jueves, 11 de julio de 2024

UN PAR DE SEDUCTORES (1988), de Frank Oz

Con este artículo, ya vamos a cerrar el blog hasta el martes 3 de septiembre. Es una película que invita a las vacaciones por la elegancia y el gusto. Así que no dejéis de ir al cine. Es posible que ahí, en la pantalla, se hallen las mejores vacaciones. Un abrazo a todos. 

Enseñar a un sinvergüenza es una tarea harto complicada cuando el interfecto es un tipo con menos clase que una cucaracha en un plato. Es casi imposible enseñarle modales elegantes, gustos refinados y sonrisas encantadoras cuando es un individuo que no sabe más que meter mano en las carteras ajenas de forma bastante burda. Y los engaños necesitan su tiempo, su maduración, como un buen vino de añada notable. Hay que servir, fijarse en los contornos del líquido, olerlo con parsimonia, saborear y emitir un veredicto. Y ese repentino competidor que le ha salido al inglés elegante sabe menos de vinos que de tipos de hierba cultivable.

Así que, de momento, una alianza. Lamentablemente, el papel que se le asigna, dado que es un negado en las artes seductoras, es el de pariente discapacitado. Y no está muy de acuerdo. Él también quiere disfrutar de las ventajas que ofrece un lugar tan cosmopolita como Beaumont-sur-mer y codearse con grandes fortunas para urdir un buen timo, uno de esos que te puede retirar durante un buen tiempo. Y la oportunidad parece surgir cuando la heredera del imperio Colgate aparece por la Costa Azul.

De repente, la alianza se resquebraja y los dos timadores deben competir. E, incluso, en la más desternillante de las pruebas, hay que comprobar si ese militar inválido aún guarda algo de sensibilidad en sus inútiles piernas. Lágrimas van a salir de ahí. Y, desde luego, algún que otro gusto se va a dar el prestigioso doctor alemán de vacaciones. Poco a poco, la arena de la playa se vuelve más oscura y todo comienza a ser truco tras truco tras truco tras truco….y ya paro que se trunca el artículo.

Divertida, elegante, con clase y con una puesta en escena muy agradable, Frank Oz dirigió a Michael Caine y a Steve Martin en esta puesta al día de Dos seductores, que en los sesenta interpretaron David Niven y Marlon Brando bajo la dirección de Ralph Nelson, prácticamente con la misma premisa, pero acentuando el aspecto cómico de dos tipos que, en el fondo, son seres solitarios que quieren convencerse a sí mismos que viven mejor que nadie. Las risas se aseguran con varias secuencias memorables, aunque una en particular es descacharrante, y los intérpretes ofrecen una lección de oportunidad y tiempo en un registro particularmente cómico y descarado.

Así que no olviden pedir el mejor champagne, asegurarse la propiedad de un coche que atraiga todas las miradas y vestir con cierto estilo. En Beaumont-sur-mer se dan cita muchos millonarios y millonarias dispuestos a donar su dinero a buenas obras. Sólo hay que mostrárselas con claridad diáfana y poner la mano para que su corazón no se vaya más que con la alegría de haber colaborado en una buena obra. ¿Quién lo iba a decir cuando empezaron sus vacaciones en ese paraíso de luz y agua que es el sur de Francia? El ocio dio paso a la caridad y a las acciones de conciencia. Es perfecto. No obstante, tengan cuidado. Si se les presenta alguien deseando hablar con ustedes o forzando un encuentro casual, desconfíen. Seguro que es alguien que se presenta como un australiano que está metido en el negocio del petróleo y sus intenciones son mucho más oscuras que su producto. No como esta película que, en realidad, es pura luz de buen humor.

HORIZON: AN AMERICAN SAGA (Capítulo 1) (2024), de Kevin Costner

 

No deja de ser sorprendente que Kevin Costner haya empeñado gran parte de su patrimonio personal para emprender una serie de cuatro películas sobre diversas historias paralelas en el marco de la conquista del Oeste. Sin grandes estrellas en el reparto, aunque con algunos rostros bastante conocidos, Costner, como director, se revela como un maestro en la iniciación de las diferentes tramas que van jalonando esta película. Por supuesto, al ser sólo el primer capítulo, prácticamente no cierra ninguna y da la impresión de ser episodio piloto de una serie televisiva de lujo porque no deja de ser un planteamiento continuo que aún no ha llegado a un nudo que promete.

Sin lugar a ninguna duda, hay de todo en esta especie de novela-río que ha comenzado Costner. Tenemos matanzas por el asedio de indios, la presentación de un personaje que hace lo correcto, lo éticamente impecable y se convierte en un fuera de la ley, el trauma de un niño que ha perdido a toda su familia en un ataque de los pieles rojas, la renuncia a un padre por parte de un guerrero que comienza su propia batalla, el nuevo principio para una viuda y su hija, la cómoda pasividad de unos colonos que parece que están más interesados en el dibujo que en colaborar en los múltiples problemas de una caravana, la venganza de unos individuos que han visto cómo una mujer maltratada y hundida ha estado a punto de matar al cabeza de familia, la timidez de un oficial del ejército que, ante todo, es un caballero…Todo ello conforma un mosaico de pasiones, muertes y renacimientos que ofrecen un retrato de la dureza de aquellos días por ambos lados, con cazadores de cabelleras, con el fuego siempre a punto en el cañón de sus rifles, la escasa puntería, las lluvias torrenciales, la sequedad casi satánica. Sin embargo, para el espectador impaciente, todo se reduce a un inicio que no se cierra y que se reduce a unos cuantos disparos en lo que podría ser la primera entrega de un libro de seiscientas páginas con muchísimos personajes y que Costner ha aplazado su destino para que las cuatro películas que pretende hacer mantenga todo su interés.

Hay que destacar por derecho propio la banda sonora de John Dabney, probablemente, el mejor trabajo de su carrera. Aún así, hay quien se puede sentir decepcionado ante la huida de la composición visual, reducida a unos pocos planos, que emprende Costner, como no queriendo lucirse tras las cámaras. Su interpretación, tranquila, comedida y experimentada, se erige en la mejor junto con la de Sienna Miller y la de ese sargento bonachón y eficiente que interpreta Michael Rooker. Costner, además, se detiene con parsimonia en algunos pasajes, lo cual exaspera al inquieto público que espera la siguiente detonación con verdadera ansia. Y es que el fuego no es suficiente como para llenar las ganas de que haya acción en un entorno de suciedad, de almas corruptas, de pocas personas que retengan bondad en sus corazones. No es John Ford, no es Anthony Mann, no es Clint Eastwood. Tal vez sea algo parecido a La conquista del Oeste, con menos intérpretes de primera línea, menos épica y más disparos impactantes para dejar evidente lo que cuesta deshacerse de la vida de un ser humano en un tiroteo.

Así que hay que esperar. La intuición de viejo espectador hace que crea que esto es sólo el principio de una obra que se puede antojar monumental, aunque tenga un par de cortes, sin ser fundamentales, que se han quedado en el suelo de la sala de montaje. El riesgo que ha asumido Costner ya es una virtud que muy pocos cineastas están dispuestos a asumir. Lo cierto es que nos ha colocado en la cima de unas cuantas colinas ardientes y heladas y ahora sólo queda aguardar a que no todo se quede en un par de cabalgadas espectaculares, un duelo chapucero y un buen puñado de sentimientos amontonados sin orden ni demasiado concierto. 

miércoles, 10 de julio de 2024

PÁNICO EN EL ESTADIO (1976), de Larry Peerce

 

Un lugar lleno de gente. Ideal para descargar una supuesta ira que no se sabe de dónde procede aunque tampoco hace mucha falta. Sólo importa el daño que va a proporcionar en el momento en que el tirador quiera. Alguien sin nombre ni rostro, armado con un rifle con mira telescópica y su propia habilidad se coloca encima del marcador del Coliseo de Los Ángeles en la final de la Super Bowl. Disparará cuando se harte. Sin embargo, un elemento hace que se le descubra antes de lo esperado. El dirigible de televisión atisba una figura en lo alto de ese marcador. Tranquilamente sentado, con un rifle en posición de espera. Hay que activar todos los mecanismos de seguridad. Entre otras cosas, que el Presidente no entre en el estadio.

