A veces, volar es algo
carente de sentido. Unas montañas casi insalvables que tapan la salida por aire
de cualquier cosa que tenga alas convierten el intento en algo casi grotesco.
Es como si un trapecista quisiera realizar sus imposibles acrobacias sin red.
El peligro estará ahí, pase lo que pase. Y el tiempo aumenta el riesgo porque,
a pesar de estar en algún lugar remoto de Argentina, parece el lugar donde las
ventiscas se almacenan para luego salir despedidas como niños en un recreo.
Para una corista de tercera, aquello es lo más inhóspito que se puede imaginar.
Sólo que hay un hombre lo suficientemente valiente como para llevar una
compañía aérea en aquel lugar, donde ni los pájaros se atreven a volar. Además,
está en un aprieto, y va a pedir a todos sus pilotos que arriesguen un poco
más. Como si eso fuera posible. Sí, sin ninguna duda, sólo los ángeles tienen
alas.
Es un tipo que se hace
querer con facilidad porque, debajo de su imperturbable expresión en la que
parece que no le importa nada, se remueve una tormenta de sentimientos en la
que sobresale el de culpabilidad. Apenas puede aguantar la pérdida de uno de
sus pilotos, pero nunca lo muestra. Sabe que no hay otra salida si quiere que
la compañía permanezca en el aire. Ha trabajado y sacrificado mucho, incluso el
amor, para estar allí, al lado de las cumbres impenetrables cercanas a la
pampa. Y tiene que seguir adelante, aunque eso signifique la soledad más
absoluta en el rincón más recóndito de la Tierra.
Howard Hawks fue aventurero profesional antes que director de cine. Y una de sus ocupaciones anteriores fue la de aviador. La pasión de volar es algo bastante frecuente dentro de su cine y aquí se decide por homenajear a los hombres que son capaces de transportar comida, correo, medicinas o género mientras arriesgan su vida a los mandos de un aeroplano que, en condiciones paupérrimas, parecen hechos de papel. Siempre a merced de los vientos, de las nubes cegadoras, de la nieve intransigente, de los trámites burocráticos, de los papeles y manifiestos, de la gasolina, de la revisión de motores, de ese huracán de cara que parece poner una mano delante del avance. Para él, eran auténticos héroes que desafiaban todo tipo de dificultades y que trataban de hacer su trabajo de la forma más eficiente y más segura aunque no siempre era posible. Cary Grant, Jean Arthur, un conmovedor Thomas Mitchell y una juvenil Rita Hayworth se hallan en el reparto, dando verdad a pesar de algún que otro vestuario que bordea el ridículo. En esos rostros angustiados que esperan en la estación de radio hay más cine que en auténticas epopeyas que nos han querido vender como si quisiéramos quedarnos en la guarida de lo mediocre. Los cielos acogen a estos ángeles con verdadero júbilo, porque, en ellos, está la gracia alada de unos seres de los que nunca supimos su nombre y ni siquiera nos paramos a pensar en ellos. Howard Hawks y su sangre de aventuras lo hicieron porque él fue uno más a los mandos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario