Por supuesto que una
mujer también tiene derecho a descerrajar un par de tiros al golfo de su marido
si le pilla con una pelandrusca pelando la pava. Faltaría más. Y no cabe
tampoco ninguna duda de que una mujer abogada puede ser tan competente o más
que cualquier hombre abogado. Y, sin embargo, siempre hay una pequeña
diferencia. No es una diferencia que nos haga a unos y a otras mejores o
peores, no. Es sólo una diferencia. Los tigres van a rayas y las panteras lucen
una manta negra. Y son igualmente hermosos. Igualmente diferentes. Igualmente
hechos el uno para el otro (vale, para la otra). Y, además, ¿no es fantástico
que George Cukor nos diga todo esto con una sonrisa en la boca? ¿No es aún más
fantástico que dos intérpretes como Katharine Hepburn y Spencer Tracy nos digan
tanto acerca de las complicidades como de los defectos de ambos sexos? La
película es un raro disfrute que se adelanta muchos años a otras inquietudes. Y
da la razón a unos y se la quita cuando es necesario. Y da la razón a otras y
se la quita cuando es necesario. La mujer es tan capaz como el hombre. Eso no
debería dudarlo nadie. Y aún así, somos diferentes.
Y es que seamos
sinceros, nadie tiene derecho a tomarse la justicia por su mano. Ni hombres, ni
mujeres. Tal vez si nos metiéramos bien eso en la cabeza las cosas serían algo
distintas. Un no es un no. Y, cuidado, un sí también es un sí. Por mucho que se
quiera disfrazar de otras razones. Más allá de eso, no se puede convertir un
juzgado en un circo sólo para demostrar que se tiene razón. No vale todo. Lo
que más valor tiene en nuestro cuerpo, seamos sinceros, es el cerebro. Y eso es
lo que nos iguala, nos hace más fuertes, más cómplices, más serenos, nos junta,
nos anima, nos marca los límites y nos atormenta. Y si el cerebro no funciona,
todos somos iguales de tontos (y tontas). Tampoco es tan complicado. También,
por supuesto, hay que tener unas ciertas dosis de empatía y de verdad, y de
objetividad, que de eso vamos muy justos y si, para ello, hay que subirse a un
estrado y jurar que se va a decir todo y nada más que lo auténtico, pues se
hace. Sin olvidar, no obstante, que todos (y todas) somos nosotros y nuestras
circunstancias pues eso es lo que nos hace seres humanos, sin distinción de
sexo.
Así que viva esa
pequeña diferencia que a ninguno hace mejor ni peor. Yo estoy de acuerdo en que
exista porque, si no, seríamos aburridas repeticiones de carne y hueso y no
estoy dispuesto a ser uno más. Tenemos que amar y ser amados (en caso
contrario, la vida merece muy poco la pena), debemos respetar y ser respetados,
podemos desear y ser deseados y, desde luego, estamos obligados a comportarnos
en todo momento y lugar. Unas y otros. Unos y otras. Y corramos la cortina y
seamos uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario