Si queréis escuchar lo que hablamos a velocidad de crucero en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla a propósito de "Uno, dos, tres", de Billy Wilder, podéis hacerlo aquí.
Imágenes salvajes de
sexo, muerte, cine y comedia. Sonidos distorsionados que enturbian la mente del
arte y lo emponzoñan de silencio y pasividad. Buñuel parece estar asimilado por
la mente de Bergman para ofrecer unos pocos minutos enfermizos mezclados con
los horrores de la sociedad moderna. Quizá en ese principio que casi augura un
final, se halle la explicación para el continuo silencio de Elisabeth Vogler,
gran actriz sumida en un eterno mutis de descontento, como una protesta por un
mundo al que detesta y que la agobia hasta la asfixia. Lo subjetivo elevado a
la categoría de imagen. La verdad sobre la capacidad para que dos almas se
fusionen en una, hasta que los rostros encajan en su estricta fealdad, en su
pobre iluminación, en su certeza de mediocridad.
El sexo se presenta en
forma de un relato increíble que se convierte en la perversa formulación de las
emociones escondidas y perseguidas, en una búsqueda de placer incorporada al
cuidado de una persona que, sencillamente, ha renunciado a la comunicación. Los
acordes de la profundidad de lo que se cuenta es un descenso a los infiernos de
la propia personalidad que se presenta vacía, desperdiciada, plana,
desapasionada, inútil. La fotografía de Sven Nykvist se eleva hacia la
perfección mientras los personajes, perdidos en sus propias dudas, caen en la
abducción del espíritu y en la fascinación torpe e inexpresiva. Bergman coloca
la película para ser leída bajo la lámpara de la magia y no deja de deslizar la
idea de que todo aquello es sólo ficción y no realidad, a pesar de que algo se
remueve en el interior, como queriendo dar a entender que el miedo es real, que
la admiración no lo es, que la ira es real, que la fe no lo es, que el deseo de
dominación existe, y que el amor, tal vez, no.
Cuando la intimidad
muere a manos de la traición escrita, es cuando se desatan de nuevo las
imágenes perturbadoras que desequilibran el alma y comienza el enfrentamiento
de voluntades. Y cuando comienza la transferencia de personalidades es muy
difícil distinguir entre la realidad y el sueño. Bergman, desde su atalaya, no
ofrece ayuda. Sólo nos describe la angustia existencia de dos mujeres
cruelmente diferentes e inhumanamente fusionadas. Asumir el rol de otro indica
que todos tenemos algo en común y que, aún así, todos tenemos algo que es
radicalmente propio. Así, el maestro sueco, con sus obsesiones, nos coloca al
borde de una fuerte experiencia personal con su cine.
La expresividad de Liv
Ullman, la voz de Bibi Andersson. La forma máxima de sugerencia. La culpa nunca
confesada hasta que el remordimiento y el deseo la extraen del interior. El
misterio del universo de Ingmar Bergman llevado a las mismas entrañas de la
soledad y de la conciencia. Persona
no se puede ver sólo una vez. Necesita asimilarse poco a poco hasta que la
abducción sea completa.
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