Mientras tanto, en esa olla a presión se juegan muchas cosas para las personas anónimas que pueblan sus gradas. Ahí está el carterista, el tipo que no quiere comprometerse con la mujer con la que vive, el individuo que está amenazado de muerte si no salda sus deudas, el sacerdote que vibra con el partido, la pareja que se conoce a pesar de la presencia de un molesto tercero, la familia con niños y el padre en paro que se avergüenza…Muchos partidos que se dirimen más allá del hectómetro de hierba. Todos ellos vivirán una experiencia que nunca olvidarán. Y no es precisamente la asistencia a un partido de fútbol americano.

Por último, las fuerzas de orden. Se ha llamado a la unidad de intervención SWAT y hay que apostarse en lugares altos para tener al potencial asesino a tiro. Y registrar a cualquier sospechoso de ser cómplice. Puede que el fulano no actúe solo. En cualquier caso, la discreción debe ser máxima y siempre está el arma de la televisión. El dirigible puede transmitir todos los movimientos del francotirador…a no ser que se pierda la señal. El día será de lucha, mucho más allá que ese espectáculo de modernos gladiadores. Y habrá algunos que pierdan todo. Incluso la vida.

Con algún que otro agujero en la disposición de elementos dentro de la trama, Pánico en el estadio es una de esas películas que son ideales para visitar el cine más comercial que se hizo en los años setenta. Con un reparto de primerísima línea con un Charlton Heston que parece algo más afectado de lo habitual, un implacable John Cassavettes y una serie de actores de reparto muy eficaces y maravillosos como Jack Klugman, Walter Pidgeon, Beau Bridges, David Janssen y la extraordinaria Gena Rowlands, se articula una historia de tensión, más que de acción, dentro de un recinto que, sin duda, se convierte en una planta para ratones antes que en un campo de juego. Con inspiración clara en El héroe anda suelto, de Peter Bogdanovich, también se sabe que la suerte puede planear encima de un estadio aunque sea en lo último en lo que pensemos más allá de la suerte deportiva. Mucho cuidado. El individuo apunta rápido y dispara al azar…o no…al fin y al cabo, tiene todo el partido para elegir sus víctimas. Y ahí, en su mirilla, las iguala a todas.

martes, 9 de julio de 2024

LA MITAD DE SEIS PENIQUES (1967), de George Sidney

 

Hoy, a las 19 horas, en la FNAC Callao, estaré al lado del editor Guillermo Balmori y del periodista cultural Jaime Iglesias para presentar el libro del noventa aniversario de la película "Sopa de ganso", en el que he tenido el honor de participar. Os espero. No perderéis el partido, lo prometo.

La vida es así, como una veleta. Un buen día, no tienes nada. Trabajas en un sótano apestoso, con otros cuantos aprendices y, de repente, tu abuelo te deja colocado para siempre. Heredas una fortuna con una ingente pensión anual. Tienes dinero para quemar. Y quizá, sólo quizá, en el fondo de tu corazón, sigues estando con los más pobres, con los que más sufres. No quieres integrarte en la alta sociedad victoriana. Sólo quieres que los demás puedan subir todos los escalones que tú has salvado de golpe. Por eso, ese empleaducho de tres al cuarto, cuando tiene la oportunidad de comprarse algo, lo que quiere es…un banjo.

Eso va con su carácter alegre y animado. Es un muchacho sin más sueños que ser feliz haciendo felicidad. Y, por eso, empleará la herencia en los que más lo necesitan sin renunciar, por supuesto, a su cómoda posición. No faltará quien intente desacreditarle o dejarle a un lado, pero él tiene entusiasmo y un razonamiento tan simple que llega a impresionar por su lógica. El mundo está ahí fuera y hay un buen puñado de gente pasándolo mal. No pasa nada con compartir algo de lo que sobra porque, al fin y al cabo, él sigue siendo ese muchacho sencillo que madrugaba todos los días para ir a trabajar en el lugar más lúgubre del planeta. Dinero para quemar…para quemar, sí, pero para calentar a los que pasan frío.

