Hoy, a las 19,30 horas, en los Cines Embajadores Río, de la Calle Ercilla, 53, estaré invitado por "Cine con tertulia" y el gran Javier Redondo a ver y, luego, charlar con el público, acerca de "Charada", de Stanley Donen. Será un rato relajado y agradable. Espero veros allí. En el cine.
No hay nada como
alejarse del ruido que producen los servicios secretos. Ya está bien de
apariencias, de disimulos, de pasar inadvertido para, luego, advertirlo todo. Y
más aún si ese ruido producido por los servicios de inteligencia se sustituye
por un buen quinteto de jazz. Un local en el Soho, unos buenos músicos de vez
en cuando, un local agradable en donde tomar una copa y sólo hay que sentarse
allí y esperar que ese mensaje en clave que nos lanza la melodía jazzística sea
descifrado por la mente. Y cuando ocurre, es mágico. Harry Anders es el
propietario del club y, de momento, ha callado todo lo que sabe porque quiere
escuchar música en su local. Eso no puede durar mucho cuando una chica de esas
que no se olvidan se cruza en su camino. Es el momento en el que Harry se
deshace de las hebras que le salen por la edad y vuelve a demostrar que su
espíritu es joven. Sin embargo, los problemas nunca vienen solos. La chica es
estupenda, es inteligente, es guapa, parece que le quiere, pero hay algo más. Y
Harry Anders, esta vez luchando por esa pequeña patria que ha construido con su
esfuerzo en algún rincón de Londres, va a tener que ejercer de nuevo como
agente secreto. Lástima, creía que lo había dejado atrás con el último solo de
saxo que escuchó a John Coltrane.
Las luces de neón de la
noche londinense parecen refulgir en los sempiternos charcos del asfalto. El
lunes tormentoso no falla nunca y la acción parece ir un poco más lenta en una
historia de estas características. Un momento, sé lo que me van a decir.
Michael Caine, en esta ocasión, está demasiado mayor como para sostener un
romance creíble con Sean Young. Es posible, pero esta película no debe ser
tomada mucho más allá de un divertimento con cierta clase, con algunas escenas
potentes y un final algo débil. Hay cine en ella, pero leve. Hay interés en la
trama, casi cercano. Hay disparos en un callejón, pero apenas se escuchan. Es
ese tipo de historia que casi nunca se ve.
Así que déjense inundar los ojos por ese humo que sólo se respiraba en los clubs de jazz mientras alguna melodía de Duke Ellington se mueve entre las sombras esperando meterse en el cuerpo de algún incauto que sabe dónde está la salida del laberinto musical que propone. Mientras tanto, degusten un buen vaso de lo que más les guste, con hielo, por supuesto, con la mirada puesta en alguna ensoñación de esa chica o chico que está esperando detrás de la siguiente voluta. Schonberg, quién lo diría, es un masturbador, y más vale introducirse en los esquemas de algún saxo tenor de nota arrastrada, o de alguna trompeta que confunde la queja con el lamento, y láncense al jazz de la vida. Piénsenlo. También es una improvisación continua sobre una melodía predeterminada en la que se siente cuál es la siguiente nota y, si no lo es, es cuando se cae todo el conjunto. Aunque sea por una chica que esconde más de lo que parece y parece mucho, mucho más de lo que esconde.