No importa que Jack Carter sonría
porque dentro de él no hay más que un frío corazón de acero. Acero de bala.
Acero de forja. Han matado a su hermano y eso es muy peligroso porque Jack
Carter es un profesional de la muerte. Irá por los bajos fondos, husmeará en
guaridas de lobos y todo el mundo se dará cuenta de que es una figura incómoda
pero, al mismo tiempo, también flota en el ambiente el aroma del miedo. Con
Jack Carter no se juega. Si se hace, tiene que salir a la primera porque él es
implacable. Su mirada es gélida y sus sentimientos los tiene guardados en algún
lugar al que nadie ha llegado. Y si se tiene que enemistar con sus propios
jefes, lo hará sin pestañear. Alguien debe pagar por la muerte de su hermano y
por algo más que averiguará en el curso de sus investigaciones. Y pagará de la
forma más cruel.
Los cielos grises se multiplican
en feas costas minerales. La corrupción anida en todas partes, incluso en las
personas normales y Jack Carter lo sabe desde el principio. Incluso la
seducción forma parte del juego siempre y cuando mande él. Para eso solo hace
falta estar ojo avizor, guardarse bien las espaldas y tener siempre un arma
cerca. La lluvia anuncia la estrechez de un cerco que se va cerrando con
alcohol, chicas tramposas, miradas sin alma…incluso en algún rincón hay alguna
fiera esperando porque tiene ganas a Jack Carter. Tan conquistador, tan frío,
tan elegante, tan implacable, tan impecable…Son suficientes razones como para
desear meterle un tiro en la cabeza.
Michael Caine siempre dijo que
ésta era una de las películas de las que se sentía más orgulloso. Una historia
pequeña, sobre un asesino profesional que hace de detective para encontrar a
los que mataron a su hermano y que va sembrando enemistades según va avanzando
en su investigación y que, sin embargo, sorprende por su solidez, por su aire
viciado desde el primer instante, por su humo en los ojos y su crueldad
inglesa. No es difícil imaginar a un actor disfrutando metiéndose en la piel de
ese Jack Carter que deja un reguero de muerte a su alrededor, llamándola a cada
momento, provocando la caída de todo un entramado de la Mafia porque,
sencillamente, se han metido con el tipo equivocado. Por una vez, Jack Carter
va a utilizar sus habilidades contra quien le paga y se le va a dar muy bien.
Tanto es así que perderá algo más que su alma por el camino. Se entregará a su
labor con la profesionalidad que le corresponde, como si su propio hermano le
hubiera hecho el encargo. Sin piedad. Sin consideraciones posteriores. Son
todos unos granujas como él y merecen morir. El resto es solo el enredo
habitual de esta gente del crimen organizado que vive entre apuestas,
mujerzuelas, partidas suicidas de cartas, whisky irlandés y algún que otro
contrabando cerca del puerto. Al final, solo habrá un cuerpo en la playa más
fea de toda Inglaterra, desmadejado y abandonado, listo para entrar en el
infierno pero con una cierta expresión de satisfacción en el rostro. Es lo que
se siente al conseguir un trabajo bien hecho.
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