Una actriz en busca de
un papel. De repente, la oportunidad se presenta y el director quiere una
prueba grabada en vídeo en una mansión remota, al borde de un acantilado. Allí,
la actriz se dará cuenta de que la vida no es una representación y de que el
asesinato se puede presentar más allá de la toma de una cámara. El chantaje
también planea sobre el guión y no es fácil salir de la confusión que
proporciona el sueño de la actuación. Sangre y truenos, diablos. Y habrá que
ahogar los gritos que parece que luchan por salir de la garganta. El juego del
gato y del ratón puede ser un recurso interpretativo más. Quizá es la típica
trampa del director genial. Y, tal vez, también por eso, la anterior candidata
al papel sufrió una rotura de nervios definitiva. Habrá que aguantar. A no ser
que la última escena incluya un asesinato.
Mirando fríamente por
la ventana, es posible que esta película no ofrezca nada nuevo. Y no cabe duda
de que sufre de un cierto desequilibrio porque Mary Steenburgen está brillante,
sublime, inalcanzable y Roddy McDowall no deja de ser un poco más que mediocre.
El terror, en esta ocasión, es triple y estar atrapada bajo la siniestra mirada
de un director tiene su agobio incluido. La trampa está servida con queso en la
ratonera y hay que andarse con pies de plomo porque lo que parece no es y lo
que es no lo parece. Arthur Penn sabía tocar todos los resortes, incluso cuando
se ponía detrás de las cámaras para dirigir una historia que no entraba en su
estilo característico, pero lo hacía rematadamente bien. El tiempo atmosférico
se convierte en un personaje más y el misterio se esconde por los rincones de
esa vieja mansión, retratada a veces como perfecto plató cinematográfico de
reminiscencias góticas y, en otras, como lúgubre caserón que esconde más
secretos que luces y atrapa a quien se atreve a traspasar su umbral. Cierto es
que todo se torna algo previsible, pero el viaje hacia el centro del horror es
lo que importa, porque el misterio es bueno, los caracteres se mueven con sus traumas,
sus anhelos y sus vanidades y siempre hay alguna pregunta que queda sin
contestar.
Así que pónganse
cómodos. La principal obligación de una actriz es hacer creíble su personaje y,
tanto es así, que habrá alguien que crea que es real. El buen gusto es marca de
la casa y es mejor prepararse para el papel metódicamente. Es posible que la
tensión ayude un poco a hacerlo todo más verdadero. Y está absolutamente
premeditado. Como un buen crimen con sus detalles bien definidos. El invierno
está furioso ahí fuera y es posible que desee una víctima propiciatoria. La
tela de araña se va tejiendo con manos casi invisibles y la tortura, el
secretismo y la sangre esperan su turno a la segunda toma. Por allí, al fondo,
podemos ver a Nina Foch protagonizando una versión de esta misma historia en
1945 con el título de Mi nombre es Julia
Ross, pero desdibujamos el recuerdo al ver cuánto se puede alcanzar si
detrás de las cámaras se halla un director competente para poner orden en toda
esta locura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario