martes, 5 de diciembre de 2023

NOCHE DE PAZ (2023), de John Woo

 

Con motivo del puente de la Constitución y la Inmaculada, cerramos el blog hasta el martes 12 de diciembre para enfilar la recta final hacia la Navidad. Mientras tanto, siempre lo digo, id al cine. No lo creeréis, pero nos ayuda a sobrevivir.

Brian ha perdido la voz. No tiene el derecho de gritar. Sólo puede derramar lágrimas por todo lo que ha perdido y nunca son suficientes. Siempre hay alguna más que quiere salir. El silencio se ha convertido en su modo de protestar. A su lado, hay alguien que quiere amar y desea ser amado, pero Brian prefiere ahogar sus penas en el fondo de muchas botellas. Sólo busca la muerte porque todo se fue. Malditas bandas. Han arrebatado muchas vidas de una forma o de otra. Ahora van a pagar por todas ellas.

Brian decide ir a por todos y cada uno de los responsables de tanta basura moral, tanto vertedero de corrupción. En el mundo de las bandas, la droga es la causa de todo y Brian sólo es un simple electricista que ya no tiene nada que perder. Aparcará la bebida y el cariño de su pena y se preparará para una noche de paz eterna. Músculos, reflejos, técnicas, trampas, resistencia, ánimo, empuje, soledad, rabia, rencor…Su silencio habla mucho y se oye muy poco. Los va a matar. Aunque él vaya incluido en el paquete. Ya está en lo más bajo de la consideración humana… ¿qué más da bajar un poco más?

El director John Woo realiza un interesante experimento de resultados dudosos. Articula una película sin diálogos. Sólo hay alguna que otra palabra incidental y esporádicos partes radiofónicos. El resto es el mismo silencio en el que se ha sumido el protagonista. Para ello, acuda a una historia simple, sin muchos recovecos, sin dobleces. Todo es lineal, con algún que otro flashback para justificar la conducta del personaje principal. Sin embargo, comete un error. Woo cansa con tanto cadáver, tanta brutalidad que acaba por ser irremediablemente efectista a pesar de que establece unas pretendidas reglas de realismo. En su haber, el muy esforzado trabajo de Joel Kinnaman, que siempre recuerda a aquel Keith Carradine de los setenta y ochenta, que debe dotar de entidad a base de simples expresiones faciales a un personaje que no puede hablar. Y, hay que reconocerlo, en algunos instantes, llega a ser brillante.

Por otro lado, mucho disparo, mucho cuchillo, mucha salpicadura de sangre, metáforas algo planas, cosas que uno no se acaba de creer, otras que sorprenden por su evidente posibilidad, pesadillas urbanas, tatuajes a granel, cierto parecido a Taxi Driver sin llegar a su profundidad ni intención y huesos más rotos que unas promesas electorales. Y como diría Shakespeare, el resto es silencio.

Hay que mancharse las manos de sangre para lavar la de las verdaderas víctimas de una violencia que pone en peligro la misma existencia en la calle. Adictos de todas las edades acuden a su proveedor habitual sin pensar siquiera en que están alimentando organizaciones criminales que, con su sentido anárquico y su desprecio por cualquier vida, están tomando el control de sociedades enteras. Y, tal vez, no es posible rebelarse porque preferimos quedarnos cómodamente en el salón de nuestras casas quejándonos, eso sí, de lo inseguro que es el mundo en el que vivimos. Nadie hace nada por resolver un problema tan básico como es el tráfico de drogas y toda la sindicación criminal que conlleva. Cuanto más dependiente seamos, más fáciles seremos de manipular, porque no nos importará nada más que la próxima dosis y el dinero que cuesta. Y el individuo que entregue su propia vida con tal de acabar con los maníacos de la suciedad, del sudor más vil y del crimen, será tomado por loco, por alguien que, en el fondo, no merece seguir viviendo. El mundo se está volviendo del revés y el rencor va imponiendo su silencio porque es posible que sea un nuevo sistema contra el que no queremos rebelarnos. 

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