La guerra no es una
broma. Es el principio y el fin del ser humano. Es el lugar donde mueren las
penas, los sueños y las ilusiones y puede que el premio sea solo la
supervivencia. Allí, en medio de la batalla, cada hombre se agarrará a
cualquier razón para conseguir su premio. Quizá es donde el sufrimiento se
instala y siempre es preferible pasarlo mal por estar lejos de quien amas que
sucumbir a las balas del miedo. Tal vez sea un lugar donde Dios está presente y
en todas las cosas a pesar de que la muerte campa por sus respetos. Puede que
sea un punto de encuentro de pasiones y debilidades con otros hombres de otras
razas que tienen el mismo miedo y la misma decepción. Detrás, los tipos con
galones darán órdenes a diestro y siniestro con el único fin de ganarse un
prestigio por haber ganado una cruenta batalla o alguna que otra condecoración.
Es, además, un sitio donde el error tiene un puesto de honor. Y la muerte
recoge su cosecha con una sonrisa en los labios y la guadaña bien afilada. La
incompetencia también merodea y no deja de ser una razón más para morir. La
guerra no es una broma. Es un cúmulo de circunstancias que determinan sobre la
vida y la muerte, incluida la circunstancia de la estupidez.
Solo hay una delgada
línea roja que separa la cordura de la locura. En el espesor de la maleza se
fabrican los héroes porque la hazaña no se fabrica desde el principio sino que
se va escalando poco a poco en la medida de la supervivencia. Una cosa sale
bien y luego otra y vamos a intentar otra y esta otra y aún otra más…hasta que,
por fin, se ha conseguido y no se sabe cómo. Solo con la certeza de que
cualquier heroicidad es antónimo del acto de guerra pero, no obstante, no
pararán de repetir hasta la saciedad que se ha hecho una proeza. Y la verdadera
proeza es volver, sentir de nuevo los brazos que deben acariciarte, tomar de
nuevo la sensación de plenitud para volver a ser, de nuevo, un hombre. En el
frente no hay hombres, solo peones sacrificables que engrosarán una estadística
y provocarán un gesto de pena o, como mucho, una lágrima en los compañeros. Y
siempre más, más, más. No va a acabar nunca la sangría. En el próximo recodo,
puede que haya una bala que será la esquirla definitiva del destino.
En medio de esa maleza,
de esa colina inexpugnable, de ese pánico cerval a morir, un sargento trata de
poner algo de sensatez en todos sus actos y en todas sus órdenes. Un capitán se
niega a cumplir una orden porque es la sentencia de sus hombres. Solo basta con
pensar un poco para llegar al objetivo, no hace falta salir en un ataque
frontal, sin cobertura, sin ayuda aérea, sin nada. Solo hay que pensar. Pensar
y guerra. Nuevo antónimo que cuesta vidas. Nueva paradoja para pisar los
charcos de la moral.
También habrá un
ayudante del coronel que se dará cuenta de la inhumanidad que rodea al mando,
un soldado que quiere vivir en comunión con el espectáculo de la naturaleza
hasta que forma parte del paisaje; un veterano que falla; un novato que abre
sus ojos como no queriendo creer que todos esos disparos y toda esa sinrazón
existe…sí, es una delgada línea roja que algunos cruzan mientras el sol
desaparece por el horizonte.
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