La
amistad no es sólo un sentimiento, también suele ser un recuerdo. Esos momentos
en los que parece que se ha tocado el cielo, por pequeños que sean, siempre van
asociados a la compañía de amigos. Y esa amistad permanece a través de los años
por mucho que los protagonistas hayan cogido caminos diferentes, o hayan
realizado elecciones contrarias. Puede que, en todo caso, allí donde parece que
se hace evidente que la tierra no es de nadie, sea lo único que queda guardado en
el reducido armario de una memoria que, en sí misma, se va descomponiendo a
base de realidades feas, crueles e, incluso, sangrientas. El destino es muy
caprichoso y a más de uno nos ha pasado que hemos sido capaces de hacer un
último gesto de amistad porque aquellos recuerdos imborrables y únicos aún
permanecen anclados en nuestro interior.
Mientras tanto, el
mundo parece ensanchar ese pedazo de tierra y agua en el que se está librando
una batalla en la que los buenos van perdiendo. La degeneración se impone y el
que trapicheó con droga va extraviando sus dominios porque unos colombianos
quieren hacerse con la totalidad del negocio. Otro decidió ir por los caminos
de la justicia y está llegando a un límite en el que sabe que cada vez está más
solo y en el que se encuentra cada vez más traicionado. El tercero trató de
estar al margen, de ganarse la vida honradamente y lo único que ha podido
extraer de la vida es un trabajo miserable y la certeza de que la soledad es lo
que le espera. Por aquellos vaivenes de drogas, impotencias, abandonos, planes
de futuro recubiertos de incertidumbre, los tres volverán a encontrarse para
dirimir un último combate en el que harán lo que sea para no perder ese pedazo
de honestidad que aún les queda porque está sustentado en aquellos partidos que
jugaron juntos, en aquella copa que ganaron, en aquellas risas que se echaron,
en aquellos instantes de lo que ellos creyeron que era la auténtica felicidad.
Albert Pintó dirige con
muy buen pulso esta historia que se sitúa en los terrenos movedizos de las
marismas de la emoción, donde hay pasillos de tierra en superficie y aguas
pantanosas en las profundidades. Tres actores muy competentes y muy creíbles en
sus respectivos papeles otorgan intensidad a una historia bien contada, en la
que la corrupción es la cuarta protagonista. Luis Zahera, Karra Elejalde y
Jesús Carroza componen sus caracteres siempre con la impresión de que van a
perder pie y se van a precipitar en el abismo porque, al fin y al cabo, nadie
puede asegurar hasta dónde puede llegar la amistad. Y, a veces, es lo único que
nos queda. Incluso habría que meter en la terna el excelente trabajo que
también realiza Vicente Romero en la piel de ese guardia civil que está
llegando a la frontera de su resistencia y, sin ser una mala persona, se agarra
al único asidero en el que se siente seguro con forma de fajo de billetes.
Así que hay que andar con mucho cuidado cuando se pisa tierra de nadie porque la ley es frágil y apenas tiene medios. Eso es algo que se hace evidente y es la principal razón de que esa guerra contra el narcotráfico tome los rasgos de una derrota que va camino de la humillación. La desesperación va haciendo mella en los encargados de la seguridad y, si se alcanza ese estado de ánimo, todos los que se hallan cerca acabarán resentidos y ciertamente perderán algo, poco o mucho, grande o pequeño, mientras llegan las embarcaciones, se distribuyen las bolsas y el dinero corre en dirección contraria. Mientras tanto, quizá haya que agarrarse a las razones personales para convencerse de que la lucha merece la pena, aunque sólo sea para hacer realidad los sueños más pequeños mientras se sigue tragando toda la ceniza y mucho salitre.
2 comentarios:
No puedo decir que me aburriera durante un buen rato, pero sí llevaba camino de ser una película convencional más que no destaca más allá de las interpretaciones y de la puesta en escena que me parece brillante (con guiños nada disimulados a "La isla mínima"). Pero llega el tercio final, y te termina de atrapar con ese clímax tan de western clásico y tan hawkasiano por cierto.
Cómo me alegra que incluyas en tu reseña a Vicente Romero, porque mucho se está alabando la labor del trío protagonista, y poco de este secundario, de esos cuya cara te suena pero tu nombre casi nunca te sale a la primera (me pregunto si esos no serán los buenos secundarios de verdad).
Abrazos atrincherados
Es cierto que es una película que parece que le falta algo de fuerza cuando tiene mimbres más que suficientes como para tenerla. Sin embargo, cuando caes en la cuenta de que es un "thriller" emocional mucho más que policial es cuando empiezan a cuadrarte las cosas y a valorar el intento, que está entre el bien y el notable.
Ese "Colorao" que compone Vicente Romero, policía que acepta corromperse y que, no obstante, le cuesta muchísimo hacerlo es estupendo, y más con esa secuencia, también muy destacable, del control policial en el puente. Es un gran secundario y le da muchísimo contexto a la película. Bien visto lo de Hawks. Sí, tiene mucho de Howard.
Abrazos con antibalas.
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