viernes, 31 de enero de 2025

CONFLICTO DE INTERESES (1998), de Robert Altman

En el fondo, es algo lógico. Atiendes a una persona, la conoces por casualidad en un cóctel mientras ella sirve y, de repente, crees que pone algo de orden en tu vida caótica. Luego ya sabes que ella es víctima del maltrato y decides que si hay que encarcelar al padre, pues se le echa una mano y ya está. Sin embargo, el resbaladizo terreno de la ley es una zona de alto riesgo porque puede que estés ayudando a quien no debas, puede que te estés dejando llevar porque te sientes demasiado solo y ella representa algo en tu vida, puede que estés tocando las puertas equivocadas y poniendo en riesgo a demasiada gente que te aprecia. Es un conflicto de intereses en toda regla porque, aunque tu vida es una puñetera melodía desafinada, las notas siguen sobre el pentagrama. Si te entregas totalmente, no quedará ni una corchea a la que agarrarse.

Manipular es algo que a muchos seres humanos se le da bastante bien. Se trata de presentarse como víctima para que todos estén rendidos a tus pies. O de ser cautivo de la infelicidad para que los demás estén dispuestos a otorgarte una oportunidad. Ni siquiera la profesionalidad de unos cuantos va a ser suficiente como para desenmarañar un galimatías familiar en el que hay intereses financieros, violencia, incomprensión, ambición a raudales y una instigación al delito del tamaño de un armero. Es difícil concentrarse en medio de una tormenta de sentimientos que desembocará, inevitablemente y se haga lo que se haga, en un tsunami que arrasará con muchas vidas. Algunos la perderán. Otros la extraviarán.

Interesante película que se basa en un manuscrito no publicado previamente de John Grisham y que, sorprendentemente, tiene detrás de las cámaras a un hombre que se había distinguido en el carácter coral de sus películas como Robert Altman. Aquí no cabe duda de que tiene que manejar a unos cuantos personajes y perfilarlos con precisión para que nada de una trama rebuscada, aunque perfectamente creíble, parezca falso. Para ello, Altman maneja un buen reparto, como suele ser habitual en él, con Kenneth Branagh, Robert Downey, Robert Duvall, Tom Berenger, Embeth Davidtz y Daryl Hannah. Todos ellos con roles trazados a la perfección y que ocupan su lugar con una precisión milimétrica en esta cuento sobre perdiciones, redenciones, sorpresas y giros que, aunque algo deslavazada en el principio, acaba por centrarse con bastante interés. Al fin y al cabo, ya se sabe, cuando un hombre pierde su razón porque se le escurre por debajo de la cintura, la vida se le desfleca a cada paso.

Así que no se dejen influenciar por esa mirada que saben poner algunos y algunas para alcanzar lo que quieren. Si es esa mirada que implica una conexión inmediata, pero que es posible que sea la auténtica línea del miedo. No la traspasen. Pueden verse envueltos en una trama en la que hay que suponer muchas cosas e intuir otras cuantas. El resultado, inevitablemente, va a ser que hay que demostrar hasta dónde llega el fondo de su inteligencia. Por mucho que hayan creído que son listos durante gran parte de su vida, puede que haya alguien que demuestre que no lo son tanto.

jueves, 30 de enero de 2025

THE BRUTALIST (2024), de Brady Corbet

Todo lo que ocurre en la vida de un artista tiene un reflejo en su obra. Todo lo que se hace mientras se crea tiene su simetría en su existencia. Así es esta película. Lo que le pasa al protagonista de esta historia influye de una manera decisiva en su creación. Todas las lágrimas están esculpidas en hormigón en las paredes que construye. Todos los desprecios, todas las falsas tolerancias, todas las frustraciones, todas las adicciones, todos los cariños, todas las esperanzas llevan su nombre grabado en esos muros de brutalismo y solidez casi inexpugnable. Quizá lleve razón en aquello de que lo importante es el destino y no el viaje que lo origina, aunque no necesariamente se esté de acuerdo con ello.

No cabe ninguna duda de que hay momentos de gran cine en esta cinta. Y que, dentro de ellos, la condición de artista no deja de ser una forma más de prostitución. Pendiente del mecenazgo de turno. Y más aún si el desprecio por ser extranjero es algo que se intuye latente en cada uno de los pasos encaminados a construir. Sin embargo, una vez más, en esos paneles, sostenidos por esa piedra de luz que es el mármol, se exhiben las lamentaciones así como también un alarido de rebeldía. Casi nunca entendido. Casi nunca escuchado.

Sí, Adrien Brody realiza una gran interpretación porque debe sufrir lo que actúa a cada fotograma. Su personaje llega a la tierra de la libertad y se encuentra con el sometimiento tiránico a los poderes financieros, a los desplantes de gente que quiere mentir para mantener sus pírricas existencias, a la certeza de que, por mucho que desee construir, su entorno hará lo posible por destruir. Empezando por su corazón. Terminando con su dignidad.

Felicity Jones también da un golpe en la mesa con un extraordinario trabajo. Su mirada deja de ser luminosa y se convierte en el de una mujer cansada por los golpes sucesivos de una vida ingrata, que es muy cicatera a la hora de concederle cualquier deseo. También saca a relucir su inmenso corazón de valor cuando es necesario porque, al fin y al cabo, ella y su marido son cultos y están un escalón por encima de los demás. Eso no quiere decir que no tengan sus defectos. Los tienen y muy notorios, pero los provincianismos de las altas esferas siempre intentarán echar para abajo cualquier intento de superioridad moral.

Guy Pearce no deja de esconder su abyección moral, su bajeza de miras y éticas, su arrogancia intocable que le lleva, en última instancia, a la mayor de las vergüenzas. En él reside el centro de la corrupción y del desprecio más terrible cuando las cartas vienen mal dadas y la posteridad se niega a concederle ningún crédito.

La dirección de Brady Corbet es correcta. La película, a pesar de su mastodóntica duración, se deja ver con cierta fluidez. Alcanza cotas de alto magisterio cuando pone en juego la música monumental con fondos disonantes de Daniel Blumberg y con la decisión de rodar en setenta milímetros en Vistavisión, otorgando una textura propia de los años cincuenta a una película que abarca un período de treinta y tres años. Es evidente la influencia de Ayn Rand y de esa otra excelente obra que fue El manantial, de King Vidor, con Gary Cooper y Patricia Neal como protagonistas. La batalla entre el interés financiero y la creación artística allí era el epicentro de la trama y aquí es uno de los lados de una crónica del dolor que siente alguien que no nació para sufrir, sino para crear. Y lo que consiguió fue trascender el tiempo.

Y aún y todo así, con toda la monumentalidad del esfuerzo, con interpretaciones y puestas en escenas francamente notables, puede que falte algo más de empuje, algo más de pasión en contar una historia que, si hubiera tenido más corazón, podría ser calificada de incontestable obra maestra.

