martes, 8 de julio de 2025

ESTA CASA ES UNA RUINA (1986), de Richard Benjamin

¿Quién no ha puesto ilusión en la casa de sus sueños? Cuando se encuentra, parece el palacio de los deseos. Todo es maravilloso. Sin embargo, hay casas y casas. Y esta casa es una ruina. Bonita fachada, eso sí, pero, por dentro, es como si hubiese pasado una plaga de termitas y hubiese devorado los interiores de cada listón, de cada barandilla, de cada tubería, de cada azulejo. Todo salta por los aires y, lo que es aún peor, se arregla una cosa y se estropean tres. Es una fortuna de nunca acabar. Eso es lo que pasa a un joven matrimonio de éxito. Él es representante de unas cuantas estrellas del rock. Ella es violinista en la Filarmónica de Nueva York. Ambos son guapos, atractivos y estupendos. Sólo que la casa que han comprado no acogería ni a un perro en una noche de lluvia. Entre otras cosas porque, cuando llueve, no hay ninguna diferencia entre estar fuera o estar dentro. Hay que llamar a los de las reformas, aunque cueste lo que no se tiene.

Ya se sabe, cuando una casa entra en reforma…nunca acaba. Es como jugar a ser Sísifo y echar a rodar la piedra por la ladera contraria cuando ya se ha llegado a la cima. Caramba, es que no funciona nada. Hasta se echa unos cubos de agua calentados al fuego en la bañera y se hunde. Y, claro, la única salida posible es la risa histérica. La risa del que no puede más. La risa del que se ríe ya porque no tiene ni ánimo para llorar. Para redondear la faena, cierto director de orquesta se empeña en tirarle los tejos a ella y es otro frente que hay que tapar, igual que la pérdida de agua en los baños del primer piso. Da igual. Hay que llamar a los de las reformas para que no acaben nunca y sólo se pueda vivir en la casa cuando las ranas críen pelo y el maldito niño de la estatua del Manneken Pis funcione como es debido.

Con clarísima inspiración en Los Blandings ya tienen casa, interpretada en 1947 por Cary Grant y Myrna Loy, Esta casa es una ruina es la revisión de la misma historia, pero añadiendo algunos toques salvajes de screwball comedy. Se podría decir en este caso que no es ni mejor ni peor, sino diferente e igualmente buena. A ello colaboran sobradamente dos actores de talla cómica más que comprobada como Tom Hanks y la siempre encantadora y avispada Shelley Long. El rato es entretenido, lleno de risas, como corresponde a una comedia alocada con obras y polvo de obra, con un ligero toque de agobio porque la casa es como un dragón que devora los arreglos. Y acaba por ser insaciable. El resto son clavos, soldaduras, carpintería complicada, albañilería con arte, loza voladora, radiales a pleno funcionamiento y la sempiterna sonrisa del encargado que jamás se va a aventurar a decir un plazo para la terminación del follón más grande que has visto nunca. Rían, rían…luego viene la factura.

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