miércoles, 24 de octubre de 2018

ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE (1977), de Steven Spielberg

Ver lo imposible es creer en lo imposible. Una noche cualquiera y todo parece sobrenatural. Una señal de paso a nivel que se mueve enloquecida, una luz cegadora que parece inspeccionar el terreno, objetos que comienzan a levitar como si estuvieran atraídos por un imán…Y la obsesión se instala. Es como una desazón que no se puede apagar. Por dentro, la inquietud de no dar con lo que se busca, a pesar de que esa forma indeterminada se presenta en todo. Mientras tanto, la vida se derrumba porque la locura no llega a comprenderse. Todo se niega y, desde luego, eso es un signo de que es verdad. Un francés contempla fascinado lo que está ocurriendo y consigue descifrar una clave musical que puede ser el saludo que comienza un diálogo. Una cita ineludible. Un niño que cree que las luces son parte de un juego maravilloso empezado por unos seres a los que solo se puede querer. El sueño se torna realidad. Ya están aquí.
Ser testigo de un encuentro de fantasía convierte a la misma vida en algo intangible, volátil e irremediablemente eterno. El espacio espera por aquellos que son elegidos y, tal vez, quien no tiene un lugar en la Tierra, posee el privilegio de adentrarse en los misterios de otras vidas y de otros mundos. Un barco de gran tonelaje que aparece en medio del desierto es una imagen impresionante que cuestiona toda lógica. Hay que montar una historia para que la gente no se acerque y…aún así, se acercan porque sienten una especie de llamada, de invitación a la que no se pueden negar. La Torre del Diablo es el lugar perfecto para que el cielo se llene de estrellas y dé comienzo una nueva era para el hombre y para el mismo universo. No hay tiempo ni lugar para el razonamiento. Sólo la intuición vale. La mirada se volverá pura ilusión y una conversación de semitonos se desarrolla, inquieta, audaz, frenética. La búsqueda, a partir de ahora, no tendrá fin. No estamos solos en el espacio. Hay otros seres. Y, con toda probabilidad, son mucho más fascinantes, mucho más completos, mucho más inteligentes, mucho más conscientes que el hombre. Es el milagro de la vida rehecho. Como nunca lo habíamos conocido.

Aunque pueda parecer mentira, éste es el único guión escrito por Steven Spielberg, dando forma y juntando muchos sueños que todos hemos tenido de niños. Unos seres que nos invitan a conocer su mundo en un impensable mensaje de paz y de luz, deshaciendo mitos sobre la hostilidad de su naturaleza y sus deseos de conquistar al planeta azul. Son mensajeros de la imaginación, que no tiene ningún límite, incluso más allá del espacio. Richard Dreyfuss y Melinda Dillon contienen la obsesión del encuentro y de la angustia de los que necesitan llegar un poco más allá. François Truffaut es quien intenta escarbar en los resquicios de la razón para que todo pueda entenderse con la simplicidad de un sueño infantil. Y nosotros, extasiados, seguimos preguntándonos qué es lo que hay en el interior de esa nave que parece irse con una amistosa despedida, cómo es el mundo de esos seres plenos de inocencia y cómo va a ser nuestra relación con ellos.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

A mi me parece una película impresionante, no sabía que era el único guión de Spielberg, pero me parece una genialidad. Combina fantasía, terror, ciencia, crítica política incluso y ademas un cierto intimismo.
Es difícil hacer ver a un "no iniciado" que se siente cuando se siente algo que no se puede explicar, ese aislamiento de Dreyfuss muy a su pesar, esa degradación en la relación con los "humanos", aun cuando sea su propia familia y el sufrimiento que le conlleva...Me parece una pequeña maravilla dentro de la maravilla que me parece esta película.
Por supuesto, cada aparición de Truffaut es espectacular, aporta una "presencia" que hace que la película se vuelva casi mágica. Esa conferencia con la interpretación sonora y la conversación "manual" con los esxtraterrestres son tan emotivas que es difícil contenerse (y sin los sentimentalismos de los que tanto se acusa a Steven).

En fin, cuando yo la vi por primera vez tuve una sensación similar a la primera vez que vi pasar un supernave que iba ocupando toda la pantalla en el inicio de "Star Wars", una sensación de que todo lo imaginable era posible (al menos en pantalla), de que la ilusión podía ser no sólo óptica, de que las emociones llegaban también de las luces y los sonidos, de que jamás iba a poder comer puré de patatas sin pensar en recrear una montaña con él...

Un peliculón.

Abrazos escalando

César Bardés dijo...

Yo vi por primera vez la película en el cine cuando tenía once años y tengo que reconocer que no la acababa de entender. Esa obsesión de Dreyfuss, que parecía enloquecido, hasta tal punto en que sacrificaba a su propia familia por darle salida, esos inadaptados que se empeñaban en subir la Torre del Diablo de Wyoming. Yo quería naves y extraterrestres y resulta que no salían mucho. Además también me influía el hecho de que hacía bien poco que se había estrenado "La guerra de las galaxias" y, algo inconscientemente, quería más de lo mismo. Tampoco sabía, por aquel entonces, quién era ese francés que parecía actuar un poco nervioso. Apenas unos años después, creo que con dieciséis o diecisiete, la volví a ver y ahí ya sí que la pude apreciar en toda su extensión y me di cuenta de la grandísima película que había hecho Steven Spielberg. Ahí ya tenía plena conciencia de quién era François Truffaut (había visto un ciclo de esos que daban en Televisión Española en aquel Cine-Club que sólo proyectaba películas raras y había disfrutado y me había quedado boquiabierto con "Los cuatrocientos golpes", "La sirena del Mississipi", "La novia vestía de negro", "La noche americana" e, incluso, "Una chica tan decente como yo") y también me percaté de esa mirada de niño fascinado que supo imprimir a ese Claude Lacombe que intenta buscar respuestas y que, de hecho, mira con envidia a Dreyfuss porque decide irse con los extraterrestres. A partir de ahí es cuando empecé a pensar en todo lo que apuntas, en las luces, en los sonidos, en la maldita melodía que se me repetía una y otra vez (un compañero de clase me regaló el "single" con el tema de John Williams), con la forma del puré de patatas (además así, con puré de patatas) y con la magia que contenía dentro. Aún hoy, sigo maravillándome al verla.
Abrazos llenos de barro.
Es cierto lo que dices. Tiene momentos muy emocionantes y sin embargo no cae en la sensiblería habitual de Spielberg.