viernes, 1 de diciembre de 2023

EL GRAN HOUDINI (1953), de George Marshall

 

Entre los bastidores de la ilusión, surge un hombre que quiere ir más allá que ningún otro en el desafío de lo imposible. Esto no sería más que una pomposa frase publicitaria si, en realidad, ese hombre no hubiese existido. Harry Houdini asombró a propios y a extraños con su osadía casi provocadora intentando realizar los trucos más asombrosos, casi siempre en la vertiente del escapismo, poniéndose en el mismo centro de los medios más hostiles con tal de dar a su evasión un aire épico e impensable. Cada vez había más agua, cada vez había más esposas o ataduras, cada vez había más cadenas, cada vez había más minúsculos habitáculos rodeados de candados cerrados a cal y canto. Eso hizo que coqueteara con la muerte. Al fin y al cabo, era un hombre atractivo y creía que había algo al otro lado.

Sí, es posible todo eso, pero bastante improbable. La pretendida biografía de Harry Houdini, sin ser despreciable porque tiene valores cinematográficos más que evidentes, no deja de ser una versión algo novelizada de su vida. Al final, no se salvó, pero tampoco amó como aquí se describe. Intentó superar los retos más difíciles, acaparando las expresiones de susto y asombro de todos los espectadores y de la prensa mundial, pero no era tan atractivo. Y, por supuesto, es posible que creyera en el más allá, pero no fue, ni mucho menos, un destapador de conexiones fraudulentas con el otro mundo. Revolucionó el mundo de la magia y del ilusionismo, sin duda. Fue más allá que ningún otro, también. Y perdió el punto de vista de hasta dónde podía llegar.

Al mando, George Marshall, un director de cierta eficacia del que podemos recordar su incursión afortunada en el cine negro con el único guión firmado enteramente por Raymond Chandler en La dalia azul. Enfrente, una bellísima y joven Janet Leigh y, por supuesto, el primer aviso de Tony Curtis, diciendo con cierta autoridad que allí había un actor que valía para algo más que para aventuras juveniles de capa y espada y para comedias tontas e intrascendentes. Sin dejar de estar relajado en todo momento, Curtis fue capaz de ejecutar muchos de los trucos que salen en la película y de barajar diversos registros interpretativos que no hicieron más que beneficiar la lujosa puesta en escena, con ambientes muy conseguidos y duelos con la muerte que, en ocasiones, hasta podían dejar algo helados.

Y es que todo vale con tal de ganarse la atención del público. Un mago e ilusionista trata de ganarse la atención del público, al igual que una película que habla sobre la vida de ese mago e ilusionista. Es casi un bucle sin fin que puede terminar en el próximo nudo, prisión de cáñamo o hierro para el nuevo número que sólo trata de distraer para ejecutar con facilidad algo que parece tremendamente inalcanzable. Ya se sabe, lo difícil no es hacerlo. Lo difícil es hacer creíble que se quiere hacerlo para disfrazar el hecho de que lo más fácil no se puede hacer. No sé si me explico. Si no, prueben a darle al off y verán como estas letras desaparecen en el vacío para siempre jamás.

No hay comentarios: