Un don nadie que da el perfil sólo porque mantiene algunas cuentas de negocio al otro lado del telón de acero. Un inglés aburrido y previsible que, de repente, debe actuar como enlace para una serie de informaciones que van a ser vitales para los próximos meses. Los soviéticos sólo ven en él al típico británico de sombrero hongo y paraguas que no tiene más iniciativa que la que marca el propio impulso empresarial. Dinero, dinero. Estos capitalistas sólo quieren más billetes. Mientras sólo sea eso, todo va bien.
Sin embargo, puede que todo sea una cuestión de equilibrio de poder, de mantener a los dos grandes bloques mundiales al mismo nivel para que la paz sea algo posible y deseable. El inglés aburrido se prestará al juego aunque no sabe muy bien dónde se mete. Ya se sabe. Estos tediosos juegos de espías acaban de enredarse más de la cuenta y cabe dentro de lo normal que a los soviéticos no les haga gracia el cuento del correo. En principio, el inglés sólo tiene que hacer negocios con la Comisión de Comercio Soviética. Eso es todo lo que quieren. Luego, las cosas irán rodadas. Él traerá la información. Y el jaque mate que intentan los rusos será sólo un enroque.
Así que todo va bien hasta que el inglés, por culpa de sus continuos viajes a Moscú, ve alterada su rutina familiar. Sus antecedentes no son buenos en tales materias, así que no cuenta con demasiada confianza. Y el secreto debe mantenerse hasta dentro de los círculos más íntimos. Nadie debe saber nada. ¡Qué diablos! Ni siquiera él sabe gran cosa. Cuando las cosas se pongan feas habrá que improvisar al mejor estilo de los contratos de la City. Y lo que nunca se debe dejar atrás son los amigos. Siempre escasean. Aún más que los secretos de las altas esferas referidos a armamento nuclear.
Dominic Cooke dirige con sobriedad, recogiendo el estilo de las viejas películas europeas sobre la Guerra Fría con un Benedict Cumberbatch excepcional intentando que su falta de ingenio sea compensada con su voluntad emprendedora. El espía inglés hizo un viaje de más y tuvo que pagarlo caro. Sólo por llevar información de un lugar a otro. Sólo comportándose como un extraño en la orilla del extenso océano de engaños, mentiras, documentaciones y claves. Nunca llegó a mojarse del todo. Y nunca llegó a estar seco de arriba abajo. Las medias tintas, aunque útiles, no son demasiado aconsejables en tiempos de suspicacia. Más que nada porque siempre señalan a los que no son tan culpables. Y entonces esa figura que se ha adentrado en la oscuridad más allá de la orilla estará sola y sólo dependerá de lo que otros deseen hacer. Sin mucha esperanza. Sin ninguna recompensa. Sólo el regreso y la seguridad de que un amigo hizo lo que pudo y que hubo una cierta unión en determinado momento. Más allá de la confidencialidad. Más allá de las promesas.
El resultado es una película que se deja ver sin dificultad, con una ambientación excelente, con algunas secuencias realmente brillantes y otras más difíciles de tragar. De alguna manera, se llegan a oler esos trajes con aroma de tergal y esos abrigos de franela en medio del frío moscovita. De alguna manera, hay que ponerse de pie y aplaudir por una heroicidad que salvo al mundo entero de la mayor catástrofe posible. No hay excusas. Aunque el dolor espere con su sonrisa malévola al final del pasillo. Aunque el extraño que un día caminó por la orilla resulte empapado sin remisión.
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