Treinta
no es lo mismo que trescientos. Y la noche en Manhattan es larga y lluviosa. La
carnicería se desata y el más competente se hace cargo del asunto. Lo malo es
que no todo es lo que parece y hay más porquería debajo de las alfombras.
Alguien llega antes. Y se trata de desenmascarar esa red que intenta
convertirse en un poderoso vendedor dentro de la más corrupta legalidad. La
sombra de alguien bueno es muy alargada. Los sospechosos son más de los que se
pueden contar. Los puentes cortados y la trampa se extiende. Es la hora de
mirar al diablo a la cara.
Y no es fácil aunque,
tal vez, para uno de los policías más inteligentes sea una rutina porque ha
aprendido a hacerlo desde que era pequeño. No cabe duda de que ha habido
demasiados disparos en su vida y debe demostrar, también, que la solución no
siempre es el gatillo. La persecución es feroz. Los engaños son los minutos de
esa noche interminable. Y todo es un gigantesco rompecabezas que es muy difícil
encajar porque hay movimientos que no son normales dentro de lo que parece,
simplemente, una matanza de policías. La verdad no interesa demasiado y quizá
sea mejor mirar hacia otro lado. No, no. Es preferible enfrentarse al diablo y
mirarlo a la cara. Al menos, la honestidad seguirá impregnando los días de
investigación y servicio. El hilo se debe desenredar poco a poco para poder
formar un tejido coherente. Es tiempo de correr y pensar. Es día vestido de
oscuro.
En contra de lo que
pudiera parecer, Manhattan sin salida
es una estimable película de cierto valor. La trama está bien manejada, los
tiroteos tienden al realismo, la historia es creíble y ciertamente absorbente.
Brian Kirk, el director, ha manejado los mandos con sobriedad y con cierto
estilo, con algunos planos cenitales de mérito, y con cierta agilidad dentro de
una película que no es sólo secos disparos, sino también entretenimiento y
alguna que otra dosis de inteligencia. La interpretación de Chadwick Boseman es
de cierta intensidad y la banda sonora de Henry Jackman es climática y, en
algunos momentos, brillante. Mientras tanto, la noche avanza con rapidez y el
público acaba por tener la certeza de que hay algo más debajo de lo que podría
ser una película más de espectacularidad banal y sin sentido. Es una pequeña
sorpresa de la que hay que dar buena cuenta sin cargar demasiado las tintas.
Así que hay que
prepararse para disparar a través de las paredes, realizar una fuga
espectacular, conocer bien cuál es el precio de la droga en la calle, pensar
antes de usar el arma, bloquear las puertas del metro para dar confianza, poner
a Manhattan en cuarentena, destapar unos cuantos nidos de ladrones, mirar con
mucho cuidado por una mirilla y andarse con pies de plomo con el dinero. Hoy en
día, ostentar una placa es algo muy valioso y aún hay algunos que no se dan
cuenta de que eso no debería tener precio. Al día siguiente, Manhattan volverá
a recuperar su latido habitual, como si no hubiera pasado nada en la larga
noche de muerte y lluvia. La memoria de una ciudad es tan débil que no quedan
apenas recuerdos de quien lleva la honestidad hasta sus últimas consecuencias.
Es necesario que alguien guarde el sueño de los que todos los días se levantan
para ir a trabajar. Aunque mirar al diablo a la cara sea penoso y, tal vez, se
tome como una traición. Más vale seguir con la certeza de que, al día
siguiente, se puede volver a abrazar a los que más quieres.
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