueran vaqueros dispuestos a maniatar a las reses. Se dejan fascinar por ese tremendo dedo de Dios que se dibuja desde las nubes hasta que toca el suelo. Un fenómeno que, si no fuera real, el cine lo habría inventado.

Steven Spielberg estuvo detrás de la producción de esta película que, en la época, contó con un reparto relativamente desconocido para el gran público para que los grandes nombres no distrajeran la verdadera acción. Sin embargo, una buena parte de todos ellos se hicieron famosos muy poco tiempo después y, en los breves paseos por la parte dramática, se nota que había algo de talento en una historia que centraba su espectacularidad en las fuerzas de la Naturaleza. Ahí están Helen Hunt, Bill Paxton, Jami Gertz, Philip Seymour Hoffman, Carey Elwes y Alan Ruck. El resultado es una película entretenida, que solo quiere y desea estar en los productos más comerciales del ocio, sin más pretensiones y, quizá, ahí está su gran virtud. No ambiciona grandeza. Tampoco permanecer en la memoria. Sólo ofrecer un rato de agilidad y de regreso al cine de catástrofes que tanto nos entretuvo en los setenta. Recientemente se ha vuelto sobre el mismo tema, de nuevo con producción de Spielberg y, lo mismo, no llega a los resultados de esta primera. Preguntaremos al cielo.

Corran, corran, no se detengan. Estudien la toma de tierra de los tornados y adivinen cuál va a ser la dirección que van a tomar. Son imprevisibles y devastadores y no dudarán en arrasar todo lo que encuentren. Incluso el olvido. De vez en cuando, la Naturaleza no duda en recordarnos que sigue ahí para lo bueno y para lo malo.

martes, 25 de marzo de 2025

ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO (2007), de Sidney Lumet

 

Andy es el jugador de ventaja. Hank ha sido siempre el atractivo, pero mucho, mucho más débil de carácter. Ambos necesitan dinero. ¿Y quién no?, como dijo aquel. Sin embargo, en un alarde de retorcimiento, los dos preparan el atraco perfecto. Entrar y salir. Sólo que se trata de asaltar la joyería de sus propios padres. Fácil y directo. Sin problemas. Sin más. Sólo que la cuestión no sale bien. Uno de los cómplices a los que lían acaba por ser bastante torpe y entonces entra en juego el efecto dominó. Andy y Hank van a ser testigos de una serie de acontecimientos y se van a ver incapaces de controlarlos. Algo sucio se mueve en el fondo de sus comportamientos. No son trigo limpio. Parece como si, efectivamente, el diablo haya guiado sus acciones moviéndolos permanentemente sobre el mismo abismo de la moralidad. Andy está totalmente entregado a Gina, su mujer. Y tiene muchas deudas que hacen que el nudo alrededor del cuello se ajuste peligrosamente. Hank no tiene recursos para sacudirse de encima la presión que siente. Tiene que pagar los estudios de sus hijos y no ha guardado lo suficiente como para afrontarlo. La vida también es sucia porque se ceba en los destinos de algunos que se han buscado el vigor del agujero, pero que no pueden librarse de ese camino que parece inevitable. Habrá que buscar una solución antes que el diablo sepa que estos dos hermanos están muertos en vida.

La última película de Sidney Lumet no solamente es una oscura radiografía del comportamiento humano, con rincones de difícil ángulo, con personajes incómodos, que quieren beneficiarse de cada uno de sus actos, sino que también resulta un fascinante ejercicio de dirección de actores con una interpretaciones extraordinarias de Philip Seymour Hoffman, Ethan Hawke y Marisa Tomei en los principales papeles, pero secundados por un espléndido elenco que incluye rostros muy conocidos como Albert Finney, grandísimo siempre, Michael Shannon, puro granito, y dos actrices imprescindibles como Amy Ryan y Rosemary Harris. Todo el conjunto se sostiene en un continuo equilibrio sobre el deseo de que los protagonistas encuentren una solución y la certeza de que deben pagar por sus ideas retorcidas, impropias de su posición y de su educación y que acaban por exterminar cualquier atisbo de honradez en ellos. El resultado es una despedida impresionante, quizá la mejor de cuantos directores poblaron el universo de la llamada “generación de la televisión” y que renovaron el cine a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta.

Así que, si deciden saldar deudas, procuren llevar una solución más práctica. Tengan en cuenta el factor suerte, que no siempre es bueno. Un fallo, una distracción, un nerviosismo de más o una tranquilidad de menos y todo se puede ir al garete porque coquetear con el diablo tiene estas cosas. Tal vez haya que centrar más la cabeza, evitar el compromiso, soslayar del todo cualquier motivo de amenaza, ser un hombre más que la elección de la rata y tener en cuenta que, en todo momento, el diablo va estar susurrando sus palabras de insidia en el oído.

viernes, 21 de marzo de 2025

LOS CANALLAS DUERMEN EN PAZ (1960), de Akira Kurosawa

 

Todo comienza por una flor puesta oportunamente en la ventana de un edificio hecho de pastel. Parece una frase extraída de las mismas entrañas del surrealismo, pero no es así. Un hombre se casa con una mujer. Él tiene éxito. Es heredero de un imperio, pero su padre se arrojó, aparentemente, desde una ventana. Alguien desconocido, ha intentado dejarle una pista. El pastel de bodas es una réplica del edificio empresarial que se erige como sede del éxito paterno. Y ahí mismo, desde esa ventana en la que tenía el despacho, hay una flor roja que, por momentos, parece negra. Parece que la venganza ha tocado una ventana y es hora de ajustar cuentas.