Esta película fue una rara incursión en el musical en los años sesenta. Con hechuras muy clásicas, se creyó que sería una apuesta segura ante su éxito inmediato en Broadway, con más de quinientas representaciones, una partitura más que notable y con varios premios Tony en sus vitrinas. Para dirigir todo el lío, posiblemente no había nadie mejor que George Sidney y, para mayor seguridad, se repitió casi íntegramente el reparto que había triunfado sobre las tablas…y fracasó estrepitosamente. De forma bastante inmerecida, pero innegablemente cruel. Tanto es así que un director del talento y la sabiduría de George Sidney, que había dejado varias perlas para el disfrute de los más exigentes, no pudo dirigir ninguna película más a sus cincuenta y un años. La crítica creyó que era un musical acartonado por aquello de intentar copiar casi literalmente la obra que maravilló en los escenarios, además de cebarse en su protagonista, Tommy Steele, al que tacharon de irritante y sobreactuado. El caso es que, con toda probabilidad, los vientos de los grandes espectáculos ya estaban cambiando de dirección. Al año siguiente, Bob Fosse ya hizo su aparición con Noches en la ciudad y, seis años antes West Side Story había dejado bien claro que los musicales no siempre tienen que ser amables. La mitad de seis peniques fue retirada de los circuitos y hoy permanece como una polvorienta desconocida.

Y, sin embargo, tiene algo que invita a moverse y bailar y cantar frente a ese joven que quiere cambiar las cosas en todo lo que esté a su alcance. El número de Money to burn es francamente espectacular y, a pesar de moverse en fórmulas sobradamente conocidas de chico que quiere chica y que, de repente, la tiene a tiro y no se decide, es un musical que funciona, que está espléndidamente realizado y que revela la tremenda exigencia de una época que estaba buscando nuevas expresiones y estilos. La primera víctima fue ese grandísimo director que era George Sidney.

viernes, 5 de julio de 2024

DONALD SUTHERLAND: LA PIEL DEL COCODRILO

 

Donald Sutherland fue un caso atípico dentro del cine. Actor de un enorme talento, de sólida formación clásica, la mayor parte de su carrera la dedicó a desempeñar papeles secundarios en películas netamente comerciales. Aún así, es un experto ladrón de escenas al ser un hombre de gran intuición natural que se amoldó a la perfección al personaje que interpretaba aunque en muchas, tal vez demasiadas, ocasiones su presencia encalle en producciones que no merecen su nombre en el reparto.

Su particular físico comenzó a destacar como el soldado apático, pero que aporta un toque de humor a los Doce del patíbulo, de Robert Aldrich, pero su nombre fue conocido por todos a partir del éxito sin precedentes que supuso MASH, de Robert Altman, donde compartió cartel con Elliott Gould en una gamberrada antimilitarista (por otro lado, una de las más certeras películas de Altman) donde ambos actores compartían un sano y grueso sentido del humor.

Es porque ello que, quizá, se creyó que Donald Sutherland había nacido para la comedia y se intentó encasillarle en producciones de corte humorístico como podía ser la divertida Empiecen la revolución sin mí, al lado de un actor cómico muy de moda en la época como Gene Wilder, o incluso, su aportación de tanquista empapado de hierba y psicodelia en Los violentos de Kelly, pero Donald Sutherland era mucho más que eso. Lo demostró interpretando al detective privado Klute, de Alan Pakula, un hombre que llega a fascinarse con la prostituta que tiene que vigilar, Jane Fonda. Aunque la fama se la llevó ella, el trabajo de Sutherland es de una pasmosa intensidad introvertida porque la película, aún con su naturaleza nunca escondida de thriller, es de un ritmo inusualmente lento y el actor aguanta extraordinariamente bien planos más largos con una expresividad contenida notable.

A continuación, desempeñó el ¿onírico? Papel de Jesucristo en Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo, un Mesías dominado por una impotencia que, tal vez, le haga un tanto inútil. Quizá, Jesús sólo sea una presencia reconfortante y quimérica en el interior de nuestras mentes o un producto de la imaginación colectiva. Fantástico fue su trabajo en Novecento, de Bernardo Bertolucci, como el brutal fascista Attila, el pederasta hijo de perra que Sutherland, dentro de una impresionante sabiduría, casi presenta como un hombre tierno y al cual nos da pena verle morir para ir descubriéndonos, a medida que se nos revela el pasado, la clase de bestia que era. Su interpretación es de tal calidad que mucho la prefieren al muy notable trabajo de Robert de Niro y de Gerard Depardieu en los papeles protagonistas.

