martes, 4 de marzo de 2025

A HIERRO MUERE (1962), de Manuel Mur Oti

 

No es demasiado conocida esta coproducción hispano-argentina protagonizada por Olga Zubarry y Alberto de Mendoza. Sin embargo, como suele ser habitual, resulta una muestra más que evidente de lo que se puede hacer con el cine de género por las latitudes latinas, con un tiempo medido, un uso del suspense realmente notable, una trama que absorbe y una serie de intérpretes, sobre todo los secundarios, que le dan una textura impresionante a la película.

En este caso, todo se inicia con una mujer que ha cumplido ocho años en prisión y que quiere reinsertarse en la sociedad trabajando en una casa de alto standing. En ella, habita una anciana, antigua diva de la ópera y que, cómo no, tiene un sobrino bastante ambicioso que está deseando que su tía pase a mejor vida para cobrar lo que le corresponde por herencia al ser el familiar más cercano. El sobrino no se le ocurre otra cosa más que asociarse con la recién llegada a través del arte de la seducción, aunque en ningún momento queda claro quién seduce a quién, y se trata de que ambos ideen un plan para que la diva de la ópera se vaya a cantar al teatro eterno. La cosa, en un principio, parece bastante sencilla porque se trata simplemente de cambiar una medicación por un veneno. Simple, rápido, fácil y sin huellas.

Lejos de realizar un extenso y prolijo juicio de caracteres abyectos, la película no juzga en ningún momento a sus protagonistas. Todo lo contrario, expone sus angustias existenciales, que no son pocas. Todo ello estructurado en dos partes bien diferenciadas: por un lado, la preparación del crimen, con detalles, motivaciones, intervalos y dudas. Por el otro, la investigación policial llevada a cabo por dos actores competentes como Luis Prendes y José Nieto. Aunque sea obligatorio decir que quien destaca por derecho propio entre el extenso y maravilloso plantel de secundarios sea Jesús Tordesillas como el experto en venenos. Por ahí también andan Katia Loritz, Jorge Vico, el gran José Bódalo, Manuel Dicenta, Luis Peña o Félix Dafauce, nombres de solidez que otorgan un cimiento recio a esta historia que, aunque se inscribe en el cine negro español y argentino de la época, se halla a un paso del whodunit propio de Agatha Christie y con maneras excepcionales debidas a la fotografía de Manuel Berenguer que pone en pie una imagen muy cuidada que se halla cerca de la nouvelle vague.

Así que tengan mucho cuidado con asociarse con sobrinos de posibles futuros opulentos porque a lo mejor han pasado muchas por sus brazos y que tienen tías que les han cortado los grifos de la juerga. Más que nada porque por allí puede pasar una atractiva cabaretera, un doctor de mediana edad, un detective dubitativo y una dirección de Manuel Mur Oti, uno de los realizadores más controvertidos del cine español de los cincuenta y de los sesenta, tratando de servir una conspiración con aires del maestro Hitchcock dejando que la cámara fluya con soltura y los actores hagan lo mejor. Muy recomendable volver a este título y darnos cuenta hasta dónde somos capaces de llegar y cuánto se han silenciado por haberse hecho en una época para olvidar.

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