En
muchas ocasiones, los escritores cogen elementos del pasado para forjar los
entresijos de sus obras. Así, algunos de sus personajes tienen rasgos de
personas que se han conocido realmente o hay algún que otro truco oportuno que
se ha sabido por boca de alguien que lo ha puesto en práctica. Eso puede ser
algo recurrente si nos encontramos ante alguien que escribe una saga de espías
imposibles muy cercanos a cierto agente doble cero y que carece de pasado. En
su subconsciente aún hierve la existencia de un pretérito que fue algo más que
una juventud ordinaria, con sus adolescencias, universidades e independencias.
Así que ahí estamos,
con una escritora que ha creado un personaje irremediablemente atractivo y
perfecto. Uno de esos espías que nunca han existido y que es capaz de atravesar
paredes, causar el caos más impensable y esquivar las balas más certeras sin un
solo rasguño. Ella cree tener un pasado más o menos vulgar, pero, en algún
lugar de su cerebro, no es así. En la escritura están todas las respuestas de
lo que ha sido. Y, claro, llega un momento en que hiere el papel con verdades
que no interesan. Más que nada porque se pueden descubrir conspiraciones,
asesinatos, venganzas y planes megalomaníacos.
Y es que el pasado
siempre sale al encuentro. Lo que estaba olvidado comienza a ser recordado
mientras que la aparente realidad se desmorona velozmente. El lavado de
cerebro, la huida hacia adelante y el miedo se han instalado en el interior de
la escritora y comienza a haber signos de que ese agente ideal que es fruto de
su imaginación tenga visos de verdad. Cada letra es un disparo. Cada frase es
una ráfaga. Cada párrafo es una explosión. Nadie sabe cómo acabará todo esto.
El director Matthew
Vaughn vuelve al terreno del cine de acción trepidante con un interesante juego
entre ficción y realidad, entre pasado y presente. No es una película redonda
porque, a partir de determinado momento, los giros de guion son tan continuos
que el cansancio de la traición se vuelve corriente y moliente. Hay un par de
buenas secuencias, divertidas, intrascendentes, con un tono paródico que hacen
que se tenga plena conciencia de que la película no se toma en serio en ningún
instante, pero aprueba justo en el apartado del entretenimiento. Es como si
James Bond subiera un par de peldaños en lo imposible y comience un delirio
bastante alucinado. Al menos, no se le puede reprochar la originalidad de la
propuesta a pesar de que visita muchos lugares comunes. Eso sí, el desenfado no
deja de ser uno de los ingredientes principales.
De paso, Vaughn también
desliza su mensaje feminista que, en esta ocasión, no es nada forzado. Utiliza
todo tipo de recursos y no deja de ser ciertamente placentero ver a Bryce
Dallas Howard, Henry Cavill, un siempre eficaz Sam Rockwell, Bryan Cranston y
Samuel L. Jackson poniendo cara de estar pasándoselo bien con esta película
intrascendentemente divertida, sin más objetivo que hacer pasar un rato más o
menos agradable y salpicar todo de guiños que acaban por tener una conexión
coherente en la escena post-créditos.
Atarse los cinturones del recuerdo trae como consecuencia la certeza de que el corredor vascular que se encuentra en la cavidad cardíaca sea algo vital en una historia de espías que no trata de reinventarse, con gato en la mochila, con padres, madres, amigos y equívocos y un intento de rellenar los espacios en blanco de la memoria. No hace falta disertar mucho más. A los quince minutos, nadie se acordará muy bien del enrevesado metarrelato. Solo acuérdense de que somos lo que hemos sido. Y, posiblemente, lo seguiremos siendo.
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