Arturo Salazar ya tiene
suficientes ceros en su cuenta corriente y sólo le falta la guinda del pastel.
Se trata de obtener un título nobiliario para que sea considerado un
aristócrata y no un burgués arribista en las reuniones de la alta sociedad.
Para ello, acuerda un matrimonio en el que el amor está totalmente fuera de
lugar con la hija de los Duques de Hinojares, Diana. Se da la circunstancia de
que los Duques, acostumbrados a las fiestas de alto copete y la vida disipada
de la nobleza, tienen menos dinero que uno que se está bañando y Arturo, de
eso, tiene de sobra. Así que los Duques, padres preocupados e interesados en el
bienestar de su hija, se cuidarán de que el matrimonio no se malogre bajo
ningún concepto ya que algunos de los ceros de Arturito tienen que pasar al
ducado a cambio de que a él también le llamen Duque. Cuesta tan poco
satisfacerle…
Sin embargo, Diana es
una chica decidida que ha quedado deslumbrada con el guapo, aunque algo simple,
Arturito. Está completamente determinada a enamorarse de él, aunque en el
acuerdo se deja bien claro que el amor está fuera de lugar. Un tecnicismo sin
importancia, podríamos decir. Así que pondrá en juego todas sus astucias de
mujer para que el soso, lince para los negocios, pero pánfilo para los amores,
de Arturito se fije en ella y se dé cuenta de la suerte que ha tenido de cerrar
un acuerdo con los de Hinojosa. A ver si el matrimonio, además de conveniencia,
también es de pasión. Y los Duques tratarán, sobre todo, de proteger su título.
Y Arturito lo hará con su dinero. Y Diana en medio. Pues estamos arreglados
mientras montamos el árbol de Navidad, hija.
Estamos ante una de las
comedias más divertidas del cine español de todos los tiempos. Una screwball comedy en toda regla en la que
destacan, por encima de los protagonistas Rafael Durán y Josita Hernán, esa
pareja de Duques que, en el fondo, son más plebeyos que la piel de la manzana y
que encarnan con gracia y retranca el grandísimo José Isbert y la tronchante
Guadalupe Muñoz Sampedro. Alrededor, una serie de secundarios, cada uno con sus
momentos de lucimiento y chascarrillo, como Luchy Soto, como la alocada hermana
de la novia, Luis Peña, Raúl Cancio, el mimado hermano de la novia y el
inevitable Fernando Freyre de Andrade, que pasea su cara de mayordomo como
nadie en el mundo.
Si asisten a este negocio, prepárense para reír. Aquí hay humor del bueno, nada grueso, con mucha clase, con la sombra de Ernst Lubitsch y Howard Hawks planeando sobre la dirección de Juan de Orduña. El rato es algo más que entretenido y la gracia es algo más que salerosa. Sin folclores, ni gaitas. Sólo ceros y títulos…ah, sí, y el amor. Es eso tan prescindible que acaba siendo pisoteado por los intereses creados. La elegancia también se pasea por delante de la cámara porque, no crean ustedes, burgueses y arruinados, pero todavía guardan su frac, su pajarita y sus copitas de champán por aquí y por allá haciendo burbujitas en la nariz. Se llevarán millones en carcajadas. Cada una vale por mil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario