Un periodista americano
se enamora perdidamente de una rusa en medio de su corresponsalía y el mundo se
vuelve del revés. Es algo más que la diferencia de cultura. Es el ambiente
irrespirable que se vivía en Moscú en plena Guerra Fría y hasta los besos se
quedaban congelados y suspendidos en el aire mientras ellos intentaban
derretirlos. La paranoia sobre el diferente estilo de vida que disfrutaban los
capitalistas dominaba gran parte de la rutina diaria de la población. Todo
empieza porque se vende el pasado. Sin quererlo ni saberlo, el futuro se abre
después de poner a la venta todo lo que recuerda a alguien que se fue. Joe, el
periodista americano, también se despide de todo lo que sintió y de todo lo que
quiso…hasta que aparece ella, una simple e ingenua bailarina con un nombre
imposible. Ella es una disidente. No está autorizada a vivir en Moscú y, si es
detenida, será enviada a Siberia, pero así, con su libre pensamiento, sus ganas
de vivir, es como un soplo de fresca brisa para Joe. Ninguno de los dos sabe
que el amor, inevitablemente, siempre llama la atención.
Joe es un hombre
cínico, que se ha convertido en un alma solitaria porque apenas ha podido
soportar el dolor de la pérdida. Vende su pasado para olvidar y no es capaz de
pedir el regreso a casa porque eso le hundiría aún más. Ella, Oktyabrina, es
pura vida soltada en medio del centro de una ciudad inhóspita y fría. El entorno
es reconocidamente hostil. Es como vivir en una urbe que no acepta el amor. Más
aún cuando Joe entra en contacto con unos papeles ciertamente comprometedores.
El amor quedará ahogado por el secreto. El secreto puede que vea la luz gracias
al amor. Así de contradictorias son las cosas.
La música de Henry
Mancini y la fotografía de Vilmos Zsigmond son dos razones adicionales para ver
esta película que está interpretada en sus papeles principales por Goldie Hawn,
Hal Holbrook y Anthony Hopkins, en la piel del buen amigo ruso del
protagonista. No es una gran película y es posible que tenga diversos baches en
la dirección, debida a Robert Ellis Miller, un realizador mediocre del que
apenas se puede destacar la notable El
corazón es un cazador solitario, con un eminente Alan Arkin en el papel
principal. Sin embargo, es una de esas películas que se han sumergido en el
océano del olvido y merece bastante la pena. Tiene buenas interpretaciones, es
una historia de amor con cierta originalidad, está bien hecha, consigue que
Austria parezca la Unión Soviética y, aunque destila cierta amargura por todo
el metraje, mantiene el interés con tres actores atípicos, haciendo papeles que
no son, ni mucho menos, los que nos tienen acostumbrados y tratando de parecer
personas más o menos normales en un entorno que invita a todo menos a la
normalidad.
Así que tengan cuidado
de quién se enamoran. Pueden verse en una trampa que les ponga entre la espada
y la pared y que el mundo, ese lugar de frialdad y vileza, no se detenga mucho
en considerar si el amor puede salvarle. El mundo no quiere salvación. El mundo
no quiere amor. Tan sólo quiere devorar a los que se saltan las reglas.
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