viernes, 28 de marzo de 2025

MAIGRET (2022), de Patrice Leconte

 

Hace ya unos cuantos años, al director Patrice Leconte se le reconoció un estilo ciertamente original con ese cuento de amor y sexo que fue El marido de la peluquera, con un Jean Rochefort obsesionado con su mujer y descubriendo a Anna Galiena para deleite de un público que se quedaba boquiabierto con su arte y su belleza. Ahora se ha lanzado a adaptar de nuevo a Georges Simenon, después de la inquietante Monsieur Hire, con Gerard Depardieu en la piel del famoso inspector de policía. En esta ocasión, Maigret es un hombre cansado, que ha perdido parte del gusto por la vida porque el médico le ha recomendado dejar de fumar sus maravillosas pipas, no comer dulce y tratar de cuidarse para la vejez que ya ha atravesado el umbral de su edad. Maigret parece decepcionado y triste, aunque es igualmente competente en su trabajo. Una chica elegantemente vestida aparece muerta en una céntrica plaza de París y el afamado inspector de policía tratará de encontrar al culpable, pero también de conocer algo más de la historia de esta chica que iba con un vestido fuera de sus posibilidades. Su belleza y su juventud le conmueven y cree que le debe algo más que encontrar al tipo que la mató. Maigret deambula por las calles de París tratando de recoger pistas y unir las piezas, pero también resulta un itinerario hacia el retiro. Quizá haya visto ya demasiados cadáveres y no merezca la pena seguir intentando hacer que el mundo sea un poco más justo. Y con más razón en ese ambiente en el que sólo está siendo el espectador de un buen puñado de vidas mediocres y vacías, encerradas en edificios sin personalidad y sin más futuro que el del día siguiente.

Patrice Leconte, más allá del lujo de contar con un Depardieu pasado de peso, envejecido y algo hierático, parece optar por un estilo algo desvaído para narrar las idas y venidas de un policía que no quiere renunciar a su honestidad, pero que la vida le va obligando a dejar muchas cosas por el camino. Maigret, en la piel del actor, se muestra cariacontecido, sin demasiadas ganas de seguir deduciendo comportamientos que rechaza y que, además, cree contrarios a la naturaleza humana. Ser una persona no es difícil. Emocionarse por la visión de una mujer es normal. Lo que no es normal es dejarse llevar por los instintos hasta tal punto de querer arrebatarle la vida. Maigret es un hombre de otro tiempo y de otro lugar. Es casi ridículo, si no fuera por su innegable inteligencia. Es una especie de conciencia andante que arrastra su tristeza por las empedradas calles de París.

Así que Leconte nos sitúa en unas calles oscuras, en las que siempre parece estar luciendo el primer rayo de sol nublado de la mañana o el deprimente ocaso de las tardes. Descubre el estilo de vida de esta chica y su rostro se va ensombreciendo según avanza en la investigación. Tal vez sepa que, aunque dé con la solución, no le gustará en absoluto. Y, después de todo, tendrá que seguir absteniéndose de fumar en pipa y de comer los deliciosos pasteles de manzana de su restaurante favorito.

jueves, 27 de marzo de 2025

THE ALTO KNIGHTS (2024), de Barry Levinson

 

Uno de los mayores problemas de esta película es que existe un director llamado Martin Scorsese. Su historia pide a gritos su estilo agresivo, su siempre acertada utilización de la banda sonora, su impía consideración con sus personajes. El director Barry Levinson no lo hace mal, pero no llega a ese disparo a bocajarro que siempre se siente bajo la realización de Scorsese. Además, incide en muchos de sus temas como es la amistad, la traición, la ambición desmedida, el cinismo del enrarecido entorno de la Mafia y, por supuesto, la inclusión de Robert de Niro por partida doble.

Y es que, aunque al principio se hace algo raro, de Niro sabe imprimir a los dos personajes que interpreta su toque particular. En los pasajes en los que encarna al capo di tutti capi Frank Costello vemos al hombre que, prácticamente, ya es un negociante, que sabe esconder sus sentimientos allí donde nadie los va a encontrar, que planea fríamente todos sus movimientos y que no quiere dar explicaciones a nadie. Cuando incorpora a Vito Genovese, juega muchísimo con la mirada, endurecida por un maquillaje que embrutece su físico natural, que le coloca más en los arrabales creando a un mafioso de más baja estofa aunque igualmente temible. Es más transparente. Es más temible a primera vista, pero, al ser más impulsivo, lleva muchas cartas perdedoras en la baraja.

La dirección de Levinson es sobria, jugando sin abusar de los encuentros entre los dos de Niro, renunciando a introducir canciones de la época como estiletes de degüello aunque dos o tres sí que se llegan a escuchar y con un montaje que, si bien al principio parece despistar un poco, sí que va creciendo en intensidad y en intenciones hasta el plan final en el que confluyen tantas cosas que la Historia nos ha contado de refilón como la persecución de los clanes mafiosos comenzada por el Fiscal General de los Estados Unidos Bobby Kennedy, o la confesión de Joe Valachi que enmarañó todo aún más y que está contada con el rostro de Charles Bronson en Los secretos de la Cosa Nostra, o la connivencia en determinados planes de las cinco familias de Nueva York, epicentro de la Mafia en los años cincuenta rellenando el vacío que dejó Charlie “Lucky” Luciano al abandonarlo todo. El resultado es una película que aprueba muy justito, a pesar de ese de Niro por partida doble, entre otras cosas porque todos los secundarios que le arropan tampoco son nada del otro jueves y, en algún momento, sí que se deja sentir algo de falta de fuelle, de pegada en el mentón…de eso mismo que Martin Scorsese te arrea sin previo aviso.

Así que mucho cuidado con las amistades de toda la vida porque pueden ser las enemistades de toda la muerte. Más aún en un ambiente en que todos se saludan con una inusitada amabilidad, pero tienen el cargador lleno de balas con el nombre grabado. La traición está ahí mismo, a la vuelta del siguiente garito, y los negocios sucios se emponzoñan un poco más porque no se puede confiar en nadie. Ni siquiera en aquellos que han compartido infancia, correrías, las primeras detenciones e, incluso, las mismas calles. Cuando llega el momento, ya se sabe, no hay nada personal, son sólo negocios. Y entre ellos está el llegar a la cúspide barriendo toda la tralla que puede haber alrededor. A veces, llegar tarde puede ser la respuesta a todos los problemas. De ese modo, se puede quedar como un jefe comprensivo que no cedió el mando porque alguien salió corriendo cuando debería haber disfrutado de un tranquilo día de barbacoa.



miércoles, 26 de marzo de 2025

TWISTER (1996), de Jan de Bont

 

Una relación sentimental es como un tornado. Nace con fuerza, arrasándolo todo y, luego, sin previo aviso, cambia de dirección. No se posee demasiada información científica sobre ello, así que lo mejor es poner en funcionamiento una serie de chivatos sentimentales que transmitan la información al centro neurálgico del corazón. Mientras tanto, puede que el amor se haya desarrollado en un entorno en donde los tornados se originen como hongos y haya que ir tras ellos para admirarlos y estudiarlos. Casi, casi como un relación personal. Es tan sencillo como eso. Los tornados surgen, destruyen y, de repente, desaparecen. Ganará el más rápido. Ganará el que tenga más intuición. Por el camino, habrá paradas en sitios comunes, camaradería a raudales, coches al límite, competidores arrogantes dispuestos a interferir en el estudio científico y a tirar alguna pulla para ver si se liga algo más que un tornado tras otro. Habrá espectadores casuales, traumas infantiles, seguimientos informatizados con una tecnología que, ahora mismo, nos puede parecer propia de los trogloditas. Retorcer la naturaleza. La de verdad. La del corazón…también.

Así pues tenemos a un puñado de aventureros y, probablemente, adictos a la adrenalina, que les gusta acercarse tanto a la catástrofe que casi pueden tocar con los dedos a esa aberración natural que hace que vacas, coches y casas salten por los aires con la fuerza incontrolable de los elementos. Les gustan más los tornados que comer unos buenos filetes en casa de una vieja amiga. Van tras ellos como si fueran vaqueros dispuestos a maniatar a las reses. Se dejan fascinar por ese tremendo dedo de Dios que se dibuja desde las nubes hasta que toca el suelo. Un fenómeno que, si no fuera real, el cine lo habría inventado.

Steven Spielberg estuvo detrás de la producción de esta película que, en la época, contó con un reparto relativamente desconocido para el gran público para que los grandes nombres no distrajeran la verdadera acción. Sin embargo, una buena parte de todos ellos se hicieron famosos muy poco tiempo después y, en los breves paseos por la parte dramática, se nota que había algo de talento en una historia que centraba su espectacularidad en las fuerzas de la Naturaleza. Ahí están Helen Hunt, Bill Paxton, Jami Gertz, Philip Seymour Hoffman, Carey Elwes y Alan Ruck. El resultado es una película entretenida, que solo quiere y desea estar en los productos más comerciales del ocio, sin más pretensiones y, quizá, ahí está su gran virtud. No ambiciona grandeza. Tampoco permanecer en la memoria. Sólo ofrecer un rato de agilidad y de regreso al cine de catástrofes que tanto nos entretuvo en los setenta. Recientemente se ha vuelto sobre el mismo tema, de nuevo con producción de Spielberg y, lo mismo, no llega a los resultados de esta primera. Preguntaremos al cielo.

Corran, corran, no se detengan. Estudien la toma de tierra de los tornados y adivinen cuál va a ser la dirección que van a tomar. Son imprevisibles y devastadores y no dudarán en arrasar todo lo que encuentren. Incluso el olvido. De vez en cuando, la Naturaleza no duda en recordarnos que sigue ahí para lo bueno y para lo malo.

martes, 25 de marzo de 2025

ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO (2007), de Sidney Lumet

 

Andy es el jugador de ventaja. Hank ha sido siempre el atractivo, pero mucho, mucho más débil de carácter. Ambos necesitan dinero. ¿Y quién no?, como dijo aquel. Sin embargo, en un alarde de retorcimiento, los dos preparan el atraco perfecto. Entrar y salir. Sólo que se trata de asaltar la joyería de sus propios padres. Fácil y directo. Sin problemas. Sin más. Sólo que la cuestión no sale bien. Uno de los cómplices a los que lían acaba por ser bastante torpe y entonces entra en juego el efecto dominó. Andy y Hank van a ser testigos de una serie de acontecimientos y se van a ver incapaces de controlarlos. Algo sucio se mueve en el fondo de sus comportamientos. No son trigo limpio. Parece como si, efectivamente, el diablo haya guiado sus acciones moviéndolos permanentemente sobre el mismo abismo de la moralidad. Andy está totalmente entregado a Gina, su mujer. Y tiene muchas deudas que hacen que el nudo alrededor del cuello se ajuste peligrosamente. Hank no tiene recursos para sacudirse de encima la presión que siente. Tiene que pagar los estudios de sus hijos y no ha guardado lo suficiente como para afrontarlo. La vida también es sucia porque se ceba en los destinos de algunos que se han buscado el vigor del agujero, pero que no pueden librarse de ese camino que parece inevitable. Habrá que buscar una solución antes que el diablo sepa que estos dos hermanos están muertos en vida.

La última película de Sidney Lumet no solamente es una oscura radiografía del comportamiento humano, con rincones de difícil ángulo, con personajes incómodos, que quieren beneficiarse de cada uno de sus actos, sino que también resulta un fascinante ejercicio de dirección de actores con una interpretaciones extraordinarias de Philip Seymour Hoffman, Ethan Hawke y Marisa Tomei en los principales papeles, pero secundados por un espléndido elenco que incluye rostros muy conocidos como Albert Finney, grandísimo siempre, Michael Shannon, puro granito, y dos actrices imprescindibles como Amy Ryan y Rosemary Harris. Todo el conjunto se sostiene en un continuo equilibrio sobre el deseo de que los protagonistas encuentren una solución y la certeza de que deben pagar por sus ideas retorcidas, impropias de su posición y de su educación y que acaban por exterminar cualquier atisbo de honradez en ellos. El resultado es una despedida impresionante, quizá la mejor de cuantos directores poblaron el universo de la llamada “generación de la televisión” y que renovaron el cine a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta.

Así que, si deciden saldar deudas, procuren llevar una solución más práctica. Tengan en cuenta el factor suerte, que no siempre es bueno. Un fallo, una distracción, un nerviosismo de más o una tranquilidad de menos y todo se puede ir al garete porque coquetear con el diablo tiene estas cosas. Tal vez haya que centrar más la cabeza, evitar el compromiso, soslayar del todo cualquier motivo de amenaza, ser un hombre más que la elección de la rata y tener en cuenta que, en todo momento, el diablo va estar susurrando sus palabras de insidia en el oído.

viernes, 21 de marzo de 2025

LOS CANALLAS DUERMEN EN PAZ (1960), de Akira Kurosawa

 

Todo comienza por una flor puesta oportunamente en la ventana de un edificio hecho de pastel. Parece una frase extraída de las mismas entrañas del surrealismo, pero no es así. Un hombre se casa con una mujer. Él tiene éxito. Es heredero de un imperio, pero su padre se arrojó, aparentemente, desde una ventana. Alguien desconocido, ha intentado dejarle una pista. El pastel de bodas es una réplica del edificio empresarial que se erige como sede del éxito paterno. Y ahí mismo, desde esa ventana en la que tenía el despacho, hay una flor roja que, por momentos, parece negra. Parece que la venganza ha tocado una ventana y es hora de ajustar cuentas.

El hombre sabe que su mujer le ama apasionadamente, pero está dispuesto a llegar hasta el final para averiguar quiénes fueron los instigadores de ese aparente suicidio. Ya se sabe, en cualquier caso, que lo que más daño puede hacer a los empresarios es tocarles el bolsillo porque creen que lo que hay dentro se lo tienen más que ganado. Así que por ahí va a empezar. Realizará una serie de jugadas económicas de altos vuelos que irán vaciando las reservas de aquellos supuestos amigos que no hicieron nada por salvar a quien más quería. Amistades así también se tienen en el infierno. Y el hombre va a hacer todo lo posible para convertir un imperio empresarial en la misma residencia del diablo.

Akira Kurosawa realizó esta adaptación de Hamlet en clave japonesa y empresarial. Con parecidas intenciones a la que realizó Helmut Kautner en Alemania apenas cinco años antes con el título de El resto es silencio, Kurosawa se centró en el camino de venganza que emprende el hijo del empresario que, al fin y al cabo, también acaba con él mismo, con su felicidad y con la de los que le rodean. El resultado es una película apasionante en su fotografía y realización, con tintes de cine negro moral, tendiendo a una serie de personajes que siempre guardan la apariencia de respetabilidad y terminan siendo verdaderos sicarios de lo ajeno. Toshiro Mifune resulta especialmente admirable por esa permanente duda que le atenaza y que, sin embargo, vence con mayor decisión porque lo único que le hace vacilar es el amor que siente por su mujer, moderna Ofelia, que sabe que, si lleva a cabo todas y cada una de sus intenciones, acabará pudriendo su propia alma. Si hay que poner algún inconveniente a esta película es que se torna algo farragosa en algunos pasajes que tratan de incluir un contexto meramente comercial a la muerte, cuando, probablemente, sea todo algo más sencillo.

Así que tengan cuidado con las indirectas, con las conspiraciones, con los verdaderos verdugos de la honestidad. No son fáciles de identificar porque suelen ir impecablemente vestidos, con gafas que esconden la expresión de sus ojos y las intenciones obtusas, pues sólo persiguen engordar sus carteras y adelgazar los ánimos ajenos. Una vez que se inicia el desahogo del rencor, nadie se puede quedar a medio camino. Los días se harán más largos…y las noches serán eternas.


jueves, 20 de marzo de 2025

LEE MILLER (2023), de Ellen Kuras

 

Detrás de las razones que impulsan a una mujer que ha probado el éxito en las pasarelas para irse a la primera línea del frente, hay muchos argumentos personales. Quizá la certeza de que la ociosidad no aporta nada en una situación de emergencia, o que el mundo merece saber lo que está ocurriendo en medio de las trincheras. Sin embargo, esa extraordinaria mujer, llena de valor, tiene que batallar en medio de un ambiente de hombres que no ven con buenos ojos que ellas se arriesguen, que solamente otorgan pases militares y que, cuando todos los obstáculos se han salvado, lo que ella encuentra en Europa es un horror que va más allá de todo lo imaginable.

Eso hace que su mirar esté lleno de tristeza. Nunca podrá recuperarse de lo que ha visto porque es de una crueldad sin límite aunque ella no deje de pensar en ningún momento que es algo que todos deben conocer para que no se vuelva a repetir. Su forma de entornar los ojos dejará ese matiz de experiencia que ha llevado hasta ahora y se tornará en un permanente aviso de que ha perdido toda la esperanza en la Humanidad. Seguirá con el hombre de su vida, criará a un hijo y no dejará de intentar hacerlo bien, pero la tristeza será tan abrumadora que nunca jamás volverá a hablar de lo que vio, de lo que fotografió y de lo que sintió.

En esta película de Ellen Kuras hay más cine que en todas las nominadas a la edición de los Oscars de este año. Y no es una película redonda. Parece que se entretiene demasiado en algunos pasajes y quiere hacer un excesivo énfasis en determinados sentimientos, pero contiene una maravillosa interpretación de Kate Winslet, que otorga al personaje de Lee Miller muchísimos matices, además de una saludable vena artística desinhibida que hace que su trabajo sea el de una gran actriz dominando todos los resortes del drama. El ambiente bélico está bien captado, con momentos de gran peligro y, sobre todo, el horror innombrable que Lee Miller descubrió con sus fundamentales fotografías sobre el exterminio sistemático de un tercio de los judíos de toda Europa y su lucha para que se publicaran que, curiosamente, acaba por ser una de las razones más poderosas para su silencio. El resultado es una película con momentos absorbentes, antes que brillantes, con secuencias estupendas como el instante en que ella se introduce en la residencia habitual de Adolf Hitler y realiza una instantánea memorable. Además, habría que destacar la valentía de Winslet, dejando bien a las claras que no está en su mejor momento físico, pero aprovechando la circunstancia para otorgar mayor credibilidad a su personaje. Ya van quedando pocas actrices como ella.

Tal vez haya que comprometerse un poco en este mundo confuso, que intenta imponernos por la fuerza determinadas actitudes. Puede que alguien, en algún lugar, tenga los suficientes redaños como para contar la verdad y desmontar tanta mentira y tanta información falaz. No hay nada como plantarse allí donde caen las bombas y contarlo, contarlo seriamente, contarlo con rigor. Eso es lo que merece el mundo. Lo demás son sólo falsos deseos para gozar de los quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol. Sin embargo, para hacer todo eso, hace falta sufrir mucho, dar más, pensar todo, moverse con pericia, saber lo que se hace y para qué y dejarse de egoísmos, de conveniencias, de veleidades ideológicas. Lee Miller pagó un alto precio para contar la verdad y para dejar testimonio de ella. Y los más cercanos a ella tardaron mucho en saber qué es lo que había visto con sus ojos inundados en tristeza.

miércoles, 19 de marzo de 2025

EL GRAN MIÉRCOLES (1979), de John Milius

 

Tres amigos que están locos por el surf. Y los años pasan por encima de ellos como las olas que tantas veces les han engullido. Siempre salieron a flote, de una u otra manera. Con ayuda de los otros, o no. Lo peor fue aquella vez en que tuvieron que ir a tallarse para acudir al frente del Sureste Asiático. Hicieron todo lo posible por librarse, menos uno de ellos. Matt tuvo problemas con el alcohol y, aún así, fue el mejor. Se subía a la tabla de surf con tanta facilidad que parecía que fuese un autobús de lengua sobre el agua. Matt, quizá, era el más guapo. Ese chico con el que toda mujer sueña. Brillante, atractivo, un punto insolente, otro punto rebelde, lo justo en juergas, lo indicado en atrevimiento. Algo que fascinaba con el contrapunto de la botella. Pero aún así, podría ir con la mayor borrachera del océano, pero se subía a la tabla y se acabó. El alcohol se evaporaba. Sólo existía la espuma, el surcador y él.

Jack era el responsable. Quizá era el que se metía en menos líos. Su cabeza siempre estaba sobre los hombros y su risa también era más difícil. Le gustaba subirse a la tabla sobre las olas sólo porque sus amigos lo hacían. Su responsabilidad le llevó a Vietnam y a no fingir una cojera o una locura temporal. Iba y ya está. Tres años allí. Regresó. Y lo primero que hizo fue ir a la playa para surfear. Es el espectador sereno de las proezas de Matt. Es el amigo que siempre te da el punto de vista razonable. Aunque, hay que reconocerlo, a Jack le gustaba la fiesta y, además, tenía una madre que era la misma encarnación de la paciencia.

Leroy era el más irresponsable. Si había una pelea, allí estaba. Si había que beber, se ponía ciego. Si había que ir con chicas, las cogía a pares. Sin embargo, también tenía un profundo sentido de la amistad. Puede que no todo lo que hiciera fuese legal. El dinero fácil también atrae desde las crestas de agua, pero era capaz de tirarlo todo por la borda con tal de estar bien con esos compañeros con los que compartió inquietudes, olas, sonrisas de complicidad y futuros nunca cumplidos.

John Milius dirigió esta película, sencillamente, porque le gustaba el surf. Cuando su anterior película, El viento y el león, se confirmó como un éxito, se sintió con dinero y fuerzas suficientes como para abordar la historia de su pasión. Cuando la película fracasó estrepitosamente, no pudo entender que al público no le interesara algo como el surf que, para él, era mucho más importante que cualquier otra cosa. Si bien es cierto que, en algunos momentos, la película adolece de una continuidad coherente y que, sobre ella, planea un sentimiento de nostalgia hacia una juventud que se aleja de forma implacable, igual que una ola que besa la orilla, la historia sobre la lucha con la vida y el mar de estos personajes acaba por ser un lugar común en la leyenda de todos los que nos acercamos. El gran miércoles  es ese día en el que la Naturaleza brinda crestas de tantos metros que apenas se pueden contar. Estos chicos volaron, cayeron, casi se ahogaron y permanecieron. Y lo hicieron sabiendo que tenían un hermano al lado.

martes, 18 de marzo de 2025

UN CRIMEN PERFECTO (1998), de Andrew Davies

Hay muchas diferencias entre esta versión de la obra teatral de Frederick Knott y la que realizó Alfred Hitchcock en 1954 con Ray Milland, Grace Kelly y Robert Cummings en los papeles que aquí asumen, con mucha distancia, Michael Douglas, Gwyneth Paltrow y Viggo Mortensen. Es cierto que la versión del maestro del suspense está más constreñida a la obra de teatro, utilizando prácticamente un solo escenario, bastante funcional, por otra parte, y sosteniendo el suspense a través del movimiento de la cámara y de sus actores, con una narración clara, concisa e irremediablemente magnética. En esta ocasión, Andrew Davis maneja con soltura el aireamiento necesario para la historia, para que no vuelva a ser otra visión de la obra de teatro. La actualiza, la traslada de Londres a los altos ambientes de Manhattan, cambia la profesión de los protagonistas. El tenista pasa a ser un financiero de Wall Street, el escritor transita hacia la pintura y ella ya no es una mujer ociosa, ni mucho menos, sino que es asesora del alto representante de los Estados Unidos en la ONU. Falta ese giro genial en el que, fracasado el crimen (no siendo tan perfecto como sugiere el título) se pasa a la acusación de ella para que, sin remisión, acabe siendo condenada a muerte. Ya se queda, simplemente, en asunto de celos. El facineroso que era víctima del chantaje se une con el amante. El inspector ya no tiene tanto protagonismo. Quizá todo esto sea la diferencia entre el cine de antes y el de ahora. Puede que el espectador de hoy, desde hace unos años, ya no tenga tanta paciencia para ver cómo se articula un crimen perfecto con una habitación y una escalera.

Y es que, ya se sabe, el dinero es el más poderoso de los móviles para cometer un asesinato. Aunque hay que reconocer que también hay condimentos de orgullo en la planificación. No en vano, no puede ser que el primero que pase con una cara bonita y aires bohemios se beneficie de la esposa de un tiburón de las finanzas. Eso no es así. No es tan sencillo. No es tan plano. Habrá que dejar las llaves en su sitio y las ofertas bien claras. Dinero a cambio de la vida. La vida a cambio del dinero. Todo es un círculo vicioso que converge en la figura de ese tipo que está perdiendo su fortuna y que ahora desea la de su mujer para no ir a la cárcel por deudas. Los crímenes están llenos de arrugas. Nunca es el tacto liso de la piel de una mujer. Siempre hay alguna que otra imperfección que pone en su lugar a quien ha estado subido en su torre de cotizaciones, empréstitos y valores mobiliarios. Es sencillo. Una llamada telefónica y el drama acaba. Sólo que quien debe ser, no es. Y, mientras tanto, hay que hacer cábalas sobre lo que ha pasado, lo que va a pasar y la muy delgada línea que separa la culpabilidad de la inocencia no totalmente limpia. ¿Verdad, señores? No basta una rubia para sustituir la sensación perdida del cariño.

 

viernes, 14 de marzo de 2025

TODOS RIERON (1981), de Peter Bogdanovich

Tener una agencia de detectives en pleno Manhattan parece bastante prometedor. Y más aún cuando está especializada en seguimientos para probar infidelidades. Dos clientes encargan dos trabajos. Por un lado, la mujer de un rico comerciante italiano. Por otro, una chica de ensueño. Así que John Russo y su socio se ponen a trabajar y a seguir a esas señoras que tanto prometen así, de lejos. La cuestión se complica y se le da una vuelta de tuerca de más al asunto cuando Russo se enamora de su presa, y su compañero Charlie Rutledge hace lo mismo con su seguida. Así que Nueva York, así, como quien no quiere la cosa, se convierte en el escenario de unos encuentros rocambolescos porque resulta que las dos señoras son inocentes de toda sospecha…hasta que conocen a estos dos señores que las siguen para probar sus culpabilidades…que sólo lo son cuando los conocen y comienzan a simpatizar el uno con el otro. Sí, todos rieron, aunque nadie lo diría.

La canción They all laughed de George Gershwin flota en el ambiente mientras dice aquello de “Todos se rieron de Cristóbal Colón cuando dijo que el mundo era redondo. Todos se rieron de Edison cuando grabó el sonido. O cuando le dijeron a Marconi que la conexión inalámbrica no podía ser. También se rieron cuando dije que yo te quería…”. De esa manera, se va articulando una historia que es una comedia, sin duda, pero que, de algún modo, también es enormemente melancólica porque son cuatro seres que buscan la felicidad en una ciudad hecha de rincones de cemento en los que esa felicidad hace tiempo que no se posa. Puede que, al final, como también dice la canción “todos tengan que comer un trozo de pastel de humildad” porque la vida, también ella, esboza una sonrisa burlona cuando juega sus bazas.

Peter Bogdanovich escribió y dirigió esta película que pasa por ser el último papel protagonista de Audrey Hepburn. Algo que no deja de ser extraño teniendo en cuenta que no dice ni una palabra de diálogo hasta que no pasa la primera hora de película. Ben Gazzara incorpora a John Russo, un hombre que está de vuelta de todo pero que aún ha sacado un billete de ida para algo que no ha vivido nunca. John Ritter incorpora a Charlie, el socio de Russo, con su habitual vena divertida e incrédula y, por supuesto, la malograda Dorothy Stratten, modelo de Playboy asesinada por su marido poco después de concluir el rodaje, es su objeto de deseo. El resultado es una película divertida, suave, propia de Peter Bogdanovich, que no tuvo ningún éxito porque, debido al asesinato de Dorothy Stratten, que también mantenía romance con el director, ninguna distribuidora quiso hacerse cargo del estreno y el propio Bogdanovich tuvo que poner de su bolsillo cinco millones de dólares para que se pudiera ver, aunque de forma muy limitada. Hoy desaparecida y tremendamente olvidada, Peter Bogdanovich siempre sostuvo que ésta es la mejor y más preferida de todas las películas que pudo hacer. Y es comprensible, porque es un tipo de cine que ya no se hace. Hecho con elegancia, con un admirable equilibrio entre la comedia divertida y la melancolía nostálgica. Yo que ustedes, también reiría.

jueves, 13 de marzo de 2025

MICKEY 17 (2025), de Bong Joon-Ho

 

Aunque su mejor película, de largo, es Memorias de un asesino en serie, resulta sorprendente que un director como Bong Joon-Ho, que estremeció las taquillas de medio mundo con su oscarizada Parásitos, elija esta película a continuación. Demasiado deudora del más que discutible humor coreano, Mickey 17 acaba por ser un distopía algo marciana que trata de extraer las carcajadas más gamberras a través de la historia de este inadaptado que es reimpreso en tres dimensiones, cual facsímil cada vez más falso, porque ha pedido ser un individuo prescindible en la nueva sociedad de un planeta lejano al que se ha ido a colonizar bajo el mando de un loco de la colina que tiene más de un punto en común con Donald Trump.

Y así, como el tipo es un poco inútil y ha decidido declararse en esa condición, le van empleando para los distintos experimentos necesarios para servir como conejillo de indias. En todos y cada uno de ellos, muere. En ese momento, se le reimprime, se le inserta una memoria con sus recuerdos propios, y vuelta a empezar. Si una vez se le utiliza para comprobar el efecto de los virus presentes en el aire de ese planeta, en otra se le encarga un trabajo imposible en el espacio exterior. Es morir y morir y morir otra vez. Una muerte tras otra. Y, como su inteligencia es más bien cortita, se lo toma con cierto humor de perdedor.

Al otro lado, la clase dirigente. Déspotas, estúpidos hasta decir basta, con la palabra justa para enardecer los ánimos y prometer recompensas que nunca se conceden. Colonización a cualquier precio con un mínimo afecto por la vida humana. Por ahí también andan una especie de gusanos, habitantes originales del planeta en cuestión, que parecen animales, pero que no lo son. Tienen su lenguaje propio y, además, son más hábiles políticamente que el cerdo pseudonazi que comanda a los humanos. Todo muy gamberro.

Bong Joon-Ho destila bastante coherencia en el desarrollo del argumento. En esta ocasión, al contrario que en La sustancia, los sucesivos clones viven con los recuerdos del anterior y todo tiene una cierta lógica. Sin embargo, la película tiene un error de base de bastante enjundia y es que, al menos para el público en general, no tiene gracia. Pretende ser una fábula de ciencia-ficción que no se toma en ningún momento en serio, que acaba por ser su mayor virtud, pero que no arranca ni una leve sonrisa en el grotesco ir y venir de ese héroe que anda regular de listeza y que, en el fondo, todo le da bastante igual porque no tiene un lugar donde vivir. Es como si Terry Gilliam le hubiera echado una mano (y esto no lo digo al azar) al director coreano y tuviéramos uno de esos cuentos algo recargado de estética, bastante largo de narración y que tampoco es que sea nada espectacular. Eso sí, no faltarán los amantes de la hipérbole que, con imperativos categóricos, dirán que es una maravilla de las maravillas maravillosas que sólo podían salir de la mente de un genio.

Robert Pattinson encabeza el reparto con un doble papel que, realmente, demuestra muy poco. Al pobre Mark Ruffalo alguien le debería decir que tiene la suficiente capacidad como para hacer un papel normal y no siempre el de alguien desatado y fuera de los cánones normales de la interpretación después de Pobres criaturas y ésta. Sorprende ver bastante desencajada a una actriz habitualmente tan centrada como Toni Collette y, prácticamente, se podría decir que la mejor actuación de la película corre a cargo de la gusana reina. Y es que no es fácil ser un buen facsímil. Entre otras cosas, porque querer la originalidad a través de un humor que, ni mucho menos, es gracioso, puede echar por tierra cualquier intento de calidad. Si van a ir a verla, no sean copias. Sean originales.

miércoles, 12 de marzo de 2025

LA BESTIA HUMANA (1938), de Jean Renoir

 

Jacques Lantier es uno de esos maquinistas de tren que tienen el rostro ennegrecido por el hollín y sólo las arrugas de su cara permanecen inmaculadas. Ha visto mucho humo saliendo de la máquina de muchas vidas y ha ahogado sus miserias en alcohol. Eso hace que, de vez en cuando, tenga algún que otro acceso violento que él, un hombre hecho y derecho, justifica algo ingenuamente diciendo que es un defecto genético porque sus antepasados bebían como una locomotora consumiendo carbón. A su lado, un individuo nada recomendable que tiene unos celos compulsivos por su esposa. Cuando se entera de que ella tiene una aventura con un tipo de ciertas posibilidades, lo asesina asegurándose de que ella esté presente para que sea cómplice del crimen. Lantier, en su laberinto interior, comienza a tejer un plan porque desea a la chica. La locomotora va a hacer sonar el silbato y las vías van a converger en un inevitable desvío hacia el destino.

Jean Renoir se decidió por adaptar este drama de Emile Zola porque retrataba fielmente las debilidades del ser humano cuando el deseo se interpone. Años después, relajando notablemente el personaje del maquinista, Fritz Lang realizó otra versión con el título de Deseos humanos, convirtiendo el melodrama pasional en algo muy cercano al cine negro. Renoir no huye del folletín criminal, lo ensalza y lo retrata con extraordinaria habilidad, a pesar de que, quizá, ninguno de sus protagonistas cuenta con el beneplácito del público. En cualquier caso, vuelve a hacer una gran película, llena de caminos quemados, de llamas, de piel oscurecida, de corazones carbonizados…

Y es que, quizá, el continuo trato con máquinas ardientes hace que los últimos resquicios de humanidad sean convertidos en cenizas de bestia, impresos en la corrupción más profunda del alma. Lo impensable sólo puede llegar cuando nos dejamos arrastrar por el deseo, cuando no ponemos freno a la fantasía que, por aquellas burlas del destino, se hace posible cuando las circunstancias se hacen presentes por un cúmulo de actitudes y casualidades. La bestia, al igual que la locomotora, es insaciable. Quiere más combustible porque es adicta al fuego interior. Convierte en humo los sueños, los cambios, las verdades y las razones. Y avanza inexorablemente hacia esa vía muerta de la que será muy difícil salir. Hombres y mujeres transformados en bestias sedientas de pasión y, con tal de alcanzar el máximo de placer, se devorarán unos a otros sin piedad, sin conmiseración, sin ningún argumento posible. Sólo permanecerá el colmillo goteando sangre y la locomotora exhalando ese suspiro de vapor en algún apeadero desierto. Mala será la solución. Peor será el desenlace.

A veces, escribiendo sobre las traviesas de lo que nunca se alcanza, uno llega a atisbar el lado más oscuro de nuestra personalidad. Deseando ser consumido por las llamas porque, de no ser así, no quedará más que el instinto más primario del animal que somos. ¿El amor? No me hagan reír. Ese sólo queda para los ingenuos que no van en tren.

martes, 11 de marzo de 2025

NEVADA SMITH (1966), de Henry Hathaway

 

El camino de la venganza está empedrado con adoquines de debilidad. Es posible que un muchacho decida emprender ese camino y lo convierta en su único objetivo en la vida. También es posible que las curvas y la sangre derramada haga que ya no sea una cuestión de venganza, sino de sed de muerte. El chico, con el pasar del tiempo, con el buscar a los responsables de la muerte de sus padres, se ha convertido en un asesino. Los que hicieron aquello van cayendo uno a uno. La voz se pasa. El Oeste se convierte en un sitio demasiado pequeño para ellos. Nevada Smith les va a agarrar y, sin pestañear ni un segundo, va a vaciar el revólver sobre ellos. Uno de esos hombres que llevan una vida respetable, en parte por haber asesinado a aquella pareja, comienza a sentir un miedo cerval porque siente que el matarife se está moviendo y, poco a poco, está llegando.

No cabe duda de que hay que destacar la interpretación y la presencia absolutamente conquistadora de Steve McQueen en esta película. Casi desde el principio, se adueña de la historia y coge al espectador de su mano encallecida para llevarle por los vericuetos de un alma que, paulatinamente, se va pudriendo porque cada vez quiere más. Ya no se conforma con la satisfacción de matar a los que destrozaron su vida. Ahora quiere también enviciarse con la cuenta saldada de la muerte. Se producirá el inevitable encuentro y Nevada Smith, por una sola y maldita vez, pondrá la medida del hombre que realmente es.

Henry Hathaway dirige con soltura, con una estética parecida a la que tendría John Sturges si estuviera presente. Hace que McQueen se eleve por encima de los demás, porque precisamente quiere que los demás eleven a McQueen. Ahí está un reparto secundario de auténtico lujo en el que destaca Karl Malden y se ve acompañado por Brian Keith (en uno de sus mejores trabajos), Arthur Kennedy, Raf Vallone, Pat Hingle, Martin Landau…la parte femenina la ponen Suzanne Pleshette y, en mucha menos medida, Janet Margolin.

Bien es verdad que, por otro lado, la película puede que cometa un error de cierto bulto al aceptar que se convierta en un melodrama de vaqueros cuando podría haberse inclinado hacia la aventura con sus inevitables toques de romance, pero se sigue al protagonista con sus motivaciones, sus instintos y sus defectos porque una de las características del protagonista que compone Steve McQueen es que no es un héroe de una sola pieza. Tiene muchas aristas que cubrir y esconder, tal vez para conseguir la simpatía de un público que, estoy seguro, ya la tiene.

Así que es hora de cargar el rifle con todas las balas disponibles. El sol abrasador confundirá las huellas de Nevada Smith, y Steve McQueen hollará la tierra seca para encontrar a los asesinos de sus padres. Mientras tanto, no lo duden, tendrá un buen maestro que le enseñará el manejo experto de las armas y, de alguna manera, se convierte en la figura paterna que Nevada Smith no ha podido encontrar. La rebeldía, al fin y al cabo, siempre está ahí, dispuesta a ser llevada.

viernes, 7 de marzo de 2025

GENE HACKMAN. EL DURO QUE, CUANDO DORMÍA, LAS OVEJITAS LE CONTABAN A ÉL

 

Famoso por su legendario mal carácter, Gene Hackman ha sido, posiblemente, uno de los actores más seguros del cine. Cuando se veía una película en la que había intervenido, sabías, con toda certeza, que su interpretación sería medida y vigorosa que, tal vez, el film no fuera demasiado bueno. Clint Eastwood decía que “me encanta dirigir a Gene. Sabe perfectamente qué es lo que le pido sin ni siquiera pedírselo”. Y, sin lugar a ninguna duda, fue un actor fuerte, capaz de robar escenas al más osado, sin fisuras, adaptándose a cualquier tipo de género y sin asumir nunca la condición de estrella aún conservando, eso sí, un enorme prestigio entre sus compañeros de profesión.

Fue un eficaz secundario durante varios años hasta que William Friedkin le ofreció el poderoso papel del “Popeye” Doyle en French Connection, un policía durísimo con colmillos de perro de presa que no ceja en su persecución a un jefe de la droga (el estupendo Fernando Rey) en un apasionante juego de gato y ratón con la inestimable ayuda de su compañero Roy Scheider. Rodada con una apasionante mirada realista, la película fue un éxito sin precedentes, un policíaco clave en los años setenta que marcó el rumbo del género, que exuda violencia, fealdad, con un montaje difícil de superar en el que Hackman aporta toda su dureza con una intensidad trabajada en las calles. El Oscar fue muy merecido.

A partir de ahí, mucho vieron en él a un actor protagonista de una solidez y una expresividad (ayudado por un rostro muy personal) enormes. Así, pues, interviene en la multiestelar La aventura del Poseidón, de Ronald Neame en la que, a pesar de contar con un estupendo reparto con nombres como Shelley Winters o Ernest Borgnine, él sobresale por derecho propio y se convierte en la mejor baza de una película que quedó como pionera del cine de catástrofes de los años setenta.

Francis Ford Coppola le brinda otra joya: La conversación, en el papel del obsesivo experto en escuchas que oye lo que no tiene que oír. Una película deliberadamente lenta, de grandes silencios y que se apoya en la fantástica interpretación de Hackman en una línea de actuación introspectiva de mérito incuestionable.

Mel Brooks le invita a participar, casi irreconocible, en la desternillante El jovencito Frankenstein en una de las secuencias más divertidas como es la de la criatura con el ermitaño ciego que se encarga de hacerle la vida tan imposible que el monstruo sale corriendo despavorido por riesgo a perecer quemado o quién sabe si algo peor. Esa corta secuencia nos demuestra el talento cómico de un actor que era algo más que la dureza.

Intenta repetir con su personaje Popeye Doyle en French Connection II, bajo la dirección de John Frankenheimer, pero, a excepción de la excelente escena de acción con la que termina la película con una persecución a pie, quizá sea una continuación prescindible, algo larga y pesada, descendiendo el personaje a los infiernos de la droga y difuminándose el argumento puramente policíaco.

Hackman recuperó enseguida su lugar al aparecer en una de las mejores muestras del cine negro de los setenta como es la excepcional La noche se mueve, de Arthur Penn, en la piel de un detective privado ex jugador de fútbol americano que debe investigar la desaparición de una joven, interpretada por Melanie Griffith, hija de una estrella de cine de segunda fila. La noche se mueve muestra el proceso de descomposición que sufre el mundo íntimo del detective privado que sólo puede buscar refugio en la eficacia de un trabajo que sabe hacer muy bien. Una estupenda película.

Picotea en todos los géneros con Muerde la bala, inteligente western dirigido por Richard Brooks, con diálogos extraordinarios y que pone en solfa el afán encarnizadamente competitivo de la condición humana. Prueba de nuevo el fracaso con Los aventureros del Lucky Lady, una comedia de granujas que tenía todo para triunfar y que no funcionó en ningún aspecto a pesar de estar dirigida por Stanley Donen. También es una de las estrellas que componen el impresionante reparto de Un puente lejano, en la que interpreta al Comandante en Jefe de la Brigada Polaca en uno de los papeles de mayor interés de toda la película. Y, por supuesto, hay que recordarle en las distintas entregas de Superman, en las que interpreta al megavillano Lex Luthor dando rienda suelta a su histrionismo. Él mismo declaró que aceptó el papel para “darse un gustazo” y “por dinero”.

A continuación, es el tercer papel en importancia en la muy estimable Bajo el fuego, de Roger Spottiswoode, quizá una de las primeras películas que hablaban de la corresponsalía de prensa en países hundidos en una guerra civil. Basada lejanamente en hechos ocurridos en Nicaragua durante la sublevación contra el régimen de Somoza, Hackman aceptó el papel más ingrato como el periodista que asiste a la historia de amor que surge entre un fotógrafo (Nick Nolte) y su mujer (Joanna Cassidy), todo ello bajo la admirable banda sonora de Jerry Goldsmith.

Su carrera atraviesa un largo bache durante los años ochenta con películas como la extraña Eureka, de Nicholas Roeg; la fallida aunque interesante Agente doble en Berlín, de Arthur Penn; la insulsa Power, de Sidney Lumet; aunque interviene en un título que ha derivado en culto entre todos los aficionados al baloncesto y al deporte en general con Hoosiers. También acepta un papel secundario en la más que aceptable No hay salida, a mayor gloria de Kevin Costner y forma parte de una notable película que pasó absolutamente desapercibida con el título de Bat 21, ambientada en la guerra de Vietnam y en la que adquiere un protagonismo especial al encarnar a un coronel sin experiencia en combate al que derriban en plena selva. Sin llegar a ser una obra maestra y careciendo de la profundidad de otras producciones con el telón de fondo del Sureste Asiático, es una buena película que no fue nada apreciada en su momento.

Deslumbra con su breve aparición en Otra mujer, de Woody Allen y completa una de sus mejores actuaciones en la piel del agente del FBI que se las sabe todas y se las tiene que ver con la intolerancia y el racismo más radical en la gran Arde Mississipi, de Alan Parker. Un papel lleno de fuerza, ironía y sabiduría que marca los momentos más álgidos de un film notable, que denuncia la situación extrema en la lucha por los derechos civiles en los años sesenta, una seria advertencia sobre los conflictos raciales que aún hoy se pueden encontrar en algunos de los estados del sur de los Estados Unidos. La interpretación de Hackman mereció una nominación al Oscar que perdió ante su gran amigo Dustin Hoffman, su compañero de apartamento cuando ambos eran simples aspirantes a actor.

Interviene como actor invitado en Postales desde el filo, de Mike Nichols, y es el protagonista de la muy entretenida Testigo accidental, de Peter Hyams, versión de un film de los años cincuenta de Richard Fleischer, para luego depararnos otro de sus más poderosos personajes: el sanguinario sheriff de Sin perdón, de Clint Eastwood, un gran clásico, un ejercicio fascinante y desmitificador de los mitos del viejo Oeste en el que un hombre que cuida cerdos puede valer más, mucho más, que un tipo que lleva la estrella de la ley en el pecho. Una búsqueda de las virtudes escondidas, de leyendas mentirosas, de hechos terribles que no tienen nada de heroicos, de justicia y no de ley, de amistad y valor, de armas rápidas y disparos por la espalda, de la vida humana y de la certeza de que las grandes historias pertenecen a hombres de los que no sabemos nada. Sin perdón es, sin duda, el western por excelencia de final de siglo y una extraordinaria actuación de Gene Hackman, brutal y odioso sin apariencia de serlo, que gana, con todo merecimiento, el Oscar al mejor actor secundario batiendo en dura pugna al gigante Jack Nicholson de Algunos hombres buenos.

El abogado corrupto de La tapadera, de Sidney Pollack, una excelente película, engrandece un proyecto que se realizó a mayor gloria de Tom Cruise y, después de aparecen en un patinazo de envergadura como fue Wyatt Earp, de Lawrence Kasdan, realiza otra actuación magistral en Marea roja, de Tony Scott, con una expresividad impresionante como capitán de un submarino nuclear que recibe un mensaje a medias y que puede significar el inicio de la tercera guerra mundial. Con una dureza extrema, se merienda al resto del reparto encabezado por el habitualmente brillante Denzel Washington en una más que aceptable película de género, crítica corrosiva sobre el entramado de defensa nuclear, tan estúpido como las guerras.

La divertida e infravalorada Cómo conquistar Hollywood, de Barry Sonnenfeld le puso como un director vivales que intenta aprovecharse de todo lo que se le presente y, después del traspiés que supuso su encarnación brutal de un racista condenado a muerte en Cámara sellada, vuelve a la comedia con la tronchante Una jaula de grillos, de Mike Nichols, en la que podemos apreciar su capacidad para reírse de sí mismo.

Vuelve a trabajar con Eastwood en la estupenda Poder absoluto encarnando al cínico, violento y oscuro Presidente de los Estados Unidos en una interpretación plena de sabiduría (la escena del baile de gala con Judy Davis es magistral) y se convierte en el tercer vértice del negro triángulo que se dibuja en la excelente Al caer el sol, de Robert Benton, el hombre que maneja unos hilos que no controla en una trama que atrapa a Paul Newman, último detective de la estirpe de los mejores.

Una de sus últimas joyas fue El último golpe, de David Mamet, una película que descubre que Gene Hackman “es tan duro que,  cuando duerme, los ovejitas le cuentan a él” y que tengamos la certeza absoluta de que el mundo se mueve “por dinero”… ¿no es por amor?...”sí, por amor al dinero”. En cualquier caso, fuera de la admiración a los diálogos, Hackman compone un fantástico personaje en la piel del ladrón que se las sabe todas, capaz de engañar a todos, incluido el público, con su inigualable inteligencia de perro viejo en el que es el último y obligado trabajo de su carrera delictiva. Una delicia.

No dejó pasar la oportunidad de actuar por única vez en su carrera con su gran amigo Dustin Hoffman en El jurado, adaptación trepidante de la novela de John Grisham y que dejó otro de sus malvados memorables, manipulador y abyecto, en la elaboración de jurados para juicios de indemnización demasiado abultada. Otro de esos personajes que no se olvidan con facilidad.

Me gusta pensar que Gene Hackman no ha muerto y que aún tiene mucha cuerda por delante. A un actor como él, nunca le faltará el trabajo porque siempre podremos revisitar sus películas y descubrir aquel gesto que se nos había pasado, o ese matiz en el que no habíamos pensado. Lo cierto es que, para nosotros, aquellos que hemos disfrutado muchísimo con su trabajo, aún nos quedan muchas sesiones de cine aderezados con la presencia del grandísimo actor que siempre fue. Y, conociéndole un poco, despido ya este artículo porque sé que a él no le gustaba demasiado que hablaran de su trabajo, así que coloco un punto final en el homenaje a un actor que era tan bueno que siempre será punto y seguido.

jueves, 6 de marzo de 2025

A COMPLETE UNKNOWN (2024), de James Mangold

 

En realidad, este artículo debería ser muy corto. Tan sólo dos palabras. Bob Dylan. El resto se escribe solo a través de las letras de sus canciones. En este nuevo biopic sobre una estrella de la canción, asistimos al momento de su ascensión y al de su más revolucionaria perfección. Mientras tanto, todo se reduce al retrato de un hombre que jamás supo llevar la fama porque, como bien se dice en un momento, “cuando me miran no quieren saber de dónde salen mis canciones, sino que se preguntan por qué no se les ocurrió a ellos”. Además de todo ello, echamos un vistazo a su alma rebelde que se tradujo, de puertas afuera, en un individuo inapetente, poco empático con los sentimientos ajenos, que quería ser amado, pero que, a la vez, estaba muy poco dispuesto a amar.

Así que ahí está el único cantante y compositor que ganó un Premio Nobel de Literatura deslumbrando a todo el que quisiera escucharle con unas letras que parecían poesía, con esa voz que parecía pedir permiso para salir al exterior, con ese deje al final de cada frase que era como un fuelle perdiendo aire. En su rostro, una timidez que le llevaba a analizar cada uno de los acontecimientos que ocurrían a su alrededor. Por supuesto, la película no entra demasiado en sus miserias, no sea que se nos caiga un mito de esos que tanto necesitamos en estos días. Sus canciones se van desgranando, una a una, haciendo que, más que un biopic, esto sea un musical en toda regla. Su relación con Joan Baez, su admiración por Johnny Cash, su descubrimiento por parte de Pete Seeger, su inspiración basada en Woody Guthrie, su amistad un tanto desangelada con Bobby Neuwirth, su flagrante inestabilidad sentimental que parecía no afectarle ni lo más mínimo…Dylan es un genio y, como tal, había que comprenderle. En dirección contraria daba la impresión de que despreciaba bastante al público, no quería entrar en sus obligaciones como número uno, a pesar de que su indudable mérito estuvo el de elevar la música folk a categoría internacional para ser admirado en todo el mundo. Quizá fuera un mito que nunca quiso ser.

El trabajo de Timothée Chalamet es encomiable porque él interpreta todas y cada una de las canciones de Dylan y parece estar oyendo al bardo de Minnesota en persona. Lo mismo que Monica Barbaro que da el tipo físico y exhibe la voz cristalina de Joan Baez casi a la perfección. Edward Norton está simplemente correcto en la piel de Pete Seeger, más preocupado en la difusión universal de la música folk que en otra cosa. Elle Fanning es esa amante que es incapaz de compartir a Dylan con la fama. La maquinaria del espectáculo se puso en marcha para engullir todo lo que Bob Dylan tocaba mientras él intentaba, por todos los medios, incluso escondiendo casi enfermizamente su propia personalidad, ponerse a salvo.

La dirección de James Mangold es correcta. Destaca por su sobriedad aunque, tal vez, en algún momento sea algo superficial y sea notoria su admiración reverencial por Dylan. En el fondo, es como si quisiera retratar al cantautor como un canto rodado que siempre caía por la pendiente más empinada. Podía ir empujado por la gravedad, pero también se veía en peligro por el exceso de velocidad. Sólo podía frenar ese descenso a los infierno chocando con las demás piedras. Y, a menudo, perdía una parte de sí mismo a pesar de que su apariencia exterior no sufriera ni la más mínima alteración. Por eso buscaba respuestas en el tiempo mientras los tiempos cambiaban inexorablemente. Por eso no quiso trabajar en la granja de las canciones y luchó, eso sí, para popularizar las suyas para, luego, no querer tocarlas. En su contradicción y en su propia rebeldía, que no protesta, radicaba gran parte de su genialidad. Era un completo desconocido en un terreno reservado sólo a los más grandes.

miércoles, 5 de marzo de 2025

VENGANZA DE MUJER (1948), de Zoltan Korda

 

Lo peor de pasar de cama en cama es que alguna desequilibrada pueda creer que hay algo más que un rato de evasión y placer. Eso lo sabe bien Henry, que es un tipo que busca consuelo ajeno para huir momentáneamente de las insufribles neurosis controladoras de su esposa. Quizá diga algo indebido por aquí, o una palabra de más por allá, más por desahogo que por confianza, pero alguien ha interpretado lo que no debía. Tal vez una recién llegada que tiene tanto de bella como de ambigua. O puede que Janet, esa vecina que ha estado siempre detrás de Henry, caminando a medias entre la compasión y el enamoramiento. El caso es que el arsénico precipita los acontecimientos y la mujer de Henry fallece y, claro, todas las sospechas se dirigen hacia él porque es el que estaba más cerca y era el que sufría todos los cambios de humor de su esposa que, a pesar de su invalidez, era claramente inaguantable.

Henry, por supuesto, tendrá que comenzar a investigar para despejar las sospechas que, como sombras en la noche, caen sobre él. Generalmente, el principal sospechoso de cualquier asesinato de mujer suele ser el marido o la pareja. No todo es tan claro. Henry debe bucear en sentimientos y motivaciones. Tal vez por ahí llegue a alguna conclusión provechosa para librarse de la cárcel y de la sentencia. Eso sí, mucho cuidado, porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y eso es lo que ha hecho el incauto Henry.

Zoltan Korda dirigió esta película como un proyecto personal involucrando en la escritura de guión a Aldous Huxley en una de sus escasas incursiones en el cine. Para ello, contó con Charles Boyer, estupendo y adecuado en su papel de marido agobiado, amante deseoso e inocente sospechoso, acompañado de dos actrices de enorme categoría como fueron Ann Blyth, siempre escondiendo la doble intención detrás de su rostro lleno de encanto, y Jessica Tandy, aportando la parte serena a una historia en la que la venganza femenina toma cuerpo y mirada porque, seamos sinceros, nadie mira como una mujer cuando quiere dar gusto al rencor.

Así que hay que ser muy cautos con quien nos juntamos. Puede que demos con la eterna insatisfecha, o con la que no quiere compartirnos con nadie, o con la estúpida de turno, o con la mujer más maravillosa a primera vista. Nadie sabe lo que se esconde detrás de las personas y, mucho menos, detrás de las mujeres. Su maldad, al igual que su inteligencia, es igual de refinada, de sutil, de insidiosa y escondida. Hay que leer en muchos de los sitios de su expresión para encontrar las líneas de sus motivos y la conciencia de sus actos, sean buenos o malos. Y no es nada fácil, porque saben esconderlo todo detrás de un bonito rostro, o de unos ojos encantadores, o de unos detalles insustituibles, o de una caricia más a tiempo que cualquier reloj. Son ellas. Únicas, irrepetibles. A nosotros, y al protagonista de nuestra historia, sólo nos corresponde ir detrás de su rastro como perros olfateando la salida.

martes, 4 de marzo de 2025

A HIERRO MUERE (1962), de Manuel Mur Oti

 

No es demasiado conocida esta coproducción hispano-argentina protagonizada por Olga Zubarry y Alberto de Mendoza. Sin embargo, como suele ser habitual, resulta una muestra más que evidente de lo que se puede hacer con el cine de género por las latitudes latinas, con un tiempo medido, un uso del suspense realmente notable, una trama que absorbe y una serie de intérpretes, sobre todo los secundarios, que le dan una textura impresionante a la película.

En este caso, todo se inicia con una mujer que ha cumplido ocho años en prisión y que quiere reinsertarse en la sociedad trabajando en una casa de alto standing. En ella, habita una anciana, antigua diva de la ópera y que, cómo no, tiene un sobrino bastante ambicioso que está deseando que su tía pase a mejor vida para cobrar lo que le corresponde por herencia al ser el familiar más cercano. El sobrino no se le ocurre otra cosa más que asociarse con la recién llegada a través del arte de la seducción, aunque en ningún momento queda claro quién seduce a quién, y se trata de que ambos ideen un plan para que la diva de la ópera se vaya a cantar al teatro eterno. La cosa, en un principio, parece bastante sencilla porque se trata simplemente de cambiar una medicación por un veneno. Simple, rápido, fácil y sin huellas.

Lejos de realizar un extenso y prolijo juicio de caracteres abyectos, la película no juzga en ningún momento a sus protagonistas. Todo lo contrario, expone sus angustias existenciales, que no son pocas. Todo ello estructurado en dos partes bien diferenciadas: por un lado, la preparación del crimen, con detalles, motivaciones, intervalos y dudas. Por el otro, la investigación policial llevada a cabo por dos actores competentes como Luis Prendes y José Nieto. Aunque sea obligatorio decir que quien destaca por derecho propio entre el extenso y maravilloso plantel de secundarios sea Jesús Tordesillas como el experto en venenos. Por ahí también andan Katia Loritz, Jorge Vico, el gran José Bódalo, Manuel Dicenta, Luis Peña o Félix Dafauce, nombres de solidez que otorgan un cimiento recio a esta historia que, aunque se inscribe en el cine negro español y argentino de la época, se halla a un paso del whodunit propio de Agatha Christie y con maneras excepcionales debidas a la fotografía de Manuel Berenguer que pone en pie una imagen muy cuidada que se halla cerca de la nouvelle vague.

Así que tengan mucho cuidado con asociarse con sobrinos de posibles futuros opulentos porque a lo mejor han pasado muchas por sus brazos y que tienen tías que les han cortado los grifos de la juerga. Más que nada porque por allí puede pasar una atractiva cabaretera, un doctor de mediana edad, un detective dubitativo y una dirección de Manuel Mur Oti, uno de los realizadores más controvertidos del cine español de los cincuenta y de los sesenta, tratando de servir una conspiración con aires del maestro Hitchcock dejando que la cámara fluya con soltura y los actores hagan lo mejor. Muy recomendable volver a este título y darnos cuenta hasta dónde somos capaces de llegar y cuánto se han silenciado por haberse hecho en una época para olvidar.