viernes, 28 de junio de 2024

SEDUCCIÓN PELIGROSA (1992), de Russell Mulcahy

 

Hoy, a las 19,30 horas, en los Cines Embajadores Río, de la Calle Ercilla, 53, estaré invitado por "Cine con tertulia" y el gran Javier Redondo a ver y, luego, charlar con el público, acerca de "Charada", de Stanley Donen. Será un rato relajado y agradable. Espero veros allí. En el cine.

No hay nada como alejarse del ruido que producen los servicios secretos. Ya está bien de apariencias, de disimulos, de pasar inadvertido para, luego, advertirlo todo. Y más aún si ese ruido producido por los servicios de inteligencia se sustituye por un buen quinteto de jazz. Un local en el Soho, unos buenos músicos de vez en cuando, un local agradable en donde tomar una copa y sólo hay que sentarse allí y esperar que ese mensaje en clave que nos lanza la melodía jazzística sea descifrado por la mente. Y cuando ocurre, es mágico. Harry Anders es el propietario del club y, de momento, ha callado todo lo que sabe porque quiere escuchar música en su local. Eso no puede durar mucho cuando una chica de esas que no se olvidan se cruza en su camino. Es el momento en el que Harry se deshace de las hebras que le salen por la edad y vuelve a demostrar que su espíritu es joven. Sin embargo, los problemas nunca vienen solos. La chica es estupenda, es inteligente, es guapa, parece que le quiere, pero hay algo más. Y Harry Anders, esta vez luchando por esa pequeña patria que ha construido con su esfuerzo en algún rincón de Londres, va a tener que ejercer de nuevo como agente secreto. Lástima, creía que lo había dejado atrás con el último solo de saxo que escuchó a John Coltrane.

Las luces de neón de la noche londinense parecen refulgir en los sempiternos charcos del asfalto. El lunes tormentoso no falla nunca y la acción parece ir un poco más lenta en una historia de estas características. Un momento, sé lo que me van a decir. Michael Caine, en esta ocasión, está demasiado mayor como para sostener un romance creíble con Sean Young. Es posible, pero esta película no debe ser tomada mucho más allá de un divertimento con cierta clase, con algunas escenas potentes y un final algo débil. Hay cine en ella, pero leve. Hay interés en la trama, casi cercano. Hay disparos en un callejón, pero apenas se escuchan. Es ese tipo de historia que casi nunca se ve.

Así que déjense inundar los ojos por ese humo que sólo se respiraba en los clubs de jazz mientras alguna melodía de Duke Ellington se mueve entre las sombras esperando meterse en el cuerpo de algún incauto que sabe dónde está la salida del laberinto musical que propone. Mientras tanto, degusten un buen vaso de lo que más les guste, con hielo, por supuesto, con la mirada puesta en alguna ensoñación de esa chica o chico que está esperando detrás de la siguiente voluta. Schonberg, quién lo diría, es un masturbador, y más vale introducirse en los esquemas de algún saxo tenor de nota arrastrada, o de alguna trompeta que confunde la queja con el lamento, y láncense al jazz de la vida. Piénsenlo. También es una improvisación continua sobre una melodía predeterminada en la que se siente cuál es la siguiente nota y, si no lo es, es cuando se cae todo el conjunto. Aunque sea por una chica que esconde más de lo que parece y parece mucho, mucho más de lo que esconde.





jueves, 27 de junio de 2024

DEL REVÉS 2 (Inside out 2), de Kelsey Mann

 

Dedicado a mi hijo, Javier, que, un buen día, fue sustituido por un extraño.

Poco se habla del luto interior que todos los padres llevamos cuando ese niño que ha sido un compañero de juegos, una fuente inagotable de alegrías y preocupaciones y la máxima expresión del amor y del cariño que podemos regalar, desaparece. No se sabe por qué, pero, en su lugar, aparece un adolescente, generalmente, malhumorado, al que ya no le gusta absolutamente nada de lo que solía gustarle, que rechaza todo lo que dices con aspavientos y desplantes y en el que parece instalarse un gesto de permanente disgusto cada vez que abres la boca.

En algún lugar de nuestro interior paterno, queda la mínima esperanza de que algo de lo que le has enseñado y de lo que le has intentado transmitir, resurja y vuelvas a ver una versión madura de ese niño que no dejaba de sonreír, pero el momento se eterniza. Parece no tener fin. Sabes que no es mala persona, pero se emplea a fondo en ir a las heridas más supurantes y ofende, y nunca pide perdón, y te vuelve la espalda, y te pierde el respeto, y piensa lo peor. La alegría parece haber sido reemplazada por la ansiedad y todo en él son miedos vergonzosos que se esfuerza en esconder porque cree que eres un ignorante, que no tienes ni idea de lo que pasa por su cabeza, que no comprendes su hastío, su anhelo, si es que lo hay. La ilusión ha volado por los aires y todo se asimila a una situación insostenible que se mantiene en el tiempo. La isla de la familia aún se halla allí, a lo lejos, prácticamente tapada por la de los amigos, que no siempre son la mejor influencia y comienzas a preguntarte si lo has hecho bien, si has cometido tantos errores como para que su comportamiento sea tan errático, tan discutible, tan veleidoso.

Pixar ha vuelto sobre los mismos problemas que acuciaban a la protagonista de Del revés, y lo hace con acierto. De forma muy básica, tal vez, pero irremediablemente divertida e ingeniosa. Ves muchas cosas reconocibles en ese cambio que se opera en ellos y que, a menudo, resulta un jeroglífico imposible de descifrar. La alegría se va desvaneciendo de su actitud y la ansiedad da lugar a todo aquello que hace de él un ser bastante rechazable, con el que no encuentras sitios en común, gustos similares o el simple placer de caminar juntos por la calle. Ya no existe nada de eso. Sólo la espera. El deseo de que esos hilos que se van tejiendo pasen de rojo a blanco y que no se deje vencer por las terribles tentaciones de este apestoso mundo que hemos creado para ellos. La palabra clave es no. Es nunca. Es la expresión del “no tienes ni idea”, acompañada de algún vocablo malsonante para dar más fuerza a su débil personalidad en construcción.

Sí, convertirse en adulto es un trabajo muy duro, y cuesta discernir cuál es el camino correcto dentro de ese laberinto de recuerdos apartados en el que también se mezclan tantos ratos que, para ti, son inolvidables. Quizá, incluso, en alguna ocasión, veas una fotografía de él en aquellos años de continua felicidad y las lágrimas salgan sin tarjeta de visita. Aquí, hasta la consola de los mandos está convenientemente trucada para que nada sea igual y no quede ni rastro de lo que de verdad ha importado siempre. Él. O ella. Ya no hay planes en conjunto. Su destino se ha separado, a pesar de que esté viviendo bajo el mismo techo. Y el dolor se hace tan grande que deseas llevar luto por ese niño que, a todos los efectos, ya ha muerto, porque ya han cambiado sus valores y no siempre para mejorar. Ni siquiera la música es la misma porque la corriente, a veces, es demasiado fuerte, y para ser aceptado es mejor adoptar la melodía que a los demás les gusta. Sin saber que, quizá, ni siquiera tenga ningún sentido de la armonía. Hay que seguir con ellos, siempre. Puede que la alegría vuelva a hacerse con los mandos y la ansiedad, por fin, se tome una tila.

miércoles, 26 de junio de 2024

EL INCIDENTE (1967), de Larry Peerce

 

Dos jóvenes entran en un vagón de metro y comienzan a aterrorizar a los pasajeros. Al principio, no deja de ser una gamberrada más o menos pesada, pero, según van pasando las estaciones, la amenaza comienza a ser algo bastante serio. No dejan que nadie se baje. Y comienzan a desvelarse los rencores de la gente que viaja en el suburbano. Por supuesto, no falta el hombre de color que cree que ésta es una nueva opresión del supremacismo blanco. Un borracho desea que, por fin, sea la estación término. Hay gente buena. Hay gente mala. Y dominándolo todo están esos dos jóvenes que no dudan en comenzar a utilizar la fuerza física y acercarse más de lo debido a donde no deben para poner de manifiesto que, por una vez, por una sola y maldita vez, ellos mandan.

Nueva York se presenta como una ciudad fea, sucia, desechable. No hay ningún rayo de sol dentro de una película que transcurre íntegramente dentro de ese vagón de metro. Los perjudicados tratan de unirse, pero eso que parece tan fácil en otras historias, aquí se antoja como algo imposible. Esos dos muchachos sólo tienen Vietnam enfrente, un futuro desesperanzado, un camino directo al túnel más largo. Y ya han iniciado el trayecto. Les da igual todo. Y razonar con ellos es como dar pienso a un payaso. No se avienen a nada porque no ven más allá de la próxima estación. Les corroe la desesperación. Les consume el conformismo. Habrá que hacer algo, aunque sea matar a un par de viejos en un cochambroso vagón de metro de una línea cualquiera y así, con suerte, te llevan a la cárcel y no vas al frente. Las luces de la noche cobran aún más brillo en los túneles y las armas salen, el odio se dispara, la tragedia se presiente y el espectador, solo e impotente en su cómodo sofá, olvidará pronto esta historia de seres humanos al borde del precipicio.

Esta película de escasísimo presupuesto es excelente. Empezando por el extraordinario reparto. En la piel de los dos chicos desquiciados y desnortados se hallan los debuts de Martin Sheen y de Tony Musante. Atónitos en los asientos del vagón, están nombres de auténtico prestigio como Thelma Ritter, Beau Bridges, Brock Peters, Ruby Dee, Jack Gilford, Jan Sterling y, en una de sus mejores y menos conocidas actuaciones, Gary Merrill. Todos ellos forman un interesantísimo crisol de personalidades perdidas en la gran ciudad, acosadas frente a dos niñatos que sólo quieren asistir al terror antes de que ellos mismos lo experimenten. Desde luego, las ruedas del metro no cogen bifurcaciones y desvíos así como así, y la tensión crecerá tanto que, al final, todo acabará en una trinchera de metal y vías. Y con un cierto sentimiento de culpabilidad a pesar de que no has sentido simpatía ninguna por estos dos sinvergüenzas que alteran la infelicidad de los demás para intentar sumergirlos en la desgracia. Sin saber que ellos mismos están nadando en la mugre de su propia desorientación. No juzgues nunca. Todos estamos librando nuestras propias batallas.

martes, 25 de junio de 2024

CONTRATÉ A UN ASESINO A SUELDO (1990), de Aki Kaurismaki

Todo empieza porque la depresión entra en el pensamiento. El mismo trabajo, la misma soledad, la misma rutina hastiante de todos los días…La vida no merece la pena ser vivida. Más vale quitarse de en medio, porque respirar no tiene ningún sentido. La ciudad no notará el vacío, nadie lo notará. No se importa a nadie. Nadie echará en falta a ese individuo gris que no tiene nada que ofrecer y al cual no es ofrecido nada. El suicidio es el camino más corto…sólo que no es tan fácil. El individuo en cuestión lo intenta y fracasa. Y decide ahogar las penas en una taberna de un barrio gris. Allí se encuentra con alguien que puede solucionar su problema. Es un asesino a sueldo. Se le paga y hará el trabajo por ti. El encargo es un poco pintoresco, hay que reconocerlo, pero el contrato está perfectamente legalizado. Se paga. Se espera. Y, cuando menos se aguarda, ya está hecho. Todo acabado y entregado con lacito. Una bonita muerte para un tipo de vida fea.

¿Quién puede acabar con esta serie de acontecimientos? La respuesta es obvia. Una mujer. Sólo ella puede descubrir al contratante que su vida, de algún modo, aún tiene sentido. Ella le descubre que puede ser amado, que tiene cosas hermosas en su interior, que guarda algún atractivo para alguien. Bien, vale, estupendo. Sólo hay que volver al bar donde se firmó el contrato. Se rescinde y a otra cosa. Hay un ligero problema. El bar ya no existe. Ha sido derruido. Así que la existencia, desde ese momento, va a ser extraordinariamente difícil porque una bala puede tener el nombre del contratante a la primera de cambio.

El humor de los hermanos Kaurismaki fue evidente durante esa filmografía que tanto éxito tuvo en Europa durante los años ochenta. En esta ocasión, Aki firma una película notable, con su sentido del humor fino y finés, con negrura por todas partes y una sensación de exponer a su protagonista al ridículo en todo momento, algo para lo que Jean Pierre Leaud se presta puesto que ha sido un actor que siempre ha tenido una cierta limitación interpretativa, sobre todo en su edad adulta. Si uno está atento, incluso se puede apreciar la última aparición en cine de Peter Graves. Y Aki Kaurismaki, que de cine sabía un rato polar, no duda en tener cerca referentes de categoría como Alfred Hitchcock o Jean Pierre Melville. La película, con estas credenciales, no puede ser mala.

Así que piénsenselo bien antes de firmar un contrato. Asegúrense de poder contactar con la otra parte para plantear cualquier modificación que pueda surgir. En una de estas, a la vuelta de la esquina, su vida puede plantear un vuelco radical y nada de lo que ha firmado hasta ese momento puede tener ningún valor. La cuestión es peliaguda y puede que le vaya la felicidad en ello. Y más aún si la otra parte es un profesional acreditado. Esos llevan hasta el final cualquier encargo. Por difícil que sea. Y entonces ni amores, ni trabajos, ni motivaciones, ni nada de nada. Piensen en ello.

