Las respuestas suelen estar allí
donde el paisaje se eriza con sus pinchos de hielo y sus abismos de agua.
Detrás de una expedición con fachada científica se esconde el mismo motivo de
siempre. La codicia. El oro de un submarino que jamás fue descargado en la base
secreta que los alemanes poseían en la Isla del Oso. Un sitio que parece el fin
del mundo y en el que se mueven intereses rusos, americanos, alemanes y
personales. Todo confluye donde el aire hiela los pulmones y la nieve parece la
pista ideal donde hacer dibujos de sangre. Frank Lansing lo sabe muy bien
porque durante toda su vida ha vivido con la incógnita de no saber realmente
cómo era su padre. Y allí donde la tierra termina y solo empiezan los muros del
agua sólida es donde podrá descubrirlo.
Tendrá que compartir habitación y
comida con un viejo científico que busca demostrar de una vez por todas que él
no tuvo nada que ver con Hitler, con una doctora noruega irremediablemente
atractiva que le dará un soporte para seguir adelante a pesar de que se va a
encontrar la capa de hielo más dura que uno se pueda imaginar, con un equívoco
investigador ruso que sabe qué es lo que se cuece en la tumba de muchos
marineros y con un experimentado agente secreto americano, un hombre de acción
que, quizá, ya está en el declive de su carrera. Todos ellos buscan el peso
dorado de las bodegas nazis en una nave que quedó enterrada tras un bombardeo y
a nadie le importa el cambio climático. Quizá por eso se llame Isla del Oso.
Porque no hay osos en ella.
Y así tendremos motos y vehículos
que se deslizan para alcanzar la muerte que esquía mejor que nadie. Verdades
dichas a bocajarro que caen como puñetazos en la cara. Nadie es lo que dice ser
y todos quieren ser otra cosa. Hay demasiadas heridas sin cerrar y el agua está
demasiado helada como para tener un escondite seguro. La confianza es el tesoro
más escaso y, poco a poco, van cayendo las víctimas de una persecución por
recuperar un pasado que nunca debería volver. Donald Sutherland se encarga de
encontrar respuestas a su pasado, Vanessa Redgrave intenta encontrar algo de
lógica en todo ese conglomerado de intereses que siempre estará por debajo de
la herida abierta. Richard Widmark luchará para que nadie intervenga en una
búsqueda que tiene que ser algo más que una cruz en el desierto congelado.
Christopher Lee despreciará las tonterías de la propaganda capitalista que
acusan a la Unión Soviética de deshelar el Ártico. Lloyd Bridges creerá que la
seguridad tiene que ser ejercida con mano dura a pesar de años de amistad. Y
así queda en el olvido una película de aventuras que mereció mejor suerte
porque no tiene más afán que entretener con peripecias, emboscadas, trampas
morales y secretos descubiertos. Era esa época en la que el cine se apellidaba
acción, tenía un argumento detrás y algunos personajes con cierta carne
envolviendo sus motivaciones. Tal vez para encontrarlo de nuevo haya que montar
una expedición científica por las orillas de la Isla del Oso.
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