miércoles, 7 de febrero de 2024

CORAZONES DE HIERRO (1989), de Brian de Palma

 

Allí, en medio de la selva, perdidos en ninguna parte, las cosas parecen aún más confusas que en la retaguardia. Hay una especie de ira contenida, guardada, rancia, que se va almacenando dentro mientras pasan los días en el frente. Tal vez un buen amigo, al que le quedaba poco para volver a casa, ha tenido mala suerte y vuelve en una caja. Y eso hace que la furia luche por salir pagándolo con los más inocentes. Se trata de ir a una aldea, coger a una chica como prisionera y violarla. Así de claro, sin más. Los salvadores que se supone que van allí a ayudar a un país, se convierten en torturadores que pierden el alma y la honestidad para llevar a cabo una venganza con una inocente, sólo para satisfacer su rabia. Sólo uno de ellos es capaz de mantener la visión fría y el espíritu tranquilo. Puede que no sea demasiado experto, pero sabe dónde se necesitan las buenas personas, por mucho que de su arma también salga fuego. Y lo peor de todo es que, cuando necesita contarlo para que los culpables sean castigados por tanta brutalidad, por tanto odio vertido sin ningún sentido, los oficiales al mando se ponen de perfil para que nadie sepa que los americanos se están comportando como verdaderos bastardos.

Años después, en un pesado viaje en metro, quizá el sueño gaste alguna mala pasada y el trauma quede ahí porque se fue para nada, se luchó para perder y se regresó con la decepción y el rechazo. Es difícil mantener la cabeza en su lugar cuando todo a tu alrededor te empuja a hacer algo que es malvado de principio a fin. Allí, en la selva, ese chico que se opuso a todo y a todos, se encontró a sí mismo y supo que tenía razón aunque perdiera parte de ella en la locura de las balas, de la necesidad y del desquiciamiento de unos tipos que no hubieran merecido ni pisar el avión que los trasladó al fregado. Mantuvo su ánimo incólume, aunque estuvo a punto de tirar el casco en varias ocasiones. No podía ser. No podían ser los malos de la historia. Fueron allí a ayudar. Y, en realidad, fueron allí a matar.

No es una de las películas más conocidas de Brian de Palma, pero la visión de Vietnam del director, analizando una historia pequeña dentro del universo bélico, acaba por dar una impresión de frustración sobre una generación que no supo canalizar su ímpetu, que se convirtió en asesina desde el mismo momento en que se puso un arma en sus manos y que, aún así, siempre hubo alguien dispuesto a arriesgarse para defender la justicia, aunque fuera mínima, en ese lugar donde no había ley, ni orden, ni límite, ni frontera. Los corazones de hierro siguieron latiendo por los más débiles, que debería ser la orden prioritaria en cualquier conflicto. Es cierto que Sean Penn resulta odiosamente sobreactuado, pero, sin embargo, Michael J. Fox realiza el que, posiblemente, sea el mejor papel dramático de toda su carrera porque, en el fondo, sabe conectar con la parte buena, auténtica que hay en todo hombre de bien, a pesar de que su reacción es tardía, y miedosa, y última. Quizá, en esas situaciones, no hay que llegar al borde del vaso para hacer algo. Ahí es donde se hallan las personas que realmente merecen la pena.

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