jueves, 15 de febrero de 2024

FERRARI (2023), de Michael Mann

 

Enzo Ferrari fue un cúmulo de riesgos y no siempre salió indemne de los desafíos que quiso afrontar. Su vida podría ser una perfecta mezcolanza de éxito, fracaso, guerras, armisticios, paces, motores y retos. Quizá en ningún momento pueda decirse que fuera un hombre feliz. Sin embargo, ahí estuvo, tratando de llegar más lejos en todas sus facetas. Manteniendo dos familias, haciendo que la rama deportiva de su marca fuera tan conocida que la línea de turismo fuera deseada por todos. Se situaba a mil millas del triunfo y era capaz de salvar toda esa distancia con tal de demostrar que su visión era la correcta.

En principio, podría pensarse que el nombre de un director como Michael Mann es toda una garantía a la hora de ir a ver esta película. No es así. Mann también ha hecho películas mediocres y, desgraciadamente, ha vuelto a hacer una. Su biografía de Enzo Ferrari peca de tener muy poco interés. Tal vez ese es el riesgo que tiene abordar la vida de un empresario y es que suelen ser muy aburridos. En el fondo, nada de lo que le pasa a este señor es demasiado importante para el espectador. No es más que un individuo ambicioso, que quiso dominar todos los aspectos de su vida, que se comportó como un chulo con las mujeres que estuvieron a su lado y que sus descubrimientos de ingeniería automovilística tampoco están descritos con mucho detalle. Adam Driver hace un buen trabajo en la piel del magnate y hay que reconocer que Penélope Cruz no lo hace nada mal en un registro muy cercano al de Anna Magnani, pero no hay mucha velocidad en esta narración, un tanto desvaída, que trata de dejar bien claro que era un hombre de cinismo bastante evidente.

La música de Daniel Pemberton es uno de los alicientes y Michael Mann rueda con cierta pericia las secuencias de competición, aunque no sean muchas, pero eso no es suficiente como para aprobar la película ya que se queda a dos o tres décimas del pase y, desde luego, ni siquiera sirve como ejemplo. Es como si Mann hubiese querido sumarse al carro de El aviador, de Martin Scorsese y producida por él mismo y le hubiese salido algo parecido a La casa Gucci, de Ridley Scott. El resto, con poco de parte de cualquiera, ya se puede intuir.

La combinación de dolor y finanzas, de prensa y cotilleo, de una carrera imposible realizada por carreteras de circulación normal de media Italia, de unos coches que han quedado para la leyenda y del abusivo misterio que el propio Ferrari se encargaba de esparcir tras sus sempiternas gafas de sol, son sólo elementos mostrados a media fuerza. Ni siquiera las dramáticas secuencias de los accidentes cuentas con grafismos de cierta grandeza y pasan por ser dibujos animados trágicos. Sus consecuencias son obviadas y tampoco se cuenta el agobio o la despreocupación que pudo haber sentido el jefe de la casa del caballo rampante cuando fue acusado de negligencia en el accidente que costó la vida a nueve personas, cinco de ellas, niños de corta edad.

Se puede prescindir de todo esto. Puede que la prolongada exhibición de falta de ideas del cine comience a dar signos de agotamiento en su reiterado recurso hacia las películas biográficas. A lo mejor, es que ya no quedan vidas interesantes que contar y Michael Mann, ese mismo que dirigió Heat, haya decidido pasarse de frenada y dejar que los cilindros de su motor se atasquen con una historia inane, sin alma ninguna, sin emoción, un ingrediente que no debería faltar en ninguna película de estas características, y, sobre todo, con una alarmante apariencia de falta de ganas.

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