jueves, 26 de diciembre de 2024

CÓNCLAVE (2024), de Edward Berger

 

Los hombres de Dios son hombres y no dioses. Y, por mucho que el hombre sea un animal racional, es falible. La Iglesia está compuesta por hombres y, por tanto, comete errores y, algunas veces, de una gravedad difícilmente justificable. Probablemente, en una elección papal, puede ponerse de manifiesto que, como hombres, caen en pecados de ambición porque, aún con la modestia en toda su apariencia, los cardenales encargados sueñan con vestir de blanco y dirigir espiritualmente a todos los fieles que esperan ansiosos por la fumata blanca. Todos ellos son hombres y tienen un pasado. Y el pasado, por mucho que se lleve la púrpura cardenalicia, siempre sale al encuentro.

Un Papa liberal fallece de forma repentina. Por lo que sabemos, fue un hombre de ideas muy abiertas, liberales, con un fuerte deseo por renovar la Iglesia y, como algunos hombres, también muy inteligente. Sin que nadie lo note demasiado, deja todo armado en una especie de conspiración para que haya una renovación en la sede. El decano del cónclave tratará de desenmarañar el misterio, dándose cuenta de que los favoritos a la sucesión son hombres con pasado bastante reprochable, o con ideas conservadoras que harían retroceder en cincuenta años los avances logrados. Ese decano, además, está atravesando una crisis de fe porque se ha dado cuenta de que la Iglesia es falible, de que los intereses y las envidias son el pan nuestro de cada día. Y, en su camino lleno de tortuosas curvas de fe y redención, quizá sea el único que actúa de acuerdo con su conciencia. Todo un campo de minas en medio de un cónclave que va a decidir el futuro de los católicos.

Esto es todo. Y, en realidad, no es nada. Las intrigas de sotana se sucederán con el consabido tenebrismo que siempre ha impregnado a la Iglesia cuando se mueve en busca del poder. Esa lucha entre progresistas y conservadores dentro de los cónclaves para decidir al siguiente Papa es algo que ha acontecido en las últimas elecciones. Ahora nosotros, luego, vosotros. Mientras tanto, Dios no interviene (¿o sí?) porque, en el fondo, es un asunto de hombres y no de dioses.

La película del director Edward Berger es un ejercicio admirable de misterio eclesiástico, jalonado de conversaciones de hombres en un entorno divino, al menos en sus dos terceras partes. La música de Volker Bertelmann es el eco perfecto para crear ese ambiente de tinieblas entre el rojo y el negro de los hábitos y las porfías mundanas que atenazan a todos los asistentes. Y, sobre todo, hay que destacar la extraordinaria interpretación de Ralph Fiennes en la piel de ese decano que busca respuestas, que se debate entre su conciencia y la obediencia, que deambula y dirige el cónclave con admirable imparcialidad, a pesar de que él forma parte de todo el rito y que se debate con auténtico brío para no perder esa fe que considera enemiga de la certeza. Es, sin lugar a ninguna duda, una de las interpretaciones del año.

Así que hay que resistir al sonido reverberado de los pasos, a la violencia que asola a las ideas, tanto física como moralmente, mientras Berger nos va mostrando las distintas caras cardenalicias. El conservador, el liberal, el tradicionalista, el que ha estado en los frentes más duros, el cabal, el radical, el que proviene de un país pobre, pero defiende una ideología de palo largo y mano fuerte…Hay que ponerse de acuerdo en su mayoría y el destino (o Dios) quiere más honestidad aunque para ello haya que sacudir los cimientos de la Iglesia desde el ábside hasta la cúpula. Una buena película para adentrarse en los rincones más oscurantistas de una Iglesia que, con toda probabilidad, ha cometido demasiados errores.

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