El tipo no deja de ser
escurridizo. Es un asesino en serie que asume la personalidad de sus víctimas.
La consecuencia es que se hace muy difícil seguirle la pista. Durante su vida,
ese individuo ha sido todo en medio del gris, y sólo sale a la luz cuando
quiere matar. Para atraparle, la policía canadiense acude al FBI y traen a una
experta en homicidios que sabe muy bien cuál es su trabajo. Hay un testigo por
ahí que resulta muy colaborador y la implicación emocional que siente la agente
estadounidense es inevitable. No es bueno que una investigadora tenga una
relación con un testigo, pero ocurre. Cuestión de química.
Mientras tanto, se hace
cada vez más difícil seguir el rastro al asesino. Ha tenido múltiples
personalidades y las alarmas se encendieron cuando su madre pudo verle durante
un instante en un encuentro casual. Las piezas son cuadradas y hay que
encajarlas en agujeros redondos y resulta casi imposible. Por si fuera poco, la
agente tiene que luchar contra la animadversión de alguno de sus colegas
canadienses. Nada puede ser y, sin embargo, lo es. Ella se sumerge en una
investigación que la apasiona. Estudia el caso, se obsesiona con las fotos, no
sabe hasta qué punto puede permitirse coquetear con la locura. Y lo que no se
da cuenta es que la locura está ahí mismo, al otro lado de la puerta.
Con alguna que otra
referencia a Seven, especialmente en
sus títulos de crédito, D. J. Caruso articula una película que parece una más,
pero que, con una detenida observación, tiene más valor del que muestra en una
primera impresión. La trama contiene giros interesantes, aunque se vuelve algo
previsible en algún momento. Sin embargo, cuando todo ha terminado, cuando todo
parece que regresa a una aparente normalidad, aún se reserva un giro más para dejar
con satisfacción la imagen. Y es que una mujer es un rival muy peligroso si se
le tienta demasiado. Tienen mucha fuerza y aún más inteligencia y, aún peor,
son escandalosamente constantes. Esa agente del FBI va a cruzar muchas líneas
prohibidas para atrapar a su objetivo. Y no se va a detener ante nada. Ni
siquiera ante el intento de arrinconar su sentido profesional. Va a estar ahí,
al pie del cañón de su revólver, dispuesta a machacar sin compasión al
individuo en cuestión. Sí, por supuesto, también tiene sus debilidades, pero es
tan admirable, que las supera y las vence. En ese momento, es cuando el asesino
tiene todas las de perder.
Así que es tiempo de preguntarse muchas cosas antes de dar cualquier paso y de ser plenamente conscientes de las personas que resultan influenciadas por nuestros actos. En todos ellos, hay un motivo de imitación, de envidia o de tremenda rabia. Y lo importante es no dejarse manipular por aquellos que vienen con una sonrisa, con la inocencia como arma y con una mirada de cordero degollado. Somos únicos. Somos especiales. Lo único que hace falta es tener conciencia de todo ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario