En el paisaje idílico de una familia disfrutando de una agradable tarde otoñal en el jardín de su casa, se remueven los vericuetos por los que discurren cuatro almas atormentadas. El padre (Ralph Richardson), actor de profesión, algo teatral en su vehemencia, con éxito en su vida profesional pero casi incapaz de afrontar su fracaso en la privada. Una vida salpicada de Shakespeare, viajes, hoteluchos, amantes y despreocupación por su familia. El dolor se agolpa dentro de él y no sabe cómo darle salida. Su dinero es lo más importante y eso hace que olvide sus prioridades cuando debería darlo todo y aguantar como un hombre y no como una farsa que nunca ha dejado de representar. El hijo mayor (Jason Robards), torturado por una recalcitrante sensación de fracaso desde el mismo momento en que vio algo que destrozó las venas a su madre y le rompió el corazón a él. Cruel porque cree que la vida no ha tenido piedad con él y los demás tienen que sufrir lo mismo. Pero tiene amor a raudales asomando de entre sus lágrimas. Adora a su hermano. Quiere con locura a su madre. Y no sabe dónde depositar su amor. Quizá en el fondo de un vaso de whisky. Quizá en una desesperación que se ha convertido ya en su pareja. El hijo menor (Dean Stockwell), de mente limpia pero enfermo de una tuberculosis que hará mella en su físico débil. Escribe. Quiere ser escritor. Intenta mantener una brecha de razón en los acantilados de incomprensión que le rodean. Un leve toque de cordura para tratar de unir los pedazos resquebrajados de una familia que se rompe de manera traumática por culpa de una noche acogedora que hace tiempo que no les visita. Un personaje que no es más que el retrato del dolor del autor de la obra en la que se basa la película, Eugene O´Neill, algo que escribió en un descenso a los infiernos de su pasado y de su sinónimo, el sufrimiento. La madre (Katharine Hepburn), adormecida en los infiernos de la drogadicción por culpa de una terrible soledad que la llevó a engancharse a raíz de una prescripción médica en su segundo parto. Siente la desconfianza de todos a dejarla sola y no puede soportar la presión. Cree que ha fallado en todo. Que no ha sabido, en ningún momento, satisfacer a los que más quiere...sencillamente porque es incapaz de mirar fuera de sí misma. Pretende huir de la realidad creando una nueva realidad. No tiene más medio que una aguja hipodérmica para escapar de una arrolladora y aplastante sensación de que es el centro de toda la ruptura. Está demasiado destrozada, demasiado aniquilada y su voluntad está descuartizada entre tanto pinchazo. Pero sus ojos la delatan. Las ventanas del alma anuncian su adicción, sí...pero también ese amor que tiene rallado como si fuera un cristal herido con un punzón y no la deja ver con claridad el camino de su fuerza extraviada.
Sidney Lumet, con esta película, ofreció uno de los más bellos repertorios de planos que se pueden ver en el cine en el reducido espacio de una casa que, poco a poco, se agrieta y se derrumba en medio de la oscuridad. Kate Hepburn hizo que no hubiera ninguna duda sobre lo que es una actriz deslumbrante en su potencia, impresionante en su credibilidad...y con la mano temblorosa nos coge de la mano para guiarnos en un largo viaje del día hacia la noche.
4 comentarios:
Desconocia esta pelicula de Katharine Hebpurn y aunque creo que por el contexto del film, es durilla, me apetece verla.
Así que veré a esta polifaciteca actriz en un entorno diferente al cual nos tiene acostumbrados, al menos a mi.
Gracias..
Un saludo
María
Es bastante desgarradora, muy dramática, muy tremenda porque hace que te duela el corazón pero no cabe duda de que tanto la obra de teatro (que yo tuve el inmenso placer de ver en Madrid con Margarita Lozano y Alberto Closas) como la película son pedazos de arte que rebuscan en los resquicios de la noche, de nuestro interior más oscuro. Es un largo viaje hacia la noche.
Si te gusta, me alegro, como siempre, de haberte descubierto algo.
Gracias a ti. Un beso.
Buenas:
Me suena el director, Lumet, no he visto nada del mismo. César, tu crítica me anima a ver esta película. Como siempre en tu línea, muy bien escrita.
Saludos.
Me alegro de que haya despertado un cierto entusiasmo porque es una película ciertamente bella aunque hay mucho dolor por todas sus imágenes. El personaje de O´Neill, desde luego, es el que interpreta Dean Stockwell y es una radiografía y una declaración de que el que sabe de dolor, todo lo sabe, como dijo Dante. Si la ves, espero que te guste y ya me contarás, Mercurio. Siempre eres bien recibido en estas páginas.
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