Entre los bastidores de
la ilusión, surge un hombre que quiere ir más allá que ningún otro en el
desafío de lo imposible. Esto no sería más que una pomposa frase publicitaria
si, en realidad, ese hombre no hubiese existido. Harry Houdini asombró a
propios y a extraños con su osadía casi provocadora intentando realizar los
trucos más asombrosos, casi siempre en la vertiente del escapismo, poniéndose
en el mismo centro de los medios más hostiles con tal de dar a su evasión un
aire épico e impensable. Cada vez había más agua, cada vez había más esposas o
ataduras, cada vez había más cadenas, cada vez había más minúsculos habitáculos
rodeados de candados cerrados a cal y canto. Eso hizo que coqueteara con la
muerte. Al fin y al cabo, era un hombre atractivo y creía que había algo al
otro lado.
Sí, es posible todo
eso, pero bastante improbable. La pretendida biografía de Harry Houdini, sin
ser despreciable porque tiene valores cinematográficos más que evidentes, no
deja de ser una versión algo novelizada de su vida. Al final, no se salvó, pero
tampoco amó como aquí se describe. Intentó superar los retos más difíciles,
acaparando las expresiones de susto y asombro de todos los espectadores y de la
prensa mundial, pero no era tan atractivo. Y, por supuesto, es posible que
creyera en el más allá, pero no fue, ni mucho menos, un destapador de
conexiones fraudulentas con el otro mundo. Revolucionó el mundo de la magia y
del ilusionismo, sin duda. Fue más allá que ningún otro, también. Y perdió el
punto de vista de hasta dónde podía llegar.
Al mando, George
Marshall, un director de cierta eficacia del que podemos recordar su incursión
afortunada en el cine negro con el único guión firmado enteramente por Raymond
Chandler en La dalia azul. Enfrente,
una bellísima y joven Janet Leigh y, por supuesto, el primer aviso de Tony
Curtis, diciendo con cierta autoridad que allí había un actor que valía para
algo más que para aventuras juveniles de capa y espada y para comedias tontas e
intrascendentes. Sin dejar de estar relajado en todo momento, Curtis fue capaz
de ejecutar muchos de los trucos que salen en la película y de barajar diversos
registros interpretativos que no hicieron más que beneficiar la lujosa puesta
en escena, con ambientes muy conseguidos y duelos con la muerte que, en
ocasiones, hasta podían dejar algo helados.
Y es que todo vale con tal de ganarse la atención del público. Un mago e ilusionista trata de ganarse la atención del público, al igual que una película que habla sobre la vida de ese mago e ilusionista. Es casi un bucle sin fin que puede terminar en el próximo nudo, prisión de cáñamo o hierro para el nuevo número que sólo trata de distraer para ejecutar con facilidad algo que parece tremendamente inalcanzable. Ya se sabe, lo difícil no es hacerlo. Lo difícil es hacer creíble que se quiere hacerlo para disfrazar el hecho de que lo más fácil no se puede hacer. No sé si me explico. Si no, prueben a darle al off y verán como estas letras desaparecen en el vacío para siempre jamás.
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