Federico Fellini le reclama para encarnar al gran seductor impenitente Casanova, una película de una desbordante imaginería visual, en la que el director, en una estrecha colaboración con el actor, se aleja del reflejo del mítico donjuán para enseñarnos un ser depravado, desagradable, desprovisto de sentimientos, un deforme moral que Sutherland, con una sana dosis de ironía, nos sugiere como un hombre físicamente dotado de una cara grotesca, pero de un apéndice prodigioso, razón única y última de su inusitado éxito con el sexo contrario.

Con Ha llegado el águila, de John Sturges, Sutherland secunda con brillantez a Michael Caine en una peligrosa misión a cargo de los nazis para asesinar a Winston Churchill, encarnando a un irlandés independentista que ayuda a los alemanes como medio de castigar a los británicos. Si bien el personaje de Caine es mucho más fascinante, el suyo es de una coherencia e ironía encomiables que beneficia a un film que es notable, pero que podría haber sido mucho mejor.

Después de aparecer en la afamada película de John Landis Desmadre a la americana, en un papel que podría haber hecho cualquiera, se atreve a protagonizar la versión de La invasión de los ultracuerpos que Philip Kaufman dirigió en 1978, una interesante revisión del clásico de Don Siegel. También intervino de forma formidable en El primer gran robo del tren, de Michael Crichton, al lado de Sean Connery, como el hombre de las manos como mariposas, carterista en el Londres del fin de siglo, indispensable para llevar a cabo un golpe perfecto en una película que no esconde su condición de mero entretenimiento de mucha calidad, humor e inteligencia.

Con Operación Isla del Oso, de Don Sharp, se intentó alargar lo máximo posible el filón del gran proveedor de historias de espionaje y acción para el cine de los sesenta y setenta, Alistair MacLean, y el tema estaba ya más que explotado aunque es una muestra de cine para pasar el rato a la sombra, un tanto atrasada, de aquella Estación Polar Cebra, de John Sturges.

Con Gente corriente, de Robert Redford, la cuestión fue muy diferente. Además de hacerse cargo del más ingrato de los personajes, el padre de familia paralizado anímicamente por la muerte de su hijo mayor, es probable que sea uno de los papeles dramáticamente más difíciles de su carrera al entrar en un registro interpretativo deliberadamente neutro con la ímproba tarea de sugerir una interiorización de sentimientos compleja y atormentada sin salida expresiva. Todo un reto para cualquier actor aunque su labor quedase camuflada tras el estupendo trabajo de Timothy Hutton.

Al año siguiente, Sutherland realiza una de sus mejores interpretaciones: el frío espía de El ojo de la aguja, de Richard Marquand. Basada en el best-seller de Ken Follett, La isla de las tormentas, el hombre presentado por el actor como un asesino sin escrúpulos es tocado en su fibra más sensible por el amor, un amor condenado al fracaso que le costará la vida, pero que da una enorme dimensión a su personaje. Se habló de una posible nominación al Oscar, pero sólo fue un rumor.

Fue el único que se salvó del fiasco que supuso Revolución, de Hugh Hudson, nuevamente en un papel violento, sin conciencia y tremendamente cruel. A continuación, protagoniza una especie de segunda versión en clave canadiense, de Yo confieso, de Alfred Hitchcock, con el título de Los crímenes del rosario.

Con Una árida estación blanca estuvo brillante, como el resto del reparto, y con una brevísima aparición fue absolutamente genial en JFK, de Oliver Stone, como “X”, el militar sin nombre que revela a Kevin Costner, no sólo la afición de los gobiernos estadounidenses a las operaciones encubiertas, sino una serie de hechos extraños ocurridos en el Pentágono unos días antes de la muerte del Presidente Kennedy. Para este pequeño cometido, que tan sólo le ocupó un día de rodaje, se preparó reuniendo información sobre un personaje incógnito durante más de tres meses. Sin duda, uno de los momentos álgidos del espléndido docudrama que pasa por ser la mejor película de Oliver Stone.

Estuvo presente en una película pequeña que pasó totalmente desapercibida titulada El hombre de la estación, que marcó su reencuentro con Julie Christie veinte años después de las atrevidas escenas que hicieron juntos en Amenaza en la sombra, una de sus películas más famosas, poniendo en juego el trauma de la pérdida de un hijo con el sexo y el misterio de la ciudad de Venecia.

También intervino en un papel episódico en Llamaradas, de Ron Howard, compartiendo escenas con Robert de Niro. El papel de pirómano enfermizo, marca el punto más álgido de la historia cuando confiesa que, si fuera por él, quemaría al mundo entero. Sin un gesto de más. Sin un grito. Sólo con su expresividad.

En 1995 protagonizó esa pequeña joya rodada para televisión, pero estrenada en salas comerciales titulada Ciudadano X  con una interpretación medida, ponderada y excepcionalmente ambigua como el jefe de la unidad que atrapó al conocido como “Carnicero de Rostov”.

Después de interpretar a un trasunto del Arthur O´Connell de Anatomía de un asesinato, en Tiempo de matar, una excelente película con un reparto fuera lo común, Sutherland dio vida al más espumoso y burbujeante de los cuatro veteranos tripulantes de una misión espacial en Space cowboys, de Clint Eastwood, un rodaje en el que todos confesaron pasárselo muy bien y en el que Sutherlando, con un papel lleno de humor e interpretado tan acertadamente que es imposible no mirarle a él, anula al resto de los compañeros del estupendo reparto.

Lo cierto es que, a pesar de perderse una y otra vez en proyectos de comprobada baja calidad en papeles directamente candidatos al olvido, Sutherland ha resistido con una muy longeva carrera haciéndose con un gran prestigio entre sus compañeros de profesión siendo, tal vez, una cara muy anónima entre el gran público. De ahí que, un tanto lamentablemente, destacaran en diversos informativos televisivos que el fallecido había hecho una película como Los juegos del hambre, como si no hubieran tenido donde escoger para rendirle un homenaje adecuado. No importa. Sutherland, además de la mirada, tenía la dura y hermosa piel de un cocodrilo, capaz de resistir cualquier disparo poco certero. Simplemente, quiso que su trayectoria fuera así, pero nadie ha podido negar que ha sido un actor feroz y único y que compartir río con él, con ese cocodrilo, fue muy peligroso.

jueves, 4 de julio de 2024

UN LUGAR TRANQUILO: DÍA UNO (2024), de Michael Sarnoski

 

Cuando uno siente que el final está cerca, hay un deseo que se repite de forma intermitente a la cabeza y es volver a aquellos sitios en los que se probó la felicidad. La auténtica. Esa que sabemos que existió sin ponerle reparos y que se convirtió en un instante eterno de la memoria. Tal vez, por eso, lo mejor es atravesar el caos de una ciudad en llamas para saborear, en la última vuelta de esquina, la sensación de haber estado en aquel lugar, en aquel momento, ese mismo en el que el destino se fue y pareció prometer no regresar.

Una mujer busca ese lugar mientras el enemigo de visión nula y oído fino se expande por la gran ciudad celebrando su ritual de muerte al ruido. Quiere probar un trozo de pizza mientras oye una canción, una de sus favoritas, porque la música, un día, fue importante para ella. Sin embargo, ocurre lo imposible y se halla en medio de la destrucción total porque, entre otras cosas, la música no tiene sitio en un mundo que necesita del silencio para sobrevivir. Ella marcará el camino con lágrimas y sufrimiento. Perderá y ganará. Y, al final, podrá estar en un espectáculo sin sonido, con una copa de whisky sin hielo, tocando un piano sin notas y salvando a alguien como si fuera lo último que fuera a hacer en la vida.

