Siempre la mujer que te
devora las entrañas. No había ninguna necesidad. El inspector Baudine tenía su
trabajo, que desempeñaba con entusiasmo y diligencia. Estaba en pleno proceso
de enseñanza de su compañero novato. Iba y venía. Con independencia. Y, de
pronto, tomando el aire, se encuentra con ella. Y él nota que la placa le pesa
más y que el deseo vuelve en torno a su piel. No ha visto a otra igual. Está
dispuesto a todo con ella. Sólo hay un pequeño defecto y es que ella está
casada con un tipo despreciable, uno de esos hombres de negocios que creen que
todo lo que poseen, incluso las mujeres, es suyo. De vez en cuando, por
supuesto, se le va la mano. Beaudine cree sinceramente que es uno de esos
individuos que hacen que el mundo sea mucho mejor si no están. Y ocurre. De
repente, él no está. Sólo ella, con un arma en la mano. Beaudine se lo tiene
que pensar mucho porque ella está dispuesta a arrastrarse dónde sea con tal de
que el inspector de policía le saque del apuro. Para rizar aún más el rizo,
Beaudine va a tener que hacerse cargo del caso e investigar a la chica. Y eso
hace que vayan saliendo cosas que le llevan al convencimiento de que se enamoró
de la Luna. Y todo el mundo sabe que la Luna sólo está completa unas pocas
noches y luego va desapareciendo.
Uno de los peores
errores que puede cometer un policía es considerar inferior a un policía
novato. Da la casualidad de que ese imberbe que acompaña a Beaudine a todas
partes es más competente de lo que parece. Se fija mucho, habla poco y toma
nota mental de todo. Quizá sea un compañero útil llegado el momento, aunque en
las circunstancias en las que se ve inmerso Beaudine puede que incluso sea un
estorbo. Y no sabe hasta qué punto. Ese advenedizo de la policía puede
complicar mucho las cosas. Y Beaudine sólo hubiera deseado calmarlo todo, vivir
con ella y dejar que la Luna bañase sus sueños de ternura.
No cabe duda de que Luna de porcelana parece beber mucho de
aquella maravillosa Fuego en el cuerpo, de
Lawrence Kasdan, sólo que con menos, casi ninguna, dosis de sexo. El hombre
arrastrado hasta los infiernos de la legalidad por culpa de una mujer que le
atrae hasta el dolor no es algo nuevo en el cine. La novedad de esta historia
de John Bailey, que no por casualidad fue el director de fotografía de Kasdan
en esa película, es el desenlace, que no se espera y que se siente. El resto
está bien llevado, con trabajos muy competentes de Madeleine Stowe, Ed Harris y
Benicio del Toro, avisando ya de lo que era capaz con un papel un poco más extenso,
con una fotografía estupenda y un entramado que llega a ser bastante creíble
porque, de forma permanente, hay un filo de navaja cerniéndose sobre la
garganta de ese policía que desciende poco a poco hacia los infiernos y que le
duele cada paso que da. No, Beaudine, aunque lo hace por amor, no está
contento, ni convencido. Sólo prometió mucho amor y él es tan íntegro que está
pagando su deuda.
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