El hombre sabe que su mujer le ama apasionadamente, pero está dispuesto a llegar hasta el final para averiguar quiénes fueron los instigadores de ese aparente suicidio. Ya se sabe, en cualquier caso, que lo que más daño puede hacer a los empresarios es tocarles el bolsillo porque creen que lo que hay dentro se lo tienen más que ganado. Así que por ahí va a empezar. Realizará una serie de jugadas económicas de altos vuelos que irán vaciando las reservas de aquellos supuestos amigos que no hicieron nada por salvar a quien más quería. Amistades así también se tienen en el infierno. Y el hombre va a hacer todo lo posible para convertir un imperio empresarial en la misma residencia del diablo.

Akira Kurosawa realizó esta adaptación de Hamlet en clave japonesa y empresarial. Con parecidas intenciones a la que realizó Helmut Kautner en Alemania apenas cinco años antes con el título de El resto es silencio, Kurosawa se centró en el camino de venganza que emprende el hijo del empresario que, al fin y al cabo, también acaba con él mismo, con su felicidad y con la de los que le rodean. El resultado es una película apasionante en su fotografía y realización, con tintes de cine negro moral, tendiendo a una serie de personajes que siempre guardan la apariencia de respetabilidad y terminan siendo verdaderos sicarios de lo ajeno. Toshiro Mifune resulta especialmente admirable por esa permanente duda que le atenaza y que, sin embargo, vence con mayor decisión porque lo único que le hace vacilar es el amor que siente por su mujer, moderna Ofelia, que sabe que, si lleva a cabo todas y cada una de sus intenciones, acabará pudriendo su propia alma. Si hay que poner algún inconveniente a esta película es que se torna algo farragosa en algunos pasajes que tratan de incluir un contexto meramente comercial a la muerte, cuando, probablemente, sea todo algo más sencillo.

Así que tengan cuidado con las indirectas, con las conspiraciones, con los verdaderos verdugos de la honestidad. No son fáciles de identificar porque suelen ir impecablemente vestidos, con gafas que esconden la expresión de sus ojos y las intenciones obtusas, pues sólo persiguen engordar sus carteras y adelgazar los ánimos ajenos. Una vez que se inicia el desahogo del rencor, nadie se puede quedar a medio camino. Los días se harán más largos…y las noches serán eternas.


jueves, 20 de marzo de 2025

LEE MILLER (2023), de Ellen Kuras

 

Detrás de las razones que impulsan a una mujer que ha probado el éxito en las pasarelas para irse a la primera línea del frente, hay muchos argumentos personales. Quizá la certeza de que la ociosidad no aporta nada en una situación de emergencia, o que el mundo merece saber lo que está ocurriendo en medio de las trincheras. Sin embargo, esa extraordinaria mujer, llena de valor, tiene que batallar en medio de un ambiente de hombres que no ven con buenos ojos que ellas se arriesguen, que solamente otorgan pases militares y que, cuando todos los obstáculos se han salvado, lo que ella encuentra en Europa es un horror que va más allá de todo lo imaginable.

Eso hace que su mirar esté lleno de tristeza. Nunca podrá recuperarse de lo que ha visto porque es de una crueldad sin límite aunque ella no deje de pensar en ningún momento que es algo que todos deben conocer para que no se vuelva a repetir. Su forma de entornar los ojos dejará ese matiz de experiencia que ha llevado hasta ahora y se tornará en un permanente aviso de que ha perdido toda la esperanza en la Humanidad. Seguirá con el hombre de su vida, criará a un hijo y no dejará de intentar hacerlo bien, pero la tristeza será tan abrumadora que nunca jamás volverá a hablar de lo que vio, de lo que fotografió y de lo que sintió.

En esta película de Ellen Kuras hay más cine que en todas las nominadas a la edición de los Oscars de este año. Y no es una película redonda. Parece que se entretiene demasiado en algunos pasajes y quiere hacer un excesivo énfasis en determinados sentimientos, pero contiene una maravillosa interpretación de Kate Winslet, que otorga al personaje de Lee Miller muchísimos matices, además de una saludable vena artística desinhibida que hace que su trabajo sea el de una gran actriz dominando todos los resortes del drama. El ambiente bélico está bien captado, con momentos de gran peligro y, sobre todo, el horror innombrable que Lee Miller descubrió con sus fundamentales fotografías sobre el exterminio sistemático de un tercio de los judíos de toda Europa y su lucha para que se publicaran que, curiosamente, acaba por ser una de las razones más poderosas para su silencio. El resultado es una película con momentos absorbentes, antes que brillantes, con secuencias estupendas como el instante en que ella se introduce en la residencia habitual de Adolf Hitler y realiza una instantánea memorable. Además, habría que destacar la valentía de Winslet, dejando bien a las claras que no está en su mejor momento físico, pero aprovechando la circunstancia para otorgar mayor credibilidad a su personaje. Ya van quedando pocas actrices como ella.

Tal vez haya que comprometerse un poco en este mundo confuso, que intenta imponernos por la fuerza determinadas actitudes. Puede que alguien, en algún lugar, tenga los suficientes redaños como para contar la verdad y desmontar tanta mentira y tanta información falaz. No hay nada como plantarse allí donde caen las bombas y contarlo, contarlo seriamente, contarlo con rigor. Eso es lo que merece el mundo. Lo demás son sólo falsos deseos para gozar de los quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol. Sin embargo, para hacer todo eso, hace falta sufrir mucho, dar más, pensar todo, moverse con pericia, saber lo que se hace y para qué y dejarse de egoísmos, de conveniencias, de veleidades ideológicas. Lee Miller pagó un alto precio para contar la verdad y para dejar testimonio de ella. Y los más cercanos a ella tardaron mucho en saber qué es lo que había visto con sus ojos inundados en tristeza.

miércoles, 19 de marzo de 2025

EL GRAN MIÉRCOLES (1979), de John Milius

 

Tres amigos que están locos por el surf. Y los años pasan por encima de ellos como las olas que tantas veces les han engullido. Siempre salieron a flote, de una u otra manera. Con ayuda de los otros, o no. Lo peor fue aquella vez en que tuvieron que ir a tallarse para acudir al frente del Sureste Asiático. Hicieron todo lo posible por librarse, menos uno de ellos. Matt tuvo problemas con el alcohol y, aún así, fue el mejor. Se subía a la tabla de surf con tanta facilidad que parecía que fuese un autobús de lengua sobre el agua. Matt, quizá, era el más guapo. Ese chico con el que toda mujer sueña. Brillante, atractivo, un punto insolente, otro punto rebelde, lo justo en juergas, lo indicado en atrevimiento. Algo que fascinaba con el contrapunto de la botella. Pero aún así, podría ir con la mayor borrachera del océano, pero se subía a la tabla y se acabó. El alcohol se evaporaba. Sólo existía la espuma, el surcador y él.

Jack era el responsable. Quizá era el que se metía en menos líos. Su cabeza siempre estaba sobre los hombros y su risa también era más difícil. Le gustaba subirse a la tabla sobre las olas sólo porque sus amigos lo hacían. Su responsabilidad le llevó a Vietnam y a no fingir una cojera o una locura temporal. Iba y ya está. Tres años allí. Regresó. Y lo primero que hizo fue ir a la playa para surfear. Es el espectador sereno de las proezas de Matt. Es el amigo que siempre te da el punto de vista razonable. Aunque, hay que reconocerlo, a Jack le gustaba la fiesta y, además, tenía una madre que era la misma encarnación de la paciencia.

Leroy era el más irresponsable. Si había una pelea, allí estaba. Si había que beber, se ponía ciego. Si había que ir con chicas, las cogía a pares. Sin embargo, también tenía un profundo sentido de la amistad. Puede que no todo lo que hiciera fuese legal. El dinero fácil también atrae desde las crestas de agua, pero era capaz de tirarlo todo por la borda con tal de estar bien con esos compañeros con los que compartió inquietudes, olas, sonrisas de complicidad y futuros nunca cumplidos.

John Milius dirigió esta película, sencillamente, porque le gustaba el surf. Cuando su anterior película, El viento y el león, se confirmó como un éxito, se sintió con dinero y fuerzas suficientes como para abordar la historia de su pasión. Cuando la película fracasó estrepitosamente, no pudo entender que al público no le interesara algo como el surf que, para él, era mucho más importante que cualquier otra cosa. Si bien es cierto que, en algunos momentos, la película adolece de una continuidad coherente y que, sobre ella, planea un sentimiento de nostalgia hacia una juventud que se aleja de forma implacable, igual que una ola que besa la orilla, la historia sobre la lucha con la vida y el mar de estos personajes acaba por ser un lugar común en la leyenda de todos los que nos acercamos. El gran miércoles  es ese día en el que la Naturaleza brinda crestas de tantos metros que apenas se pueden contar. Estos chicos volaron, cayeron, casi se ahogaron y permanecieron. Y lo hicieron sabiendo que tenían un hermano al lado.

martes, 18 de marzo de 2025

UN CRIMEN PERFECTO (1998), de Andrew Davies

Hay muchas diferencias entre esta versión de la obra teatral de Frederick Knott y la que realizó Alfred Hitchcock en 1954 con Ray Milland, Grace Kelly y Robert Cummings en los papeles que aquí asumen, con mucha distancia, Michael Douglas, Gwyneth Paltrow y Viggo Mortensen. Es cierto que la versión del maestro del suspense está más constreñida a la obra de teatro, utilizando prácticamente un solo escenario, bastante funcional, por otra parte, y sosteniendo el suspense a través del movimiento de la cámara y de sus actores, con una narración clara, concisa e irremediablemente magnética. En esta ocasión, Andrew Davis maneja con soltura el aireamiento necesario para la historia, para que no vuelva a ser otra visión de la obra de teatro. La actualiza, la traslada de Londres a los altos ambientes de Manhattan, cambia la profesión de los protagonistas. El tenista pasa a ser un financiero de Wall Street, el escritor transita hacia la pintura y ella ya no es una mujer ociosa, ni mucho menos, sino que es asesora del alto representante de los Estados Unidos en la ONU. Falta ese giro genial en el que, fracasado el crimen (no siendo tan perfecto como sugiere el título) se pasa a la acusación de ella para que, sin remisión, acabe siendo condenada a muerte. Ya se queda, simplemente, en asunto de celos. El facineroso que era víctima del chantaje se une con el amante. El inspector ya no tiene tanto protagonismo. Quizá todo esto sea la diferencia entre el cine de antes y el de ahora. Puede que el espectador de hoy, desde hace unos años, ya no tenga tanta paciencia para ver cómo se articula un crimen perfecto con una habitación y una escalera.

Y es que, ya se sabe, el dinero es el más poderoso de los móviles para cometer un asesinato. Aunque hay que reconocer que también hay condimentos de orgullo en la planificación. No en vano, no puede ser que el primero que pase con una cara bonita y aires bohemios se beneficie de la esposa de un tiburón de las finanzas. Eso no es así. No es tan sencillo. No es tan plano. Habrá que dejar las llaves en su sitio y las ofertas bien claras. Dinero a cambio de la vida. La vida a cambio del dinero. Todo es un círculo vicioso que converge en la figura de ese tipo que está perdiendo su fortuna y que ahora desea la de su mujer para no ir a la cárcel por deudas. Los crímenes están llenos de arrugas. Nunca es el tacto liso de la piel de una mujer. Siempre hay alguna que otra imperfección que pone en su lugar a quien ha estado subido en su torre de cotizaciones, empréstitos y valores mobiliarios. Es sencillo. Una llamada telefónica y el drama acaba. Sólo que quien debe ser, no es. Y, mientras tanto, hay que hacer cábalas sobre lo que ha pasado, lo que va a pasar y la muy delgada línea que separa la culpabilidad de la inocencia no totalmente limpia. ¿Verdad, señores? No basta una rubia para sustituir la sensación perdida del cariño.

 

viernes, 14 de marzo de 2025

TODOS RIERON (1981), de Peter Bogdanovich

Tener una agencia de detectives en pleno Manhattan parece bastante prometedor. Y más aún cuando está especializada en seguimientos para probar infidelidades. Dos clientes encargan dos trabajos. Por un lado, la mujer de un rico comerciante italiano. Por otro, una chica de ensueño. Así que John Russo y su socio se ponen a trabajar y a seguir a esas señoras que tanto prometen así, de lejos. La cuestión se complica y se le da una vuelta de tuerca de más al asunto cuando Russo se enamora de su presa, y su compañero Charlie Rutledge hace lo mismo con su seguida. Así que Nueva York, así, como quien no quiere la cosa, se convierte en el escenario de unos encuentros rocambolescos porque resulta que las dos señoras son inocentes de toda sospecha…hasta que conocen a estos dos señores que las siguen para probar sus culpabilidades…que sólo lo son cuando los conocen y comienzan a simpatizar el uno con el otro. Sí, todos rieron, aunque nadie lo diría.

La canción They all laughed de George Gershwin flota en el ambiente mientras dice aquello de “Todos se rieron de Cristóbal Colón cuando dijo que el mundo era redondo. Todos se rieron de Edison cuando grabó el sonido. O cuando le dijeron a Marconi que la conexión inalámbrica no podía ser. También se rieron cuando dije que yo te quería…”. De esa manera, se va articulando una historia que es una comedia, sin duda, pero que, de algún modo, también es enormemente melancólica porque son cuatro seres que buscan la felicidad en una ciudad hecha de rincones de cemento en los que esa felicidad hace tiempo que no se posa. Puede que, al final, como también dice la canción “todos tengan que comer un trozo de pastel de humildad” porque la vida, también ella, esboza una sonrisa burlona cuando juega sus bazas.

Peter Bogdanovich escribió y dirigió esta película que pasa por ser el último papel protagonista de Audrey Hepburn. Algo que no deja de ser extraño teniendo en cuenta que no dice ni una palabra de diálogo hasta que no pasa la primera hora de película. Ben Gazzara incorpora a John Russo, un hombre que está de vuelta de todo pero que aún ha sacado un billete de ida para algo que no ha vivido nunca. John Ritter incorpora a Charlie, el socio de Russo, con su habitual vena divertida e incrédula y, por supuesto, la malograda Dorothy Stratten, modelo de Playboy asesinada por su marido poco después de concluir el rodaje, es su objeto de deseo. El resultado es una película divertida, suave, propia de Peter Bogdanovich, que no tuvo ningún éxito porque, debido al asesinato de Dorothy Stratten, que también mantenía romance con el director, ninguna distribuidora quiso hacerse cargo del estreno y el propio Bogdanovich tuvo que poner de su bolsillo cinco millones de dólares para que se pudiera ver, aunque de forma muy limitada. Hoy desaparecida y tremendamente olvidada, Peter Bogdanovich siempre sostuvo que ésta es la mejor y más preferida de todas las películas que pudo hacer. Y es comprensible, porque es un tipo de cine que ya no se hace. Hecho con elegancia, con un admirable equilibrio entre la comedia divertida y la melancolía nostálgica. Yo que ustedes, también reiría.

jueves, 13 de marzo de 2025

MICKEY 17 (2025), de Bong Joon-Ho

 

Aunque su mejor película, de largo, es Memorias de un asesino en serie, resulta sorprendente que un director como Bong Joon-Ho, que estremeció las taquillas de medio mundo con su oscarizada Parásitos, elija esta película a continuación. Demasiado deudora del más que discutible humor coreano, Mickey 17 acaba por ser un distopía algo marciana que trata de extraer las carcajadas más gamberras a través de la historia de este inadaptado que es reimpreso en tres dimensiones, cual facsímil cada vez más falso, porque ha pedido ser un individuo prescindible en la nueva sociedad de un planeta lejano al que se ha ido a colonizar bajo el mando de un loco de la colina que tiene más de un punto en común con Donald Trump.

Y así, como el tipo es un poco inútil y ha decidido declararse en esa condición, le van empleando para los distintos experimentos necesarios para servir como conejillo de indias. En todos y cada uno de ellos, muere. En ese momento, se le reimprime, se le inserta una memoria con sus recuerdos propios, y vuelta a empezar. Si una vez se le utiliza para comprobar el efecto de los virus presentes en el aire de ese planeta, en otra se le encarga un trabajo imposible en el espacio exterior. Es morir y morir y morir otra vez. Una muerte tras otra. Y, como su inteligencia es más bien cortita, se lo toma con cierto humor de perdedor.

Al otro lado, la clase dirigente. Déspotas, estúpidos hasta decir basta, con la palabra justa para enardecer los ánimos y prometer recompensas que nunca se conceden. Colonización a cualquier precio con un mínimo afecto por la vida humana. Por ahí también andan una especie de gusanos, habitantes originales del planeta en cuestión, que parecen animales, pero que no lo son. Tienen su lenguaje propio y, además, son más hábiles políticamente que el cerdo pseudonazi que comanda a los humanos. Todo muy gamberro.

Bong Joon-Ho destila bastante coherencia en el desarrollo del argumento. En esta ocasión, al contrario que en La sustancia, los sucesivos clones viven con los recuerdos del anterior y todo tiene una cierta lógica. Sin embargo, la película tiene un error de base de bastante enjundia y es que, al menos para el público en general, no tiene gracia. Pretende ser una fábula de ciencia-ficción que no se toma en ningún momento en serio, que acaba por ser su mayor virtud, pero que no arranca ni una leve sonrisa en el grotesco ir y venir de ese héroe que anda regular de listeza y que, en el fondo, todo le da bastante igual porque no tiene un lugar donde vivir. Es como si Terry Gilliam le hubiera echado una mano (y esto no lo digo al azar) al director coreano y tuviéramos uno de esos cuentos algo recargado de estética, bastante largo de narración y que tampoco es que sea nada espectacular. Eso sí, no faltarán los amantes de la hipérbole que, con imperativos categóricos, dirán que es una maravilla de las maravillas maravillosas que sólo podían salir de la mente de un genio.

Robert Pattinson encabeza el reparto con un doble papel que, realmente, demuestra muy poco. Al pobre Mark Ruffalo alguien le debería decir que tiene la suficiente capacidad como para hacer un papel normal y no siempre el de alguien desatado y fuera de los cánones normales de la interpretación después de Pobres criaturas y ésta. Sorprende ver bastante desencajada a una actriz habitualmente tan centrada como Toni Collette y, prácticamente, se podría decir que la mejor actuación de la película corre a cargo de la gusana reina. Y es que no es fácil ser un buen facsímil. Entre otras cosas, porque querer la originalidad a través de un humor que, ni mucho menos, es gracioso, puede echar por tierra cualquier intento de calidad. Si van a ir a verla, no sean copias. Sean originales.

miércoles, 12 de marzo de 2025

LA BESTIA HUMANA (1938), de Jean Renoir

 

Jacques Lantier es uno de esos maquinistas de tren que tienen el rostro ennegrecido por el hollín y sólo las arrugas de su cara permanecen inmaculadas. Ha visto mucho humo saliendo de la máquina de muchas vidas y ha ahogado sus miserias en alcohol. Eso hace que, de vez en cuando, tenga algún que otro acceso violento que él, un hombre hecho y derecho, justifica algo ingenuamente diciendo que es un defecto genético porque sus antepasados bebían como una locomotora consumiendo carbón. A su lado, un individuo nada recomendable que tiene unos celos compulsivos por su esposa. Cuando se entera de que ella tiene una aventura con un tipo de ciertas posibilidades, lo asesina asegurándose de que ella esté presente para que sea cómplice del crimen. Lantier, en su laberinto interior, comienza a tejer un plan porque desea a la chica. La locomotora va a hacer sonar el silbato y las vías van a converger en un inevitable desvío hacia el destino.

Jean Renoir se decidió por adaptar este drama de Emile Zola porque retrataba fielmente las debilidades del ser humano cuando el deseo se interpone. Años después, relajando notablemente el personaje del maquinista, Fritz Lang realizó otra versión con el título de Deseos humanos, convirtiendo el melodrama pasional en algo muy cercano al cine negro. Renoir no huye del folletín criminal, lo ensalza y lo retrata con extraordinaria habilidad, a pesar de que, quizá, ninguno de sus protagonistas cuenta con el beneplácito del público. En cualquier caso, vuelve a hacer una gran película, llena de caminos quemados, de llamas, de piel oscurecida, de corazones carbonizados…

Y es que, quizá, el continuo trato con máquinas ardientes hace que los últimos resquicios de humanidad sean convertidos en cenizas de bestia, impresos en la corrupción más profunda del alma. Lo impensable sólo puede llegar cuando nos dejamos arrastrar por el deseo, cuando no ponemos freno a la fantasía que, por aquellas burlas del destino, se hace posible cuando las circunstancias se hacen presentes por un cúmulo de actitudes y casualidades. La bestia, al igual que la locomotora, es insaciable. Quiere más combustible porque es adicta al fuego interior. Convierte en humo los sueños, los cambios, las verdades y las razones. Y avanza inexorablemente hacia esa vía muerta de la que será muy difícil salir. Hombres y mujeres transformados en bestias sedientas de pasión y, con tal de alcanzar el máximo de placer, se devorarán unos a otros sin piedad, sin conmiseración, sin ningún argumento posible. Sólo permanecerá el colmillo goteando sangre y la locomotora exhalando ese suspiro de vapor en algún apeadero desierto. Mala será la solución. Peor será el desenlace.

A veces, escribiendo sobre las traviesas de lo que nunca se alcanza, uno llega a atisbar el lado más oscuro de nuestra personalidad. Deseando ser consumido por las llamas porque, de no ser así, no quedará más que el instinto más primario del animal que somos. ¿El amor? No me hagan reír. Ese sólo queda para los ingenuos que no van en tren.

martes, 11 de marzo de 2025

NEVADA SMITH (1966), de Henry Hathaway

 

El camino de la venganza está empedrado con adoquines de debilidad. Es posible que un muchacho decida emprender ese camino y lo convierta en su único objetivo en la vida. También es posible que las curvas y la sangre derramada haga que ya no sea una cuestión de venganza, sino de sed de muerte. El chico, con el pasar del tiempo, con el buscar a los responsables de la muerte de sus padres, se ha convertido en un asesino. Los que hicieron aquello van cayendo uno a uno. La voz se pasa. El Oeste se convierte en un sitio demasiado pequeño para ellos. Nevada Smith les va a agarrar y, sin pestañear ni un segundo, va a vaciar el revólver sobre ellos. Uno de esos hombres que llevan una vida respetable, en parte por haber asesinado a aquella pareja, comienza a sentir un miedo cerval porque siente que el matarife se está moviendo y, poco a poco, está llegando.

No cabe duda de que hay que destacar la interpretación y la presencia absolutamente conquistadora de Steve McQueen en esta película. Casi desde el principio, se adueña de la historia y coge al espectador de su mano encallecida para llevarle por los vericuetos de un alma que, paulatinamente, se va pudriendo porque cada vez quiere más. Ya no se conforma con la satisfacción de matar a los que destrozaron su vida. Ahora quiere también enviciarse con la cuenta saldada de la muerte. Se producirá el inevitable encuentro y Nevada Smith, por una sola y maldita vez, pondrá la medida del hombre que realmente es.

Henry Hathaway dirige con soltura, con una estética parecida a la que tendría John Sturges si estuviera presente. Hace que McQueen se eleve por encima de los demás, porque precisamente quiere que los demás eleven a McQueen. Ahí está un reparto secundario de auténtico lujo en el que destaca Karl Malden y se ve acompañado por Brian Keith (en uno de sus mejores trabajos), Arthur Kennedy, Raf Vallone, Pat Hingle, Martin Landau…la parte femenina la ponen Suzanne Pleshette y, en mucha menos medida, Janet Margolin.

Bien es verdad que, por otro lado, la película puede que cometa un error de cierto bulto al aceptar que se convierta en un melodrama de vaqueros cuando podría haberse inclinado hacia la aventura con sus inevitables toques de romance, pero se sigue al protagonista con sus motivaciones, sus instintos y sus defectos porque una de las características del protagonista que compone Steve McQueen es que no es un héroe de una sola pieza. Tiene muchas aristas que cubrir y esconder, tal vez para conseguir la simpatía de un público que, estoy seguro, ya la tiene.

Así que es hora de cargar el rifle con todas las balas disponibles. El sol abrasador confundirá las huellas de Nevada Smith, y Steve McQueen hollará la tierra seca para encontrar a los asesinos de sus padres. Mientras tanto, no lo duden, tendrá un buen maestro que le enseñará el manejo experto de las armas y, de alguna manera, se convierte en la figura paterna que Nevada Smith no ha podido encontrar. La rebeldía, al fin y al cabo, siempre está ahí, dispuesta a ser llevada.

viernes, 7 de marzo de 2025

GENE HACKMAN. EL DURO QUE, CUANDO DORMÍA, LAS OVEJITAS LE CONTABAN A ÉL

 

Famoso por su legendario mal carácter, Gene Hackman ha sido, posiblemente, uno de los actores más seguros del cine. Cuando se veía una película en la que había intervenido, sabías, con toda certeza, que su interpretación sería medida y vigorosa que, tal vez, el film no fuera demasiado bueno. Clint Eastwood decía que “me encanta dirigir a Gene. Sabe perfectamente qué es lo que le pido sin ni siquiera pedírselo”. Y, sin lugar a ninguna duda, fue un actor fuerte, capaz de robar escenas al más osado, sin fisuras, adaptándose a cualquier tipo de género y sin asumir nunca la condición de estrella aún conservando, eso sí, un enorme prestigio entre sus compañeros de profesión.

Fue un eficaz secundario durante varios años hasta que William Friedkin le ofreció el poderoso papel del “Popeye” Doyle en French Connection, un policía durísimo con colmillos de perro de presa que no ceja en su persecución a un jefe de la droga (el estupendo Fernando Rey) en un apasionante juego de gato y ratón con la inestimable ayuda de su compañero Roy Scheider. Rodada con una apasionante mirada realista, la película fue un éxito sin precedentes, un policíaco clave en los años setenta que marcó el rumbo del género, que exuda violencia, fealdad, con un montaje difícil de superar en el que Hackman aporta toda su dureza con una intensidad trabajada en las calles. El Oscar fue muy merecido.

A partir de ahí, mucho vieron en él a un actor protagonista de una solidez y una expresividad (ayudado por un rostro muy personal) enormes. Así, pues, interviene en la multiestelar La aventura del Poseidón, de Ronald Neame en la que, a pesar de contar con un estupendo reparto con nombres como Shelley Winters o Ernest Borgnine, él sobresale por derecho propio y se convierte en la mejor baza de una película que quedó como pionera del cine de catástrofes de los años setenta.

Francis Ford Coppola le brinda otra joya: La conversación, en el papel del obsesivo experto en escuchas que oye lo que no tiene que oír. Una película deliberadamente lenta, de grandes silencios y que se apoya en la fantástica interpretación de Hackman en una línea de actuación introspectiva de mérito incuestionable.

Mel Brooks le invita a participar, casi irreconocible, en la desternillante El jovencito Frankenstein en una de las secuencias más divertidas como es la de la criatura con el ermitaño ciego que se encarga de hacerle la vida tan imposible que el monstruo sale corriendo despavorido por riesgo a perecer quemado o quién sabe si algo peor. Esa corta secuencia nos demuestra el talento cómico de un actor que era algo más que la dureza.

Intenta repetir con su personaje Popeye Doyle en French Connection II, bajo la dirección de John Frankenheimer, pero, a excepción de la excelente escena de acción con la que termina la película con una persecución a pie, quizá sea una continuación prescindible, algo larga y pesada, descendiendo el personaje a los infiernos de la droga y difuminándose el argumento puramente policíaco.

Hackman recuperó enseguida su lugar al aparecer en una de las mejores muestras del cine negro de los setenta como es la excepcional La noche se mueve, de Arthur Penn, en la piel de un detective privado ex jugador de fútbol americano que debe investigar la desaparición de una joven, interpretada por Melanie Griffith, hija de una estrella de cine de segunda fila. La noche se mueve muestra el proceso de descomposición que sufre el mundo íntimo del detective privado que sólo puede buscar refugio en la eficacia de un trabajo que sabe hacer muy bien. Una estupenda película.

Picotea en todos los géneros con Muerde la bala, inteligente western dirigido por Richard Brooks, con diálogos extraordinarios y que pone en solfa el afán encarnizadamente competitivo de la condición humana. Prueba de nuevo el fracaso con Los aventureros del Lucky Lady, una comedia de granujas que tenía todo para triunfar y que no funcionó en ningún aspecto a pesar de estar dirigida por Stanley Donen. También es una de las estrellas que componen el impresionante reparto de Un puente lejano, en la que interpreta al Comandante en Jefe de la Brigada Polaca en uno de los papeles de mayor interés de toda la película. Y, por supuesto, hay que recordarle en las distintas entregas de Superman, en las que interpreta al megavillano Lex Luthor dando rienda suelta a su histrionismo. Él mismo declaró que aceptó el papel para “darse un gustazo” y “por dinero”.

A continuación, es el tercer papel en importancia en la muy estimable Bajo el fuego, de Roger Spottiswoode, quizá una de las primeras películas que hablaban de la corresponsalía de prensa en países hundidos en una guerra civil. Basada lejanamente en hechos ocurridos en Nicaragua durante la sublevación contra el régimen de Somoza, Hackman aceptó el papel más ingrato como el periodista que asiste a la historia de amor que surge entre un fotógrafo (Nick Nolte) y su mujer (Joanna Cassidy), todo ello bajo la admirable banda sonora de Jerry Goldsmith.

Su carrera atraviesa un largo bache durante los años ochenta con películas como la extraña Eureka, de Nicholas Roeg; la fallida aunque interesante Agente doble en Berlín, de Arthur Penn; la insulsa Power, de Sidney Lumet; aunque interviene en un título que ha derivado en culto entre todos los aficionados al baloncesto y al deporte en general con Hoosiers. También acepta un papel secundario en la más que aceptable No hay salida, a mayor gloria de Kevin Costner y forma parte de una notable película que pasó absolutamente desapercibida con el título de Bat 21, ambientada en la guerra de Vietnam y en la que adquiere un protagonismo especial al encarnar a un coronel sin experiencia en combate al que derriban en plena selva. Sin llegar a ser una obra maestra y careciendo de la profundidad de otras producciones con el telón de fondo del Sureste Asiático, es una buena película que no fue nada apreciada en su momento.

