martes, 16 de octubre de 2018

LLÁMAME PETER (2004), de Stephen Hopkins

Érase una vez un actor que se llamaba Peter Sellers y que, de tanto fingir, nunca supo realmente quién era. Cuando conseguía lo que deseaba siempre deseaba ser alguna otra cosa y así fue de deseo en deseo hasta que se le acabaron las casillas de los ataques al corazón. Su personalidad era voluble, exagerada, insegura y coqueteaba, en ocasiones, con los límites de la locura. Nunca supo a ciencia cierta quién le amaba, entre otras cosas, porque él nunca supo a quién amar. Y lo que es peor, nunca supo cómo amar. Dejó de lado lo importante para dar rienda suelta a lo que era prescindible y así, la más cara que poseía tras su máscara, acabo dibujando una expresión de tristeza, como si él, uno de los más privilegiados actores cómicos de la historia, fuera un fracaso. Se convirtió en lo que más temía.
Bien es cierto que obtuvo ciertas satisfacciones y que bastaba con que abriera la boca para que el público devorador lo encontrase brillante, agudo, perspicaz y algo alocado. Su penúltima película estuvo basada en un libro que había tenido en su cabecera durante años y trataba, fíjense qué tontería, sobre un tipo que era jardinero. ¡Qué simpleza! Sin embargo, ése era el papel que quería hacer. Y lo hizo. Y lo hizo magistralmente. Por el camino se quedaron inspectores, presidentes, militares, conquistadores engañosos, científicos megalómanos con manos de vida propia, hindúes fuera de lugar o bandidos dispuestos a fingir virtuosismo musical…pero también muchas jeringuillas, botellas vacías, discusiones huecas, arranques de furia, compensaciones elegantes, obsesiones por el éxito, pánico a la repetición, voces de todos los tonos y colores, ilusiones desvanecidas y derrotas ante las cifras con muchos ceros. Quizá, no sé, no sé, podríamos decir que ese cómico llamado Peter Sellers estuvo muy cerca de la genialidad, pero también del más absoluto de los egoísmos.

No cabe duda de que, una vez fallecido, también hubo otro cómico que sabía manejarse muy bien en el drama de nombre Geoffrey Rush que supo revivir a aquel Sellers que ocupaba las cabeceras de todas las comedias de los sesenta. Con sentido, con momentos cómicos, dramáticos, dando rienda suelta a infinidad de recursos y dejando entrar en la narración a otros como una maravillosa Emily Watson, una convincente Charlize Theron, un maquiavélico Stanley Tucci y un manipulador John Lithgow. Y el resultado es el acercamiento creíble y vigilante sobre un actor que quiso ser leyenda y se quedó en cuento. Además, por supuesto, de ser un nombre que comienza ya a ser desconocido para las nuevas generaciones de los que dicen amar el cine. Estoy por llamarles por teléfono y hacerme pasar por Sellers…a ver qué opinarían, con sus ojos de hoy, sobre este intérprete del ayer. Estoy seguro de que, al final, le llamarían Peter.

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