Uno no puede evitar el escepticismo después de asistir a las dos espléndidas partes de Un lugar tranquilo con las que John Krasinski consiguió sorprender a todo el mundo, incluido a Stephen King, con esa familia que resistía al invasor asesino en el que el ruido es el chivato y la muerte, el más que probable final. Ahora anunciaban la misma historia, pero siendo el primer día de esa invasión y en la gran urbe, en la misma selva del ser humano, hecha de cemento en lugar de palmeras y de asfalto sustituyendo al arbusto. Y, además, no están Emily Blunt, ni John Krasinski, ni Cillian Murphy…no puede estar bien, no puede estar a la altura. Y, cuando acaba la película, a los sones de Feeling good, de Leslie Bricusse y Anthony Newley con la voz de Nina Simone, te das cuenta de que lo han vuelto a conseguir. Que John Krasinski, esta vez, deja los manos a Michael Sarnosky, pero que se reserva tareas de guion y de producción, y que la odisea de esa mujer dispuesta a atravesar la ciudad como preparación para su lucha más importante es igual de apasionante, está bien dirigida, está espléndidamente interpretada por Lupita N´yongo, que lleva todo el peso dramático de la historia, que hay tensión, que hay sustos, que hay respiraciones contenidas y gatos tan mojados como lluvias de camuflaje, que hay truenos para los gritos, que hay desesperaciones para las vidas…y el lugar tranquilo se encuentra ahí mismo, a una nota de música, a un paso de la aceptación, a un simple giro de la dirección a la que se encamina la multitud. Oídos abiertos. Atenciones de alto nivel. Inteligencias comprobadas. Y esa mujer, que tanto ha escrito con tan pocas palabras, dejará un testimonio de valentía, de osadía y de sensibilidad en esa piel negra en la que se adivina que quiso posarse con ganas la felicidad al finalizar una melodía pegadiza de jazz al piano.

Así que estamos de nuevo en el disfrute del terror dándole una vuelta de tuerca al prescindir del elemento sorpresa. Otra pequeña historia que es una visión moderna del Ulises, de James Joyce, solo que cambiando la determinación de un hombre por la energía llena de sapiencia de una mujer. Y ahí está la poesía. Nunca se ha dicho más, con menos. Nunca ha sido cuatro. Sólo tres. O dos. Nunca ha sido menos, ha sido mejor. 

miércoles, 3 de julio de 2024

´SAYONARA (1957), de Joshua Logan

 

Defender una postura racial puede traer determinados problemas de conciencia. Más que nada porque la vida es la gran argumentadora de lo contrario. En este caso, un héroe de Corea, condecorado y con experiencia en el pilotaje de aviones, aterriza en Japón y no duda en apoyar la instrucción superior de que el personal militar estadounidense no confraternice con los japoneses en el plano sentimental. De momento, todo va bien. Un país extraño, con costumbres muy alejadas de las occidentales, casi otro planeta. No es difícil mantenerse alejado de los encantos femeninos orientales. Sin embargo, algo ocurre. Es ese fenómeno inexplicable, seguramente químico, en el que dos personas se sienten atraídas hasta la pasión. Hasta ahora, el piloto había visto sólo compañeros que les ocurría lo mismo y le salía la sonrisa socarrona y distante. Ahora él es el centro. La chica no puede ser mala para ningún tipo de relación. Es fantástica. Es perfecta. Está enamorada de él. Y no quedan muchos sitios a los que ir si él decide a dar el paso. La expulsión del ejército está cerca y no sabe hacer otra cosa.

Además de todo ello, existe otro problema. Los japoneses tampoco desean, desde el plano social, acercarse demasiado al personal militar estadounidense y no dudan en señalar con el dedo a todo conciudadano que queda enganchado al encanto americano. Ella va a ser señalada, igual que lo ha sido la novia de un compañero, un buen tipo, que ha acabado mal. La lucha va a ser larga porque es una relación que está completamente sitiada por los prejuicios. En esos momentos, es posible que se desee dejar de ser un patriota y se quiera convertir en nadie. Sólo alguien para ella.

