¿Quién no ha puesto
ilusión en la casa de sus sueños? Cuando se encuentra, parece el palacio de los
deseos. Todo es maravilloso. Sin embargo, hay casas y casas. Y esta casa es una
ruina. Bonita fachada, eso sí, pero, por dentro, es como si hubiese pasado una
plaga de termitas y hubiese devorado los interiores de cada listón, de cada
barandilla, de cada tubería, de cada azulejo. Todo salta por los aires y, lo
que es aún peor, se arregla una cosa y se estropean tres. Es una fortuna de nunca
acabar. Eso es lo que pasa a un joven matrimonio de éxito. Él es representante
de unas cuantas estrellas del rock. Ella es violinista en la Filarmónica de
Nueva York. Ambos son guapos, atractivos y estupendos. Sólo que la casa que han
comprado no acogería ni a un perro en una noche de lluvia. Entre otras cosas
porque, cuando llueve, no hay ninguna diferencia entre estar fuera o estar
dentro. Hay que llamar a los de las reformas, aunque cueste lo que no se tiene.
Ya se sabe, cuando una
casa entra en reforma…nunca acaba. Es como jugar a ser Sísifo y echar a rodar
la piedra por la ladera contraria cuando ya se ha llegado a la cima. Caramba,
es que no funciona nada. Hasta se echa unos cubos de agua calentados al fuego
en la bañera y se hunde. Y, claro, la única salida posible es la risa
histérica. La risa del que no puede más. La risa del que se ríe ya porque no
tiene ni ánimo para llorar. Para redondear la faena, cierto director de
orquesta se empeña en tirarle los tejos a ella y es otro frente que hay que
tapar, igual que la pérdida de agua en los baños del primer piso. Da igual. Hay
que llamar a los de las reformas para que no acaben nunca y sólo se pueda vivir
en la casa cuando las ranas críen pelo y el maldito niño de la estatua del
Manneken Pis funcione como es debido.
Con clarísima
inspiración en Los Blandings ya tienen
casa, interpretada en 1947 por Cary Grant y Myrna Loy, Esta casa es una ruina es la revisión de la misma historia, pero
añadiendo algunos toques salvajes de screwball
comedy. Se podría decir en este caso que no es ni mejor ni peor, sino
diferente e igualmente buena. A ello colaboran sobradamente dos actores de
talla cómica más que comprobada como Tom Hanks y la siempre encantadora y
avispada Shelley Long. El rato es entretenido, lleno de risas, como corresponde
a una comedia alocada con obras y polvo de obra, con un ligero toque de agobio
porque la casa es como un dragón que devora los arreglos. Y acaba por ser
insaciable. El resto son clavos, soldaduras, carpintería complicada, albañilería
con arte, loza voladora, radiales a pleno funcionamiento y la sempiterna
sonrisa del encargado que jamás se va a aventurar a decir un plazo para la
terminación del follón más grande que has visto nunca. Rían, rían…luego viene
la factura.
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