Asaltar
uno de los bancos más seguros del mundo es una tarea reservada para los más
osados que, además, deben tener un punto de privilegio en el pensamiento. No
vale cualquiera y es mejor alejarse de posibles comparaciones con recientes y
penosas series que también hablan de atracos con rehenes en casas de la moneda
y demás zarandajas. No pasa nada por intentar describir un atraco perfecto en
un escenario que no deja de ser impresionante. Aunque el escenario sea falso y
el agua siga creciendo imparable.
No hay nada más confuso
que la explosión de una multitud que está mirando hacia el gol que cambió
nuestras vidas. Por supuesto, el sistema de seguridad está fuertemente vigilado
y el asunto requiere de una planificación muy meditada. El secreto está en el
equilibrio de la báscula de la justicia y se trata, simplemente, de ofrecer un
producto entretenido, uno más de tantos, pero bien realizado, con un cierto
sentido del ritmo en la mayor parte de la película y dejando un regusto de
haber pasado un rato sufriendo con aquella leyenda que decía que las cámaras
acorazadas del Banco de España estaban inundadas y que, por eso, era
inexpugnable.
Uno de los secretos que
esgrime el director Jaume Balagueró es la competencia mayoritaria en su reparto
con Liam Cunningham aportando experiencia, Freddie Highmore con problemas para
quitarse de encima la sombra de un buen médico, pero sin llegar a irritar, Luis
Tosar siendo el español en su perfección, con un buen trabajo dentro de la
ambigüedad y precisión de Sam Riley, con el oficio que demuestran tanto José
Coronado como Emilio Gutiérrez Caba y con el desafine de una demasiado intensa
Astrid Bergés-Frisbey que debería recibir alguna lección de relax de vez en
cuando. Ah, y desde luego y sin ninguna duda, con la certeza de que hay que
colgar del palo mayor del pecio más voluminoso posible al médico cirujano
plástico que le tocó la cara a Famke Janssen. Por lo demás, con sus tópicos
incluidos, la historia funciona bien, sin estridencias, dando lo que se espera
de ella sin grandes estridencias y, eso sí, con algún que otro detalle en su
último tercio que desluce su resultado final. No podía ser menos teniendo a la
justicia mirando mientras el pozo de la multitud grita con sus aullidos y sus
fiestas en un momento que algunos todavía recordamos con los pelos como
escarpias y la emoción rozando la lágrima.
Así que no hay más que resolver los problemas con una identificación clara de los mismos. No cabe duda de que la antigua sede del Banco Urquijo en la calle Alcalá esquina a Barquillo, hoy casa central del Instituto Cervantes, ha sido convenientemente aprovechada por Balagueró para poner en pie toda su puesta en escena con mucha habilidad y que se acude a homenajes y referencias a películas como Con el agua al cuello, de Stuart Rosenberg o, de modo más evidente, a Ocean´s Eleven, de Steven Soderbergh. Nada molesta demasiado y, en algunos instantes, el disfrute se instala con facilidad en medio de la visión. Sin pretensiones, salvo, quizá, recordar aquel día de gloria del 11 de julio de 2010 y ofrecer una producción cuidada y entretenida de algo que, tal vez, se ha visto unas cuantas veces. Y no es poco. Aunque haya algo en la resolución que no convenza demasiado y tengamos la impresión de que acarrear con unas cuantas bombonas de nitrógeno no sea tan fácil para un hombre solo.
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