No hay nada como un
secuestro para arreglar el futuro. Y si la víctima es uno de esos nuevos
millonarios que se han hecho de oro con la introducción de la tecnología en las
casas, mejor. Sin embargo, para llevar a cabo un negocio de esta magnitud, hace
falta tener la cabeza muy bien amueblada y da la impresión de que ése no es el
caso. Son una pareja que, sin duda, ha tenido una vida muy dura, pero que están
más atentos a otras cosas que a comenzar una vida criminal de altos vuelos. El
sexo ocupa un lugar bastante preponderante, desde luego. Y esos dos policías
que investigan la desaparición del magnate parecen estar hechos de otra pasta.
Saben hacer su trabajo, sólo que simplemente da la impresión de que no lo
hacen. Entonces, las tornas comienzan su lenta, pero segura, metamorfosis. El
secuestro no va a salir como estaba planeado. No exactamente. Comenzarán los
giros inesperados y las amistades peligrosas. Habrá que ir pensando en un
segundo plan.
Esta película se
estrenó de tapadillo en salas comerciales y pasó sin pena ni gloria cuando es
una excelente cinta cercana al cine negro, con personajes interesantes que, tal
vez, dan una vuelta de tuerca algo diferente al siempre mentado Quentin
Tarantino. Para ello, Emma Thompson y Alan Rickman no dudan en desempeñar dos
papeles secundarios aunque, ni mucho menos, intrascendentes, en una trama que
se va complicando poco a poco. Al principio, se intuye que la historia va a ser
algo muy trillado y en la que se adivina el final sin demasiado esfuerzo, pero
un detalle aquí, otro allá, y otro acullá harán que todo acabe convirtiéndose
en una muestra de cine bastante inteligente, realizado con pocos medios, pero
irremediablemente bien interpretado, sin énfasis, salvo, quizá, al final. Sólo
con el deseo de contar un enredo que empieza con un secuestro y termina con un
punto definitivo.
Sebastián Gutiérrez, el
director venezolano, no se ha prodigado demasiado en el cine y ha preferido
permanecer con rebeldía en el lado menos comercial del negocio. Quizá lo avistó
levemente en esta ocasión y, dado el trato que las distribuidoras le
dispensaron, decidió quedarse donde estaba y centrarse más en los medios
televisivos y videográficos y escribir guiones para otros tremendamente
prescindibles como aquel despropósito alucinado que fue Serpientes
en el avión. En todo caso, aquí demuestra que sabía contar un relato con un
ritmo bajo, pero sorprendiendo con inteligencia, con algún que otro agujero
menor, pero fácilmente disculpable. El resultado es una película de cierta clase,
con momentos de buen cine y algún que otro paso en falso. Lo que es seguro es
que el espectador, al igual que la víctima, saldrá bastante sorprendido de todo
el embrollo que se monta alrededor de ese rapto un tanto marginal.
Nueva Orleans es un pozo de sorpresas y aliarse con individuos de poco cerebro y mucho músculo no suele ser demasiado recomendable. Más que nada porque piensan que tienen mucho de ambas cosas basándose en la razón del puñetazo en la pared. También hay criminales bastante estúpidos. Y basta con que uno tenga dos o tres neuronas de más para que el color de un delito cambie estrepitosamente, repentina y definitivamente. No olviden estar ahí hasta el final.
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