No es fácil encontrar a
un hombre que sea capaz de sacrificarlo todo por denunciar un problema de salud
pública. Tampoco es fácil entender que ese problema provenga del tabaco, una
sustancia que resulta perniciosa ya de por sí. Sin embargo, este individuo
existió. Fue un químico brillante, que comenzó a trabajar para una tabacalera
para que sus hijos pudieran ir a un buen colegio y su mujer no tuviera que
preocuparse nunca más de que las facturas se acumulasen en la consabida carpeta
azul. En cualquier caso, nadie que empiece una aventura así se da cuenta de las
consecuencias que puede levantar. De repente, se comienza a tener la conciencia
de que se está tratando con gente muy poderosa, que no solo decide sobre el
destino de muchas personas, sino que también lo puede arrebatar. La paranoia
cunde y una relajante noche intentando golpear desde un tie de golf se convierte en una amenaza. Todo se derrumba poco a
poco. Y el periodista encargado de sacar la carnaza quiere hacerlo con rigor porque
solo el rigor, ese bien que tan escaso resulta en nuestros días, tiene la
fuerza de la razón. Malos tiempos para contar verdades.
Y así, todo lo que se
ha construido con tantísimo esfuerzo, comienza a esfumarse. La situación ya no
es estable. La familia corre peligro. Y el periodista sufre porque ese tipo,
con su denuncia, está dando un ejemplo de valentía y de conciencia. No puede
seguir trabajando para una tabacalera porque posee pruebas de que algo más que
tabaco se introduce en los cigarrillos. Se está jugando con la salud de mucha
gente a la que le gusta fumar. Se les está dando un veneno que les mata
lentamente más allá de los propios efectos nocivos del tabaco y nadie les ha
avisado de ello. Y la maquinaria del poder no tarda en reaccionar. Es una
bestia que se mueve, siente y actúa y es posible que el periodista también se
sienta engañado porque los intereses creados impiden que salga en antena la
denuncia. El químico se queda vendido ante el pelotón de fusilamiento y la
verdad se va muriendo de inanición. El químico se ha movido y está perdiendo
estrepitosamente. Le toca el turno al periodista. Debe de dar la cara y poner
en marcha algo tan reprochable como la traición para que todo salga a la luz.
Dilemas del hombre de hoy. Algo que, casi inevitablemente, llevará a todos a la
derrota.
Excelente película
dirigida por Michael Mann que, lejos de centrarse en algunos aspectos
reprochables de su peculiar estética, se centra en la dirección de dos actores
espléndidos como Russell Crowe y Al Pacino que acumulan en sus rostros todo el
agobio de un sistema que, sencillamente, no está acostumbrado a decir la
verdad. Sobre todo, si se esconde detrás de unas cuantas volutas de humo.
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