
Asomarse a los bordes de una caldera que está a punto de estallar puede ser un preludio para la desolación. El corazón de una ciudad late desde las apacibles capas de lo confortable hasta los crepusculares alrededores de la marginación. Y allí, en medio del ruido y de la furia, un hombre casi pierde la vida porque su coche queda averiado en el anochecer de la jungla, otro se convierte en un héroe porque sabe que en la selva de asfalto aún hay algo que puede merecer la pena, como una amistad impensable; una mujer que se halla en el punto de no retorno en el que cree que empieza a no ser necesaria para nadie encuentra una razón en un llanto escondido que le da fuerzas para seguir sintiendo, para seguir insistiendo, para seguir existiendo. Un poco más allá, entre el pulido metal de un deportivo insultantemente caro, un productor de cine experimenta en carne propia la violencia que, cegado por la codicia, fomenta con sus películas. Todos juntos forman el mosaico de ese corazón de urbe, de ese roce continuo que todos prueban en una forma de vivir tan falsa como esperanzadora, tan inútil como posible, tan verdadera...que hasta nosotros intuimos en el lento discurrir de una rutina que sólo podrá ser sacudida ante la visión aireada de la Naturaleza.
El aviso está ahí mismo, con un final que es sólo un respiro pero no una conclusión. Somos lo que padecemos y no lo que provocamos y encontrar un camino que nos haga salir adelante puede ser una tarea tan ardua que fácilmente podemos regresar a la misma corrupción que nos hace débiles y temerosos de perder lo que creemos nuestro. La felicidad nunca se encuentra en la vida llena de comodidades y eso también nos convierte en seres violentos, sedientos del más y peregrinos del menos. Amor. Amistad. Seguridad en otro. Satisfacción propia. Términos olvidados para los entregados al amasijo del seguir con una cuenta corriente saneada y bien alejados de los bordes que creemos peligrosos...y ni siquiera caemos en la cuenta de que esos mismos bordes están en el jardín, en el tornillo defectuoso de un coche, en el extrañamiento de la utilidad mientras la misma vida coloca al marido entregado al trabajo y a la amante y a los hijos comenzando a batir sus alas hacia la libertad. Sólo una mirada puede ser suficiente para darnos cuenta de que aún estamos, de que aún somos y de que aún podemos.
Dashiell Hammett decía que “las ciudades no son más que estados de ánimo” y esta película nos traslada su ánimo para decirnos que las cosas nunca son lo que nos hacen pensar, sino lo que nos hacen sentir. Sentir que, de alguna manera, hemos dejado huella en los demás es el oculto deseo de todos los corazones. Incluso eso mismo es lo que siente el corazón de una ciudad que mantiene algunos tejidos corrompidos...tal vez porque el estilo de vida que hemos construido entre todos no sea el más adecuado para dejar nacer los sueños.
Dashiell Hammett decía que “las ciudades no son más que estados de ánimo” y esta película nos traslada su ánimo para decirnos que las cosas nunca son lo que nos hacen pensar, sino lo que nos hacen sentir. Sentir que, de alguna manera, hemos dejado huella en los demás es el oculto deseo de todos los corazones. Incluso eso mismo es lo que siente el corazón de una ciudad que mantiene algunos tejidos corrompidos...tal vez porque el estilo de vida que hemos construido entre todos no sea el más adecuado para dejar nacer los sueños.