jueves, 14 de diciembre de 2023

MAESTRO (2023), de Bradley Cooper

 

Hubo una vez un compositor y un director de orquesta que llegó a límites insospechados de la música contemporánea. Combinó con singular fortuna el jazz, la música popular y el academicismo más exquisito para dar forma a algunas de las piezas más impresionantes que se hayan interpretado en una sala de conciertos. En su genialidad, siempre sensible, mantuvo un apoyo sin fisuras de una persona que soportó todos sus defectos y, entre ellos, su egoísmo desprovisto de maldad porque, en su historia de amor, él busco entretenimientos pasajeros que le sacaran del aburrimiento y del agobio que sentía por la presión del éxito. Tocó todas las notas de su vida, una tras otra, formando un arpegio que, aunque imperfecto, hizo de él una leyenda del atril.

Y es que Leonard Bernstein encontró el amor verdadero en Felicia Montealegre, una actriz de origen chileno, que supo lo que él era, lo que él significaba y en lo que se iba a convertir. En ella no sólo obtuvo el respaldo necesario para desarrollar su arte, sino también su espejo, su voz de la conciencia. Ni él mismo se daba cuenta de que, en todos sus pentagramas, ella estaba presente porque, en algún momento, sintió que la vida era realmente insoportable y buscó a otros para que la diversión difuminara la búsqueda de su propia genialidad. Sólo al final se dio cuenta de que, como ella, no habría nadie más, nadie haría de él esa persona única que dirigía de forma tan particular, casi bailando en el estrado, llevando a Mahler hasta alturas insospechadas de sonoridad y sentimiento, subrayando la importancia de hacer que los jardines de la convivencia de una pareja crezcan hasta lo mejor que supieron, alcanzando el sentimiento de unos salmos sorprendentes en su encaje y, por supuesto, preguntando a todos si tienen alguna pregunta formulada desde la candidez. Bernstein fue un genio. Felicia Montealegre, también.

Con Martin Scorsese y Steven Spielberg en la producción, Bradley Cooper desarrolla una película algo irregular, combinando algunos momentos realmente grandes, con transiciones imaginativas y otros, quizá, algo reiterativos en el dibujo reprochable de un hombre que nunca supo dónde se hallaba la felicidad hasta que fue demasiado tarde. Su esfuerzo interpretativo resulta encomiable, con una transformación física sorprendente, pero, por encima de él, hay que destacar el soberbio trabajo de Carey Mulligan, otorgando profundidad y sentido a una mujer que fue todo en la vida del director aunque ni él mismo se diera cuenta. La música de Leonard Bernstein no sólo es incidental a lo largo del metraje, sino que también ocupa la banda sonora dando ambiente a las discutidas decisiones, sobre todo sentimentales, del gran músico. El conjunto consigue llevar al espectador en brazos de los pentagramas del genio en algunos pasajes y se detiene precariamente una y otra vez en el problema de la bisexualidad promiscua sazonada de excesos para superar los miedos de alguien que fue saludado como el primer director de orquesta estadounidense de prestigio de la historia. Por otro lado, se obvian algunos momentos legendarios como el concierto que Bernstein ofreció con la Filarmónica de Berlín a los pies del muro derribado en 1989 interpretando la Novena Sinfonía de Beethoven y cambiando la palabra “alegría” por “libertad”.

Aún así, es una buena película y, en sus trechos sobresalientes, se disfruta de una música que van desde La ley del silencio hasta los Salmos de Chichester pasando por el ballet Fancy free que dio lugar, posteriormente, a Un día en Nueva York. Sin él, la música clásica, hoy en día, no sería igual porque, con su estilo, trasladó entusiasmo y corazón, tocando todas y cada una de las notas de un arpegio en el que él mismo se encargó de poner la nota disonante. Al fin y al cabo, todos nosotros lo hacemos. ¿Alguna pregunta?

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