martes, 1 de abril de 2025

DRIVER (1978), de Walter Hill

 

El Cowboy es el maestro de la fuga sobre cuatro ruedas. Su trabajo es sencillo. Es el tipo que conduce los coches de huida después de perpetrar un atraco. Tiene condiciones muy simples para aceptar el trabajo: No llegar tarde. Sin víctimas. Pago de diez mil dólares por adelantado que se descontará del quince por ciento del botín cuando llegue el momento. Garantiza resultados porque nadie es tan seguro como él al volante de un coche en ciudad. Se sabe todas las calles, todas las estrecheces, todos los atajos. En su mirada, hay una intensidad inusual. Lo malo es que es tan bueno y es capaz de escapar con éxito de todas las persecuciones que la policía le tiene echado el ojo. Quieren atraparlo a cualquier precio. Incluso recurriendo a las trampas más bajas del oficio como ponerse de acuerdo con unos ladrones de muy baja estofa para ofrecerle un trabajo. Ojo con el Cowboy. Cuando cabalga, lo hace realmente en serio. No hay quien le pare porque no le gusta pisar el freno. Y si tiene que jugársela, lo hace.

Y es que la noche es la pista de carreras ideal porque hace que la luz de las calles sea también un escondite. Ese Cowboy que maneja ciento ochenta caballos es un tipo que no puede pasar desapercibido y hay alguna que otra mujer que ha sabido verle el atractivo desde el principio. Por eso, se miente, o se acepta alguna propina para no reconocerle. El poli flaco lo va a pasar mal, porque va a tener que luchar contra la consideración de sus propios compañeros. Quizá su reputación acabe más machacada que los coches que abandona el Cowboy en los desguaces. Habrá que verlo.

Excelente película que preludia en varios aspectos aquella Drive, de Nicolas Winding Refn, con Ryan Gosling de protagonista y que aquí tiene a un excelente Ryan O´Neal, imprimiendo un penetrante misterio y cierta aura de fascinación a ese conductor de pocas palabras y oficio comprobado que sólo trabaja con los mejores porque sabe que él también lo es. En el lado contrario, ese policía que es capaz de hacer lo que sea para atraparle y que encarna con buena solvencia Bruce Dern. Y detrás de las cámaras, Walter Hill, que no quiso repetir con Steve McQueen después del tremendo éxito que supuso su guión de La huida y que dirigió con maestría Sam Peckinpah. El resultado, con un solo fleco suelto, es una excelente película de acción, muy bien dirigida, con notables persecuciones por las calles de Los Ángeles, con un personaje extraordinariamente bien trazado a pesar de sus pocas líneas de diálogo, que habla con la mirada, trabaja con la habilidad y guarda su particular sentido de la ética.

Mientras tanto, el asfalto de la ciudad ruge al amarillo vivo de sus líneas con los chirridos de las ruedas forzadas, con los ruidos repentinos de la caja de cambios, con las chispas de los bajos rozando su cara. Miren por el retrovisor. Lo mismo tienen la suerte de avistar a este especialista en fugas que sabe muy bien lo que se hace.

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