Toda una vida
compartiendo pintas de cerveza. En realidad, mirado fríamente, puede ser el
plan más aburrido que uno es capaz de imaginar. Sin embargo, es perfectamente
comprensible que sea lo más parecido a la felicidad que han experimentado un
grupo de amigos. Y, sin duda, nada volverá a ser lo mismo cuando uno de ellos
coja el tranvía sin vuelta. No obstante, los recuerdos permanecen ahí, como si
hubieran ocurrido el día anterior, con la sonrisa y la complicidad en la orilla
de los labios, además de un poco de espuma de la jarra. Uno de ellos muere y
deja unas cuantas instrucciones porque quiere que sus cenizas sean arrojadas al
mar. Quiere hacer un último viaje con ellos antes de decir adiós del todo. En
ese viaje, se recordará todo, incluso y especialmente, la relación del
fallecido con su mujer, una historia de amor. Somos lo que fuimos. Y estos
individuos que, en vez de manos, poseen asas de jarra, fueron, ante todo,
amigos.
Y resulta un viaje que,
a la vez que amargo, también es placentero. Es como un regodeo incesante en un
dolor que va a ser difícil de llenar, pero que también ha formado parte de los
momentos más álgidos de unas vidas que, es posible, hayan sido demasiado
tristes. No importa que se haya ido ese amigo tan especial. Siempre permanecerá.
Igual que hay personas que no dicen adiós. Sólo cambian de forma. Igual que la
cerveza que espera en el barril. Se despide del resto de litros. Sale por el
grifo y aparece atractiva y espumosa en un vaso antes de ir hacia su tumba
definitiva y posterior eliminación orgánica. Sólo cambia de forma, pero ha dado
unos momentos extraordinariamente buenos. Unas risas. Unas confidencias. Unas
palabras que, en estado de total sobriedad, quizá nunca hubieran sido dichas.
Una mujer irrepetible. Un hombre para la barra eterna. Las últimas órdenes. El
mar bajo la lluvia.
No cabe duda de que el
principal atractivo de esta película reside en sus intérpretes. Gozosos,
tremendos, disfrutando de cada plano que ruedan y que trasladan a quien ose
acercarse a compartir una pinta con ellos. Ellos son Michael Caine, Bob
Hoskins, David Hemmings, Tom Courtenay, Ray Winstone y la mujer del primero,
Helen Mirren. En todos esos rostros de intérpretes irrepetibles están todas las
respuestas e, incluso, caben algunas preguntas. El resultado es una película
bonita, entrañable, que se deja ver y que hace sentir bien sin llegar a ser en
ningún momento eso que se ha dado en llamar feelgood
movie. Es la vida depositada en un barro de cerveza. Es la carcajada de
unos cuantos tipos con tragos de más en la garganta y cariño a raudales por el
resto. Somos lo que fuimos, como diría Tennyson. Y ahí es donde reside la
huella de lo que dejamos atrás. Con todas nuestras frustraciones dentro. Con
todos nuestros éxitos también. Con todos nuestros amores y nuestras
decepciones. En el fondo, puede que un taburete en una barra sea el sitio
perfecto para hacer nuestras más íntimas confesiones. Y allí, en un bar
cualquiera, dejemos testimonio de lo que fuimos para ser las cenizas de hoy.
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