No es demasiado
conocida esta coproducción hispano-argentina protagonizada por Olga Zubarry y
Alberto de Mendoza. Sin embargo, como suele ser habitual, resulta una muestra
más que evidente de lo que se puede hacer con el cine de género por las
latitudes latinas, con un tiempo medido, un uso del suspense realmente notable,
una trama que absorbe y una serie de intérpretes, sobre todo los secundarios,
que le dan una textura impresionante a la película.
En este caso, todo se
inicia con una mujer que ha cumplido ocho años en prisión y que quiere
reinsertarse en la sociedad trabajando en una casa de alto standing. En ella,
habita una anciana, antigua diva de la ópera y que, cómo no, tiene un sobrino
bastante ambicioso que está deseando que su tía pase a mejor vida para cobrar
lo que le corresponde por herencia al ser el familiar más cercano. El sobrino
no se le ocurre otra cosa más que asociarse con la recién llegada a través del
arte de la seducción, aunque en ningún momento queda claro quién seduce a
quién, y se trata de que ambos ideen un plan para que la diva de la ópera se
vaya a cantar al teatro eterno. La cosa, en un principio, parece bastante
sencilla porque se trata simplemente de cambiar una medicación por un veneno.
Simple, rápido, fácil y sin huellas.
Lejos de realizar un
extenso y prolijo juicio de caracteres abyectos, la película no juzga en ningún
momento a sus protagonistas. Todo lo contrario, expone sus angustias
existenciales, que no son pocas. Todo ello estructurado en dos partes bien
diferenciadas: por un lado, la preparación del crimen, con detalles,
motivaciones, intervalos y dudas. Por el otro, la investigación policial
llevada a cabo por dos actores competentes como Luis Prendes y José Nieto.
Aunque sea obligatorio decir que quien destaca por derecho propio entre el
extenso y maravilloso plantel de secundarios sea Jesús Tordesillas como el
experto en venenos. Por ahí también andan Katia Loritz, Jorge Vico, el gran
José Bódalo, Manuel Dicenta, Luis Peña o Félix Dafauce, nombres de solidez que
otorgan un cimiento recio a esta historia que, aunque se inscribe en el cine
negro español y argentino de la época, se halla a un paso del whodunit propio de Agatha Christie y con
maneras excepcionales debidas a la fotografía de Manuel Berenguer que pone en
pie una imagen muy cuidada que se halla cerca de la nouvelle vague.
Así que tengan mucho cuidado con asociarse con sobrinos de posibles futuros opulentos porque a lo mejor han pasado muchas por sus brazos y que tienen tías que les han cortado los grifos de la juerga. Más que nada porque por allí puede pasar una atractiva cabaretera, un doctor de mediana edad, un detective dubitativo y una dirección de Manuel Mur Oti, uno de los realizadores más controvertidos del cine español de los cincuenta y de los sesenta, tratando de servir una conspiración con aires del maestro Hitchcock dejando que la cámara fluya con soltura y los actores hagan lo mejor. Muy recomendable volver a este título y darnos cuenta hasta dónde somos capaces de llegar y cuánto se han silenciado por haberse hecho en una época para olvidar.
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