 

miércoles, 29 de enero de 2025

LA MONTAÑA SINIESTRA (1956), de Edward Dmytrik

 

El pico está ahí, esperando. En su cabeza se coronan nubes efímeras, que acarician su rostro de piedra o se despeñan por sus gargantas y laderas infinitas. Allí, en todo lo alto, se ha estrellado un avión. No hay supervivientes. Y un joven impetuoso, lleno de ambición, quiere ir hasta la cima para recuperar las pertenencias de las víctimas y quedarse con ellas. No puede hacerlo solo. Es demasiado inexperto para subir. Necesita a su hermano. Quizá no sea del todo su hermano, puede que la madre fuera distinta. Lo cierto es que es un viejo guía de las montañas que se sabe hasta la orografía de la faz del granito que recubre esa maldita cumbre. El hermano mayor no quiere ir. Ya sabe lo que es sufrir en la cara más amarga del alpinismo y ya ha emprendido el descenso. Ya está bien de desafíos imposibles. Ya es suficiente.

No obstante, la montaña desprende algo parecido a un enigma que sólo se resuelve cuando se hace cima. Es algo parecido a la extraña mezcla de la belleza con la magia y una inolvidable sensación de libertad. Ese hermano mayor se ha divertido mucho escalando, es sincero, es divertido, ve la vida de una forma honesta y sabe que no hay atajos, todo lo contrario que su impulsivo hermano menor que sólo mira lo que ocurre a su alrededor con los ojos muy abiertos para construirse su propia realidad. Sólo irán a retar a los precipicios más repentinos porque el hermano mayor quiere cumplir su obligación de cuidar al menor. Puede que sea la última vez en la que tenga esa oportunidad. En realidad, todo esto no es más que un simple acto de latrocinio. Se trata de arrebatar a los cadáveres sus joyas, su dinero e, incluso, una buena porción de su dignidad.

Edward Dmytrik dirigió esta película con su habitual buen oficio aunque, quizá, no sea muy creíble la relación de hermandad entre Spencer Tracy y Robert Wagner. También habría que destacar la aparición de Anna Kashfi, la primera esposa de Marlon Brando, en un breve papel y, sin duda, el director acierta al convertir el paisaje natural en un protagonista más de este duelo aventurero con la montaña y de caracteres entre dos hombres que persiguen objetivos muy distintos. A uno lo guía el amor. Al otro, la ambición.

El resultado es una buena película, muy sólida, con interesantes giros en las personalidades de los protagonistas según se van ascendiendo metros. Quizá, la premisa sea simple, pero a poco que se hurgue en los rincones de la moral y de la responsabilidad, vemos que hay algo más, un apoyo bastante resbaladizo en los dobles y triples modos de conducta en unos personajes que no están hechos de una sola pieza. El suspense servido por el peligro de la altura, desde luego, es uno de los puntos álgidos y está bien rodada, con profesionalidad y con sentido, huyendo de transparencias fáciles y prestando atención a un drama humano en una localización abrupta, inhóspita y salvaje. Es la montaña desnuda la que muestra los verdaderos sentimientos y los valores auténticos. Sólo las situaciones extremas son capaces de proporcionar la auténtica medida de los hombres.

martes, 28 de enero de 2025

EL ÚLTIMO HOMICIDIO (1965), de Ralph Nelson

 

Una mujer muere y todas las miradas se dirigen a Eddie. No es un chico con demasiada suerte. Anduvo con mala gente, entre otros, con su hermano Walter, y fue acusado de disparar a un policía cuando él abomina de las armas. Está en libertad condicional, apenas puede mantener su trabajo de conductor de camión y trata de salir adelante con su esposa y su hijo pequeño. La ciudad parece engullir a Eddie. Esa mujer ha muerto y el policía, casualmente el mismo que fue herido por el propio Eddie, según se dictaminó, cree que es él el autor por la forma en la que ha sido cometido el asesinato. Al mismo tiempo, Walter vuelve a aparecer y quiere que Eddie participe en un golpe que está preparando. Eddie no quiere volver a la casilla de salida. Y, sin embargo, va a tener que hacerlo. El policía está subido en su chepa, el empleo no se sostiene y él tiene una familia a la que sacar adelante.

Una película rodada en un esplendoroso blanco y negro y que resulta muy extraña por los elementos que intervinieron en ella. Pareció que, de alguna manera, podía ser el vehículo perfecto para que Alain Delon se introdujese en el mercado americano, pero no fue así. Ann Margret trata de demostrar sus aptitudes dramáticas en la piel de la mujer de Eddie. El policía es nada menos que Van Heflin. Y el hermano es Jack Palance, que, por corpulencia y hechuras, saca dos cabezas a Delon. Detrás de las cámaras, Ralph Nelson, un director que ha hecho películas de notable calidad aunque poco conocidas como Una tumba al amanecer, con Charlton Heston y Maximilian Schell, y Los pasos del destino, con Glenn Ford y Rod Taylor. En su filmografía abunda el enfrentamiento entre dos personalidades poderosas que, en el fondo, persiguen lo mismo. En este caso, el policía, cegado por atrapar al hombre que le disparó, y el delincuente, obligado a retomar el camino equivocado de sus peores años de escalo y violencia.

El resultado es ciertamente sorprendente, aún con sus elementos extraños y por la articulación de sucesivas trampas para cercar el ánimo de todos sus protagonistas. Quizá es algo precipitada en algunos pasajes, pero, sin duda, se llega a simpatizar con Eddie, a pesar de que Delon, en esos ambientes, no parece hallarse demasiado cómodo. La música de jazz de Lalo Schifrin pone el clima de forma muy apropiada y la fotografía de Robert Burks, uno de los colaboradores habituales de Alfred Hitchcock, resulta fascinante en sus secuencias nocturnas, en las que la luz parece huir dejando un rastro sorprendentemente claro en la acción.

Y es que el pasado, de una forma o de otra, siempre viene a cobrarse sus deudas. No importa si el rostro se esconde detrás de un pañuelo, o la autoridad lo hace tras una placa. Ajustar las cuentas es una vieja, viejísima pretensión humana y, de alguna forma misteriosa, con el destino como juez, a eso se encaminan todas las acciones de estos personajes que, en el fondo, arrastran sus errores como pesados macutos en la moral. Un par de disparos, posiblemente, dejarán todo en su sitio. Aunque, quizá, no todo…no todo…

viernes, 24 de enero de 2025

DESAFÍO TOTAL (1990), de Paul Verhoeven

 

¿Quién no ha querido desasirse del abrazo de la rutina? ¿Quién no ha querido emigrar a lugares donde el aire es más limpio, el tiempo es más largo y el amor es más eterno? Ahora estamos muy cerca de conseguir la proliferación de agencias de viajes como la que aparece en esta película. Esa que promociona una y otra vez, machaconamente, el deseo de que usted, o yo, o cualquiera, podemos hacer realidad nuestros sueños sin moverse de una silla, digamos, parecida a la de un dentista. Incluso podemos diseñar las aventuras que queremos correr y éstas pueden ser plácidas o excitantes, con una compañera con cara de viciosilla o un camarada de musculitos desarrollados y cerebro en estado letárgico. Lo que queremos. Sólo hay que ir y pedirlo.

Sin embargo, como toda inmersión en mundo irreal, eso puede tener sus peligros. Quizá uno de los diseños más apreciados de la agencia de viajes sea el hecho de no saber si se está viviendo un sueño o se está soñando una vida. Tendrá que moverse por traiciones, cambios de personalidad, viajes a Marte, una colonia que dista mucho de ser paradisíaca, espías, saboteadores, resistencias a un mundo que se empeña en organizar hasta lo que se tiene que imaginar…Es un desafío que habrá que discernir porque llegará un momento en que todo parecerá muy real dentro de la apariencia del sueño. Puede que una gota de sudor resbalando por una frente sea el elemento que marque la diferencia, o que ese sueño prediseñado sea tan maravilloso que bien merece la pena seguir adelante. Lo que usted quiera. Sólo hay que ir y pedirlo.

No cabe duda de que el director Paul Verhoeven se decantó por una estética muy cercana al cómic a la hora de realizar esta película y que acaba por ser uno de los títulos más salvables de Arnold Schwarzenegger. Más que nada porque la historia de Philip K. Dick en la que se basa tiene unos cimientos fuertes para enganchar a todo el que ose acercarse y, desde luego, la intriga, la aventura y el misterio están presentes a lo largo y ancho de esta alucinación que camina entre la distopía y el futurismo. El resultado es una película que llega a ser vibrante, como una buena pelea en un pasillo de un hotel cualquiera, intentando dirimir si esa persona con la que estás luchando es tu mujer o un agente del enemigo tratando de acabar con esa dulce sensación de ser algo para alguien en un mundo en el que impera la nada. Lo que usted quiera. Sólo tiene que ir y pedirlo.

Así que ya saben. No se aburran. Aprecien lo que posean. La salida fácil no está en una aguja hipodérmica que le proporcione un viaje sin traslado en los confines de sus propias fantasías. Tan malo es el apego excesivo a la realidad como la entrega total a la imaginación más escondida. ¿Quién no ha querido alguna vez salir pitando de una vida gris, estúpida y que se está vaciando a cada minuto? Todos. El secreto está en salir, también de vez en cuando, de ese estado semiinconsciente de gusto por lo imposible. Aunque, a veces, sea posible. Lo que usted quiera. Sólo hay que ir y pedirlo.

jueves, 23 de enero de 2025

BABYGIRL (2024), de Halina Reijn

 

Hace muchos años, cuando el cine aún servía para algo, se estrenó una película sobre una mujer independiente y muy segura de sí misma que aceptaba sumisamente un juego de humillación ante un ejecutivo que estaba de toma pan y moja y que acababa por encontrarse a sí misma en un mundo de hombres que sólo pensaban en pasarlo bien. Hoy, nos encontramos con la misma historia, sólo que esa mujer independiente tiene unos cuantos años más y el ejecutivo se ha convertido en un becario canalla, propio de la época en la que vivimos, que tiene unos cuantos años menos. Con sus correspondientes variaciones sobre el mismo tema, asistimos a un viaje hacia los escalones más bajos de la dignidad femenina para acabar con otra señora liberada que llega a tener criterio propio porque ha probado las mieles masoquistas del sexo puro y duro.

Nicole Kidman tiene valor haciendo esta película, estamos de acuerdo. Antonio Banderas luce poco aunque, hay que reconocerlo, tiene una escena en la que alcanza una altura dramática importante. Harris Dickinson incorpora al becario y llega a encandilar con esa mezcla que exhibe de chico bueno y, a la vez, palpitantemente perverso. La directora Halina Reijn, incluso, trata de imitar un poco al Stanley Kubrick de Eyes wide shut con la introducción de temas musicales que recuerdan al vals de Shostakovich mientras se suceden, uno tras otro, los distintos orgasmos a los que la protagonista se convierte en adicta.

Nada nuevo bajo el sol. Las escenas más comprometidas son evidentes, pero no explícitas. El descenso a los infiernos de esta ejecutiva de empresa, quizá, sea algo brusco. Se hace algo de hincapié en el chismorreo que corre como la espuma entre los despachos. Se introduce el elemento lésbico a través de una de sus hijas…y todo sabe a nada. No resulta una historia demasiado incómoda, que es lo que verdaderamente pretende la película. Las secuencias eróticas están rodadas con sumo cuidado porque Kidman ya no está para muchos trotes. La liberación a través del deseo resulta tan increíble como en Nueve semanas y media, sólo que dejando de lado la estética de videoclip. Hay cierta broma en el personaje de Kidman sometiéndose a un tratamiento de bótox mientras su hija le recrimina que, más o menos, se está convirtiendo en una versión momificada de un gallo escaldado. Y la película sigue sin decir nada. Es inane. Incluso es algo cargante en algún pasaje por la mala elección de la música que acompaña las aventuras sexuales de esta mujer que quiere probar su lado más oscuro para volver a propagar la luz que guarda en su interior.

En descargo diremos que tampoco es que sea terrible. No es una auténtica basura ni nada de eso. Es una más del montón que, a pesar de un físico que está empezando a resultar algo despellejado, tiene en Nicole Kidman su mayor activo. También es curioso que, a pesar del viaje sexual que emprende, su personaje tenga auténtico pavor a perder todo aquello que la ata a la normalidad. Es decir, probar, sí, pero tampoco nos pasemos. Y no es que sea cobarde. Sencillamente es posible que sea una de las últimas oportunidades que tiene de alcanzar la plenitud sexual. Ya no quedan muchos más días.

Así que pónganse una de esas ropas que sientan irremediablemente bien. Al fin y al cabo, esto es cine y cualquier cosa lucirá como un resplandor a través de los grandes ventanales de su oficina. Puede que, en una de estas, alguien nuevo atraiga su interés con dos miradas, tres palabras pronunciadas a una distancia que invada su espacio vital y ya esté el lío formado. Débil es la carne. Y más aún si ha pasado treinta veces por la mesa de operación de algún cirujano plástico. Independencia. 

martes, 21 de enero de 2025

IN AND OUT (1997), de Frank Oz

 

El problema puede estar en intentar salir del armario sin tener conciencia de que se está dentro. Vistas las cosas así, se acabó cualquier otra consideración. No menees el trasero aunque la música te lo pida. No puede ser. Tú eres un tío, con pelo en el pecho y en otro sitio debajo del cinturón. No te muevas. La palabra clave es no. Negativa a saltar, a moverte con ritmo (todo el mundo sabe que los hombres no tienen ritmo), a dar rienda suelta a tu lado más loco, a ponerte los discos de Barbra Streisand a todas horas. No eres gay. Y punto. Y ya está. No hay más que hablar. Todo lo demás, sobra. No lo eres. No lo eres. No lo eres. Sí lo eres.

Y es que en una pequeña localidad saltan todas las alarmas cuando un chaval que nació y estudió allí gana un Premio de la Academia y en el discurso de agradecimiento no se olvida de nombrar a aquel profesor de arte dramático que le inició en las lides actorales y que, sin duda, es gay. Y el señor no se considera gay, aunque lo es. Diantre, si hasta está a punto de casarse. No, no puede ser. Esa figura considerada, respetada, venerada y reverenciada en todas las curvas del pueblo, no puede ser gay. De ningún modo. Es atildado y fino, con buen gusto, muy tranquilo, sin aspavientos, sin ser una loca mamarracha por las noches. Y, no obstante, sólo porque lo dice un mindundi que acaba de probar las mieles de Hollywood, todo el mundo empieza a pensar, o a presentir, o a asegurar que el señor Brackett es un usuario habitual de la acera de enfrente. Es un hombre sencillo, amante de las cosas buenas y de Barbra Streisand…ups, perdón…y se pone cintas para ganar en apostura de macho…Sin embargo, el señor Brackett guarda una virtud incógnita. Acabará por darse cuenta de que es igual que le consideren una cosa u otra, eso no cambia nada. Sigue siendo Howard Brackett, profesor, en una pequeña localidad en donde se ha desatado un pequeño terremoto porque se ha propagado a los cuatro vientos que él es gay…

Frank Oz dirige con arrebatadora gracia esta película sobre un hombre al que le cuesta darse cuenta de que está dentro del armario, pero que, al final, de forma irresistible, se decide a salir de él. De esa forma, se dará cuenta de quién está a su lado y de quién está en su contra y obligará a retratarse a todos sus vecinos. Y todo seguirá igual, porque, a pesar de los pesares, de los estúpidos pensamientos preconcebidos y de las demás zarandajas, no cambia nada salvo, quizá, su vida. Y su vida es algo que le concierne sola y exclusivamente a él.

Por supuesto, no puedo poner este punto final a tanta tontería sin destacar el maravilloso trabajo de Kevin Kline en la piel de ese profesor que decide no controlar su cuerpo al son de los Village People y que Oz, en esta ocasión, reúne a un espléndido plantel de secundarios que le dan una réplica muy divertida con los nombres de Joan Cusack, Tom Selleck, Matt Dillon, Debbie Reynolds o Wilford Brimley. Todos ellos acaban por ser el sustento de la identidad que todo hombre o mujer busca en su vida, sea del signo que sea y se ponga a bailar bajo las notas del cuero brillante o apretado. Ustedes deciden cómo quieren tomarse el rumbo que ha tomado el profesor Brackett. Yo lo tengo decidido. No voy a sentirme ni acosado, ni vilipendiado, ni ofendido. Él sabrá lo que hace.

COMO EN LOS VIEJOS TIEMPOS (1980), de Jay Sandrich

 

Ser un escritor de cierto éxito es toda una responsabilidad. Participar en un atraco, ya no digamos. Conjugar las dos cosas, es insoportable. Y eso es lo que le pasa a Nick Gardenia. Le obligan a ser parte contratante en el asalto a un banco. Como buen fugitivo, huye. Es lo que tienen los escritores, que siempre eligen la salida más fácil. Y no se le ocurre otra cosa que pedir refugio a su ex esposa que, por aquellas cosas de la vida, resulta que se ha casado con el fiscal del distrito que, muy aplicado él, va a ser el próximo Fiscal General de los Estados Unidos. Ironías del destino. Claro, Nick no lo ha hecho a propósito, pero se va a esconder en esa maravillosa cabañita que va a poseer el futuro matrimonio en esa localidad encantadora del sur de California llamada Carmel. Ni que decir tiene que la ex esposa también es una abogada competente y que, comprometida con su labor y con la sociedad, no duda en emplear a ex convictos para hacer tareas en la finca. Y la señora tiene un lío de sentimientos que no se lame. Como en los viejos tiempos.

Todo se complica ligeramente cuando, debido a las amistades de su marido, al cual le esconde el enredo, aparecen por allí tropas enteras de personalidades de alto rango y también puede que asomen la cabeza los malvados perpetradores del atraco que obligaron a Nick a ser el testaferro del escalo. ¿A que es un follón de tres pares de narices? Lo mejor de todo es que es tremendamente divertido.

Neil Simon escribió el guion de esta película y contó con tres intérpretes dominadores de la comedia y sus tiempos como Chevy Chase (por una vez muy competente), Goldie Hawn (sexy y divertida) y Charles Grodin (maravilloso). Al fondo, ligeramente a la derecha está la fuente de todo esto que no es más que la screwball comedy de los años cuarenta y, más concretamente, esa estupenda película que interpretaron Ronald Colman, Cary Grant y Jean Arthur con el título de El asunto del día. El resultado es interesante, divertido, ligero, un gran rato.

Así que ya saben. Si se ven en apuros con la ley, trasládense a la casa de su antigua esposa. Posiblemente (ya les digo yo que sí), le irá mejor que a ustedes. Y, de paso, entre idas y venidas, mentiras sobre mentiras y escondites oportunos, lo mismo hasta pueden intentar recuperarla porque, donde hubo fuego, siempre arden ascuas. Ándense con cuidado, porque en el proceso también pueden echar el agua definitiva en las brasas. Eso sí, si por el camino se ríen a gusto, la faena puede merecer mucho la pena. Porque es una faena. Imagínenselo. Basta con que, si se dedican a esto de juntar letras, pueden tener material para hacer un par de obras de teatro, de esas de mucha puerta, de mucha risa, de mucha mala leche y de un par de golpes físicos tronchantes. No es moco de pavo para haber atracado un banco.

viernes, 17 de enero de 2025

A REAL PAIN (2024), de Jesse Eisenberg

 

Emprender un viaje a un país que ha vendido la pena por kilos con la intención de darse cuenta de que el dolor que uno siente es menor no deja de ser una jugada arriesgada. Y más aún si se trata de compartir ese viaje con un primo hermano que no rompe ninguna regla, que se mantiene siempre dentro de los límites de lo que se espera de él y que, incluso, toma pastillas para dominar el trastorno obsesivo-compulsivo que padece. Todo empieza y termina en un aeropuerto mientras se recorre un periplo lleno de angustia y de desesperanza sobre el Holocausto en un país especialmente castigado como Polonia. Y, cómo no, también aparecerá el fantasma del dolor por haber sobrevivido.