Esta película estuvo rodeada por la polémica por el problema que planteaba en las absurdas trabas oficiales y sociales que se imponen a una simple relación de amor. En esta ocasión, el amor no es libre y languidece detrás de las prohibiciones. Por otro lado, es muy valiosa en su tema, hoy todavía plenamente vigente, y está dirigida con paciencia por Joshua Logan, haciendo alarde de un uso del color extraordinario, resaltando la variedad fotográfica de un país que invita a la pasión, sea cual sea. En el apartado interpretativo hay que destacar a Marlon Brando, inevitablemente atractivo tras su uniforme azul, un poco sumergido en modos y maneras del Método, pero aún con el encanto suficiente como para conquistar a cualquiera que se ponga por delante, de cualquier raza, de cualquier condición. También, por supuesto, a Miyoshi Umeki, que se llevó el primer Oscar de la historia para un intérprete asiático en la categoría de actriz secundaria, y Red Buttons, que también se llevó el suyo, dando vida al hombre que rompe fronteras aunque sea dañando los cristales.

Y es que el amor, cuando llega, es difícil que se vaya. Por muchos papeles conminando a hacer lo contrario. Por muchas miradas acusadoras de los vecinos más cercanos condenando, en un juicio de valor injusto, la relación que sólo quiere existir. Tal vez por eso, nunca hay que despedirse. Sólo hay que seguir machacando la infantil y odiosa burocracia que sólo trata de rendir por el aburrimiento lo que debería estar sellado sólo con los labios de los que realmente se quieren.

martes, 2 de julio de 2024

MERCADO DE LADRONES (1949), de Jules Dassin

 

La guerra se ha quedado atrás y no hay nada como regresar a casa con algo de dinero en los bolsillos para comenzar de nuevo. Sin embargo, la guerra también estaba librándose en el hogar. El padre de Nick lo ha perdido todo. No le quisieron pagar una carga de fruta y provocaron un accidente en el que perdió las dos piernas. Luego tuvo que vender el camión. Y ya no queda nada. Nick decide tomar cartas en el asunto. En el frente le enseñaron a no rendirse y a combatir la injusticia y no va a ser diferente en esta ocasión. Tratará de recuperar el camión, pero, en lugar de eso, el nuevo propietario le propone un negocio, un transporte de manzanas, con el que va a recuperar todo lo que su padre ha perdido. Parece que todo puede arreglarse. No, no, la guerra tiene demasiados vericuetos y trampas. Por el camino, tendrá que medirse cara a cara con el mafiosillo de tres al cuarto que tiene controlados los muelles de descarga del mercado. Y, además, llegar a la conclusión de que su novia, esa que le esperó durante tantos años, ya no tiene amor para él, sólo para el dinero que pueda ganar. Son demasiadas balas, Nick. Tal vez sería bueno para ti que estallase otra guerra.

La carretera se va sembrando de cadáveres, de averías, de manzanas que caen por intereses espurios. En el fondo, la fruta toma la forma de fichas de casino y sirve como elemento de intercambio entre unos cuantos tipos sin ningún escrúpulo que no dudan en extorsionar a los transportistas hasta hacer inaguantable la situación. Siempre el eslabón más débil. Siempre. ¡Qué rabia!

Jules Dassin dirigió con su habitual pericia esta historia a la que podríamos calificar de cine negro de clase baja, sin ningún sentido peyorativo. Es como una intriga criminal en la que los protagonistas y el potencial público interesado son trabajadores, involucrados en un negocio sucio que parece perder líquido de frenos por el camino, pero que, al fin y al cabo, se mueve con sus asesinatos, su elemento de ambición, su mujer fatal y su investigación criminal. Por supuesto, también existe el ángel que salva el alma y la idea del sufrido Nick, protagonizado con solvencia por Richard Conte, acompañado de un reparto de enorme prestigio con Lee J. Cobb, Valentina Cortese, Barbara Lawrence y el siempre eficaz Millard Mitchell. El resto son bajezas de gente que roba a otra gente que no merece ese destino. Tal vez porque Dassin se cuida mucho de describir que, en cada viaje, en cada nuevo porte, esos tipos que están al volante se juegan su futuro del día siguiente. Como si después no hubiera más días. De ahí la desesperación, la rabia, la constancia, la paciencia, la contención. Todo funciona en esta película porque no deja de ser cine negro y, a la vez, no deja de ser un mensaje social de potencia de gran motor que suelta unas cuantas verdades a la cara mientras se asiste a algo muy parecido a cine del bueno.