jueves, 8 de febrero de 2024

ARGYLLE (2023), de Matthew Vaughn

 

En muchas ocasiones, los escritores cogen elementos del pasado para forjar los entresijos de sus obras. Así, algunos de sus personajes tienen rasgos de personas que se han conocido realmente o hay algún que otro truco oportuno que se ha sabido por boca de alguien que lo ha puesto en práctica. Eso puede ser algo recurrente si nos encontramos ante alguien que escribe una saga de espías imposibles muy cercanos a cierto agente doble cero y que carece de pasado. En su subconsciente aún hierve la existencia de un pretérito que fue algo más que una juventud ordinaria, con sus adolescencias, universidades e independencias.

Así que ahí estamos, con una escritora que ha creado un personaje irremediablemente atractivo y perfecto. Uno de esos espías que nunca han existido y que es capaz de atravesar paredes, causar el caos más impensable y esquivar las balas más certeras sin un solo rasguño. Ella cree tener un pasado más o menos vulgar, pero, en algún lugar de su cerebro, no es así. En la escritura están todas las respuestas de lo que ha sido. Y, claro, llega un momento en que hiere el papel con verdades que no interesan. Más que nada porque se pueden descubrir conspiraciones, asesinatos, venganzas y planes megalomaníacos.

Y es que el pasado siempre sale al encuentro. Lo que estaba olvidado comienza a ser recordado mientras que la aparente realidad se desmorona velozmente. El lavado de cerebro, la huida hacia adelante y el miedo se han instalado en el interior de la escritora y comienza a haber signos de que ese agente ideal que es fruto de su imaginación tenga visos de verdad. Cada letra es un disparo. Cada frase es una ráfaga. Cada párrafo es una explosión. Nadie sabe cómo acabará todo esto.

El director Matthew Vaughn vuelve al terreno del cine de acción trepidante con un interesante juego entre ficción y realidad, entre pasado y presente. No es una película redonda porque, a partir de determinado momento, los giros de guion son tan continuos que el cansancio de la traición se vuelve corriente y moliente. Hay un par de buenas secuencias, divertidas, intrascendentes, con un tono paródico que hacen que se tenga plena conciencia de que la película no se toma en serio en ningún instante, pero aprueba justo en el apartado del entretenimiento. Es como si James Bond subiera un par de peldaños en lo imposible y comience un delirio bastante alucinado. Al menos, no se le puede reprochar la originalidad de la propuesta a pesar de que visita muchos lugares comunes. Eso sí, el desenfado no deja de ser uno de los ingredientes principales.

De paso, Vaughn también desliza su mensaje feminista que, en esta ocasión, no es nada forzado. Utiliza todo tipo de recursos y no deja de ser ciertamente placentero ver a Bryce Dallas Howard, Henry Cavill, un siempre eficaz Sam Rockwell, Bryan Cranston y Samuel L. Jackson poniendo cara de estar pasándoselo bien con esta película intrascendentemente divertida, sin más objetivo que hacer pasar un rato más o menos agradable y salpicar todo de guiños que acaban por tener una conexión coherente en la escena post-créditos.

Atarse los cinturones del recuerdo trae como consecuencia la certeza de que el corredor vascular que se encuentra en la cavidad cardíaca sea algo vital en una historia de espías que no trata de reinventarse, con gato en la mochila, con padres, madres, amigos y equívocos y un intento de rellenar los espacios en blanco de la memoria. No hace falta disertar mucho más. A los quince minutos, nadie se acordará muy bien del enrevesado metarrelato. Solo acuérdense de que somos lo que hemos sido. Y, posiblemente, lo seguiremos siendo.

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