Dos jóvenes han perdido a su abuela, una polaca que emigró a Estados Unidos y que, de alguna manera, ha sido la persona de referencia en sus vidas. Se trata de visitar aquellos lugares en los que el gueto de Varsovia se levantó contra los nazis, un campo de concentración, la ciudad de Lublin y, por último, la casa en la que vivió esa abuela que les enseñó a soportar las contrariedades de la vida. Con uno, lo consiguió, el otro es un muchacho inestable, que sale de una experiencia traumática y que, a pesar de que posee una simpatía fuera de lo común, no es capaz de mantener una actitud normal con respecto a la gente que lo rodea. Y eso es porque la soledad, en el fondo, ha hecho mucha mella en él. No tiene pareja. Ya, prácticamente, no ve a su primo. Su abuela ha muerto. Ya no queda nadie a quien agarrarse. Por eso, va al aeropuerto y se puede pasar horas allí, entre la gente, en ese ambiente de idas y venidas algo presurosas que todos exhibimos cuando vamos a coger un avión. Él ya ha cogido muchos aviones. Casi todos, de vuelta. Ahora sólo quiere estar rodeado de gente, oírles hablar…pero que no le hablen, que no le pongan en encrucijadas verbales, que no guarden comportamientos demasiados esperables.

Es bastante original esta propuesta dirigida, escrita e interpretada por Jesse Eisenberg y que guarda en la interpretación de ese primo desequilibrado encarnado por Kieran Culkin su mayor activo. La dirección es correcta, muy sobria, sin un plano de más, sin saltarse ninguno de los obstáculos emocionales que atenazan a ese chico que ya está entrando en la treintena y que no ha conseguido absolutamente nada en su vida, pero que se permite dar lecciones al resto de excursionistas o al guía como si tuviera algún derecho sobre las personas. Sorprende también la aparición de una irreconocible Jennifer Grey, aquella bailarina novata de Dirty Dancing cuyo físico ya no se parece en nada al que poseía. En resumen, y salvando las distancias, parece que Eisenberg ha aprendido bastante de Woody Allen con esas conversaciones pisadas y atropelladas mientras, al mismo tiempo, realiza una película bastante personal, con un guión que no deja de ser ocurrente y que conforma una historia bastante aceptable.

Y es que los caminos del dolor suelen ser muy tortuosos. Se manifiesta de las más distintas maneras y trata de adelgazar en todo momento con sus kilos de desesperación descargados sobre cualquiera que se cruce. Más aún dentro de un ambiente relajado y casi vacacional, aunque en un itinerario que anestesia en su horror, dejando tras de sí un rastro de pena oculta, escondida entre tanta maldad, agazapada a la espera de un abrazo consolador que tarda mucho en llegar porque la complicidad siempre parece forzada, como si fuese una obligación que se ha dejado de lado mientras las lágrimas seguían cayendo sobre el ánimo en una tortura de gota sobre piedra. 

jueves, 16 de enero de 2025

LAS VIDAS DE SING SING (2024), de Greg Kwedar

Lo más difícil de mantener cuando una persona cumple condena en una prisión de máxima seguridad es la esperanza. Encerrado en una celda diminuta, con los días repetidos hasta la saciedad, cualquier actividad abre una ventana al deseo implícito de la libertad. Un hombre, acusado falsamente, sólo tiene un texto lleno de acotaciones y un escenario para sentirse libre. En las letras de Shakespeare, de Aristófanes, de Williams, de Cocteau o de Chejov se halla tanta exigencia y tantas enseñanzas que, de alguna manera, esa esperanza tan procurada se yergue entre sus páginas. Y decirlas bien es como gritar a la vida que aún no ha aparecido la derrota.

Un grupo de teatro con actores con idénticas inquietudes decide poner en marcha una obra más. Cada seis meses, se suben al escenario y dan lo mejor que tienen para que la gente ría o llore, se emocione o se entristezca. En esta ocasión es una especie de batiburrillo con acotaciones que dará la oportunidad a que todos tengan su episodio de lucimiento. Incluso contarán con alguna cara nueva que, sorpresivamente y surgido de los ambientes más bajos, ha demostrado que sabe recitar El Rey Lear. Los ensayos se suceden, la ilusión se mantiene, la amistad aparecida de una convivencia fuerte entre ellos resulta una motivación más. Ejercicios teatrales de relajación y de puesta a punto, vocalizaciones, experiencias que funcionan como terapia, verdades que nunca se dirían en el patio de Sing Sing, acotaciones a sus condenas que ponen el subrayado en su historial y les dan una razón más para seguir. El teatro, esta vez, es el mejor guardián, el más avezado psicólogo y el educador más paciente.

Con todos estos mimbres y con la participación de presos reales en la película podría ser lógico pensar que Las vidas de Sing Sing resulta emocionante y verdadera y, no obstante, se convierte en algo sin demasiada alma, sin pegada suficiente como para salir del cine encantado. Colman Domingo es el principal activo para ver esta historia, perdido en conversaciones que se antojan bastante interminables en medio de un texto teatral que tampoco lleva a pensar que se está haciendo algo realmente grande. La dirección de Greg Kwedar prefiere centrarse en la puesta en escena más contemplativa, con grandes ausencias de planos generales, porque le interesan los sentimientos de los actores-presos y no lo que están haciendo. Además introduce muchísimos planos con cámara al hombro para darle un aire documental que, sencillamente, la película no necesita. El espectador menos avezado comprende enseguida que el teatro es una actividad ideal para que todos estos hombres que no saben encontrarse a sí mismos comiencen a ver cuáles son sus verdaderos problemas. Algo fría en su desarrollo, Kwedar ni siquiera sabe sacar algún ojo humedecido cuando ocurre algo terrible o cuando el protagonista se ve atrapado en sus propias buenas intenciones.

Cuando la puerta maciza de hierro se cierra, sólo queda la noche y, tal vez, una conversación bisbiseada con el preso de al lado. Luego habrá controles que desordenan todo que no hacen más que profundizar en la desesperanza que asola a estos presos que quieren decir algo porque tienen algo que decir, aunque sea a través de las palabras de otros. El aplauso, sin duda, es una recompensa extraordinaria cuando la autoestima está en valores mínimos, pero el proceso de montar una obra de teatro, de repetir una escena una y otra vez, de darle sentido a las palabras ajenas, es una experiencia única. Incluso puede hacer olvidar la injusticia de estar en un lugar que no corresponde.



