Quizá no sea una gran
película, pero se pasa un rato estupendo. La historia de un tipo que ha sido
encarcelado por un soborno dentro de la liga profesional de fútbol americano y
monta un partido entre vigilantes y presos de la cárcel donde está internado
tiene algo de irremediablemente atractivo. También porque, de alguna manera, él
también debe demostrarse algo a sí mismo. Puede que sea su último duelo, su
capacidad para hacer algo bueno o, simplemente, las ganas de dar unas cuantas
lecciones a esos guardianes arrogantes bajo el mando de un alcaide presuntuoso
y cruel. Las motivaciones son válidas. Y lo primero de todo es hacer un equipo
de un buen montón de individuos que han ido solos por la vida. Tal vez, ésa es
una de las razones de fondo por la que están allí, pudriéndose en un agujero de
barro y vileza. Sólo hace falta canalizar adecuadamente sus agresividades,
potencias sus habilidades y enseñarles un par de jugadas bien hechas. La
materia prima está ahí y eso no se lo pueden quitar. Por muchos culatazos que
reciban. Y va a ser la única ocasión en la que van a poder cargar contra sus
guardianes sin que un fusil les apunte con intenciones aviesas.
Burt Reynolds fue un
consumado jugador de fútbol profesional. Tuvo cierto éxito en el equipo de la
Universidad del Estado de Florida y llegó a ser seleccionado para el fútbol
profesional por los Baltimore Colts. Se sintió inmediatamente atraído por el
proyecto de Robert Aldrich, sobre todo porque las secuencias iban a ser
concienzudamente coreografiadas para hacer creíble el partido en cuestión que
acaba por ser el desenlace de la película. Su personaje del quarterback Paul Crewe se desenvuelve
entre el buen humor habitual en muchos de sus papeles y el cargo de
culpabilidad que arrastra porque lo que hizo fue una traición en toda regla al
juego. Sin duda, la película tiene momentos en los que se nota una cierta
manipulación en el tratamiento narrativo, pero eso no importa cuando se está
pasando un buen rato con algunas pinceladas de humor grueso y tópico y unas
cuantas jugadas de probada espectacularidad. La acción está asegurada y hay que
atacar por la derecha.
Así que es tiempo de retroceder y afinar bien el pase, porque todo es previsible y, sin embargo, efectivo. Habrá juego sucio y momento culminante, que es lo que se pide a todas las películas de estas características. Incluso, al final, puede que alguien se ponga en el punto de mira deliberadamente para dar una última prueba de honestidad, de tener conciencia de que el dinero fácil no siempre compensa y de que un partido debe jugarse hasta el último minuto, sea cual sea el resultado. Lo que importa es la lucha, el instinto de superación aún cuando se tiene todo en contra. Veintisiete a la izquierda y dos Mississipi. Y a correr, muchachos. Cuando alguien está lanzado, nadie le puede parar. Ni siquiera una muralla humana de tipos como torres. Sólo hay que recoger el balón y no pensar en las tentaciones de lo más fácil. Hay que quedarse y seguir. Aunque la derrota sea algo con lo que se sale desde el vestuario.
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