Un hombre no sabe quién
es. De repente, se encuentra en medio de Central Park llevando un traje de
cierta categoría con un café en la mano y ni siquiera recuerda cómo ha
conseguido el café. Sólo posee un pedazo de papel con un número de teléfono y
un anillo medio roto. Puede que sea un enfermo evadido de una institución
mental. Una rubia pasa junto a él y, como por arte de magia, un nombre viene a
su memoria: Grace. Empieza una búsqueda imposible porque cree que es posible
que todas las mujeres sean Grace. Quizá alguna de ella sea capaz de abrir las
puertas de la mente y que él mismo sepa quién era esa mujer de la que sólo
recuerda el nombre. Todo se convierte en un largo regreso a la memoria. En un
momento, él se encuentra hablando con una mujer y, al segundo siguiente, cree
que está hablando con ella con tal familiaridad que piensa que es Grace. Grace.
Grace. Maldito nombre.
Basándose en una
historia de misterio personal de Evan Hunter, el director Delbert Mann articula
una trama en la que la principal intriga reside en la identidad de ese hombre
sin rumbo, sin pasado, que deambula por Central Park como un cadáver viviente
intentando encontrar algo que le recuerde que fue alguien alguna vez. Quizá
Mann se deja arrastrar un poco por la efímera moda de los últimos sesenta y eso
hace que, estéticamente, la película se resienta levemente con recursos como el
de la cámara al hombro y una realización algo caótica, pero todo tiene
suficiente atractivo porque el reparto es extremadamente competente, con James
Garner como protagonista absoluto y acompañado de Jean Simmons, Suzanne
Pleshette, Angela Lansbury y Katharine Ross. Al fondo, la ciudad como un
personaje más, alzando sus dedos índices acusadores hacia el cielo como
intentando hurgar entre las nubes cuál ha sido el destino de este misterioso
señor Buddwing que deambula sin procedencia ni rumbo. La banda sonora
jazzística aumenta esa sensación de confusión que se convierte en un elemento
clave en esta especie de melodrama negro en el que la mujer, siempre
intrigante, se yergue como la ambigüedad misma dentro de las relaciones
humanas.
En el fondo, todos somos un poco James Garner en esta película. Seres perdidos, confusos, miedosos, que tratan de encontrar un sentido a todo lo que se ha hecho y a todo lo que queda por hacer. Ese personaje sin nombre, ni profesión, con sólo un traje y una nota con un número de teléfono se mueve con unas coordenadas demasiado estrechas como para poder orientarse y contestar las preguntas que a todos nos cercan. Sobre todo para saber si todo lo que hemos hecho ha merecido la pena, ignorantes, pobres de nosotros, sin darnos cuenta de que en la mayoría de las ocasiones la contestación a esa pregunta suele ser que no. Así de errantes y de erráticos somos. Así de desgraciados. Así de perdidos. Mientras tanto, sólo esperamos que la belleza inunde de alguna manera nuestra mirada para olvidar todo lo demás dentro de una vida ingrata y bastante cansada.
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