Deslumbra con su breve aparición en Otra mujer, de Woody Allen y completa una de sus mejores actuaciones en la piel del agente del FBI que se las sabe todas y se las tiene que ver con la intolerancia y el racismo más radical en la gran Arde Mississipi, de Alan Parker. Un papel lleno de fuerza, ironía y sabiduría que marca los momentos más álgidos de un film notable, que denuncia la situación extrema en la lucha por los derechos civiles en los años sesenta, una seria advertencia sobre los conflictos raciales que aún hoy se pueden encontrar en algunos de los estados del sur de los Estados Unidos. La interpretación de Hackman mereció una nominación al Oscar que perdió ante su gran amigo Dustin Hoffman, su compañero de apartamento cuando ambos eran simples aspirantes a actor.

Interviene como actor invitado en Postales desde el filo, de Mike Nichols, y es el protagonista de la muy entretenida Testigo accidental, de Peter Hyams, versión de un film de los años cincuenta de Richard Fleischer, para luego depararnos otro de sus más poderosos personajes: el sanguinario sheriff de Sin perdón, de Clint Eastwood, un gran clásico, un ejercicio fascinante y desmitificador de los mitos del viejo Oeste en el que un hombre que cuida cerdos puede valer más, mucho más, que un tipo que lleva la estrella de la ley en el pecho. Una búsqueda de las virtudes escondidas, de leyendas mentirosas, de hechos terribles que no tienen nada de heroicos, de justicia y no de ley, de amistad y valor, de armas rápidas y disparos por la espalda, de la vida humana y de la certeza de que las grandes historias pertenecen a hombres de los que no sabemos nada. Sin perdón es, sin duda, el western por excelencia de final de siglo y una extraordinaria actuación de Gene Hackman, brutal y odioso sin apariencia de serlo, que gana, con todo merecimiento, el Oscar al mejor actor secundario batiendo en dura pugna al gigante Jack Nicholson de Algunos hombres buenos.

El abogado corrupto de La tapadera, de Sidney Pollack, una excelente película, engrandece un proyecto que se realizó a mayor gloria de Tom Cruise y, después de aparecen en un patinazo de envergadura como fue Wyatt Earp, de Lawrence Kasdan, realiza otra actuación magistral en Marea roja, de Tony Scott, con una expresividad impresionante como capitán de un submarino nuclear que recibe un mensaje a medias y que puede significar el inicio de la tercera guerra mundial. Con una dureza extrema, se merienda al resto del reparto encabezado por el habitualmente brillante Denzel Washington en una más que aceptable película de género, crítica corrosiva sobre el entramado de defensa nuclear, tan estúpido como las guerras.

La divertida e infravalorada Cómo conquistar Hollywood, de Barry Sonnenfeld le puso como un director vivales que intenta aprovecharse de todo lo que se le presente y, después del traspiés que supuso su encarnación brutal de un racista condenado a muerte en Cámara sellada, vuelve a la comedia con la tronchante Una jaula de grillos, de Mike Nichols, en la que podemos apreciar su capacidad para reírse de sí mismo.

Vuelve a trabajar con Eastwood en la estupenda Poder absoluto encarnando al cínico, violento y oscuro Presidente de los Estados Unidos en una interpretación plena de sabiduría (la escena del baile de gala con Judy Davis es magistral) y se convierte en el tercer vértice del negro triángulo que se dibuja en la excelente Al caer el sol, de Robert Benton, el hombre que maneja unos hilos que no controla en una trama que atrapa a Paul Newman, último detective de la estirpe de los mejores.

Una de sus últimas joyas fue El último golpe, de David Mamet, una película que descubre que Gene Hackman “es tan duro que,  cuando duerme, los ovejitas le cuentan a él” y que tengamos la certeza absoluta de que el mundo se mueve “por dinero”… ¿no es por amor?...”sí, por amor al dinero”. En cualquier caso, fuera de la admiración a los diálogos, Hackman compone un fantástico personaje en la piel del ladrón que se las sabe todas, capaz de engañar a todos, incluido el público, con su inigualable inteligencia de perro viejo en el que es el último y obligado trabajo de su carrera delictiva. Una delicia.

No dejó pasar la oportunidad de actuar por única vez en su carrera con su gran amigo Dustin Hoffman en El jurado, adaptación trepidante de la novela de John Grisham y que dejó otro de sus malvados memorables, manipulador y abyecto, en la elaboración de jurados para juicios de indemnización demasiado abultada. Otro de esos personajes que no se olvidan con facilidad.

Me gusta pensar que Gene Hackman no ha muerto y que aún tiene mucha cuerda por delante. A un actor como él, nunca le faltará el trabajo porque siempre podremos revisitar sus películas y descubrir aquel gesto que se nos había pasado, o ese matiz en el que no habíamos pensado. Lo cierto es que, para nosotros, aquellos que hemos disfrutado muchísimo con su trabajo, aún nos quedan muchas sesiones de cine aderezados con la presencia del grandísimo actor que siempre fue. Y, conociéndole un poco, despido ya este artículo porque sé que a él no le gustaba demasiado que hablaran de su trabajo, así que coloco un punto final en el homenaje a un actor que era tan bueno que siempre será punto y seguido.