Puede que en un
síndrome de Peter Pan haya más libertad que en toda la corrección vivida. Es el
momento de encender la luz del corazón aunque solo sea para darse de bruces con
el duro suelo de la realidad. La paradoja está servida a bordo de un coche
blanco y reluciente con el que la escapada por las carreteras de Italia será
una aventura de sensaciones y conocimientos. Por el camino, habrá paradas
intermedias en esas dos caras que representan los dos protagonistas. Bruno es
alegría e intoxicación. Roberto es tristeza y contemplación. Dos contrapuestos
se van de viaje. Y nosotros somos el equipaje que va con ellos.
La poesía y lo
agridulce se dan cita en las señalizaciones del camino. La inutilidad de una
vida que se bandea entre los gritos, la hiperactividad, el exhibicionismo, el
ego, el narcisismo, la inmadurez, la innecesaria confrontación, la mentira y la
seducción solo se entiende para tomar distancia de la desgracia que rodea a un
artista que nunca lo fue. En el otro asiento, el conformismo de otra existencia
hundida en la timidez, el aburrimiento, la docilidad, la inexperiencia y el
ensimismamiento se presenta como el elemento perfecto para el aprendizaje.
Ambos, en el mismo vehículo, son un milagro que se presenta como divertido y
tremendamente emocional y, también, ligeramente provocador.
Por debajo, bulle la
crítica a la sociedad italiana que se presenta expectante en pleno
desarrollismo económico tras la guerra y que no soluciona los vacíos entre
ricos y pobres, o entre burguesía y proletariado, lo que inevitablemente
conducirá al caos modernista. Tal vez por eso, al final de esta ruta, a todos
nos espera el corazón helado que tan alegremente ha latido durante el viaje. Tal
vez, también, haya que coger al vuelo ese mensaje de que hay que vivir el
momento, el disfrute del segundo que ya se ha ido, sin pensar en lo que puede
venir después. Hay que escapar, sí, pero con el pensamiento nítido de que, más
tarde, hay que volver.
Enormes Vittorio
Gassman y Jean-Louis Trintignant en la que es la mejor película del cine del
desarrollismo italiano, siempre encabezado por Dino Risi y Valerio Zurlini, que
representan con un magistral dominio de recursos interpretativos, cómo la vida,
en realidad, consiste en hallar el equilibrio imposible entre el discurrir de
los acontecimientos y las emociones aceleradas con sus consecuencias asumidas
(o no). Todos tenemos dos caras en
nuestra existencia, todos somos ridículos y sublimes, todos queremos hallar
nuestro sitio y, tal vez, solo tal vez, el elemento que hace que lo encontremos
no es otro más que el amor. Habrá que subirse al coche para comprobarlo.
2 comentarios:
Gran comentario para una película excepcional. Además de lo que has comentado yo veo en esta película una sublimación de la amistad masculina, una de las mejores que se han hecho en este sentido. Gassman es un torbellino y arrastra en su locura a Trintingnant que va a descubrir en unas pocas horas al crápula que ha estado toda la vida reprimiendo. Es una visión desencantada de la Italia de postguerra pero diferente a la que ha plasmado el neorrealismo durante los años anteriores. Y encima tiene momentos muy divertidos. La veo de vez en cuando y me encanta.
Por cierto, creo que la aclamada guionista de "Thelma y Louise" también la habrá tenido que ver más de una vez.
Abrazos al volante
Creo que el gran mérito consiste en lo que tú apuntas. Combina con destreza la enorme amargura que destila la película con momentos realmente divertidos. La sensación agridulce que tienes cuando terminas de ver la película es muy descriptiva de lo que se siente al verla. Desde luego es la película por excelencia del cine del desarrollismo y, aparte de todo, tiene una gran dirección y grandes interpretaciones por parte de los dos protagonistas, en especial, Gassman, que se sale.
Callie Khouri se llama la señora. Probablemente, sí, se la ha visto varias veces.
Abrazos frenando.
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