En 1964, el asalto al
tren correo de Glasgow conmocionó al mundo entero. Su planificación y osadía
fueron comentadas incluso con admiración en todos los noticiarios y fue muy
difícil atrapar a los responsables. Incluso algunos de ellos fueron encarcelados
muchos años después de cometido el robo y porque se entregaron. Peter Yates, en
1967, dirigió esta recreación del famoso crimen que se basaba, casi
exclusivamente, en la manipulación de un semáforo del recorrido ferroviario
para que el tren se detuviese y los ladrones pudieran abordarlo. Sin embargo,
Yates, con sabiduría, no se entretiene mucho en el hecho en sí mismo, sino en
la meticulosa planificación de los asaltantes, con Bruce Reynolds a la cabeza,
convenientemente disfrazado bajo el nombre de Paul Clifton. El resultado es una
película enormemente ágil, en la que se descubre que los cerebros del golpe
tuvieron que negociar la participación de otros con el reparto del botín, o la
insistencia en el reclutamiento de otros que, simplemente, no tenían la cabeza
tan fría como para formar parte de la banda, pero que poseían los conocimientos
necesarios para solventar los problemas técnicos. Además, Yates puso en juego
una espectacular persecución de sello inglés que hizo que, un año después, el
propio Steve McQueen reclamara para él la dirección de Bullitt con el fin de rodar la que sería una de las mejores nunca
realizadas para el cine.
Así que ahí está el tal
Clifton, un individuo que se ha juramentado a sí mismo no volver a pisar una
cárcel y, para ello, pretende dar el golpe definitivo, con los tipos más
competentes y a pesar de que sabe que la policía está pisándole los talones.
Por una vez, no son unos inútiles y sabe que todo debe estar milimétricamente
planeado, con la menor violencia posible, sorteando esa perseverancia que
demuestra el Inspector Langdon, perro de presa de Scotland Yard, y llenándose
los bolsillos con una cantidad de dinero que cuesta imaginar.
Stanley Baker, con su
físico imponente, es el encargado de encarnar a Clifton-Reynolds, y lo hace con
una economía gestual muy eficaz porque en sus miradas están la amenaza, la
dureza, la decisión e, incluso, la renuncia porque se ha propuesto sacrificarlo
todo con tal de alcanzar sus objetivos. Alrededor de él, todo un regimiento de
secundarios británicos que, tal vez, no tengan nombres resonantes, pero que
constituyen un estupendo repertorio de rostros conocidos para cualquiera que
haya visto dos o tres películas. Al fondo, el cuidado y la matemática ejecución
del plan alternada con visitas ocasiones a la ficción porque las cosas no
ocurrieron exactamente así, pero eso no importa porque la historia está bien
llevada, con lógica, concediendo la ajustada admiración por la precisión y la
audacia con la que se concibió el asalto, pero también asegurando que, tal vez,
tanto riesgo no merecía la pena.
Son minutos de rapidez, contando el dinero por tacos, cayendo en el pecado de la precipitación, pero, también en el de la inteligencia. Puede que el dinero no merezca otra cosa más que el fuego y el viaje haya sido mucho más apasionante que el resultado, pero eso no importa. Alguno saldrá indemne. Y la gente se preguntará durante mucho tiempo cómo fue posible urdir un plan que tenía tanto de perfecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario