miércoles, 9 de julio de 2025

LA CHICA DE PETROVKA (1974), de Robert Ellis Miller

 

Un periodista americano se enamora perdidamente de una rusa en medio de su corresponsalía y el mundo se vuelve del revés. Es algo más que la diferencia de cultura. Es el ambiente irrespirable que se vivía en Moscú en plena Guerra Fría y hasta los besos se quedaban congelados y suspendidos en el aire mientras ellos intentaban derretirlos. La paranoia sobre el diferente estilo de vida que disfrutaban los capitalistas dominaba gran parte de la rutina diaria de la población. Todo empieza porque se vende el pasado. Sin quererlo ni saberlo, el futuro se abre después de poner a la venta todo lo que recuerda a alguien que se fue. Joe, el periodista americano, también se despide de todo lo que sintió y de todo lo que quiso…hasta que aparece ella, una simple e ingenua bailarina con un nombre imposible. Ella es una disidente. No está autorizada a vivir en Moscú y, si es detenida, será enviada a Siberia, pero así, con su libre pensamiento, sus ganas de vivir, es como un soplo de fresca brisa para Joe. Ninguno de los dos sabe que el amor, inevitablemente, siempre llama la atención.

Joe es un hombre cínico, que se ha convertido en un alma solitaria porque apenas ha podido soportar el dolor de la pérdida. Vende su pasado para olvidar y no es capaz de pedir el regreso a casa porque eso le hundiría aún más. Ella, Oktyabrina, es pura vida soltada en medio del centro de una ciudad inhóspita y fría. El entorno es reconocidamente hostil. Es como vivir en una urbe que no acepta el amor. Más aún cuando Joe entra en contacto con unos papeles ciertamente comprometedores. El amor quedará ahogado por el secreto. El secreto puede que vea la luz gracias al amor. Así de contradictorias son las cosas.

La música de Henry Mancini y la fotografía de Vilmos Zsigmond son dos razones adicionales para ver esta película que está interpretada en sus papeles principales por Goldie Hawn, Hal Holbrook y Anthony Hopkins, en la piel del buen amigo ruso del protagonista. No es una gran película y es posible que tenga diversos baches en la dirección, debida a Robert Ellis Miller, un realizador mediocre del que apenas se puede destacar la notable El corazón es un cazador solitario, con un eminente Alan Arkin en el papel principal. Sin embargo, es una de esas películas que se han sumergido en el océano del olvido y merece bastante la pena. Tiene buenas interpretaciones, es una historia de amor con cierta originalidad, está bien hecha, consigue que Austria parezca la Unión Soviética y, aunque destila cierta amargura por todo el metraje, mantiene el interés con tres actores atípicos, haciendo papeles que no son, ni mucho menos, los que nos tienen acostumbrados y tratando de parecer personas más o menos normales en un entorno que invita a todo menos a la normalidad.

Así que tengan cuidado de quién se enamoran. Pueden verse en una trampa que les ponga entre la espada y la pared y que el mundo, ese lugar de frialdad y vileza, no se detenga mucho en considerar si el amor puede salvarle. El mundo no quiere salvación. El mundo no quiere amor. Tan sólo quiere devorar a los que se saltan las reglas.


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