Los
hombres de Dios son hombres y no dioses. Y, por mucho que el hombre sea un
animal racional, es falible. La Iglesia está compuesta por hombres y, por
tanto, comete errores y, algunas veces, de una gravedad difícilmente justificable.
Probablemente, en una elección papal, puede ponerse de manifiesto que, como
hombres, caen en pecados de ambición porque, aún con la modestia en toda su
apariencia, los cardenales encargados sueñan con vestir de blanco y dirigir
espiritualmente a todos los fieles que esperan ansiosos por la fumata blanca.
Todos ellos son hombres y tienen un pasado. Y el pasado, por mucho que se lleve
la púrpura cardenalicia, siempre sale al encuentro.
Un Papa liberal fallece
de forma repentina. Por lo que sabemos, fue un hombre de ideas muy abiertas,
liberales, con un fuerte deseo por renovar la Iglesia y, como algunos hombres,
también muy inteligente. Sin que nadie lo note demasiado, deja todo armado en
una especie de conspiración para que haya una renovación en la sede. El decano
del cónclave tratará de desenmarañar el misterio, dándose cuenta de que los
favoritos a la sucesión son hombres con pasado bastante reprochable, o con
ideas conservadoras que harían retroceder en cincuenta años los avances
logrados. Ese decano, además, está atravesando una crisis de fe porque se ha
dado cuenta de que la Iglesia es falible, de que los intereses y las envidias
son el pan nuestro de cada día. Y, en su camino lleno de tortuosas curvas de fe
y redención, quizá sea el único que actúa de acuerdo con su conciencia. Todo un
campo de minas en medio de un cónclave que va a decidir el futuro de los
católicos.
Esto es todo. Y, en
realidad, no es nada. Las intrigas de sotana se sucederán con el consabido
tenebrismo que siempre ha impregnado a la Iglesia cuando se mueve en busca del
poder. Esa lucha entre progresistas y conservadores dentro de los cónclaves
para decidir al siguiente Papa es algo que ha acontecido en las últimas
elecciones. Ahora nosotros, luego, vosotros. Mientras tanto, Dios no interviene
(¿o sí?) porque, en el fondo, es un asunto de hombres y no de dioses.
La película del
director Edward Berger es un ejercicio admirable de misterio eclesiástico,
jalonado de conversaciones de hombres en un entorno divino, al menos en sus dos
terceras partes. La música de Volker Bertelmann es el eco perfecto para crear
ese ambiente de tinieblas entre el rojo y el negro de los hábitos y las porfías
mundanas que atenazan a todos los asistentes. Y, sobre todo, hay que destacar
la extraordinaria interpretación de Ralph Fiennes en la piel de ese decano que
busca respuestas, que se debate entre su conciencia y la obediencia, que
deambula y dirige el cónclave con admirable imparcialidad, a pesar de que él
forma parte de todo el rito y que se debate con auténtico brío para no perder
esa fe que considera enemiga de la certeza. Es, sin lugar a ninguna duda, una
de las interpretaciones del año.
Así que hay que resistir al sonido reverberado de los pasos, a la violencia que asola a las ideas, tanto física como moralmente, mientras Berger nos va mostrando las distintas caras cardenalicias. El conservador, el liberal, el tradicionalista, el que ha estado en los frentes más duros, el cabal, el radical, el que proviene de un país pobre, pero defiende una ideología de palo largo y mano fuerte…Hay que ponerse de acuerdo en su mayoría y el destino (o Dios) quiere más honestidad aunque para ello haya que sacudir los cimientos de la Iglesia desde el ábside hasta la cúpula. Una buena película para adentrarse en los rincones más oscurantistas de una Iglesia que, con toda probabilidad, ha cometido demasiados errores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario