Cuarto
intento del universo Marvel de reformulación de ese grupo de superhéroes tan
especial que siempre han sido Los Cuatro Fantásticos después de los desastres
de 2005 y 2007, con Jessica Alba como Susan Storm y Chris Evans tratando de ser
reconocido como la Antorcha Humana antes de hacerse con el traje del Capitán
América, y de 2017, con una descolocada Kate Mara como la Mujer Invisible. En
esta ocasión, tenemos a Pedro Pascal como Míster Fantástico y a Vanessa Kirby,
sin duda, lo mejor de la película como su dilecta esposa y alma y centro del
grupo. El resultado es una película que arranca aplausos del público, pero que
no es más que una remezcla de las dos primeras con unos diálogos más bien mediocres
y con una falta de fuerza que delata su condición de inane porque no aporta
absolutamente nada.
Sí, tenemos un par de
escenas que no están mal, una recreación de los años sesenta que recuerda a las
maquetas ideales de un piso piloto en una urbanización y, por enésimo cuarta
vez a un malvado enorme, enorme, enorme que es otra visión del Dormamu de Doctor Extraño o del temido Thanos de Los vengadores. Además, en el plano
argumental, la línea es tan simple como un chantaje, con la incomprensión
terrestre y la posterior unión que hace la fuerza, aunque empujen poco. Y un
plan para salvar el planeta que tiene más agujeros que las junturas de La Cosa.
Estoy siendo demasiado
duro. Tal vez, porque el universo Marvel está entregando un nivel muy bajo, sin
nada que sorprenda, sin carisma, aunque Vanessa Kirby hace suyo el personaje de
Susan Storm, confirmando que es una de las miradas más fascinantes del panorama
cinematográfico actual. Asistimos, y van ya unas cuantas, a la destrucción de
Manhattan porque el malo es tan enorme que deja a King Kong al tamaño de un
mono de juguete, por mucho homenaje que el director Matt Shakman trate de colar.
Por otro lado, el pobre Ben Grimm, conocido también como La Cosa, en ningún
momento abandona su apariencia de piedra, algo que no ocurría en los cómics.
Pobrecillo. Casi no tiene oportunidad ni de demostrar su habitual buen humor.
El resto es bien
sabido. Cómo se forman los fantásticos y por qué, cómo evolucionan, su
apariencia de dependientes de un parque acuático de aguas azules exportadas al
mundo, con pocas comeduras de tarro, no vaya a ser que salgan unos personajes
muy profundos, sin magia y con unos cuantos mamporros entre los destrozos que,
al fin y al cabo, pasa por ser lo más espectacular de la película. Eso sí, si la
comparamos con la última del Capitán América o Falcon, esto es Ciudadano Kane, reconozcámoslo y no
seamos tan destructivos.
Ya saben. Si el mundo está en peligro, llamen a los Cuatro Fantásticos. Se encenderán con el fuego, desaparecerán por arte de magia, harán demostraciones de fuerza o se estirarán hasta lo imposible para salvarnos a todos. Y no habrá nada nuevo bajo el sol. Eso sí, podrán tener un rato de solaz con la habitual maestría en la banda sonora de Michael Giacchino. Mientras tanto, piensen que el mundo es azul, que siempre habrá unos cuantos mutantes dispuestos a jugarse el pellejo ante los megalómanos de turno cuya hambre consiste en liquidar planetas del sistema solar, aunque no se sabe muy bien para qué, y abandónense a la corriente general que da palmas por haber asistido a una cosita que, si llega al aprobado, es porque usted es un profesor sobradamente generoso.
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