 

viernes, 21 de junio de 2024

VIDAS PERFECTAS (2024), de Benoit Delhomme

 

Estamos en los años sesenta, en plena era Kennedy. En medio del vecindario perfecto, con esas casas de colores de cuento, con esos jardines cuidados en interminables mañanas de trabajo y colegio y con los típicos y tópicos pasteles de cumpleaños que se celebran en cada hogar del barrio. En ese ambiente casi bucólico, en el que los hombres han empezado a escalar profesionalmente y las mujeres encuentran una fingida realización en su sueño de ser madres, ocurre la tragedia. Inevitable e implacable. Todas las lágrimas. Todos los gritos. Todas las desesperaciones. Sólo las mujeres pueden superar eso. Aunque, a veces, no se tome el camino adecuado.

Cuando ocurre una tragedia, lo primero que busca la mente humana es la culpabilidad. La razón tiene poco que hacer en las desgracias. Se buscan cabezas de turco para encontrar alguna explicación racional para lo que acaba de ocurrir. La tensión crece. La desconfianza aparca en la puerta de los garajes. Las conversaciones pueden tener dobles sentidos que las mujeres dominan para mitigar, de alguna forma, la rabia. En ese vecindario tan ideal, también funciona la envidia. Tú tienes lo que yo nunca voy a tener. Si una mujer se empeña, lo tendrá infaliblemente. Puede que le lleve un tiempo. Puede que sea retorcido hasta la exasperación, pero lo tendrá. Nadie puede parar a una mujer.

Y es que ellas son maestras en soltar la palabra justa para herir en lo más profundo. El destinatario puede ser un marido, o una amiga, o un hijo, o una suegra…no importa. Se trata de hacer daño y de actuar lo más ladinamente posible. Y si enfrente hay otra mujer, entonces es que se avecina una guerra mundial. La insidia tomará forma. El vecindario ya no es tan ideal, ya no es tan ensoñador. El cuento ha cerrado sus tapas y siempre se desea lo que no se tiene. Aunque no se diga. Aunque parezca que no se sienta. Ellas saben lo que es luchar. El resto sólo esperamos.

El muy competente director de fotografía Benoit Delhomme, del que apreciamos su trabajo en películas como El hombre más buscado, El niño del pijama de rayas o La teoría del todo, ha elegido esta historia para hacer su debut como realizador con una historia que ya se llevó al cine por Olivier Masset-Depasse en 2018 en la belga Instinto maternal. La ventaja con la que cuenta Delhomme está en sus dos actrices, extraordinariamente intensas y válidas, como Jessica Chastain y Anne Hathaway. Ellas son la principal razón para ver este duelo en la cumbre, con sus frustraciones e inseguridad y, a la vez, con ese coraje opuesto que pone de manifiesto el empuje, tanto positivo como negativo, que pueden tener las mujeres. De paso, Delhomme no pone reparos en destrozar los estereotipos del american way of life y de la inmensa podredumbre de las almas que lo practicaron aunque, tal vez en este aspecto, se quede algo corto. En cualquier caso, la película no deja de ser interesante y se echa algo de manos que su dirección no vaya en el mismo sentido en cuanto a forma y fondo, porque hubiese quedado mucho mejor que, a pesar de la intensidad de algunas escenas, optara a la sobriedad más austera en la planificación para acentuar más esa carga de profundidad que pretende soltar en medio de la más insultante felicidad.

Vidas perfectas que se destrozan mutuamente a través de la desgracia y de la rabia contenida que, al fin y al cabo, es uno de los peores sentimientos que puede albergar el alma humana. Las mujeres comienzan su asedio. Abróchense los cinturones. Las dos van a jugar sus cartas y más de uno se va a quedar arruinado.

jueves, 20 de junio de 2024

SOMBRAS DEL PASADO (2024), de Adam Cooper

 

Algunos recuerdos se niegan a marcharse por mucho que se presente el maldito Alzheimer. Quizá se queden escondidos y agazapados, aguardando el momento oportuno para golpear la conciencia o el sentido, pero no se van así como así. Siendo policía, con toda seguridad, hay muchos recuerdos que desean olvidarse, pero hay otros que no, que se empeñan en incrustarse en la memoria, como si fueran percebes en la pared de una roca azotada por las olas. Pueden camuflarse y pasar desapercibidos, pero siguen agarrados a las arrugas del sentimiento. Y éste puede ser bueno o malo.

Es lo que le pasa a un oficial ya retirado. Ha comenzado con la enfermedad, pero se ha sometido a un proceso quirúrgico experimental que, tal vez, haga que se reactiven determinadas conexiones neuronales. Su casa es un panel de anuncios en el que se recuerda hasta las tareas más sencillas. Intenta seguir con su vida, armando infinitos rompecabezas para que la mente se mantenga activa. Sin embargo, alguien le pone sobre la pista de un antiguo caso del que, naturalmente, no recuerda nada. Y como todo está borrado, ignora que, tal vez, se esforzó mucho por olvidarlo.

La premisa de esta película es atractiva, moviéndose más por los vericuetos del cine negro que por el de acción, con mujer fatal incluida, amigos equívocos, intentos de asesinato sorprendentes, giros inesperados. La dirección de Adam Cooper fluye con cierta habilidad, a pesar de visitar muchos lugares comunes que no son nada nuevos para el espectador medio avezado. No obstante, la historia no llega al aprobado porque está mal resuelta, de forma muy torpe, sin gracia y sin demasiada sorpresa. También es bastante posible que no se necesitara ningún recuerdo descrito y que todo fuera un descubrimiento para el protagonista y para el propio público. El misterio es atrayente porque hay muchas piezas sueltas que necesitan encaje, igual que el rompecabezas interminable que está armando el protagonista, pero el mosaico final es tosco, a pesar de que podría haber sido aceptablemente adecuado. Russell Crowe, por supuesto, pasea su oronda figura inspirando más pena que gloria aunque su trabajo interpretativo es bastante creíble, sobre todo en esos momentos de laguna memorística que solventa con eficacia con esos ojos buscadores que tratan de encontrar respuestas en algún lugar ignoto de su figura, pero no es suficiente. Mucho misterio, alguna que otra buena intención, final decepcionante.

Y es que en toda una existencia puede haber muchísimos instantes que desearíamos borrar por encima de todo. Es posible que no quisiéramos habernos casado con alguien, o que nos saltáramos las reglas por continuar con las habituales comodidades, o que no se tuviera demasiado interés en investigar un crimen porque era muy útil que alguien cargara con un muerto de conducta ambigua. No se sabe, pero la ambición desmedida hace que se cometan errores desmedidos. Y, en algún lugar disparado, la ira y la rabia se desbocase como un caballo salvaje incapaz de parar la marcha de sus implacables caminares. La sangre corrió en su momento. La amistad se puso en movimiento para realizar sus funciones, a menudo, equivocadas. En el fondo, todos perdieron en aquel día que nunca tuvo que ocurrir y que jamás se debió retener. El asesinato, como bien sabemos, no necesita de ningún recuerdo para causar daño y éste lo causó en todas y cada una de las personas que tuvieron algo que ver. Hasta que alguien, casi con la soga al cuello, proclama que es inocente. Entonces el destino hace que las neuronas vuelvan a funcionar y la muerte se presenta como una burla final.

miércoles, 19 de junio de 2024

EL CASO THOMAS CROWN (1968), de Norman Jewison

 

Todo cambia con una partida de ajedrez. Las miradas, la forma de coger un alfil, el ligero roce de unos dedos, una patada casual por debajo de la mesa. En ese tablero, comienzan a dibujarse muchos deseos que reflejan sonrisas porque los sueños van más rápido que cualquier otro capricho. Lo sabe muy bien Thomas Crown, un financiero, brillante licenciado en Harvard, listo como nadie, que, llegado determinado momento y con el éxito sonriéndole en cada paso, decide hacer algo al margen de la ley sólo para divertirse. Cualquier cosa, un atraco de dos millones y medio de dólares, por ejemplo. Y la diversión sigue porque la compañía de seguros le pone a una chica que se las sabe todas a perseguirle…o, más bien, a estar a su lado. Él se verá forzado a elegir, aunque ya lo tiene todo. Ella no tiene nada y no desea ninguna elección. El conflicto está en un jaque mate. Thomas Crown sabe jugar sus fichas. Ella vacila. Y en la duda está el triunfo.

Bien es verdad que también hay un sabueso bastante avispado que sigue los pasos del financiero, ejecutivo y atractivo millonario. Intenta atraer las miradas de la investigadora, pero, a pesar de que también tiene su aquél, a la chica le va más ese pijo de Harvard que se ríe de forma muy gamberra cuando se da cuenta de que se está metiendo en algo realmente divertido, aunque eso signifique la cárcel. El que no arriesga, no gana y Thomas Crown es especialista en las dos cosas…al menos, de traje para adentro.

Película llena de elegancia que indaga en los molinos de la mente de un hombre que está aburrido de ganar dinero, El caso Thomas Crown conserva la tremenda atracción de sus dos protagonistas, Steve McQueen, que sabe darle a Crown un aire especial, como si fuera un afortunado de la vida que desea respirar un poco desenfadadamente haciendo cosas prohibidas, y Faye Dunaway, en una de las películas en las que despliega un encanto algo más especial, porque une a su tremenda e innegable belleza, una viveza que hace que sea una digna rival del multimillonario hastiado. Y volvemos a la partida de ajedrez porque ahí, entre los escaques, se halla la ensoñación de dos ganadores, que, en el fondo, están jugado a otro juego y que no siempre va a terminar en jaque mate, aunque el final de la partida es una especie de anticipación. Para seguir la historia, realizada con clase por Norman Jewison, no cabe duda de que hay que comprender al personaje de Thomas Crown porque, al fin y al cabo, tanto lujo, tanto dispendio, tanto golf inane, tanta facilidad con sólo un chasquear de dedos, puede aburrir a cualquiera y más a un hombre que tiene alma de aventurero y que nunca se ha atrevido a desempeñar otro papel que el que la vida le ha asignado. Es hora de romper las cadenas de seda, ensuciarse las manos y mirar por la ventana mientras se bebe una bebida llena de hielo y tentación. Thomas Crown también sabrá hacer eso.

martes, 18 de junio de 2024

LISBON STORY (1994), de Wim Wenders

 

Ayudar a un amigo, a menudo, nos trae búsquedas inesperadas. Un ingeniero de sonido para películas es reclamado por un prestigioso director para sonorizar una película muda que está rodando en Lisboa. Sí, lo sé. Ya de por sí, el encargo es pintoresco. El caso es que armado con sus micrófonos y sus grabadoras, el tipo se presenta allí, en la capital de Portugal. Y se encuentra con que el director ha desaparecido aunque ha dejado su película. Todo se reduce a una idea. ¿Cómo captar una imagen sin alterar la realidad teniendo en cuenta de que, por el sólo hecho de estar captando una imagen, la realidad ya está alterada? Seguramente esa pregunta martilleó constantemente a los chicos de la Nouvelle Vague hace unos cuantos años. Quizá todo se reduzca a captar la belleza de una ciudad que es hermosa por su vejez. O puede que nada de todo eso tenga importancia porque ¿acaso no se altera la realidad en el mismo momento en el que se ve una película? Se trata de unir conceptos que no es que sean opuestos, es que son paralelos y nunca llegan a cruzarse. Mientras tanto, el ingeniero de sonido trata de buscar al director, otra alteración de la realidad, que se ha dedicado a patearse las calles de la ciudad con una cámara colgando del hombro, como si él, la cámara y la ficción no estuvieran allí.

Al fondo, en el centro de Lisboa, la sombra de Federico Fellini parece erguirse con fuerza en una historia que trata de reunir el absurdo y la lógica a través del cine. No obstante, la ciudad es la verdadera protagonista de todo el entramado. No son las mujeres voluptuosas, ni las obsesiones sexuales, ni las oportunidades aprovechadas a través de un reinicio personal. No, se trata de ver a una ciudad igual que se ve a alguien a quien se ama. Apasionadamente, turbulentamente, absolutamente. Wim Wenders aprovecha la ocasión para extender sus obsesiones personales, apuntadas ya en otras películas (¿acaso los ángeles de El cielo sobre Berlín no son seres que observan la realidad y que no están en ella?) y que aquí alcanzan su máxima expresión porque el realizador alemán no duda en exponer que la cámara es el medio, pero también el enemigo. El ojo humano es el único que puede estar en posesión de la más absoluta objetividad de la realidad. A pesar de ello, podemos aún darle una vuelta de tuerca más a su argumentación obsesiva. ¿Es que nosotros mismos no alteramos la realidad por el mero hecho de estar presentes? Tal vez, la única realidad que dé respuesta a esa búsqueda un tanto inútil sea el vacío, la nada, la seguridad de que lo verdadero se halla sin ninguna interferencia de cualquier ser vivo. Las películas no son cazadoras de realidad. Son reflejos, por mucha fantasía que contengan. Wenders lo sabe. Y lo sabe muy bien.

Así que pongámonos ojos en la espalda para captar reacciones, situaciones, espontaneidades y futilidades a destajo. Sólo así podremos darnos cuenta de que Lisboa es una ciudad llena de belleza paseada, tranquila y con sabor a café. Ciao, Federico.


viernes, 14 de junio de 2024

YO FUI EL DOBLE DE MONTGOMERY (1958), de John Guillermin

 

Despistar a los nazis fue uno de los juegos favoritos de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión, se trataba de encontrar un tipo que fuera lo suficientemente parecido al Mayor General Montgomery para hacerles creer que estaba en un lugar cuando, en realidad, estaba preparando los planes de la invasión en otro totalmente distinto y en compañía del jefe del Estado Mayor Aliado Dwight D. Eisenhower. No es tarea fácil porque, aparte del parecido físico, hay que enseñar a actuar al doble en cuestión. Los modos, las maneras, los andares, las manías, la forma de coger el cigarrillo e, incluso, llegado el caso, la oratoria. Todo cuenta y los nazis están en todas partes. Para ello, no hay nada como asignar a la tarea a un Mayor que sabe algo de actuación. No mucho, lo justo. Y, por supuesto, hacer de niñera del elegido porque, bien se sabe, el General Montgomery no era muy partidario de salir por las noches a beberse unos tragos. Así que manos a la obra. Hay que buscar al individuo, hay que adiestrarle y hay que poner en marcha uno de los más fabulosos engaños que se pueden pergeñar en un escenario de apocalipsis.

Y el caso es que el condenado lo hace bien. Una vez superada una etapa inicial, el parecido llega a ser sorprendente. Aunque el tipo sea un poco díscolo, un poco tendente a agarrar golletes y a dejarse la boina aquí y allá, hay que reconocer que da el pego. Y los nazis tragan. Y creen que Montgomery está ocioso y dando discursos y estrechando manos y poniéndose tibio de adulaciones y esas cosas tan típicamente británicas cuando, en realidad, está trabajando en la forma de golpear lo más duramente posible a los alemanes. Son los avatares de la guerra. Se forman teatrillos en lo más serio y la faena sirve para que los boches no sepan dónde tienen la mano izquierda.

Dirigida con un saludable y tenue sentido del humor por John Guillermin, Yo fui el doble de Montgomery es una aceptable película, con su suspense, con sus idas y venidas, sin perder de vista lo pintoresco de la situación. Al lado de Clifton James incorporando al mismísimo general pareciendo que es su vivo retrato, hay que resaltar una curiosidad. Al lado de él, como instructor y oficial encargado, se halla John Mills en el papel del Mayor Harvey. Este personaje existió realmente, pero se le cambió el nombre por propia petición del auténtico Harvey. Era David Niven, por entonces Teniente Coronel del Ejército Británico y asignado a contraespionaje. John Mills, excelente como siempre, se esmera en copiar gestos y maneras del propio Niven y consigue que, de algún modo misterioso, tengamos merodeando el recuerdo del actor sin llegar nunca a localizar del todo de dónde proceden tales aires. El resultado es una película muy entretenida, que huye de tomarse demasiado en serio, pero que tampoco ridiculiza una misión tan delicada como fue tratar de pasar el río a los teutones en vísperas de la invasión. Las grandes victorias, al fin y al cabo, siempre se cimientan en pequeños detalles de ingenio vivo.

jueves, 13 de junio de 2024

LA ÚLTIMA SESIÓN DE FREUD (2024), de Matthew Brown

 

Son los primeros días de la Segunda Guerra Mundial y C. S. Lewis, profesor en Oxford y compañero y amigo de J.R.R. Tolkien, acude a Londres para entrevistarse con Sigmund Freud. Deben hablar porque, seguramente, al austríaco no le habrá gustado demasiado lo que Lewis escribió de él en El retorno del peregrino, una novela en la que un personaje, de nombre Sigmund, aparece como arrogante, pagado de sí mismo, encerrado en un ateísmo irracional e ingenuo en sus creencias humanas. El resultado, como no podía ser de otra manera, es la discusión en torno a la cuestión divina. ¿Dios existe?

Para Freud es imposible que Dios pueda existir. Ningún ser, divino o no, podría permitir la aparición de la guerra si tomamos a la Humanidad como destinatario de sus designios, o sería difícilmente creíble que enviara una enfermedad a un niño de cinco años o a su propia hija. Dios no podría ser así y, por tanto, Dios no existe en un mundo que carece de amor y que perece por azar.

Para Lewis, Dios existe y dotó al hombre de un don más preciado que otro cualquiera y es el del libre albedrío. Nos dio una casa y puso las condiciones para que creciesen las criaturas necesarias para el equilibrio natural y, a partir de ahí, dejó que nos moviéramos con libertad, tanto para lo bueno como para lo malo. Aparte de eso, el mismo concepto de Dios está en constante evolución. No se puede creer igual en él a los veinte que a los cuarenta, porque los valores cambian constantemente. Dios existe. El hombre es el que escribe su propio destino.

No cabe duda de que ambos están influenciados por sus propias experiencias vitales. Freud ha conseguido los máximos honores en el campo de la psiquiatría, ha conocido la incomprensión y la afrenta, ha batallado en contra de muchos tabúes y ha cambiado conceptos con una capacidad de raciocinio extraordinaria aunque algunos de sus preceptos sean auténticas barbaridades. Por si fuera poco, padece un cáncer mandibular, que le amarga y hace que esté, prácticamente, enganchado al uso de morfina. Lewis combatió en una guerra y conoció al horror en su misma cara. Vagó con el ánimo desorientado hasta que supo dónde podía encontrar un rincón de felicidad que le compensase por todas las desgracias. La vida de Freud se deshilacha por los bordes. La de Lewis va formando un tapiz de cierta conformidad con el destino.

No se disimula la procedencia teatral de esta película y de este encuentro fabulado entre el padre de la psiquiatría y el gran escritor. Y no es fácil de ver en cuanto se desgranan varias teorías sobre los más diversos temas en una selva de ideas en las que hay que buscar una conexión con la realidad. Sin embargo, Matthew Goode se mueve con comodidad, aceptando las hechuras del traje de C.S. Lewis con clase y con un dominio muy notable en las miradas y en las incomprensiones. Anthony Hopkins… ¿qué se puede decir de él? Hay que disfrutar de todas y cada una de sus composiciones porque ya no nos queda mucho tiempo a su lado y, en esta ocasión, nos va descubriendo las inteligencias y tremendas debilidades de Sigmund Freud con pequeñas dosis de afabilidad, de ira, de inconformismo, de debilidad, de una fortaleza ya huida, de una lección de vida en la que apenas le queda tiempo para transmitir la experiencia. La dirección es sobria, propia de una obra de teatro. Dios está presente en la conversación, sí. Y esa charla no adoctrina, sólo se expulsa para que, quien quiera, pueda coger lo más valioso de un diálogo que parece nacer desde las mismas entrañas del subconsciente.

miércoles, 12 de junio de 2024

EL TRIUNFO (2020), de Emmanuel Courcol

 

Los aplausos ya son cosa del pasado. Su eco se ha extinguido. Tal vez, lo único que reste sea enseñar lo que se sabe a aquellos que pueden necesitarlo. Puede que una prisión no sea exactamente lo que uno piensa para ejercer la docencia en teatro, pero es un comienzo. De alguna manera inexplicable, el antiguo actor ve algo dentro de aquellos presos que quieren participar de un esfuerzo colectivo. Y ellos ven una diminuta ventana hacia la libertad. La obra será Esperando a Godot, de Samuel Beckett, y va a requerir mucho tiempo de ensayo y la colaboración de la juez y de la alcaidesa de la prisión. Y va a haber que convencerlas porque no ven demasiada utilidad en que los reos ensayen y ensayen como método de reinserción. Ellos se aplican. Y el profesor, antiguo actor, consigue dirigirlos, moldearlos, arranca de ellos lo mejor que tienen para ofrecer lo que siempre dan los que están encima de las tablas. Sin embargo, hay algo más. Al principio, esos aplausos, esa admiración, esa especie de magia que se establece cuando se está en el escenario ante una audiencia que no se ve, está muy bien. Es algo nuevo que levanta emociones que no se pueden describir. Con la rutina de los aplausos y de los elogios, también quieren ser tratados como personas. No desean que se les cachee a la vuelta de una representación, no quieren que se les confisquen las cajas que envían sus familias para completar su dieta o su espíritu. Quieren reconocimiento también detrás de los barrotes, esos mismos que, de vez en cuando, desaparecen para poner en marcha el talento que nunca supieron que poseían.

Y, a la vez, para el profesor, es una experiencia. Es un viaje sentimental hacia sus orígenes, hacia sus conocimientos, hacia todo aquello que le hizo amar el teatro por encima de cualquier otra consideración. Es vivir creyendo que se hace algo importante y, lo que es aún mejor, es existir traspasando sensaciones a aquellos que ya dejaron de aplaudir. Es aportar algo dentro de una profesión apasionante y, a menudo, inusualmente dura. Es actuar de nuevo en el gran teatro del mundo.

No cabe duda de que es discutible la elección del director Emmanuel Courcol a la hora de narrar todo este viaje hacia la luz desde la oscuridad de una prisión mental y física con un aire exento de énfasis, como si todo lo que ocurriera delante de la cámara se hallara dentro de los territorios de la normalidad. No es así. Lo que ocurre es extraordinario y Courcol se reserva para un final en el que se explora la catarsis y la realidad. En cualquier caso, El triunfo es una película bien hecha, bien interpretada y bien construida, que llega en todas sus pretensiones y con la que se comprenden muchos extremos del sistema penitenciario y también del hechizo que siempre se desprende del teatro. Al fin y al cabo, es uno de los guardianes de nuestros anhelos, de nuestros sentimientos y de nuestras ilusiones. El teatro siempre nos habla a los ojos. Sea cual sea. Sólo en nosotros está la capacidad de responder, de moverse o de quedarse quieto en la butaca después de haber asistido al milagro de cualquier representación.

martes, 11 de junio de 2024

NAZARÍN (1959), de Luis Buñuel

 

Próximo jueves 13, de 18 a 20 horas, estaré firmando ejemplares de "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" en la caseta 63 de la Feria del Libro de Madrid de la Librería Ocho y Medio. Os espero a todos. A ver si reventamos las ventas.

Dios no está en todas partes. Dios no está en ninguna parte. Dios está dentro del corazón de los hombres buenos. El problema está en que ya no hay hombres buenos. El Padre Nazario intenta vivir de acuerdo con sus creencias. Trata de demostrar que Dios existe a través de las buenas acciones que realiza todos y cada uno de sus días. Da lo poco que tiene, a menudo sin quedarse nada para él. ¿Dos monedas? Aquí tiene. Él se queda sin comprar pan. ¿Consuelo espiritual? Claro, siempre vienen bien unas palabras…a pesar de que él está vacío. ¿Cobijo? Duerme en mi cama que yo ya dormiré en el suelo. Y, sin embargo, esa actitud es tan aislada, tan poco común, que no se duda en hacerle daño, en echarle, en no concederle ninguna oportunidad. Y el Padre Nazario, ya sin su hábito, recorre los caminos tratando de sobrevivir, trabajando a cambio de un mendrugo de pan, siempre con la modestia, sin una mala palabra, sin un gesto de arrogancia, sólo con la humildad de ser un hombre que cree firmemente que Dios existe en el corazón de las buenas personas.

No obstante, el Padre Nazario es un ser humano. Y el ser humano, nos guste o no, es falible. Después de superar tentaciones de carne, de pecado, de enaltecimiento y de santidad, comete un error. Se da cuenta de que lo ha cometido y lo repara al instante, pero ahí, justo ahí, es donde es consciente de que la fe es quebrantable, de que Dios, al fin y al cabo, puede abandonar los corazones. Y de que deberá pensarlo todo dos veces para que su existencia de pobreza y sufrimiento tenga algún sentido.

Luis Buñuel dirigió esta adaptación de la novela de don Benito Pérez Galdós con una ausencia crítica de medios, pero también con una enorme precisión. Con la colaboración de Francisco Rabal como protagonista, que en algún momento parece que se piensa el papel, el maestro español consigue una película de valores, de reflexiones y de pausas, de muestrario de almas, de caleidoscopio de comportamientos. Y se llega a la conclusión de que el ser humano es disculpable porque sólo encuentra el silencio y la nada y que, por eso, Dios no debe existir. Se debería manifestar en las actitudes y en los modos y maneras, pero eso sólo es un estado mental que puede ser vencido por las circunstancias. La creencia no se debe manifestar con contorsiones fanáticas que entran de lleno en el ridículo y en la sobreactuación. La creencia debe ser algo que se practica todos los días, en muchos de los gestos cotidianos, en muchos de los caminos repletos de polvo y desprecio. Buñuel sabía que esos senderos existen y que ahí se halla la primera piedra de una posible creencia en Dios. No en cielos, ni en nubes, ni en estrellas, ni en imágenes, ni en construcciones. La mejor prueba de fe es la perseverancia en tratar de aliviar sufrimientos, de conseguir días mejores cuando el infierno parece sinónimo de la permanencia. Dios está, pero debemos hacer que esté.

viernes, 7 de junio de 2024

ACCIÓN CIVIL (1998), de Steven Zaillian

El próximo domingo, día 9, estaré en la caseta de Ediciones Notorious para firmar principalmente el libro del sesenta aniversario de "Matar un ruiseñor" y el del noventa aniversario de "Sopa de ganso". El horario es de 12 a 14 horas y la caseta es la 260. Os espero a todos. Sí, a ti también.

La justicia tiene un precio. Y en la subasta algunos hombres buenos deben jugarse la piel para que el daño quede, al menos, parcialmente reparado. Es el caso de Jan Schlichtmann, un brillante abogado que acepta un caso que, en condiciones normales, no le va a dar beneficios. Algún duende en su interior clama por una batalla de conciencia y Schlichtmann se apresta a dar la batalla tras los libros y el estrado de un juzgado. La doblez del caso es muy fácil. Una empresa parece ser la responsable de un inusual apunte de casos de leucemia en una zona debido a ciertos vertidos en el agua. Hasta ahí todo bien. La ética del asunto comienza a disfrazarse de muchas guisas porque la misma empresa es la principal proveedora de empleo de la zona. Si Schlichtmann esquilma a la firma con una demanda, los habitantes de los pueblos cercanos vivirán…pero no tendrán con qué vivir. Y eso tiene muy difícil solución.

Además, por si fuera poco, Schlichtmann va a tener que arriesgarse por sí mismo porque comenzarán a ahogarle económicamente, los socios se olvidarán de la amistad y pasarán por el abandono. El abogado tendrá que mudarse a un despacho que causa sonrojo sólo porque cree que hace lo correcto. Y todo parece desmoronarse, a pesar de que muchas familias ya han visto cómo su existencia hace tiempo que es una ruina porque cuentan con una víctima de los vertidos entre sus miembros. Schlichtmann se preguntará, una y otra vez, si toda la lucha y toda la renuncia merecen realmente la pena. Nunca lo hará en público. Sólo en la soledad de la penumbra, rodeado de papeles, requerimientos, autos y diligencias. Schlichtmann deberá luchar contra el juez, contra algunas familias, contra la empresa…y también contra sí mismo.

Excelente película dirigida por Steven Zaillian, uno de los mejores guionistas de Hollywood que ya dio muestras de lo que sabía hacer tras las cámaras con la excelente En busca de Bobby Fischer y que aquí extrae una interpretación sentida y trabajada a John Travolta, al tiempo que ofrece un nuevo recital de ese actor llamado Robert Duvall, siempre atento, siempre experto, otorgando altura a una película que, en manos de alguien con las ideas menos claras, hubiera sido notablemente menos interesante. Aquí, Zaillian nos lleva de la mano por todo el proceso legal y, sobre todo, moral de ese abogado que, de alguna manera, ya está cansado de doblegarse en el sistema y recoger cuantiosos cheques por el pago de unos servicios que le envilecen más cada día. Hay una última oportunidad para todos, aunque el camino sea largo y, sin duda, muy penoso. Y, una vez que se decide actuar en aras de la conciencia, ya no importa si los bolsillos están vacíos, si las amistades se han esfumado o si el prestigio que un día se tuvo se va a hacer medidas cautelares. En esos bretes es donde se demuestra la medida de un hombre o de una mujer. Alguien, al otro lado del dolor, también impondrá algunas marcas en la cinta métrica. Es la longitud de la honestidad.

jueves, 6 de junio de 2024

BACK TO BLACK (2024), de Sam Taylor-Johnson

 

Hubo una vez una chica con un talento enorme que se perdió entre las brumas del alcohol porque pensó que el amor era un juego de perdedores. En el camino, probó el éxito y esa fama que ella repetía que le daba exactamente igual porque lo único que deseaba era que la gente se olvidase de los problemas en los pocos minutos que durase su canción. Algo que no deja de ser curioso cuando en sus melodías parece hallarse una antología de sus propias desgracias. Sin embargo, ahí han quedado sus notas, sus quiebros y su terca negativa que repetía el no en un brillante juego de palabras

Así que, de alguna manera, sus canciones eran un canto de rebeldía contra una vida que le parecía fea, ingrata y cruel. Sus seres queridos se iban porque la muerte forma indisoluble de la propia existencia. Y no había compensación. Las cosas, en cualquier caso, sólo iban a peor. El alcohol y las drogas emponzoñaban toda la situación. Ella estaba enamorada de un tipo que, analizado con cierta frialdad, no era más que un tonto algo veleta que tampoco encontraba la felicidad mirándose en los ojos de ella. La vida golpeaba y Amy Winehouse no tenía la oportunidad de devolver el golpe. Por eso, de un modo casi imperceptible, se puede apreciar que en su inmensa capacidad para componer, había algo de rabia contra esa enemiga que no dejó de castigarle los sentimientos.

El peor defecto de esta película es que es una más dentro de la última moda de las películas biográficas sobre estrellas del rock con vidas difíciles. Aunque Sam Taylor-Johnson, la directora, demuestra su torpeza en alguna que otra secuencia, lo que se ve es lo habitual. Canciones, ascensión rápida, caída mortal, sufrimiento, pena, redención…Mientras tanto, se acude a la impresión fácil de quedarse con las melodías del homenajeado y que, casi siempre, resulta un trabajo esforzado por parte del actor o de la actriz encargados de darle vida. En este caso, Marisa Abela hace un espléndido trabajo, no sólo por el aire parecido a Amy Winehouse, sino también por el esfuerzo de cantar sus canciones e imitarla en gestos con acierto. Sin embargo, Jack O´Connell, en el papel del marido de la cantante, no acaba de encontrarle el punto, acudiendo a la caracterización simple y llana, sin demasiados matices, de un hombre sin alma que, además, se come la de la persona que tiene al lado. Por supuesto, Eddie Marsan y Lesley Manville son intérpretes solventes, que otorgan cimientos y razonamientos a la película. Eso sí, falta emoción, falta ese punto de escalofrío en la piel que hace que podamos hablar de una película notable para quedarse en una más, sólo una más.

