lunes, 26 de febrero de 2024

ELLA, ÉL Y SUS MILLONES (1944), de Juan de Orduña

 

Arturo Salazar ya tiene suficientes ceros en su cuenta corriente y sólo le falta la guinda del pastel. Se trata de obtener un título nobiliario para que sea considerado un aristócrata y no un burgués arribista en las reuniones de la alta sociedad. Para ello, acuerda un matrimonio en el que el amor está totalmente fuera de lugar con la hija de los Duques de Hinojares, Diana. Se da la circunstancia de que los Duques, acostumbrados a las fiestas de alto copete y la vida disipada de la nobleza, tienen menos dinero que uno que se está bañando y Arturo, de eso, tiene de sobra. Así que los Duques, padres preocupados e interesados en el bienestar de su hija, se cuidarán de que el matrimonio no se malogre bajo ningún concepto ya que algunos de los ceros de Arturito tienen que pasar al ducado a cambio de que a él también le llamen Duque. Cuesta tan poco satisfacerle…

Sin embargo, Diana es una chica decidida que ha quedado deslumbrada con el guapo, aunque algo simple, Arturito. Está completamente determinada a enamorarse de él, aunque en el acuerdo se deja bien claro que el amor está fuera de lugar. Un tecnicismo sin importancia, podríamos decir. Así que pondrá en juego todas sus astucias de mujer para que el soso, lince para los negocios, pero pánfilo para los amores, de Arturito se fije en ella y se dé cuenta de la suerte que ha tenido de cerrar un acuerdo con los de Hinojosa. A ver si el matrimonio, además de conveniencia, también es de pasión. Y los Duques tratarán, sobre todo, de proteger su título. Y Arturito lo hará con su dinero. Y Diana en medio. Pues estamos arreglados mientras montamos el árbol de Navidad, hija.

Estamos ante una de las comedias más divertidas del cine español de todos los tiempos. Una screwball comedy en toda regla en la que destacan, por encima de los protagonistas Rafael Durán y Josita Hernán, esa pareja de Duques que, en el fondo, son más plebeyos que la piel de la manzana y que encarnan con gracia y retranca el grandísimo José Isbert y la tronchante Guadalupe Muñoz Sampedro. Alrededor, una serie de secundarios, cada uno con sus momentos de lucimiento y chascarrillo, como Luchy Soto, como la alocada hermana de la novia, Luis Peña, Raúl Cancio, el mimado hermano de la novia y el inevitable Fernando Freyre de Andrade, que pasea su cara de mayordomo como nadie en el mundo.

Si asisten a este negocio, prepárense para reír. Aquí hay humor del bueno, nada grueso, con mucha clase, con la sombra de Ernst Lubitsch y Howard Hawks planeando sobre la dirección de Juan de Orduña. El rato es algo más que entretenido y la gracia es algo más que salerosa. Sin folclores, ni gaitas. Sólo ceros y títulos…ah, sí, y el amor. Es eso tan prescindible que acaba siendo pisoteado por los intereses creados. La elegancia también se pasea por delante de la cámara porque, no crean ustedes, burgueses y arruinados, pero todavía guardan su frac, su pajarita y sus copitas de champán por aquí y por allá haciendo burbujitas en la nariz. Se llevarán millones en carcajadas. Cada una vale por mil.

No hay comentarios: