miércoles, 19 de octubre de 2016

ASESINO IMPLACABLE (Get Carter) (1971), de Mike Newell

No importa que Jack Carter sonría porque dentro de él no hay más que un frío corazón de acero. Acero de bala. Acero de forja. Han matado a su hermano y eso es muy peligroso porque Jack Carter es un profesional de la muerte. Irá por los bajos fondos, husmeará en guaridas de lobos y todo el mundo se dará cuenta de que es una figura incómoda pero, al mismo tiempo, también flota en el ambiente el aroma del miedo. Con Jack Carter no se juega. Si se hace, tiene que salir a la primera porque él es implacable. Su mirada es gélida y sus sentimientos los tiene guardados en algún lugar al que nadie ha llegado. Y si se tiene que enemistar con sus propios jefes, lo hará sin pestañear. Alguien debe pagar por la muerte de su hermano y por algo más que averiguará en el curso de sus investigaciones. Y pagará de la forma más cruel.
Los cielos grises se multiplican en feas costas minerales. La corrupción anida en todas partes, incluso en las personas normales y Jack Carter lo sabe desde el principio. Incluso la seducción forma parte del juego siempre y cuando mande él. Para eso solo hace falta estar ojo avizor, guardarse bien las espaldas y tener siempre un arma cerca. La lluvia anuncia la estrechez de un cerco que se va cerrando con alcohol, chicas tramposas, miradas sin alma…incluso en algún rincón hay alguna fiera esperando porque tiene ganas a Jack Carter. Tan conquistador, tan frío, tan elegante, tan implacable, tan impecable…Son suficientes razones como para desear meterle un tiro en la cabeza.

Michael Caine siempre dijo que ésta era una de las películas de las que se sentía más orgulloso. Una historia pequeña, sobre un asesino profesional que hace de detective para encontrar a los que mataron a su hermano y que va sembrando enemistades según va avanzando en su investigación y que, sin embargo, sorprende por su solidez, por su aire viciado desde el primer instante, por su humo en los ojos y su crueldad inglesa. No es difícil imaginar a un actor disfrutando metiéndose en la piel de ese Jack Carter que deja un reguero de muerte a su alrededor, llamándola a cada momento, provocando la caída de todo un entramado de la Mafia porque, sencillamente, se han metido con el tipo equivocado. Por una vez, Jack Carter va a utilizar sus habilidades contra quien le paga y se le va a dar muy bien. Tanto es así que perderá algo más que su alma por el camino. Se entregará a su labor con la profesionalidad que le corresponde, como si su propio hermano le hubiera hecho el encargo. Sin piedad. Sin consideraciones posteriores. Son todos unos granujas como él y merecen morir. El resto es solo el enredo habitual de esta gente del crimen organizado que vive entre apuestas, mujerzuelas, partidas suicidas de cartas, whisky irlandés y algún que otro contrabando cerca del puerto. Al final, solo habrá un cuerpo en la playa más fea de toda Inglaterra, desmadejado y abandonado, listo para entrar en el infierno pero con una cierta expresión de satisfacción en el rostro. Es lo que se siente al conseguir un trabajo bien hecho.

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