De esta manera, no olviden contestar que no cuando les ofrezcan alguna alternativa imposible, o, si hay algo que nos diferencia del resto de especies, es nuestra capacidad de superación. Hay personas que, sencillamente, no merecen la pena, porque tratan de no salir lesionados de cualquier relación y eso hace que el amor se convierta en ese juego de perdedores de suma cero. Sin esperanza, sin ganas, sin verdad ni ilusión, pero que se pone de nuevo en marcha en cuanto la otra persona hace un gesto, un guiño, tiene un detalle o dice la palabra correcta. Perder siempre es perder, aunque se gane en otras parcelas que, al fin y al cabo, no tienen ningún valor si la más importante de todas no es más que un solar frío e inhóspito que impide que el cielo sea azul, que el verde sea relajante, que el amarillo de los fotógrafos sensacionalistas se diluya o que el negro nunca sea un color al que volver. Pase lo que pase.

miércoles, 5 de junio de 2024

EL ACUSADO (2021), de Yves Attal

 

Puede que ésta sea sólo una película francesa más. Una de esas de trasfondo judicial en la que se pone en juego las motivaciones y apariencias de una serie de personajes con la sombra de una violación detrás. No hace mucho tiempo se estrenó una película de Ridley Scott titulada El último duelo y, con muchas trampas y aún más cartón, se describió una agresión tremenda, con el Medioevo de fondo, con una manipulación casi vergonzosa en un director del gusto y la sabiduría de Scott porque se convertía, simple y llanamente, en un “hermana, yo sí te creo, pero ni siquiera me das la posibilidad de elegir si te creo o no”.

Esta referencia no es gratuita. Aquí tenemos una película francesa, dirigida por Yves Attal, que tiene las mismas intenciones, pero, a pesar de que ni el presupuesto, ni el reparto, ni el ambiente posee los medios de la película de Scott, sí que destaca porque expone todo el entramado con una inteligencia envidiable. Por supuesto, la película contiene sus errores, su tejido netamente galo y algún que otro elemento objetivable, pero toda la exposición de lo que realmente pasó, no mostrando en ningún momento el acontecimiento y dejando la verdad, más que evidente, para el final, demuestra que Attal sabe de esto bastante más que el torpe guión de Matt Damon y el desastroso Ben Affleck y que la dirección, supuestamente experta, de Ridley Scott.

Y es que Attal no necesita moverse en otras épocas, porque es un tema de hoy. Y sabe que, en muchas ocasiones, el acusado puede no ajustarse al perfil de un supuesto violador, que jamás se pensaría que un chico más o menos atractivo, de buena familia, brillante en los estudios, experto ante un piano y encantador en sus reacciones, pudiera, ni siquiera, pensar en agredir a una chica a la que acaba de conocer. Con todos los defectos que la chica pudiera tener, con todo lo que las circunstancias invitan a portarse como un verdadero malnacido, Attal va descubriendo la verdad, sin llegar hasta el final, y también se entretiene con el ambiente que rodea todo el proceso, toda la acusación, todos los errores de unos y de otros, toda la arrogancia del de siempre y toda la ambigüedad que siempre recubre la letra de la ley. Y ahí es donde la película cobra una enorme fuerza que llega a traspasar la sensibilidad de cualquiera que tenga más de dos neuronas.

Así que, si deciden verla, no vayan con ideas preconcebidas. Hay mucho sufrimiento detrás, muchas lágrimas vertidas, también muchas dudas porque son lógicas según se plantea el caso. Y lo que nunca se debe perder es el respeto. Como tampoco la propia dignidad por muy alto o bajo que se esté. La tentación se muestra por igual a todos. Y, en ese momento, es cuando hay que evidenciar la altura personal, la inteligencia y la valoración del impacto de todos nuestros actos. A uno y otro lado. Sin dejar que la contaminación y el ruido que nos rodea invada algo tan simple y necesario como es el sentido común.

martes, 4 de junio de 2024

PELIGROSAMENTE JUNTOS (1986), de Ivan Reitman

 

El fuego graba sin piedad algunos acontecimientos que quedan para siempre insertados en el alma. Una niña recuerda que su padre le dedicó un cuadro que había pintado y, después de eso, sólo fuego, cariño esfumado, cenizas y una escena equívoca. Muchos años más tarde, parece que esa niña, ya una mujer, no está muy centrada mentalmente y trata de recuperar un cuadro que siempre ha reclamado como suyo. El caso llega a los tribunales y ahí está un atractivo fiscal que se va a encargar de tocar las narices al jefe para pasar, en un abrir y cerrar de ojos, a defensor. Y al lado tiene a otra letrada que se caracteriza por no rendirse, por pedir las cosas más inusitadas, por dejar bien a las claras que ella es una guerrera de la ley y que va a causar más de un dolor de cabeza a quien ose enfrentarse a su sabiduría legislativa que no es otra cosa que honestidad y tesón. Es una de esas chicas que hacen que el insomnio se instale y que, por aquello de volver a coger el sueño, uno se ponga a bailar claqué en el baño.

Todo es un aire de humor cuando, en realidad, todo es una cuestión de amor. Amor de un padre hacia su hija, amor de otro padre que trata de apañárselas como puede con otra hija que es más avispada que una colmena y amor entre compañeros con algún que otro desliz mientras se trata de desentrañar el misterio de quién tiene aquel cuadro, qué pasó con él, por qué no se consumió entre las llamas y qué es lo que realmente quiso el pintor. Muchas cosas que no están escritas en la ley y habrá que ir a juicio y batirse a gusto para que los colores queden bien nítidos y la verdad salga a relucir entre tanto interés y tanta deslealtad. Es lo que causa el amor. Deslealtades por todas partes. Y no son precisamente las de aquellos que lo ejercen.

Ivan Reitman nunca fue un realizador como para tomárselo demasiado en serio. Famoso por Los cazafantasmas y por naderías de culto como El pelotón chiflado o Poli de guardería, quizá encuentra un punto muy cerca del cine más clásico con esta película que ya merece un lugar entre lo más prestigioso que llegó a dirigir. No cuesta nada imaginarse esta historia en plenos años cuarenta o cincuenta con Cary Grant, Myrna Loy y Kim Novak, por ejemplo, aunque podrían ser infinitos los nombres que se vienen a la cabeza. En lugar de eso tiene un reparto que puede hacer perfectamente sombra a los citados como Robert Redford, Debra Winger y Daryl Hannah. Los elementos funcionan a la perfección porque Reitman sabe dar con el punto justo entre la comedia y el misterio, sin llegar a pasarse en ninguno de ellos y el resultado es una película muy apreciable, que derrocha simpatía y que interesa en su seriedad. Es lo que tiene el claqué en el baño a las tres de la mañana, que se te ocurren cosas que, de otro modo, no verían la luz en ningún lugar.

Dejen que la luz llegue, aunque sea en forma de llamas, aunque les guíe un abogado de desastre organizativo y una letrada de empuje y decisión. No habrá arrepentimiento tras el incendio.