 

miércoles, 15 de enero de 2025

ALTA FIDELIDAD (2000), de Stephen Frears

 

En muchas ocasiones hemos visto películas, leído libros o escuchando canciones que hablan de vidas a través de sus amores. No estaría mal narrar una vida a través de sus rupturas. Eso es lo que hace Rob rompiendo continuamente la cuarta pared. En realidad, no le hagan mucho caso. Lo que le pasa a Rob es que está llegando peligrosamente a esa línea roja que son los cuarenta años y se está quedando más sólo que un single. En cualquier caso, él nos habla y nos cuenta. Su amor de instituto que le dejó por otro, su vida de bohemia, de opiniones novedosas, sin demasiados prejuicios. Sí, esa chica iba bien, pero tampoco. La existencialista que no sabía muy bien cuál era su misión en la Tierra. Cinco rupturas, cinco. Y, sobre todo la última, la sexta. Esa que creía que, con ella, todo iba en serio, pero es que se ha enrollado con el vecino de arriba. Sí, un tipo zen, de esos que creen que todo reside en el orden y en hablar a volumen de hormiga.

Mientras tanto, Rob va y viene de su tienda de discos y asiste perplejo al ridículo espectáculo que es la vida, aunque, a veces, también tiene sus descansos salpicados de carcajadas. Es fácil teniendo como dependientes a un friki tímido que sólo se suelta para decir obviedades y otro impresentable que es capaz de frustrar una venta sólo porque no le gusta el tipo y no le pega ni un poquito la clase de música que se quiere llevar. Mundo loco, tienda loca, discos locos, música loca. Y, mientras tanto, el fantasma de la soledad asedia a Rob. ¿Cómo pudiste dejarla ir, muchacho? ¿Crees que sólo volverá por tu increíble colección de discos? Eso no lo consigue ni Let´s get it on, de Marvin Gaye.

Stephen Frears dirige con buen pulso esta comedia de idas sin venidas y vueltas atrás basándose en un guión de Nick Hornsby que, en un principio, estaba pensado para ser rodado en Inglaterra. Sin embargo, es beneficioso e, incluso, más creíble su traspaso a las calles de una ciudad cualquiera de Estados Unidos, aunque es bastante probable que sea Los Ángeles. John Cusack se nota que se lo está pasando realmente bien con ese papel de joven de edad avanzada que está menos maduro que mi pie izquierdo al levantarme de la cama. A su lado, esos dos dependientes, tronchantes cada uno en su estilo, como son Todd Louiso y Jack Black y entran y salen de la vida de Rob personas tan interesantes como Catherine Zeta Jones,Tim Robbins, Lily Taylor, Lisa Bonet y Joan Cusack. El resultado es una comedia generacional de gran estilo, elegante de planteamiento y agradable de resolución, que no aspiraba a mucho y, sin embargo, llegó allí donde muchas otras comedias de parecido corte no han llegado. Y es que, ya se sabe, cuando un tema le gusta a un disc-jockey no hace más que repetirlo para acabar desechando el disco. Claro, acaba rayado. Y, a menudo, esconde algún tema que resulta ser una sorpresa y lo cambia todo. Complicidades incluidas.

martes, 14 de enero de 2025

ULTIMÁTUM A LA TIERRA (1951), de Robert Wise

 

Me llamo Klaatu. He venido a poner fin a todas esas reyertas estúpidas que los humanos tienen entre sí. Hasta ahora, desde mi planeta, no nos había preocupado demasiado, pero hemos decidido tomar cartas en el asunto. Si ustedes no son capaces de vivir en paz y conservar su hogar, nosotros vendremos y desataremos todas las iras que la tecnología nos ha guardado. Y no se imaginan la potencia que podemos emplear. Los policías estelares son unos robots, unos autómatas especiales a los que llamamos Gort. Son impresionantes, y, de momento, nos obedecen, pero cuando alguno de sus algoritmos se vea alterado por la acción insensata e irresponsable del hombre, intervendrán. Son máquinas de destrucción masiva e implacable. Pueden otorgar la vida, pero pueden arrebatar la muerte.

Mientras tanto, me he camuflado entre los humanos y he sido testigo de su ingenuidad, de la certeza de que, en el fondo de su corazón, son buenos y fáciles de engañar. También he experimentado una extraña atracción por una mujer. Tiene clase, sabe lo que quiere y es decidida. Mi nombre entre la ciudadanía es el de Carpenter. Ese nombre daría que pensar a cualquiera. Dicen que miles de años atrás, un carpintero también puso al mundo al borde de la verdad. Yo he venido para lo mismo. Seré escuchado. Seré perseguido. La Tierra es un lugar inhóspito. Es una especie de jungla en la que los árboles han sido sustituidos por los edificios y la maleza por asfalto. No saben ni siquiera resolver un sencillo problema matemático que nuestros niños aprenden en la escuela infantil. Son una raza extraña. Son una raza extrema.

Tal vez, en medio del blanco y negro de una época fría, un cineasta y un guionista se pongan de acuerdo para llevar mi historia al cine. Lo harán con pocos medios y será una aventura, pero lo harán bien, porque conservarán la esencia de mi mensaje. Cogerán a un actor como Michael Rennie para interpretarme y a una actriz maravillosa como Patricia Neal para dar vida a la chica que me demuestra la parte más importante de la Humanidad. Y todo será un cuento que llegue a millones. Puede que, incluso, esa forma de comunicación sea mucho más efectiva que  la que yo he tratado de poner en práctica, llamando a los que mandan primero y, luego, a la comunidad científica. Una comunidad sabia, pero bastante inoperante. Si los humanos caen, buscarán por sí mismos su propia destrucción. Es una especie que se mueve peligrosamente entre lo sublime y lo siniestro, digna de estudio. Mientras tanto, intentaré que les llegue mi ultimátum. Es un ultimátum bondadoso, sin presión. Ellos son dueños de su destino. Y deben decidir lo que van a hacer con el que es, posiblemente, uno de los planetas más bellos que giran en el universo. Es necesario que capten el mensaje. Es imperativo. Son como niños jugando con fuego y hay que avisarles de que se pueden quemar. Les dejo. Tengo que subir a mi nave espacial y susurrarle al oído de mi Gort esas palabras mágicas: Klaatu barada nykto. ¿Ustedes saben qué significan?

viernes, 10 de enero de 2025

QUEER (2024), de Luca Guadagnino

 

Posiblemente, cuando se llega al disfrute máximo del deseo, ya no quede nada después. Cuando se consigue esa anhelada fusión entre dos cuerpos que se convierten en uno y el placer se extiende por cada uno de los poros de la piel en un viaje lisérgico sin escalas, ya sólo queda prolongarse por inercia porque se ha probado todo lo que merece la pena en la vida. Ya no existe la ilusión por volverse a sentir especial en brazos de otro. Todo se reduce a esperar la muerte y, como mucho, a recibirla en alguno de los lugares donde todo se confundió, se quedó el alma adormecida esperando el siguiente clímax y el tiempo, inexorable e implacable, borrará todas las huellas de algo que se supo y que, quizá, no debió experimentarse tan intensamente.

Para comprender esta película, haría falta ser un experto en la vida y obra de William S. Burroughs, colega de correrías de Jack Kerouac, que se convirtió en uno de los máximos representantes de lo que se dio en llamar generación beat. En ellos habitaba la desesperanza y, también, el íntimo deseo de probarlo todo para demostrarse a sí mismo que pisar este valle de lágrimas merecía la pena. Su novela Queer, permaneció sin publicarse hasta 1985, muchos años después de que la terminase. En parte porque ponía en juego muchas de sus frustraciones, gran parte de sus sueños y una buena porción de su rebeldía natural ante lo establecido. Daniel Craig le pone rostro y corazón a Burroughs y consigue una interpretación compleja, de ida y vuelta, dejando que esa sensación de estar llegando al final presida hasta sus carcajadas. Sin embargo, la película es casi insufrible. Luca Guadagnino no es el director más adecuado para llevar a cabo la adaptación de esta historia porque le persigue con insistencia la sombra de su película Call me by your name y casi parece que quiere hacer un retrato de la madurez al borde de la ancianidad de aquel chico que perdía el sentido por un americano en plena campiña italiana.

La película, más o menos, se sostiene mientras el protagonista deambula por las calles de México que, esta vez, está retratado con luminosidad y comodidad, como un refugio ideal para todo aquel que se ha atrevido a desafiar las reglas. Más allá de eso, la trama se convierte en una road movie en donde las drogas se convierten en un protagonista más para concluir en la búsqueda impensable de una droga exótica que permite la consecución de ese deseo que él quiere experimentar por encima de todo sin darse cuenta de que, en ese preciso instante, todo se desvanece en lo etéreo de su delirio, en la nada que tantas veces imaginó y que, desde ese momento, pasa a ser recuerdo. El resultado es una película pesada, aburrida, sin interés, larga, con una evidente incapacidad de Guadagnino por terminarla de una vez. Se enamora de su protagonista e, incluso, recrea en un sueño el terrible juego que costó la vida a la segunda esposa de Burroughs mientras ambos practicaban el juego de Guillermo Tell, algo que el propio Burroughs describió como la peor y más importante desgracia de su vida.

Mientras tanto, asistimos y casi saboreamos las interminables tardes soleadas, casi detenidas, de un pueblo perdido de México, con vasos sucios llenos de tequila que, al momento, son rellenados en busca de un escalón más de la perdición y de la autodestrucción. En ese refugio de homosexuales que Guadagnino se empeña en describir, no hay rastro de amor, pero sí de deseo a todas horas, sin medida, como forma de pasar las eternas noches cálidas llenas de nada y que Burroughs, a través de unos de sus alias como William Lee, está deseando completar hasta el borde. El problema está en que, de la forma en la que se narra toda esta aventura que, se supone, debería ser bastante espiritual, no es interesante. Es sólo seguir a todas horas a un hombre que ya no tiene demasiadas razones para seguir existiendo. Sólo encuentra una y, por supuesto, es efímera. No como este artículo que ya me está quedando demasiado largo por una película que, en unos pocos meses, nadie recordará.

jueves, 9 de enero de 2025

HERETIC (2024), de Scott Beck y Bryan Woods

Puede que el debate religioso sea algo que no merezca mucho la pena. Quizá sea un negocio inventado por el hombre para comerciar con las creencias que, en el fondo, están basadas en el supuesto consuelo de que hay algo reconfortante después de la muerte. O, tal vez, sea un cúmulo de enseñanzas que haya que seleccionar según la formación y educación de cada uno. Incluso es posible que sólo sea un batiburrillo algo desordenado de obligaciones que calan intensamente en la moral de los más vulnerables de pensamiento. Todas ellas son desmontables, débiles y frágiles en sus cimientos y simplemente sean unas normas éticas que llevan inevitablemente a la conclusión de que Dios y la vida eterna son preceptos que se hacen realidad a través de la ayuda al prójimo.

No es menos cierto que ese debate religioso, a veces, se torna en una mera exposición de un producto que busca incautos que compren a precio de alma. Aunque, bien es cierto, que la aspiración última de cualquiera de las confesiones es la de ejercer, en el nombre del Dios de turno, una autoridad y un control que condicione todas las decisiones de los fieles que, en definitiva, son unos cuantos. La mente, muchas veces, sólo ve lo que quiere ver, sólo cree lo que quiere creer y sólo actúa donde quiere incidir.

Esta película pone a la religión en el cadalso con una serie de razones que coquetean con el terror y que se olvida de ofrecer la misma moneda con otra cara para todos aquellos que abrazan el ateísmo. Y, seamos sinceros, un ateo puede tener un sentido ético tan alto y tan admirable como cualquiera de los creyentes e, incluso, puede llegar a ser superior. La religión, sí, es un invento humano. Está sujeta a pasiones humanas, como el afán por el negocio. Languidece por fallos humanos y es puesta en duda porque, como decía San Agustín, la fe no necesita, pero acepta ser explicada por la razón.

Hugh Grant realiza una interpretación casi monstruosa ofreciendo la cara amable de la ambigüedad más cruel, tratando de demostrar cuál es el objetivo de cualquier religión. Y la película resulta muy efectiva en sus dos primeros tercios, porque coloca en un brete a cualquiera que quiera reaccionar a todas y cada una de las provocaciones que pone en juego ese personaje oscuro, malintencionado y descreído que, de forma brillante, equipara a la religión con el juego del Monopoly. Al fin y al cabo, de eso se trata. Yo soy mejor. Yo tengo la verdad. Sígueme. Dame dinero. Tendrás el reino de los cielos a tus pies. Deberás seguir el estilo de vida que yo propongo. Deberás juntar las manos y rezar aunque, en el fondo de tu corazón, Dios sólo te sirve de consuelo y sabes que es posible que esas oraciones no sean oídas por nadie. Cuando llega el último tercio de película, nos vamos hacia la sangre y hacia la resolución que no acaba de ser demasiado lógica, pero hemos llegado en un viaje apasionante que, desde luego, merece la pena. Tanto para aquellos que desean que no haya nada como para todos los demás que creen que hay algo llamado eternidad.

No nos dejemos engañar por los falsos aromas, por las músicas que nos arrastran, por las decisiones que nos vemos obligados a tomar llevados por un sentido religioso cuando, en realidad, sólo debemos tomar todo aquello que quepa dentro de nuestro estrecho sentido moral, si es que queremos tomarlo. Los que aceptan todos y cada uno de los preceptos que nos propone cualquier religión son los fanáticos. Y esos, tanto los que creen como los que no, son los peores. Más aún si provienen de una religión que justifica su apoyo a la poligamia durante parte de su existencia sólo para asegurarse una descendencia que garantizase el apoyo de fieles desde la cuna. Eso es manipulación pura y dura. Y eso, desgraciadamente, existe.

 

miércoles, 8 de enero de 2025

INFILTRADOS (2006), de Martin Scorsese

 

Vivir las veinticuatro horas del día con un ataque de pánico permanente es lo que experimenta Billy Costigan al infiltrarse en la banda de Frank Costello. Tiene nervios de acero porque no le tiembla la mano, pero el miedo se le cala en los huesos y sabe que, con toda probabilidad, hay una bala con su nombre grabado. Colin Sullivan, por su parte, es un policía que se ha vendido desde que era un niño a Costello y no vive con un ataque de pánico porque, quizá, esa es una sensación sólo reservada a los competentes. Sullivan, en el fondo, es un inútil que no sabe hacer bien su trabajo porque vive de la información que le deja filtrar su segundo padre que no es otro que el propio Costello. De esa forma, y con inspiración en la película Infernal affairs, Martin Scorsese propone un interesantísimo juego de espejos, superior al original, que confluye en el personaje de la psicóloga que trata a Billy mientras mantiene un romance con Colin. Sin embargo, ella se siente irremediablemente atraída por el primero y, de alguna manera, de forma intuitiva, sabe que el que vale realmente es Billy. Colin sólo es una pieza del engranaje entre policías y delincuentes que nunca parece seguir una pista, simplemente las tiene. Recibe llamadas telefónicas que, tal vez, no debería contestar. Todo lo recubre de una falsa intensidad que, por otro lado, Billy está deseando revelar para descargar todo ese terror que siente.

No cabe duda de que Leonardo di Caprio realiza un trabajo excepcional como Billy Costigan, con un magistral dominio de las miradas, tratando de atisbar una salida a las diferentes situaciones que se le plantean. Matt Damon es eficaz como el ladino Colin Sullivan, con recursos, pero sin imaginación. Su arma es sólo permanecer en el lugar de las bisagras y ponerse a favor del viento según por dónde sople. Mark Whalberg, en realidad, realiza un papel sencillo aunque bastante clave en la piel de ese sargento que se dedica a espolear a Billy, haciendo que no se confíe en ningún momento. Martin Sheen es el hombre que todo lo controla hasta que el mismo control lo devora. Alec Baldwin es otro inútil, un policía que cree sabérselas todas cuando no tiene un ápice de intuición. Vera Farmiga se descubre espléndida porque trata de leer en el interior de los que la rodean y desea creer en la estabilidad cuando ésta es un cúmulo de inmundicia. Jack Nicholson, muy cercano al acierto, acaba por dejarse arrastrar en algunas secuencias por esa facilidad hacia el histrionismo más circense aunque tenga momentos realmente brillantes. Scorsese dirige con su habitual pericia, usando música, movimientos de cámara, claridad narrativa a pesar de que la historia tiende hacia la complicación y haciendo gala de su sabiduría cinéfila introduciendo homenajes a películas como El tercer hombre, o demostrando su dominio con secuencias tan magistrales como la del seguimiento por el cine y las calles de Boston. Quizá no sea una de las películas más apreciadas del director, una opinión auspiciada por unos cuantos que hubieran preferido los múltiples premios de esta cinta a otros títulos anteriores, pero hay que fijarse muy bien porque un par de lecciones de cine están bien chivadas aquí. No sean ustedes ratas.

jueves, 2 de enero de 2025

NOSFERATU (2024), de Robert Eggers

 

El vampiro extiende su mano sobre la ciudad mientras va expandiendo la peste asesina entre una población temerosa y mojigata que apenas comprende la sucesión de los acontecimientos. El hombre se ve impotente ante la invasión de ratas que contagian el infierno a todos los que se acercan y sólo una mujer podrá hacer olvidar la huida al monstruo para que desaparezca en una orgía de sexo y canibalismo. Y Europa se desintegra ante el pesimismo beligerante que extermina cualquier atisbo de amor entre los seres humanos. Nosferatu, el no muerto, está aquí y más vale llevar una armadura para evitar su ansia de hambre y desgracia.

No es necesario hablar del argumento de una historia sobradamente conocida como es la de Drácula, pasada por el tamiz de Murnau y Herzog en sus anteriores versiones, para acercarse a esta obra de Robert Eggers que en su haber se halla una espléndida fotografía, una ambientación notable y un sentido estético aceptable. Sin embargo, hay muchos reparos que poner a esta versión en la que, por alguna razón que llega a ser bastante inalcanzable, llenarse la boca de sangre y vomitarla resulta una de las obsesiones del director.

El monstruo no necesita ser caníbal, pero aquí lo es. Eggers, que sigue sin convencer después del derrape bien presentado que fue El faro y del festival de gruñidos para demostrar lo brutos que eran los vikingos en la versión empobrecida de Hamlet que fue El hombre del norte, se aplica a la revolución con alguna muerte que causa sonrojo, con unas interpretaciones que son más bien justitas, y con un gusto por la truculencia que hace que Robert Aldrich sea un aprendiz de chupete y biberón. Su versión, es verdad, está más cerca de la de Werner Herzog que la del gran Friedrich Wilhelm Murnau, aunque estéticamente no deja de remitir a este última porque sabe que, de ese modo, podrá dejar boquiabierto a más de uno. Y lo intenta con denuedo…pero no lo consigue. De alguna manera, esta versión de Nosferatu resulta lejana, fría, sin alma por el miedo, que de eso no da en ningún momento, sin riesgo por la narración a pesar de que su puesta en escena es más que correcta. El monstruo, interpretado por Bill Skarsgard, que ya está llamado a ser el Boris Karloff de nuestros días, resulta inevitablemente cruel y cansinamente brutal. Probablemente, Murnau le hubiese llamado la atención porque no hace falta ser tan gráfico para causar rechazo. No hace falta ser tan evidente para ser bestial. Y no se necesita ser tan aburrido en esa mitad de la película en la que uno se pregunta con insistencia hacia dónde va a ir la película. Entre otras cosas porque ya se sabe hacia dónde va a ir.

Mientras que la versión de Murnau era profética y la de Herzog, demostrativa, la de Eggers es sentenciosa y eso le arrebata todo el poder de seducción. Algo que, por otra parte, el director no explota, teniendo facultad y condiciones para ello. La película incide en la unión de la peste con el Conde Orlok y podría haber inquietado mucho más en esa dirección, pero se limita a hablar de convicciones morales que, en una historia de estas características, son absolutamente secundarias. No se puede despreciar todo lo que ofrece esta visión de Eggers, pero está muy lejos de ser aceptable en todos sus extremos si se tiene en cuenta la potencia de su historia, que tampoco exprime en su totalidad salvo para dejarnos en la secuencia siguiente algo más de asco que de la anterior. Ni siquiera la secuencia final, en la que el amor por los semejantes se impone al pecado de la eternidad, consigue ser tan poético como pretende. No siempre el horror esconde versos. No siempre amar es la justificación. Así que ya saben. Si quieren pasar un rato viendo como se ejercitan las mandíbulas dentro de una narración que no concede ni un momento de respiro, todo es oscuro, tenebroso, peor y alimenticio, no duden en ir a verla.