martes, 29 de junio de 2010

AL SERVICIO DE LAS DAMAS (1935), de Gregory La Cava

Supongamos por un momento que un hatajo de niños mimados, de esos de piel de frac y brillos de charol, deciden hacer una gymkhana absurda por toda la ciudad. Ir a buscar un cordero, coger florecillas silvestres o traer a un taxista manco. Y una de las pruebas es traerse a un pobre de un vertedero. Sigamos suponiendo que ese pobre, que lleva implícito un cierto desprecio hacia la clase alta, no es tonto, tiene cierto porte e, incluso, alguna manera aristocrática y comienza a servir como mayordomo en la casa de la chica que lo encontró. Allí, él se convierte en un espectador involuntario de los caprichos infantiles del mimo que siempre da el dinero, del descentramiento y dispersión que presiden los pensamientos de la señora, de las preocupaciones financieras de un rico que, por mucho que pierda, nunca dejará de ser rico y, por último, de la desternillante presencia de un aspirante a pianista que sólo quiere vivir del cuento y dejarse de música.
El resultado de todo ello es una película fantástica, elegante, llena de humor, de sorpresas, de las listezas de un criado, de las miserias de los de arriba combinadas con los anhelos de los de abajo. El caso es que nadie está a gusto siendo como es. Salvo ese hombre que también va de chaqué y que pasa una bandeja de copas que parecen flores en su esplendor.
El caso es que, además, el argumento tiene inteligencia para dar y tomar porque también rebusca en algunas conciencias además de poner carcajadas y sonrisas. Las desventuras de nuestro hombre, Godfrey (un maravilloso e insuperable William Powell) se convierten en demostraciones de lo que es un tipo que sabe arreglárselas en cualquier situación, que tiene mucha más elegancia que las personas a las que sirve, que es más inteligente que todos ellos, que no guarda rencores aunque sí defensas y que encandila, allá por donde pasa, a todas y cada una de las miradas femeninas que desearían poder bajar unos peldaños para cruzar algo más que palabras con ese ínfimo miembro de la servidumbre.
Tras las cámaras, la excepcional dirección de Gregory La Cava que sabe otorgar a cada personaje su distancia justa, haciendo de Powell, nuestro hombre; de Carole Lombard, una niña mimada; de Alice Brady, un encantador e inofensivo despiste andante; de Gail Patrick, otra versión del mimo en clave un tanto perversa; de Eugene Pallette, la paciencia y agobio del cabeza de familia; y de Mischa Auer, la divertidísima bufonada de sus escasas apariciones que transforman la escena en un derrape de cuya curva no se quiere salir.
Así que, damas y caballeros, la cena está servida. Ruego ocupen sus asientos y formulen al servicio todo cuanto deseen. De seguro, estarán soberbiamente atendidos porque no es fácil encontrar al hombre adecuado para llevar una casa. Es guapo, inteligente, elegante, con estilo...incluso yo diría que tiene algo que no parece ser propio de un mayordomo. Bah, será el té con pastitas que sorbí a media tarde en alguna choza de la Quinta Avenida.

No hay comentarios: