martes, 9 de octubre de 2018

DÍAS SIN HUELLA (1945), de Billy Wilder

Si queréis escuchar el debate que sostuvimos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "El gatopardo", de Luchino Visconti, podéis hacerlo aquí.

Primera copa: Don Birnam es capaz de dejar una botella colgando en una fachada con tal de sentir de nuevo esa leve sensación de euforia que deja el alcohol cuando se apura la copa hasta el fondo. No puede imaginar nada más aburrido que irse con su hermano de fin de semana escuchando pajaritos y viendo crecer la hierba. La botella está ahí, al otro lado de la ventana y el ansia crece pensando en ella. Es como una mujer a la que no se puede dejar de besar. Una y otra vez. Dejándose el alma en ella, como días que dejan huella sólo en las sensaciones, pero nunca en la memoria. Don conseguirá su objetivo. Esa botella acabará en su hígado, minando su condición de hombre, haciendo que la primera copa nunca sea la última.
Segunda copa: Don Birnam se ha escapado del compromiso. Con la segunda copa ya empieza a sentirse alguien diferente. Es Marco Antonio en lo alto de las escalinatas clamando al populacho que Bruto es un hombre honrado. Es Hamlet exento de dudas y ejecutando su venganza sin más dilación. Es Don Quijote arremetiendo contra los molinos de viento. Es Werther escribiendo su última carta de amor. Ése es el milagro del alcohol. Te hace sentir tan alto que la caída, por fuerza, tiene que ser mortal. Pero Don cree que está lejos del abismo. No puede escribir y piensa que el alcohol, maldito alcohol, va a poner las letras que le faltan a su ingenio. Por eso, tal vez, la segunda copa es el preludio de la tercera.
Tercera copa: Don Birnam baja al bar más cercano y allí se encuentra a Nat, un barman que ha visto ya demasiados borrachos como para saber que Don es uno más. Le hace un gesto definitivo para que Don se dé cuenta de dónde está. Está allá arriba, en lo alto de un edificio y a punto de saltar. Sólo hace falta un paso más y caerá y ya no habrá más copas, ni más euforia, ni más frustraciones, ni más mediocridades, ni, por supuesto, más triunfos. Nat es un filósofo del whisky y sabe muy bien que el alcohol no lleva a ninguna parte salvo a una cárcel de la cual no se puede salir. Por eso, Don sabe que la tercera copa dará paso a una cuarta. Tal vez con ella sea capaz de evadirse.
Cuarta copa: Don Birnam yace tirado en el sofá de su casa. El alcohol se ha acabado y ve una sombra salvadora bajo la luz mortecina del salón. Bebe de nuevo y un pajarito se ha colado en una de las grietas de la pared. Quizá sea uno de esos pajaritos que tanto hubiera odiado ver en ese fin de semana perdido al lado de su hermano. También ve un murciélago que se lanza sobre su presa sin ninguna piedad, dejando un rastro de sangre en el blanco de las paredes de su salón. Don ha visto la penumbra de su mente en su interminable orgía de copas encadenadas que devora con cualquier excusa. Grita horrorizado. El alcohol ya ha construido su casa en su cabeza y será muy difícil quitarlo de ahí. Tal vez una mujer…

Quinta copa: Don Birnam sonríe a Billy Wilder y, por supuesto, a Ray Milland en el mejor papel de su carrera. Sabe que ésas son las auténticas sensaciones que te hacen sentir vivo. Y gracias a ello, Don Birnam no es nadie más que Don Birnam. Un individuo que bebió por cobardía y que tuvo que convertirse en un hombre capaz de decir, al menos por una vez, que no.

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