Cuando se han hecho
demasiados kilómetros solo se quiere saber si las ruedas pueden aguantar un
poco más. El momento ya ha pasado, las pistolas ya no brillan tanto, las
honestidades en el cargador están vacías. Quizá solo haya ocasión de probar un
último coche, de hacer un último viaje, de conocer a una última mujer, de
saborear, una vez más, una última traición. No será un viaje de ida, solo será
de vuelta pero tal vez merezca la pena solamente para probarse a sí mismo que
se está vivo. Solo eso cuenta cuando el amor murió, la esperanza se rompió, el
pasado se quedó y ya no hubo más planes, ya no hubo más ilusiones.
Así que no hay nada
mejor que planear una fuga sin fin con uno de esos gregarios de tres al cuarto
que solo sabe disparar y que el cerebro solo lo utiliza para sostener una
ridícula peluca. En la maleta, una chica que es más lista, más fría, más
calculadora. Por detrás, una estela de polvo español que se deshace con la
velocidad, sin más huellas que una aventura que cae como los años. La fría
arena recibirá toda la sangre que nunca cayó mientras los sueños se desvanecen
como olas en la orilla, como besos fugaces que no llevaron a ninguna parte,
como una caricia que se va sin huella. Puede que el final de una fuga que jamás
termina tenga que ser ése, con todo perdido, con la derrota total. Mientras
tanto, entre curva y curva, seguiremos soñando…eso probará que estamos vivos.
Richard Fleischer
dirigió con oficio una última mirada a los gángsters míticos que deciden hacer
un trabajo más. Entró en sustitución de John Huston que no conseguía entenderse
con el protagonista George C. Scott a pesar de que era la tercera vez que
trabajaban juntos. No podía ser de otra manera cuando las sobaqueras aún eran
de cuero y los caracteres empapados de whisky y humo se crispaban con
facilidad. España y Portugal son los escenarios para meter la marcha más larga
y dejar que el motor vaya a plena potencia. Paisajes desérticos, atraso,
simplezas casi insultantes…ése es el lugar ideal para la jubilación de antiguos
conductores que intervinieron en atracos y persecuciones, en decepciones y
juergas, en días sin mañana cuando el mañana llega. Cada una de las arrugas del
que conduce habla por sí sola, como bocas clamando por una oportunidad más,
diciendo que el tiempo solo pasa para los jóvenes. Al fin y al cabo, el reloj
se paró para los más veteranos y ya no avanza más. Solo la carretera es el
siguiente paso y es la hora de demostrar que los más antiguos son los que
saben. El resto es pura fachada para unos advenedizos que solo entienden el
lenguaje de la sangre.
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